Retorno Y Oportunidad
Ya habían dado de alta a las chicas. James regresaba con ellas y con Gules a Callhoun, conduciendo su Mustang. El resto de la clase ya había regresado el día anterior en el autobús. El profesor Martin se quedó internado en una clínica de Valparaíso. En el incidente se había fracturado el cráneo. Para él no significaba un incidente, sino un accidente y con cierta gravedad; presentaba un Hematoma Epidural y había sido intervenido. Su familia estaba con él, habían viajado rápido, apenas recibieron la noticia. A James le daba un poco de pena dejarlos con esa situación, pero su prioridad era Eglin, ya lo había hablado por teléfono con Kara; ella quería a Eglin tener a su lado lo más pronto posible. Y, no sabía cómo, había quedado responsable de la clase. Tuvo que organizarlos y despacharlos a casa, mientras su hija estaba aún en cama e inconsciente. Fue duro debatirse entre la responsabilidad adquirida de manera incidental y el amor de padre. ¿Cómo rayos se complicaron las cosas así? Nadie tenía una explicación de lo ocurrido y las consecuencias habían sido minimizadas. Dos estudiantes y un profesor se habían desmayado dentro de un avión de la exhibición, que recibía mantenimiento, el cual por razones desconocidas se hallaba abierto. Las dos chicas resultaron ilesas y el profesor sufrió una fractura craneal al golpearse contra la estructura del avión. Ese era el parte oficial. Pero allí estaba la situación del profesor Martin, aunque estaba estable y su vida no corría peligro, el pronóstico era reservado. Las consecuencias del golpe en el cerebro eran inciertas. Las chicas, aunque "ilesas" estaban silenciosas, se comportaban de manera extraña. La mayoría de su vocabulario era monosílabo. "sí", "no", "bien", "ok". Los doctores le dijeron que no se preocupara, que poco a poco volverían a ser las mismas. Cuando él insinuó que esa pérdida de memoria podía significar algo más grave, ellos lo desestimaron y sí así fuese el caso, la cotidianidad y el ambiente familiar era la mejor cura. Esmeralda parecía poco menos que un zombi y Eglin, aunque se veía más animada, se sentía algo forzada esa actitud. Había una extraña chispa en sus ojos, inquietud, ansiedad. Se había sentado en el asiento trasero y abrazaba a Esmeralda con cariño maternal mientras que con él, su padre, se mostraba algo fría. De copiloto estaba Gules, que, si las niñas estaban dispersas, él se encontraba peor, se le notaba a pesar de sus lentes oscuros. No pudo despacharlo a casa en el bus, se negó a irse sin Eglin. Pobre chico, estaba enamorado. Amigo de siempre, vecino; el hijo varón que nunca tuvo, el hermanito menor de su hija. Ahora manifestaba una querencia más allá de la amistad, insospechada, secreta, nadie se percató de su apego, ni él, ni Kara y, estaba seguro, Eglin tampoco.
Gretchen, por su parte, ya había tomado control de la situación. No tenía indicio de las causas, así que ponderaba las consecuencias. Estaban en otra época, otro país. Una realidad increíble y distinta a la suya; paz, prosperidad y vida en familia. Eran 6 años más jóvenes que cuando estaban en la Alemania de 1944. No había rigidez y un augurio de abundancia se abría ante ellas. Un contraste con la austeridad de la guerra y las limitaciones inherentes a su servicio militar. El choque tecnológico era abismal. Menester era aprender a usar esos aparatitos, los teléfonos portátiles. Eran una maravilla, el sueño de cualquier espía, servían para comunicación, tomaban fotos, eran compactos y livianos. Lo dicho: una maravilla. El panorama para ambas no se veía tan mal. Deberían adecuarse a sus familias adoptivas, lo cual no parecía ser un problema, dar amor, recibir amor. La amnesia les duraría lo que a ellas le tomara adaptarse a la cultura americana, a conocer amigos y familiares de las chicas cuya identidad ahora usurpaban. Eran estudiantes, bien. Eso les permitiría tener una base para definir metas. Podrían volver a estudiar enfermería o quizá llevar sus conocimientos y experiencias a otro nivel, por ejemplo: medicina. En fin, un mundo de posibilidades. Norteamérica era hermosa, todo se veía tan nuevo, a la vez tan tradicional. Los paisajes, los autos, los pueblos. La música que se escuchaba por radio era un poco ruidosa y confusa, pero tenía buen ritmo, hacía que quisiera bailar y mover la cabeza, se abstuvo. Había tantos detalles por absorber, con la suerte de que ahora tendrían tiempo y libertad de movimiento. No en ese estado de hostilidad, encierro y constricción en cual se encontraban antes.
