Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Solas Contra el Mundo

Ya había pasado alrededor de una semana desde el intercambio mental, como lo llamaba Esmeralda. Las dos se habían reintegrado al estudio de enfermería, pues eso eran Gretchen y Marie Louise, estudiantes a punto de graduarse. Se entregaron como posesas al entendimiento del idioma. Su avance era lento y penoso, por más empeño y dedicación que le prodigaban. La pronunciación, la gramática, los caracteres inclusive, resultaron ser poco menos que incomprensibles para su entendimiento. No podían sostener una conversación fluida en alemán. Se comunicaban con pocas palabras, ademanes, muecas y señales. Y cada vez eran menos condescendientes con ellas y empezaban a exigirles más. Eso les resultaba más familiar y más cómodo que la tolerancia hacia su situación, o lo que ellos pensaban era su situación, desplegada los primeros días. Así, la presión que sentían, si bien les causaba algo de estrés, también era un estímulo poderoso para comprometerse más.

Mantenerse ocupadas era vital. Primero para acortar distancias comunicativas, segundo para olvidar que ya se acercaba diciembre. Pasarían su primera navidad fuera de casa, sin sus padres, parientes y amigos. Solas en un ambiente, si bien no hostil per se, extraño, pesado, de libertad limitada. Con personas adoctrinadas y fanáticas. Por más que todos les trataran con cierta amabilidad y ellas lucharan contra el propio prejuicio, siempre recordaban que estaban entre nazis. A pesar de que no todos los alemanes eran nazis, ni malas personas, no sabían en quien podían confiar más allá de ellas mismas, eso les causaba una inmensa soledad. No había amigos, apoyo familiar, eran solo Eglin y Esmeralda contra el mundo.

Sucedió un imprevisto.

Cerca de una semana después, como ya ha sido expuesto, estando Eglin y Esmeralda en su cuarto entregadas a los estudios correspondientes. Un domingo. Fue requerida la presencia de Gretchen. Alguien le buscaba, según lo poco que pudo entender era un oficial de la SS. Le comunicaron que su presencia era obligatoria o comprometida. No entendió muy bien. Miró a su amiga, mientras se dirigía a la puerta del cuarto, asustada; la mirada lo decía todo. Esmeralda, se quedó paralizada de miedo. ¿Les habían descubierto? ¿Cómo? ¿Cómo pudieron saber lo que sucedió? Sin embargo, reflexionó, sólo llamaron a Gretchen, no a Marie Louise. Aquello le dejó pensativa, si bien se mantuvo nerviosa; quizá la naturaleza de la visita, inspección o lo que fuera, no era porque las habían descubierto. Si fuese así, lo lógico era pensar que las llamaran a las dos, no solo a Gretchen. ¿Quién va a imaginarse, en su sano juicio, que dos estudiantes de enfermería se desmayan un día y se despiertan siendo dos estudiantes norteamericanas de otra época al día siguiente? No creía que nadie pudiera adivinar o intuir semejante suceso. Más en una época que la ciencia apenas se estaba abriendo a las teorías de la relatividad, física cuántica y todas esas cosas. ¿Viajes en el tiempo? ¡Pamplinas! Eso era de locos. Aliviandola un poco. Casi de inmediato pensó lo contrario: así solían actuar los agentes de seguridad. Interrogaban por separado a los involucrados o sospechosos. Buscando contradicciones, incongruencias, datos que no coincidieran. Eso le volvió a poner nerviosa.

Mientras, Eglin caminaba por los pasillos, acompañada por la chica que le fue a buscar y de un doctor, que no sabía muy bien que hacia allí. La joven enfermera no paraba de hablar, estaba muy emocionada. Decía algo, Eglin no entendía del todo. "Por fin, ella (Gretchen) iba a recibir su merecido". Le exhortó entregarse y aceptar su destino. Dijo algo sobre su deseo de que la esposaran y se la llevaran de allí, a Berlín. Las SS tenía grandes planes para ella, no podía esconderse del compromiso tras la excusa de la pérdida de memoria. Lo decía con una extraña malicia encendida en sus ojos y una felicidad tal, que rayaba en lo macabro. Habló de un ascenso que recibió o recibiría. ¡Rayos! No entendía bien lo que le hablaba.

