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Sepelios

Eglin fue convocada, como viuda, a la ceremonia de entierro de Frederick. Recibió la medalla Pour Le Merite y fue notificada del ascenso post mortem de Frederick y el derecho al cobro de la pensión, correspondiente con el grado de teniente. Esmeralda estuvo a su lado todo el tiempo. Un oficial se le acercó. Se identificó como el teniente Gaitner. Le dio el pésame y se puso a sus órdenes. Ese mismo oficial dio un pequeño discurso, hablando de la valentía, el sacrificio y el patriotismo de Frederick. Todo muy sentido y muy bonito, pero en realidad no importaba. Estaba muerto, ninguna palabra de aliento le iba a revivir. Era 15 de septiembre y la campaña polaca estaba por terminar. A instancias de Esmeralda, Eglin conversó con el oficial, se ofreció de voluntaria para servir a su país. Ella y su prima, ya fuese como enfermeras u otra tarea que les encomendaran. Además de su profesión, añadió, sabían inglés. Por parte materna, explicó, eran de descendencia británica. Y ahora, que estaban en guerra con Gran Bretaña, el conocimiento del idioma podría ser útil a la patria.
El oficial quedó en contactarle luego. Le recomendó que se tomara un tiempo para asimilar el dolor y que no se preocupase, pertenecer a la cruz roja ya era un servicio a la patria. Le había prometido a Frederick ayudar a su esposa, él se lo pidió expresamente antes de morir. ¡Y que el infierno se congele si faltaba a su palabra!
Esmeralda observaba la situación en silencio. Se preguntaba, si ese oficial sería la clave para cumplir con su meta/destino. Tendrían que esperar un par de años más. Porque, como es sabido, los dos primeros años de la guerra fueron favorables a Alemania. Recién en 1942 fue que comenzaron a sentirse los resultados adversos y los bombardeos de la RAF a Berlín comenzarían en 1940. Para experimentos secretos no había fechas concretas, solo conjeturas, investigaciones poco serias, opiniones diversas. Siendo de esa manera el camino oscuro.
Por lo pronto servir a la patria era lo necesario. Total, ya a estas alturas eran miembros del partido. Tuvieron que inscribirse en el NSADP para poder hacer el curso de buena esposita. De esta manera no importaba si la motivación era justa, justificada o fervorosa. Lo importante era destacar y ganarse la confianza de las autoridades nazis. No porque simpatizaran con sus torcidos ideales, sino por conducirse, en lo posible, en el camino del determinismo. Cómo rezaba el viejo dicho latinoamericano: "lo que es del cura acude a misa". Si el destino de Gretchen y Marie Louise era estar presente o cerca del incidente que acarreó el desplazamiento mental-temporal, este debía ocurrir de manera indefectible, siempre y cuando ellas no se desviaran mucho de su camino. Al menos esa era la teoría o más bien la esperanza.
—¿Cómo te sientes Eglin? —le preguntó una vez que culminó el sepelio y estuvieron en casa.
– Bien, inesperadamente bien. Sí, no niego que me ahogaba cuando recibí la noticia. Sentí como si una ola me arrastrará mar adentro, me hundí, me sofocaba, el vacío debajo de mi me parecía inconmensurable, oscuro, poderoso, avasallante. Luché, di pataletas, hasta que tomaste mi mano y me sacaste de ese mar de infelicidad. Y estoy en la playa, donde me dejaste, empapada, cansada; viva, respirando y queriendo seguir adelante.
—Qué bueno oír eso. Me preocupaba que te deprimas.
—No, Esmeralda. Sí, una parte de mi quiso a Frederick. Y siempre lo querrá. Pero la viuda no soy yo, es Gretchen, a quien él amaba era a Gretchen y quién lo amaba era Gretchen. Yo solo tuve un enamoramiento, una ilusión. Inclusive el cuerpo que él tomó era el de Gretchen. Este cuerpo, como bien sabes, no es mío
—Pero las sensaciones sí. Esas fueron tuyas.