Sólo una cosa le tenía pensativa. El profesor... él estuvo allí, con ellas, en el incidente y en esta época en el incidente también estaba presente un profesor, esta vez de educación física. Era muy posible que ese profesor Kubbelmeyer estuviera ocupando la mente del profesor siniestrado. Le inquietaba, aunque no podía corroborar por los momentos. El Profesor en cuestión, había sufrido un traumatismo craneal, estaba inconsciente al momento de ellos regresar y no pudo hablar con él. Su recuperación era de pronóstico reservado, según los doctores. Pero ella creía con firmeza, que se recobraría, según su experiencia los pacientes con lesiones similares siempre terminaban recuperándose contra todo pronóstico, si alguien podía explicar lo sucedido era él. Era uno de los causantes del experimento, sea lo que fuera que hicieron.
James observó por el retrovisor, Eglin se veía, en esos momentos, más animada. Pensó que quizás estaba exagerando al preocuparse tanto por ella.
—¿Todo bien, cariño? —le preguntó.
—Sí, Padre —Le contestó Gretchen, jovial, sin decir esa palabra tan cercana como lo es "papi".
James suspiró. Ese acento tan raro no le gustaba mucho, pero al menos respondía con cierta naturalidad.
—Llegaremos en unas dos horas a Callhoun. Estamos cerca de una parada. ¿Tienes hambre? ¿Te apetece comer?
— Sí, por favor.
— ¿Y tú Esmeralda? ¿Tienes hambre?
— Si, por favor —respondió Marie Louise.
Sonaba a acento británico, también alemán. James no sabía cómo procesar aquello. Siguió intentando conversar con las chicas, aunque con poco éxito. Solo decían eso, frases cortas, afirmativos y negativos. No había una conversación fluida, solo preguntas y respuestas.
Una vez en la parada, comieron unos emparedados, acompañadas de las clásicas gaseosas. James pidió café en vez de refrescos. Gules también bajó con ellos, no quiso ingerir alimentos, solo una gaseosa.
Mientras estaban comiendo, Gules se quitó las gafas y le pidió perdón a la persona que él pensaba que era Eglin. Gretchen, le escuchó con atención. Necesitaba saber quién era ese muchacho y qué importancia tenía o tendría en su nueva vida. Luego de escucharlo, sintió pena por él. Era evidente que estaba enamorado de esta muchacha Eglin sin ser correspondido. Mira que todos se habían ido y él se había quedado, durmiendo, con toda la incomodidad que ello conlleva, en una silla, en el pasillo de la clínica. A eso se le puede llamar amor, o quizá devoción. Y a pesar de eso más tristeza le causaría. Ella tampoco le iba a corresponder. Era un chico guapo, pero era eso, sólo un chico, un niño a sus ojos. Tenían la misma edad a nivel físico, a nivel mental ella tenía 23 años, había pasado por experiencias muy fuertes. La guerra la había endurecido. Se había casado y enviudado casi al mismo tiempo. Había visto muchos hombres y mujeres morir, niños inclusive. Participó, de manera involuntaria, en el Aktion 4, mató pacientes, mató en combate. Estuvo en batallas, bombardeos, en tantas cosas. Y luego, de alguna manera, terminó sirviendo en esa mazmorra subterránea que llamaban laboratorio. En comparación con Frederick, él era solo un niño mimado, no era un hombre. ¿Cómo podría tomarlo en serio? Aparte era bajo de estatura. Este chico no hubiera entrado en las Waffen-SS. Pelirrojo, pecoso y de aspecto débil. Sin embargo, siendo un amigo de la muchacha, cuyo cuerpo ocupaba, le sonrió y le dijo muy enfática: "No te recuerdo"
El pobre chico se colocó las gafas de nuevo y en seguida se retiró de la mesa, sin decir palabra alguna. Quizá fue algo cruel, pero mejor era así, no quería darle falsas esperanzas. Tampoco deseaba tener a ese mocoso tras ella todo el tiempo, pisándole la falda y suspirando en las ventanas. No, no, no tenía tiempo para eso. Ya habría tiempo para hacer amistades y quién sabe si para el amor, pero por ahora necesitaba estar centrada, calmada para aprovechar de mejor manera esta segunda oportunidad que le daba la vida. Su único amor en este tiempo debía ser su prima Marie Louise. La única a quien debería verdadera dedicación.