En los ojos de Eglin se acumulaban las lágrimas. Estaba asustada, tenía ganas de llorar, de gritar, de escapar. ¿Pero dónde? ¿Adónde escapar? La chica percibió su deseo de llorar y eso la excitó más. Sonreía de manera perversa. ¡Dios santo, qué maldad! ¿Cómo podía alegrarse ante su desgracia de esa manera? ¡Qué horrible chica! Y pensar que hasta unos momentos atrás le caía bien. Le parecía simpática. Era la compañera de estudios que más compartía con ellas y siempre hacía de intérprete, las ayudaba con tanta entrega, tanto aparente cariño. No. Era sólo una forma de espiarlas o de estar cerca, descubrirlas. Averiguar que secretos guardaban. De seguro ella las había delatado y estaba excitada, como lo había expresado: recibiría alguna recompensa, un ascenso, un incentivo, algún premio; porque sus acciones eran beneficiosas para el Führer, para el Reich, para Alemania. Fanatismo, crueldad, odio, perversidad. Todas las historias que había oído de los nazis eran ciertas.

Por fin llegaron al área de recepción. El doctor siguió su camino. Al parecer no andaba con ellas, solo coincidieron en su transcurrir por los pasillos. Y allí, en el salón, estaba un oficial de las SS, cómo no reconocer ese uniforme, escoltado por dos soldados, a los cuales les daba algunas instrucciones. Le pareció curioso que no portaran armas, estaban uniformados, sí. Ni siquiera el oficial, que en sus manos sostenía un pequeño ramo de flores y una caja de contenido desconocido. Se encontraba parado de espaldas, no del todo, presentaba medio perfil de su rostro. Se veía nervioso, ansioso. Tenía la gorra puesta, pero aun así mostraba el perfil de un hombre atractivo, joven; quizá muy joven para ser un oficial. Rubio, con los ojos más azules que había visto en su vida. Eglin se reprochó un poco, ¿qué ganaba con ver esos detalles? Los pasos de ella y su delatora, le alertaron. Él volteó. Caminó con firmeza hacía ellas, despachó a los soldados, quienes desaparecieron, diligentes, por una de las puertas. Eglin se clavó en el piso, no podía dar un paso más. Estaba demasiado aterrada. La cómplice de su desdicha le empujó en dirección del joven oficial quien, quitándose la gorra, se abalanzó sobre ella, la abrazó con fuerza y sin que ella pudiera oponer resistencia o queja alguna, le estampó un beso en los labios.

Aquello era surrealista, absurdo, incómodo. No tenía sentido. ¿Qué estaba pasando? Esperaba cualquier cosa de ese desconocido oficial de las SS, menos la salva de besos que recibió. Porque, aquel hombre, no limitó sus besos a los labios, sino a la frente, a las mejillas, a sus manos. Manos a las cuales les entregó aquel hermoso ramo de flores y la cajita, que al parecer contenía chocolates.

Fue sorpresivo. Pensar que su primer beso, aquel que guardaba para el amor, para el príncipe azul de sus sueños, había sido con un completo desconocido, un oficial nazi. Experimentó una serie de sentimientos encontrados, del terror pasaba a la sorpresa, de la sorpresa al estupor, del estupor a la rabia. Molesta con ella misma, sin darse cuenta y aunque al principio cerró sus labios con fuerza, terminó correspondiendo el beso y se sintió estimulada en todo su ser de mujer. Parecía ser que los sucesos extraños no cesaban, una vez hubo ocurrido el incidente del tiempo todo se había ido cuesta abajo. ¿Acaso tendría fin esa rodada por la colina? Ansiaba llegar a la base de esa montaña de circunstancias para luego evaluar a conciencia el ascenso y si este era viable. Aquello no encontraba piso todavía. La única base que halló fue esa rabia, rabia por encontrarse en esa situación, rabia con él, por besarla de esa forma, rabia con ella misma por corresponderle, rabia con la chica por ser cómplice del asunto, rabia con la vida, con el amor, con el mundo. Con todas las fuerzas que pudo reunir, se desenlazó del abrazo, empujó al joven oficial y le propinó una sonora cachetada. Fuerte, como cuando realizaba remates jugando voleibol. Toda esa fuerza se desvaneció de improviso y a punto estuvo de perder el conocimiento. Sintió desfallecer, el hombre no le dejó caer y con la ayuda de la chica la sentaron en un sofá de la recepción. Allí estalló a llorar. Desahogó toda la tensión a la que se veía sometida y se entregó a los brazos protectores de aquel muchacho. Porque eso era, un muchacho en uniforme. Un uniforme que para ella tenía historias y connotaciones muy sombrías, sinónimo de atrocidad, crueldad, brutalidad y la más absoluta deshumanización.