—Sí, pero fue algo prestado. Ya se acabó el préstamo, la vida cobró, el pago ya fue tomado. Listo. Eso es todo.
Esmeralda no le replicó esta vez. Solo la abrazó. Eglin, por mucho que le restara importancia al asunto, necesitaba ese abrazo. Estaba madurando y eso le hacía endurecerse, igual sólo eran dos adolescentes involucradas en una situación inverosímil.
En un contexto análogo, más no igual y en otra línea del tiempo. Gretchen y Marie Louise asistían al funeral de Gules, este había muerto a pesar de que Gretchen había obtenido la muestra de sangre y luego le inyectó el antídoto que preparó el profesor. Más que tristeza, una rabia le embargaba. El doctor Kubbelmeyer las había manipulado y engañado una vez más. Toda la clase estaba allí, los profesores, todos menos él. Así que sin mediar palabras ni consultar con Marie Louise tomó rumbo a la casa del odioso profesor aún y cuando el entierro no había terminado. Todos lo notaron, nadie dijo nada. Cómo el padre de Eglin se moviera con intención de interceptar a su hija, Marie Louise, en la figura de Esmeralda le hizo señas de que ella se encargaría. El Capitán Thompson desistió de la idea. Quizá era mejor así, no sabía muy bien que decirle a su hija ante su pérdida. Entre mujeres y amigas se podían entender mejor. Gretchen caminaba apresurada, Marie Louise corrió y pudo alcanzarla.
—¿A dónde vas Gretchen?
—A encarar al doctor Kubbelmeyer, me debe una explicación.
—Déjalo así. El tipo está loco, además es inteligente y astuto. Una combinación peligrosa.
—No me importa. Estoy hasta la coronilla con sus confabulaciones. Esta mascarada ha costado una vida. Todo por su estúpido experimento, por un régimen muerto hace setenta años, por ideales anacrónicos y monstruosos. Estoy cansada Marie Louise, estoy cansada.
Siguieron caminando con premura. En silencio, Gretchen lloraba, tenía los ojos encendidos de furia. Marie Louise jamás la había visto así. En esos momentos temía más de ella que del profesor. En un arrebato de cólera podría cometer alguna imprudencia. Debía vigilarla de cerca, además, ella también quería saber que había pasado. Se había hecho la idea de que Gules se salvaría con el antídoto. Por eso la desilusión, el desengaño. Ahora faltaba saber la verdad, si es que había alguna en este caso. Quería exponer mejores argumentos para evitar la confrontación, más allá de lo que ya había expuesto no se le ocurrió nada.
En menos de lo que hubiesen creído llegaron a la residencia de los King. Les recibió la señora Linda. No le causó sorpresa ver a "Eglin" llorando y con el rostro descompuesto. Atribuyó el enrojecimiento de sus ojos al llanto y el dolor, no vio rastros de furia en ellos. La abrazó y le dio sus condolencias. Cómo muchos, pensaba que Gules y ella tenían algún tipo de relación más allá de la amistad.
Ella solicitó hablar con Martín. Con lo unidos que siempre fueron su esposo y Eglin le pareció adecuado.
— Es bueno que hayan venido, Martín esta tan afectado que no pudo ir. Yo tampoco insistí mucho, esas emociones no le hacen bien. Es grato saber que podrán confortarlo un poco —expresó la señora King.
Gretchen asintió con la cabeza. Este se hallaba en el sótano, en su taller, por no llamarlo laboratorio, sumido en sus experimentos y cálculos. Apenas se percató de su presencia, dejó lo que estaba haciendo y le pidió a Linda que les permitiera un momento a solas. Ella accedió, manifestó que igual debía salir con los niños, le tranquilizaba dejar a su esposo en buena compañía. Subió, alistó a sus chicos, se despidió desde las escaleras y se fue al centro en el auto. Esperaron a que se fuera, una vez que la casa estuvo vacía comenzaron a hablar.