Marie Louise por su parte, se hallaba confundida. No tenía las ideas tan claras como Gretchen, se sentía mal, incómoda. Fingiendo ser alguien quién no era. Y el hecho era que no tenía otra opción sino fingir ser la chica morena porque técnicamente era ella. Decir la verdad era un absurdo, mentir también. Era Marie Louise, también era esa muchacha Esmeralda. ¿Cómo vivir siendo una, viviendo la vida de otra? Porque era así, su vida ahora era más de ella que suya. Pensaba como Marie Louise, debía actuar como Esmeralda, en un entorno familiar, ambiental, cultural e idiomático que no le pertenecían. Se sentía esclava de una situación, esclava de un nombre, esclava del miedo y de los traumas de la guerra. Todo quedaba atrás, la verdadera familia, se había perdido. Durante la guerra guardaba alguna esperanza de volverlos a ver, a su mamá, que aún vivía, a sus hermanitos. Ahora, de un solo impulso, habían muerto todos. Envejecieron 70 años y ni siquiera pudo llorar sus muertes. Esta realidad le aterraba, le faltaba motivación para vivir y sin embargo seguía viviendo. Tenía que aceptar que sin la poderosa presencia de Gretchen hubiera perdido la razón. Ella si estaba optimista, parecía tener un plan, aunque era evidente que no lo tenía. Pero así era ella, una amante de la improvisación, la chica que se reinventaba, que superaba su orfandad, su viudez, el comprometimiento de su ética; su motivación era ella misma y su amada prima Marie Louise. Y eso le reconfortó un poco: pensar que si ella era la motivación de Gretchen, Gretchen debía ser su motivación. Sonrió, pero tenía ganas de llorar.
El profesor Abraham, en Callhoun, también se encontraba de regreso a casa. El chequeo médico no había sido muy esperanzador. La sospecha era ahora una certeza, los resultados dictaron la sentencia: cáncer. Cinco letras, un significado, terror, confusión y tristeza. No podía venir sin la frase de rigor: "si lo hubiéramos detectado a tiempo..."¿Cómo rayo se asimila eso? Se sentía abrumado, no sabía qué hacer, ni a quién acudir. Su amigo, su mejor amigo, estaba internado en una clínica luchando por su vida, en otro estado, muy lejos. Así que no podía acudir a él, a su consuelo. Era solo otra noticia que añadía negatividad al día. Necesitaba el apoyo de su amigo, pero Martin y su familia también necesitaba del apoyo del solitario Consejero de Escuela. ¿Qué hacer? Ya estaba entrada la tarde, pronto oscurecería y él se encontraba tan cansado y conmocionado, no tenía ánimos de manejar hasta Florida. Le daba vergüenza no asistir de inmediato, pero no aportaría nada bueno a la situación en su estado depresivo e irritado. Ya sea por impotencia o por desesperación, decidió ir a casa, descansar, reflexionar, si era ello posible. Les llamaría; si, una llamada cuando se hubiese calmado, sería más beneficiosa, que su cara larga y demacrada. Y así lo hizo, Linda, por teléfono le comunicó que Martin estaba fuera de peligro, estaba bajo observación, esperando a que despertara. Eso lo tranquilizó. Él se excusó por no haber podido ir, al estar en un chequeo médico. Ella le indicó que eso lo sabía, Martin le había contado, lo comprendía y le pidió que se hiciera cargo con el equipo de voleibol, eso Martin se lo agradecería y no se preocupara por viajar a Florida, atendiera a los estudiantes, eso hubiese querido su esposo. Ya de regreso podría visitarlo y, seguramente, ayudarlo con su recuperación. Abraham tomó un calmante y se recostó a dormir. Era temprano, no había oscurecido aún, necesitaba el reposo y el silencio de los sueños.
James llevó primero a Esmeralda hasta su casa. Tuvo que encontrar la dirección en comunicación con sus padres vía telefónica, Esmeralda no recordaba cómo llegar. Hubo mucha emoción en su recibimiento, al menos por parte de sus padres. Ella seguía algo abstraída. Por más que hubiera querido partir de manera inmediata a casa, aceptó la invitación a entrar. La señora Cabrera fue muy amable y estaba agradecida por cuidar de su niña y él, todo lo contrario, se sentía culpable. No las había cuidado como se debía, pero nada dijo y solo respondió con una sonrisa de compromiso. Sin querer se estaba comportando igual de abstraído que las chicas. Entre tantas cosas ocurridas, estaba agotado. Solo quería descansar y darle descanso a su hija, dormir, despertar y que al día siguiente todo estuviese como antes. No existía ninguna seguridad de que iba a ser así. Pero de alguna manera debía mejorar y a esa sencilla esperanza se aferraba. Estando en la sala, reconoció un rostro amigable, en una de las fotos que se hallaban en uno de los muebles.
—Disculpe. ¿Es la foto de su padre? ¿El sargento Mike Smith?
—Sí, es mi padre. ¿Cumplieron servicios juntos? —le contestó la madre de Esmeralda, señalando la gorra, con el símbolo de la base Eglin.
—No, no servimos al mismo tiempo o no tuvimos el placer de compartir. Pero lo conocí el día del nacimiento de Eglin y Esmeralda. En Athens.
—Qué casualidad tan agradable.
—¿Dónde está? Me agradaría saludarlo.
—Murió el año pasado. Antes de mudarnos a Callhoun.
—Lo siento. No quise molestar — expresó compungido James.
—No se preocupe. Son cosas de la vida. Hoy estamos y mañana no sabemos.
—No se me ocurrió que esa niña Esmeralda de aquella ocasión era la misma Esmeralda, amiga de mi hija. Como el apellido del Sargento era Smith...
—Cabrera es el apellido de mi esposo. Es entendible que no relacionara una persona con la otra.
—Pareciera que el destino de esas niñas era conocerse y ser las amigas que son ahora.
—Sí, es un pensamiento reconfortante. Mírelas, no se despegan la una de la otra, son más hermanas que amigas —comentó señalando con la mirada a las mencionadas.
Gretchen y Marie Louise, estaban sentadas en un sofá, disociadas de todo lo que sucedía a su alrededor. Por lo menos en apariencia. Gretchen estaba muy alerta, tomando nota mental de todo lo que pudiera ser importante y a medida que iba detectando detalles se los susurraba al oído a Marie Louise. Quien parecía estar todavía un poco conmocionada con la situación. Necesitaba que despertara a esta nueva realidad, saliera de ese estado pasivo y se colocara en un ámbito activo. No es que temiese la posibilidad de ser descubiertas, pues quién, en su sano juicio, pensaría que ellas no eran los rostros y nombres del presente, sino personas del pasado en el futuro. Nada más de repensarlo era todo un trabalenguas, un absurdo, un disparate. Mejor era adaptarse a sus nuevas vidas, aprovecharlas al máximo y vivir, ser felices, libres de las angustias de la guerra. Escuchó decir lo del destino y no podía estar más de acuerdo. Ella y Marie Louise habían nacido el mismo día, el 1 de septiembre de 1921. Crecieron juntas, Gretchen perdió a sus padres de niña. Su padre había caído en los desórdenes políticos acaecidos luego de la guerra. Su mamá y ella se mudaron con la hermana de su padre. Allí moriría enferma de una tisis pocos años después. Gretchen no tenía recuerdos de ninguno de los dos, así que la figura materna siempre la proporcionó la Tía Elizabeth y Marie Louise más que prima, era una hermana, su favorita, muy por encima de Otto y de Hans, los pequeñines gemelos. De la tía Elizabeth, de ascendencia británica, aprendió el inglés y todo cuanto pudo saber del amor materno.