Frederick inquirió a la compañera, la joven estudiante de enfermería. Esta le respondió con las frases que ya le había dicho antes. Gretchen se había desmayado hacía unas semanas atrás, ella y su prima Marie Louise. Por razones desconocidas presentaban lagunas en su memoria, su estado mental era frágil. Pareciese como si no entendieran el idioma y sin embargo desplegaban inteligencia y disciplina de otras maneras. Determinar por qué actuaba así o de qué manera se vieron afectadas sus habilidades de comunicación, era todo un misterio. Los doctores y maestros lo habían desestimado, no era algo de qué preocuparse, poco a poco volverían a ser ellas mismas. En fin, ella se lo había advertido, no era seguro que la respuesta emocional de Gretchen fuese positiva o lógica. Quizá someterla a esa situación no fue una buena idea. Dada su insistencia y aprobación de las autoridades del instituto, ella se prestó a colaborar. Era evidente, Gretchen no estaba preparada para el reencuentro con él, su prometido. Le pidió, apelando al amor que le tenía a Gretchen, se retirara y le diera tiempo a ella para que asimilase lo sucedido. Esperando mejores resultados en otra futura cita. "El amor triunfará, confío en ello" le comentó al final.

Frederick accedió a irse. Prometiendo regresar luego. Tenía sentimientos encontrados con lo sucedido. La chica enfermera le había advertido de la pérdida de memoria de Gretchen, el beso correspondido le hizo olvidar el asunto. El recordatorio le llegó de manera violenta. Mira que, con ese tamaño tan pequeño, su novia tenía una mano poderosa. Así lo pensó. No se dio cuenta de que le había propinado la cachetada con la derecha y no con la izquierda. Tampoco relacionó el incidente del profesor en Berlín con lo sucedido con su novia. No se le cruzó por la mente. Decidió ser optimista, poco a poco ella recordaría y podrían ya concretar la fecha de matrimonio. Había rumores de guerra ya desde hace rato. En varias oportunidades pudo haberse iniciado la guerra. Pero, siempre el Führer salvaba la paz con su genio diplomático, aunque no siempre sería de esa manera. Así que deseaba casarse antes de que estallara alguna conflagración. El corazón se dividía entre el deber a la patria y el amor a Gretchen. Necesario era concretar el compromiso. Lo antes posible. El amor lo era todo, el amor a la patria, el amor a Gretchen. Cumpliría con ambos, el matrimonio mismo era un deber para con su patria pues la paternidad era no solo un honor, sino una obligación con la raza aria. Traer más hijos de Alemania al mundo.

Eglin fue conducida de regreso a su habitación. Ya se encontraba más tranquila, había logrado calmarse. Contribuía que el ya referido oficial, se había retirado. A regañadientes, según pudo notar. Resultaba que ahora tenía novio, compromiso y boda a las puertas. No era algo que fuese muy de su gusto, debido a las circunstancias. Debía consultarlo con Esmeralda, su primera reacción fue rechazar ese compromiso y no casarse. No conocía al joven, ni siquiera sabía su nombre; no se le ocurrió preguntar, además era un oficial de las SS. No importaba lo atractivo que fuese, ni el hecho de que su beso apasionado la había conmocionado. No, nada de eso importaba. No se iba a casar sin amor y mucho menos en esa época. Nada más de pensarlo le daba escalofríos.

La joven enfermera que acompañaba a Eglin, de nombre Eloise, sintió el temblor en el cuerpo de su amiga Gretchen. Demasiadas emociones. Le llevaría junto con su prima y luego le prepararía un té y un calmante. Necesario era que descansara. Suspiró, simpatizaba con su situación, todo le parecía muy romántico, el amor se abriría paso y, con la ayuda y presencia de su prometido, recobraría la memoria y sería muy feliz. Ella, que no tenía novio, ni mucho menos tan guapo y con un futuro tan brillante, sentía una sana envidia, según pensaba. Ya quisiera estar en su lugar. Qué bien se veía ese hombre en uniforme. Si señora. Lo habían ascendido y todo auguraba que su carrera militar seguiría en progreso. No es que entendiese mucho eso de la milicia, el ejército o las SS, de política o diplomacia, pero la rama militar estaba teniendo preponderancia en el ámbito de la actualidad. Y lo dicho, que bellos se veían esos hombres de uniforme.