—Muy bien, ya se fue mi querida esposita, hablen —anunció el profesor.
—¡Nos engañó! El antídoto no dio resultado. Gules murió de todas maneras —le reclamó Gretchen.
Marie Louise se quedó a la expectativa.
—Sí, el muchacho murió, pero el antídoto fue efectivo.
—¿Cómo que fue efectivo? ¡Él murió! No sirvió de nada, es usted un inepto o eso que le inyecté era para terminar de matarlo. 
—Ni lo uno, ni lo otro. El antídoto era para: primero, desactivar el agente trazador y segundo, eliminar todo rastro de la sustancia en su sangre. De allí en adelante la sobrevivencia era cosa de su cuerpo. Lamento que muriera, me hubiera gustado hacer un monitoreo de su recuperación y hacer otros experimentos con él. Fue una pérdida para la ciencia, quien sabe que secretos pudiera desvelar y hasta, quien sabe, hallar un tratamiento para la contaminación radioactiva.
—¡Es usted un malnacido! ¡Dijo que sí que si obtenía una muestra de su sangre podía elaborar un antídoto para contrarrestar los efectos de la radiación! —estalló Gretchen.
—Y eso hice. La fórmula contrarrestó los efectos. No me acusen de engaños, yo jamás dije que era para salvar al muchacho.
—Era algo implícito, usted dejó que pensáramos eso. Que su salvación era posible. Era más fácil para sus objetivos, sus estúpidos experimentos y su infame cruzada.
—Eso lo pensaron ustedes. No es mi culpa que se les ocurriera eso.
Gretchen no respondió, se abalanzó sobre él, tenía un cuchillo de mesa en la mano. Marie Louise se quedó pasmada. ¿En qué momento lo tomó? No, no pudo haberlo tomado de la cocina. Apenas si habían llegado hasta la sala y de allí pasaron al sótano, eso quería decir que lo trajo desde su casa. Su plan era matar al profesor desde el principio. Aunque más que un plan era un acto puro de rabia, odio y frustración. El hombre esquivó el ataque, le arrebató el cuchillo, lo lanzó lejos. Y en una demostración de fuerza bruta la alzó por los aires con un solo brazo, tomándola por el cuello. Los dedos se crispaban, la estaba ahorcando. Gretchen pataleó y trató, de manera inútil, deshacer el agarre. Aquellas manos enormes ejercían una presión ciclópea. Marie Louise, antes que pudiera reaccionar se vio a si misma tomada del cuello y alzada al aire, tal como le ocurría a su prima. También luchó, pataleó, nada logró. Se desvaneció sin poder evitarlo.
Cuando despertaron se hallaban en un sofá viejo hallado en el sótano. Recostadas una de la otra. Les dolía el cuello y les costó un poco respirar al principio, estaban vivas. En una silla colocada al revés, frente a ellas, sobre la cual reposaba sus brazos, estaba la figura del profesor. Esa oscura mole de músculos que albergaba la mente de un científico loco. Sonrió con malevolencia al verlas despertar.
—Qué bueno que despertaron, necesitamos hablar con calma, como seres civilizados —les dijo muy sosegado.
Las chicas estaban muy adoloridas y conmocionadas como para hablar. Así que solo asintieron con la cabeza.
—No se preocupen, aun y cuando intentaron agredirme no es realmente mi intención hacerles daño. Sé qué están pensando que soy un monstruo y todo lo demás, pero no soy un asesino. Soy científico y mi deber es con la ciencia, soy alemán y mi deber es con la patria.
"Que cínico", pensó Gretchen.
—Entonces niega usted su participación en la muerte de Gules —afirmó Marie Louise.
—No la niego. Es obvio que murió por mis acciones, sin embargo, mi intención no era que muriera.