Marie Louise, tal y como lo pensaba su prima, estaba conmocionada, a pesar de ello, sin querer y casi sin notarlo, también estaba absorbiendo información de la conversación del capitán y de la que ahora era su madre adoptiva. Catherine Cabrera, antes Catherine Smith. En la foto familiar de la que hablaban, estaba el señor Mike, el abuelo muerto, otro señor, que suponía era el padre de su alter ego y un niño de cabello ensortijado, tez morena y ojos vivaces. Seguro el hermanito menor de la chica Esmeralda.
No había terminado de memorizar esos rostros cuando la puerta se abrió y entraron los antes mencionados. El chiquillo se abalanzó sobre ella, abrazándola con fuerza. Ella le respondió con el mismo nivel de cariño, en parte por el compromiso de actuar y otra porque de verdad necesitaba un abrazo. Y nada mejor que el abrazo lleno de un amor tan sincero como lo es el de un niño. Su padre adoptivo se acercó, ella se levantó y se unieron en un abrazo triple al que luego se unió la madre. No fue planeado, lágrimas cubrieron su rostro. No hacía falta disimular, tenía demasiada tensión acumulada y echaba de menos el ambiente familiar que alguna vez tuvo en casa, con sus padres y hermanitos. Se echó a llorar. Gretchen, miró la escena, complacida. Marie Louise, según lo que ella pensaba, había despertado al fin de ese sopor y se estaba comprometiendo con su papel de hija amorosa. Siguiendo su ejemplo, le extendió los brazos al capitán. Este reaccionó de manera rápida y abrazó a su hija con amor. Gretchen lo hizo al principio solo para integrarse al aspecto social pero el abrazo de aquel hombre, maduro, robusto como un roble y atractivo le estimuló más de lo que hubiera supuesto. Era una pena, le tocaba ser su hija. Era un hombre con letras mayúsculas, no ese niño frágil que se le acercó en el restaurante. Que complejidad tan molesta. Mental y físicamente tenía permitido desear y sentir aquel cuerpo macizo y musculoso; por el papel que le tocaba asumir debía hacer a un lado esos pensamientos incestuosos y ser la niña buena de Papá. Eso, le hizo preguntarse si está niña, Eglin, era virgen. Averiguar tal cosa parecía trivial, en realidad, no lo era. Tendría que buscar la forma de averiguarlo sin llamar mucho la atención y no quedar mal ante las personas de su ámbito social inmediato.
Permanecer en silencio era complicado. Apenas hablaban las dos, interactuaban con los demás asintiendo o negando con la cabeza, diciendo un "sí", un "no" y "gracias" no mucho más que eso. La situación social se estaba alargando más de lo que hubiese esperado. Gretchen comenzó a sentirse incómoda, pensar que minutos atrás pretendía estar en completo control, creía tener el panorama claro. Marie Louise, todo lo contrario, se encontraba cómoda, cuando antes estaba nerviosa y dubitativa. Qué ironía. Por suerte, para Gretchen, el capitán tenía prisa. No porque le desagradaran los momentos familiares o falta de emotividad, estaba cansado y quería llevar a casa a su hija. Ver como Esmeralda reaccionaba de manera favorable en un entorno familiar le dio esperanzas y expectativas con Eglin. Su actitud seguía siendo un poco huraña, salvo el abrazo, no había tenido muestras de cariño hacia su viejo padre. En cambio, con Esmeralda desplegaba una afectuosidad, que rallaba en lo materno. Sí, necesitaba ir a casa, así lo manifestó y todos estuvieron de acuerdo. Minimizando, en lo posible las despedidas James tomó rumbo a su hogar, con su adorada niña.
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