
Tú Juras, Ellos Juran, Yo MIento
No cabía duda alguna. En eso de Organizar eventos los nazis eran unos maestros. Parafernalia y majestuosidad en el espectáculo. Todo estaba planeado para que fuese grande, exagerado, sin olvidar lo práctico. ¿Cómo describirlo sin utilizar palabras presuntuosas? Habían viajado a Berlín a la toma de juramento de servicio a la cruz roja. El tiempo había volado y ya era marzo de 1939. Frederick no fue con ellas, había sido requerido al servicio algunos meses antes, pero se las arregló para estar presente, gestionó un permiso y les esperó en la estación de tren.
Se mezcló con el grupo y estuvo siempre pendiente de los detalles. Al entrar al teatro quedaron pasmadas ante la escena. Dos gigantescos pendones rojos resguardaban los flancos, con el característico circulo blanco y la esvástica negra dominando su centro. En las gradas y de forma escalonada se hallaban un grupo de hombres, soldados uniformados de negro, portando banderas blancas con la simbología nazi. A la derecha un estandarte, ostentoso, con un cáliz que semejaba un águila dorada. A los pies de la escalera una orquesta afinaba sus instrumentos. Un regimiento de hombres se encontraba detrás, formado en tres líneas, cada una de esas líneas en un escalón distinto. Al frente de ellos 5 oficiales, en el medio un pedestal con micrófonos, dispuestos para el orador. Otro grupo de uniformados se encontraba entre la orquesta y las enfermeras, las cuales, a medida que entraban eran organizadas cual batallón de guerreros, con germánica eficiencia. Contrastaban sus gorritos blancos contra los quepís, cascos, gorras, yelmos negros y grises. En el fondo, un telón rojo, formado por dos pendones blancos, con sus correspondientes águilas estilizadas a cada lado, cuales franjas de una bandera. Águilas que reposaban en sendas cruces teutonas y una esvástica negra por corazón. Y en el centro de todo aquello la escultura de un águila (no podía ser de otra figura) con la esvástica coronada con una ofrenda floral. A la izquierda otro grupo de soldados, uniformados de blanco, portaban banderas también blancas. Era una túnica que le recordaba a las usadas por el Kukuxklán. Lo cual les daba un aspecto lúgubre y atemorizador.
Así, asistieron a una juramentación que no les pertenecía. Iban a pronunciar las palabras, no las iban a sentir. Al menos no como todas las chicas en el recinto. Sí, apreciaban el logro de graduarse de enfermeras, tomando en cuenta todas las dificultades idiomáticas y el hecho de ponerse al día en pocos meses. Fue todo un reto y lo lograron. Tenían algunos vacíos aquí y allá, pero en general se encontraban preparadas para ejercer la profesión sin mayores contratiempos. Pensaron, de manera acertada, que, con el tiempo, la práctica del oficio en sí mismo les terminaría de pulir. La experiencia les otorgaría todo aquello que no pudieron aprender por el corto tiempo de preparación. Y así, sin quererlo, se emocionaron más de lo que podían permitirse y se unieron a la mascarada. Eufóricas repitieron en un coro, coordinado de una forma cronométrica, las palabras del juramento al Führer. Se entregaron a la celebración, estimuladas por el ambiente o quizá condicionadas por el mismo. Luego que terminó el acto se encontraron con Frederick, quién no se perdió ni un segundo y aplaudió, emocionado, desde el palco. Las invitó a un establecimiento cercano. Un salón de baile, el cual estaba lleno de jóvenes, enfermeras, soldados, oficiales. La fiesta se había trasladado a ese recinto, ya no había formalidad, sólo alegría. Eglin, bailó toda la noche con Frederick. Esmeralda tampoco permaneció sentada mucho tiempo, jóvenes y apuestos galanes disputaron el honor de bailar con ella. Se negó las primeras veces, no tenía idea de cómo bailar esas canciones, eso sí, una vez que hubo aceptado al primer chico, regresar a la silla fue una lucha perdida. Se mantuvo firme con los tragos. Por nada del mundo aceptaría bebidas alcohólicas de un desconocido, aparte ella era menor de edad; de reojo observó como Eglin compartía una copa con su amado. Suspiró, solo podía esperar a que Eglin no se pasara de tragos. Se veía tan feliz. Deseaba lo mejor para ella. Y lo mejor para ella en ese momento parecía ser el amor. El amor de un hombre de otro tiempo, otra cultura, otras creencias, otra idiosincrasia y otra lealtad.