—No importa la intención, el resultado fue la muerte. Eso, eso es asesinato, no importa como lo adorne —le acusó Gretchen.
—Si es por eso ustedes también son asesinas —contestó el profesor.
—Nosotras no hemos matado a nadie —expresó Marie Louise.
—¿Cómo se atreve a afirmar eso? Usted no nos conoce, además somos enfermeras de formación, nuestra tarea fue siempre ayudar a salvar vidas.
— Podrán engañar a otros, pero no a mí, ni a ustedes mismas. No me van a decir que en medio del Aktion 4 ustedes no mataron a nadie. Sí, sí, no pongan esa cara, yo sé de eso, se lo que ocurrió. ¿Cuántas mujeres, ancianos y niños mataron con la excusa de cumplían órdenes?  —dijo él, haciendo muecas de burla y sonriendo de forma macabra.
—Es distinto, nosotras no sabíamos lo que ocurría —se defendió Gretchen.
—Y cuando lo supimos protestamos y no participamos más en esas acciones —completó la idea Marie Louise.
— Claro, claro, siempre es distinto cuando las cosas le ocurren a uno. Es muy cómoda esa afirmación. ¿Cómo fue que dijiste? ¡ah, sí! No importa la intención, el resultado fue la muerte. Eso, eso es asesinato, no importa como lo adornen —le acusó el profesor repitiendo sus palabras.
—Nosotras no sabíamos lo que hacíamos, en cambio usted sí, hizo el experimento a sabiendas que podía morir —replicó Gretchen.
— En efecto, siempre supe que era un riesgo, me confié, lo admito, pequé de confiado. Creí tanto en mis habilidades y conocimientos que despejé toda duda de mi mente y me convencí de que no hacía nada malo. Solo un experimento inocuo.
Las chicas guardaron silencio. No valía la pena discutir con un ser semejante. Lo dijo con tanto convencimiento, como si hubiese matado una mosca sin querer.
—Para ya zanjar el asunto. Las voy a liberar de cualquier tarea o acuerdo que hayamos realizado. No las voy a molestar más, dedíquense a sus cosas, yo a las mías. Olvidaré que intentaron matarme y ustedes se olvidarán de que, en defensa propia, respondí con cierta rudeza.
—¿Cierta Rudeza? Casi nos parte el cuello —le recriminó Marie Louise.
—Y pude haberlo hecho. No era necesario, a pesar de lo que ustedes piensen, no me gustan las muertes innecesarias y ustedes son mis compatriotas. Ya en unos meses termina el año escolar, ustedes irán a la universidad, yo me quedaré aquí y con los materiales que tengo puedo continuar solo, no las necesito.
Gretchen, a pesar de lo asustada que estaba se alegró de escuchar eso. Era lo que más deseaba, no tener nada más que ver con ese científico del demonio.
—¿Entonces quedamos así, sin rencores? realicen sus planes que yo realizaré los míos.
Las chicas aceptaron, no parecían tener otra opción. Si antes le tenían temor ahora más. Ya no solo era locura, ahora era desfachatez, cinismo y una moral muy flexible. Aparte ese despliegue de fuerza experimentado en el sótano les había intimidado. No las mató solo porque en su locura las veía como camaradas, compatriotas y por una autocomplacencia en la fortaleza recién adquirida, además necesitaba testigos de su grandeza científica, o al menos eso pensaban, ingenuas. Les quedaba al menos la esperanza de no tener más tratos con él y, una vez en otra ciudad, estarían fuera de su alcance. Sí, era lo mejor. Pasar el susto y seguir adelante.
Las acompañó hasta la puerta. Antes de irse les dio el dio el cuchillo les dijo:
— No olviden llevarse su mondadientes, con este cuchillito no hubieran podido hacer mucho.
Y tenía razón era un cuchillo de mesa pequeño, que ni buen filo tenía. Gretchen lo recogió y salieron presurosas. Eran libres ahora de ese sujeto. Eso creían.

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