Esmeralda escuchó al fin la puerta. Alguien tocaba. Abrió, allí estaban, la chica Eloise y Eglin, por fin llegaban. La joven enfermera resumió el encuentro en pocas palabras, Esmeralda solo entendió parte del monólogo. Pero de lo poco o mucho que entendía, asintió varias veces con la cabeza. Luego de un interminable minuto se fue, diciendo que regresaría luego con un calmante. Eglin había entrado y sentada en la cama, esperó con paciencia que la chica terminara su perorata. Estaba más tranquila, sí. Se sentía sobrepasada por la magnitud del suceso. Necesitaba la proverbial prudencia e inteligencia de su amiga, su hermana; la única familia que tenía en esa realidad temporal.

—Ahora sí Eglin. Cuéntame qué pasó Porque está chica habló mucho, yo entendí poco. Imagínate. Pensé que dijo que tienes novio. Que te vas a casar. Una locura — le comentó Esmeralda.

—Ojalá hubieras entendido mal. Palabras más, palabras menos, esa es mi realidad —le respondió compungida su amiga Eglin.

—¿Qué? ¡No puede ser! Entonces, estas comprometida. Bueno, Gretchen es la comprometida pero el compromiso lo tienes tú ahora.

—Sí. No hay otra forma de decirlo. Yo iba asustada, confundí las palabras de compromiso con obligación ya significan algo parecido. En el momento pensé que nos habían descubierto de alguna manera o sospechaban algo de nosotras.

—Yo también pensé lo mismo. Y ahora no se si esto es peor o mejor —le completó la frase Esmeralda.

—Exacto. Todo esto es una pesadilla, una sorpresa tras otra. ¿Cómo podemos cumplir con los lineamientos de eso que llamas determinismo? No tenemos control de nada de lo que pasa — se quejó Eglin.

—Eso nos lleva a la siguiente pregunta.

—¿Cuál?

—Si debes casarte o no...

Eglin no respondió, su expresión lo decía todo. "¿De qué está hablando Esmeralda? No, no, no. No se podía casar con un oficial nazi. ¿En que estaba pensado? Debería estar pensando en las maneras de romper el compromiso, no en la confección del vestido de novia".

—Sé que es fuerte pensarlo y siento que no te puedo pedir sacrificio semejante. Pero no sabemos si ese matrimonio de Gretchen con ese muchacho es el primer paso que nos llevaría desde el Punto A al punto B de nuestra estadía en esta línea temporal.

—¡¿Qué?! No, no, no... tú estás loca, ¿cómo se te ocurre decir eso? —estalló Eglin.

—Baja la voz —le pidió, haciéndole señas con el dedo en la boca —no es conveniente que nos escuchen hablando en inglés o en tu caso, gritando. Cálmate por favor.

—Pero es que... — intentó replicar, las palabras se le trababan.

Con qué eso era lo que llamaban un nudo en la garganta. Qué cosa tan horrible.

—Calma. Podemos manejarlo. No tienes que llegar al matrimonio, pero si pienso que deberías mantener el compromiso.

—Explícate por favor.

—Sencillo, amparándote en la pérdida de memoria alarga lo más que puedas el noviazgo, la guerra comenzará en unos meses y él será llamado al servicio, quizá hasta muera en combate o no pueda regresar en años. Nada es seguro y tampoco puedo pedirte que te cases sin amor y, de paso, con un oficial nazi, que no tenemos ni la remota idea de qué importancia tenga.

—Entiendo, aunque suena algo cruel eso de la muerte. Es una posibilidad muy real. Sin embargo ¿cómo evitas un compromiso sin siquiera poder hablar el idioma correctamente?

—Tocará improvisar y prepararnos para lo inesperado.

—No veo cómo podemos hacer lo uno o lo otro. Lo inesperado ahora es nuestro pan de cada día.