Agotada volvió a la mesa apenas pudo. Ya no era una cuestión de mantener un comportamiento social aceptable, era que no podía más. Rechazó de la manera más gentil que pudo a todos los caballeros que se acercaban, con una voz que apenas era un susurro. Al demonio con esos bailarines incombustibles. Observó a su alrededor y todos estaban brincando, girando, deslizándose como si no hubiera mañana. ¿De dónde obtenían energía? Sus pies la estaban matando, quería irse al hotel que les habían habilitado, no recordaba cómo llegar desde donde se encontraban. Era de noche, le daba miedo volver sola y Eglin no mostraba signos de querer irse. Le hizo señas varias veces, ella ignoró algunas, otras no las vio y si respondía era con un ademan feliz.
No supo a qué hora, se quedó dormida, en la mesa. Un mesero le despertó, ya era de mañana y la concurrencia había mermado bastante. Quedaban dos o tres personas, ninguna bailando. La música estaba apagada, Eglin y Frederick no se veían por ningún lado. Ya estaba cercana a entrar en pánico, cuando Eloise apareció de la nada a rescatarla.
— ¿Qué haces Marie Louise? Vámonos, ya es de mañana. Espero no estés borracha.
— No, no lo estoy. Solo cansada.
— No me mires así. Yo tampoco estoy borracha. Sígueme, vámonos al hotel, necesitamos descansar — Le dijo con voz temblorosa, era evidente que, sí estaba borracha, prefiero guardar silencio.
Obedeció y se dejó guiar. Aunque los pasos de Eloise eran vacilantes y descoordinados, la llevó directo al hotel. La habitación tenía 5 camas y todas se hallaban vacías. De las chicas ocupantes sólo ellas dos regresaban, las otras quien sabe. Quiso preocuparse por Eglin, sin embargo, estaba tan cansada que se acostó y se durmió de manera inmediata.
Era entrada la tarde cuando Eglin regresó. No mediaron muchas palabras. Luego de una ducha se recostó en la misma cama que Esmeralda. Le abrazó y sólo alcanzó a decir "En la cena te cuento" antes de quedarse dormida.
Y así fue, en la cena se aislaron lo más posible del grupo y hablaron.
— Cuéntame ¿Dónde pasaste la noche? No te pregunto con quién porque eso es obvio.
— En otro hotel. No recuerdo su nombre, más bonito que este, eso sí lo puedo decir.
— Me disculpas que haga esta pregunta tan íntima. ¿Te acostaste con Frederick?
Eglin la miró fijamente. Se encogió de hombros y asintió con la cabeza.
— ¿Te sientes mal por ello? No logró percibir emoción o no se descifrar esa expresión en tu rostro. Pensé que sería algo muy bonito o algo muy penoso. Tu actitud indiferente me confunde.
— Es que no recuerdo mucho. Casi nada. Me excedí de copas. Prometo no volver a hacerlo, nunca lo había hecho, no sé qué me pasó, me dejé llevar.
— ¿O sea que no estás segura si ocurrió o no?
— ¡Oh! ¡No! De que ocurrió, ocurrió. Solo que no recuerdo mucho, entramos, nos besamos con pasión. Tengo la imagen de que en el calor de la pasión nos quitamos la ropa y nada más. Cuando desperté estábamos abrazados, desnudos y... bueno, otros detalles que me da vergüenza contarte, evidencias contundentes que el acto sexual fue consumado. Me bañé, bajé al restaurante del hotel y allí le esperé. Él bajo luego de una hora. No se pudo quedar mucho tiempo porque debía reportarse a sus quehaceres militares, dio tiempo de comer, compartir un rato. No conversamos mucho. Todavía no me siento cómoda con mi nivel de alemán.
Eglin hizo una pausa. Alguien pasó cerca. Luego de asegurarse que nadie les escuchaba continuó.
— Frederick me dijo que debo hacer un curso para ser esposa de un SS.
— ¿Qué?
— Lo que escuchaste, resulta que debo aprobar un curso para ser buena esposa de un SS.
— ¿Y lo harás? ¿Dónde imparten eso?
— Aquí en Berlín, Mañana iré con Frederick, me llevará a inscribirme. No tengo opciones, debo hacerlo, sino las autoridades no dan el permiso para casarme.
— Nunca Había oído de tal cosa.
— Yo menos. Pero es así. Te digo no comprendo. No me comprendo. Ayer estaba eufórica por haberme graduado en una profesión que no elegí, por hacer un juramento vacío con obligaciones y compromisos de los cuales no conozco sus implicaciones al completo. Bailé, canté, bebí, me emborraché, hice el amor con el prometido de una chica que no soy yo, Nazi y miembro de las SS y no recuerdo nada. Me siento aburrida y cansada de todo esto.
—Creo entenderte — le comentó Esmeralda.
— Lo peor de todo es que continúo. Que seré Enfermera, me casaré con Frederick, haré el estúpido curso. De repente, despierto del cuento de hadas: Alicia no fue al país de las maravillas sino al país de los nazis. No hay caminos amarillos, sólo te tengo a ti. Si no estuvieras, ya hubiese perdido la cabeza en esta pesadilla surrealista. Te pido perdón por haberte dejado sola ayer.
— No te preocupes por eso. Te dejaste llevar. Con tanta tensión es lógico que te entregaras al disfrute. La mente necesitaba un escape, el alma. No somos perfectas ni de hierro.
Eglin rio. Una lágrima rodó por la mejilla. Ella la limpió con rapidez.
— Tú teoría de las hormonas resultó no ser tan descabellada. Pero siento que ya se me pasó el efecto.
— ¿Ya no te sientes enamorada? — Preguntó Esmeralda.
— Nop.
— ¿Pero aun así vas a continuar con el compromiso?
— Sip.
— ¡Eglin!
Eglin por toda respuesta la miró con firmeza.
— Si no estás enamorada no continúes con el compromiso. Si quieres déjalo así, no te sacrifiques por otra de mis lunáticas teorías.
— No, no te preocupes. No es un sacrificio, son solo cosas que se tienen que hacer. Lo que tenía que pasar, ya pasó. Hagamos el estúpido curso para ser buenas esposas. Te necesito a mi lado todo el tiempo posible.
— ¿Yo también?
Eglin asintió con la cabeza.
— Quien sabe. Te consigues un buen partido entre las SS.
Esmeralda no respondió. Se quedó boquiabierta. Eglin le cerró la boca con delicadeza.
— Es una broma, no te pongas así.
Esmeralda frunció el ceño.
— No es gracioso, Eglin. No es un chiste porque puedes tener razón. Es mejor tener ese curso y no necesitarlo que necesitarlo y no tenerlo — le respondió.
Comieron y regresaron a descansar.
— Nos hemos convertido en unas mentirosas consumadas — le comentó Eglin antes de ir a la cama.
— ¿Por qué dices eso? Yo no soy una persona mentirosa y tu menos.
— Quizá antes no lo éramos. Ahora tú juras, ellas juran, yo miento.
Esmeralda bajó la mirada.
— Es circunstancial.
— Una mentira es una mentira, no importa las circunstancias.
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