—Mantente positiva.

—Es fácil decirlo, no es a ti quien te pasa esto — le reprochó Eglin.

Esmeralda nada le respondió. Sólo le abrazó con fuerza.

—Disculpa Esmeralda, no debí decir eso. Tú estás aquí conmigo y pasamos por lo mismo. Y debo agradecer tu compañía, sin ti ya me hubiera vuelto loca con esta situación —se disculpó, no era justo desahogar la rabia que sentía con ella.

Esmeralda suspiró. Le hizo una pregunta que le pareció importante.

—Seamos prácticas. ¿Qué rango tenía el oficial?

—No sé, no conozco nada acerca de los rangos militares.

—Eglin, tu papá es militar, deberías saber algo, al menos eso pensé.

Eglin se quedó pensativa un rato. Era cierto, pero si algo había sabido lo había olvidado por falta de interés o porque nunca prestó atención y si hubiera aprendido algo sobre el tema tampoco importaría mucho pues no se fijó en ninguno de esos detalles durante el encuentro.

—No lo sé. Estaba muy aturdida en esos momentos. Lo que sí recuerdo es que Eloísa habló algo sobre un ascenso. Claro, en el momento pensé que ella recibiría un ascenso por entregarnos, yo pensaba que ella nos había delatado. El ascenso, ahora que lo pienso mejor, lo había recibido él.

—Eso es algo, aunque no mucho. Habrá que preguntar a Eloise. Ella debe saber. ¿Recuerdas el nombre de tu prometido?

Eglin por toda respuesta frunció el ceño.

—El nombre del prometido de Gretchen... —corrigió Esmeralda.

—No. Y si lo dijo no lo escuché.

—Está bien. De nuevo le preguntaremos a Eloise. No es importante. Si es tan joven no debe tener un rango tan alto.

Eglin se encogió de hombros.

—Ya relájate, no te voy a torturar más con preguntas sin respuestas. Abre la caja de bombones — le dijo mientras señalaba con la vista la referida caja —. Nada mejor que un chocolate para aliviar las penas.

Eglin estuvo de acuerdo. Abrieron la caja, adentro, además de los chocolates estaba un anillo y una carta. Pasaron el resto de la noche traduciendo el texto, ayudadas por un diccionario alemán–inglés que había tomado prestado de la biblioteca. No cabía duda, el hombre amaba mucho a Gretchen. Le reiteraba su compromiso, su amor y su total resolución a casarse con ella y formar un hogar. Gracias a la ayuda de un mentor, un científico amigo suyo de Berlín había conseguido el anillo. Había partes que no pudieron traducir, las que sí, les daba la sensación de un hombre bueno, decidido y amoroso. ¿Cómo congeniar dos ideas que parecían opuestas? Siempre habían creído que los miembros de las SS eran poco menos que degenerados psicópatas y asesinos de sangre fría, seres sin corazón, llenos de odio y malevolencia. Las letras mostraban el corazón de un romántico idealista, alguien que amaba, que sentía, que tenía esperanza y quería hijos, hogar, casa y prosperidad. Y allí, al final de la carta, estaba su nombre: Frederick Ursh.

—¿El nombre te dice algo Esmeralda?

—No, nada. No me suena de nada. En la historia, de que yo recuerde se menciona nada acerca de él. Si tuviéramos internet, pudiese que encontráramos algo, pero estoy muy segura que nada hallaríamos.

—¿Eso quiere decir?

—Nada. Sus acciones no fueron relevantes para la historia. En la carta menciona lo del ascenso. Lo ascendieron a .

—¿Y qué rango es ese?

—No estoy segura. Los rangos en las SS eran distintos a los del ejército regular. Pero creo que es un rango de suboficial. Subteniente, sargento primero o algo equivalente. Es difícil decirlo.

—Ya quiero dormir, es tarde y no quiero seguir lidiando con esto por hoy. Estoy cansada —manifestó Eglin —. Además. Eloise nunca vino con el calmante.

—Te entiendo, ya suficientes emociones por hoy. Y es verdad, no trajo nada.

—Al menos los chocolates estuvieron deliciosos.

—Sí, dios bendiga el chocolate —ratificó Esmeralda mientras comía el último de los bombones —. Me hicieron olvidar, por unos segundos, que estamos solas contra el mundo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro