El Despertar del Mal
Abraham conducía despacio. Había apagado la radio, la música le parecía molesta, pero el silencio era peor, así que la encendió de nuevo. Se paseó por el dial hasta sintonizar las noticias. Un locutor desconocido hacía un reporte sobre la economía. Sí, eso era mejor. Oír como el patrimonio del país se iba al demonio era más tranquilizador que cualquier artista lanzando alaridos con un ritmo electrónico infrahumano de fondo, pretendiendo que "eso" fuese música. Buscaba palabras, adjetivos para calificar lo que sentía, lo sucedido.
Martín había vuelto en sí ya hacía un tiempo, él lo había visitado en múltiples ocasiones, desde el primer momento lo había rechazado. Su presencia le alteraba. Siempre había habido respeto entre ambos, cariño, afecto. Él estaba sólo, su familia más cercana se hallaba en Oregón, una hermana y un par de sobrinos que no había visto en años. Martín, Linda y sus pequeños eran la familia que él no pudo formar. Los visitaba de forma regular, para los chicos era "el Tío Abe". Por eso se resentía de la forma en lo estaba tratando su amigo, no era normal. Por más que lo intentasen explicar con el accidente y la fractura de cráneo el hecho era injustificable. No tenía sentido.
Y a pesar de que su amigo no lo recibía, regresó varias veces. Con la íntima esperanza de que Martín reaccionara y volviera a ser, un poco, el mismo de siempre. Pero no sucedía. Ahora era el momento de demostrar el valor de su amistad. Martín le necesitaba y él necesitaba a Martín. Desde haber sido diagnosticado con Cáncer estaba un poco perdido. No era lo usual, sin embargo, con semejante panorama cualquiera se desequilibra. Necesario era hallar el balance, para tener pensamientos claros, tranquilidad mental, aplomo, tomar decisiones sensatas en la lucha que se le avecinaba. No dejarse vencer por la enfermedad, por el miedo, por el dolor, por la incertidumbre. Y Martín tenía su propia lucha y él quería participar, ser útil, ayudar. Estaba imposibilitado por los momentos.
Lo sucedido en la visita de ese día le dejó confundido. Según había conversado con Linda. Martín no hablaba mucho, solo monosílabos. Su doctor expresó que su dificultad para hablar no algo era tan extraño; había sido una fractura de cráneo, no un raspón en la rodilla. El cerebro y la mente humana eran una maravilla, también un misterio. Les recomendó paciencia, que no presionaran al paciente, les indicó que poco a poco, Martín, recuperaría la facultad del habla, de forma normal.
Martín se mostraba lúcido, con vivacidad en los ojos. Ya caminaba por su propio pie, la debilidad sólo le duró unos días. Pasaba mucho de su tiempo en la computadora y si estaba en cama utilizaba la laptop. Al principio, cuando probaron llevarle hasta su computadora se mostró desorientado, impedido de usarla, pero no pasó mucho tiempo para que le dominara con soltura y avidez. Le habían instalado un programa mediante el cual él, escribía, la computadora leía lo escrito. La voz era robótica y sin emociones, eso le facilitaba mucho las cosas. Aparte del programa que leía lo escrito, él, había instalado, sin que nadie lo notara, otra aplicación, que le permitía traducir el alemán a inglés. La tecnología estaba a su servicio. Ya que no podía hablar de manera fluida el inglés. Sin embargo, cuando Abraham llegó, ya él tenía visita. Las estudiantes, Eglin y Esmeralda.
A Abraham, le chocaba el asunto que a ellas si las recibió, pero a él no. Es más, solicitó de manera expresa que se retirara, así se lo había dicho Linda. Él, se retiró ¿qué otra cosa podía hacer? Y cuando se iba, decidió tomar un atajo por el callejón trasero. Con la excusa de ahorrar tiempo, en realidad quería ver a su amigo, que según sabía, se hallaba con las chicas, en la parte trasera del patio, cerca de la piscina.
Observó, a través de la pequeña barda, al grupo en cuestión. Conversaban de manera fluida. Martín, no utilizaba la laptop para comunicarse como le habían dicho. La laptop descansaba sobre su regazo, cerrada; era un detalle importante y perturbador. Estaba muy animado, explicando algo con ademanes. Tal cual como lo era, un profesor. Las chicas le escuchaban con interés, sea lo que fuere que estuviesen hablando, era importante para las tres partes. En un inicio quiso tranquilizarse, haciéndose la idea de que Martín estaba tratando de convencerlas que volvieran al equipo de voleibol. Era extraño, hablaba, movía los labios. No era como le habían contado. Alguien estaba mintiendo. O Linda le ocultaba el hecho que no tenía ningún impedimento con el habla o él engañaba a su familia con tal comportamiento. Otra conducta extraña que se sumaba a su actitud esquiva con él, con su mejor amigo. No teniendo posibilidades de descubrir que pasaba, continuó su camino, con la transitoria intención de restarle importancia al asunto. Cosa que no sucedió, permaneció como pensamiento recurrente, ese y los días subsiguientes.
Por su parte. Para Gretchen y Marie Louise era importante hablar con el profesor. Era el único de los involucrados en el incidente que sabía de forma exacta qué había sucedido. Fueron a visitarlo en su casa, o, mejor dicho, la casa del cuerpo y la imagen que ocupaba. Luego de una pequeña situación social, los saludos de rigor, la cocoa caliente y las galletitas hechas por la señora Linda, por fin estuvieron a solas con él. Para poder hablar con soltura en alemán, el profesor despachó a los niños, quienes se metieron a la piscina mientras ellos conversaban en el jardín, bajo el amparo de una gigantesca sombrilla blanca. Apenas las escuchó hablar y como le miraban, se dio cuenta de quienes eran en realidad aquellas chicas. Pidió a la señora Linda no ser molestados. En especial por el profesor judío.
—Ahora sí podemos hablar —les dijo —asumo que son las chicas de la enfermería.
Asintieron. Gretchen, en la figura de Eglin, miró hacía todos lados, calculó la distancia que se encontraban los niños.
—Cuéntenos sobre lo sucedido, ¿quién es usted? ¿Qué pasó? ¿Es reversible esta situación?
—Lo que sucedió ya lo deben intuir. Un experimento salió mal y por accidente se abrió una grieta (por llamarlo de alguna manera) en el tiempo y sufrimos esta transferencia mental. Nuestros cuerpos se quedaron en 1944 pero nuestros recuerdos y personalidades viajaron hasta el futuro, que ahora es nuestro presente.
—Sí, eso nos dimos cuenta, la pregunta era más específica. ¿Qué sucedió? ¿Por qué es un traslado? ¿Qué pasó con nuestros cuerpos?
—Aunque se los explicara con detalles no lo entenderían. Son solo unas enfermeras.
Lo dijo con un tono de desprecio.
—Gracias, es usted de mucha ayuda —le replicó Gretchen, ofendida.
—Deben entender algo, existía un grupo de científicos realizando el experimento. Las mentes más brillantes de Alemania y aun así no sabían lo que hacían y terminaron hallando una aguja en el pajar que no estaban buscando. Si no lo entendieron ellos, menos lo entenderán ustedes, lo siento si eso les ofende. El objetivo de la máquina y del experimento era la obtención de una propulsión electromagnética. Para levitar y desafiar la gravedad. Aparte se hacían experimentos para el desarrollo de armamento con dicha tecnología. Nada de eso se logró. La explosión que sentimos antes de desmayarnos hubo de haber destruido gran parte de las instalaciones y muchos habrán muerto. Inclusive nosotros, nuestros cuerpos debieron desintegrarse o sufrir daños catastróficos. Y en respuesta a su pregunta inicial, mi nombre es Albert Kubbelmeyer, físico. Experto en diversas materias.
—Nosotras somos Gretchen y Marie Louise, como usted bien lo dijo. Las enfermeras. Aquí somos Eglin y Esmeralda, dos estudiantes del colegio donde su alter ego da clases de gimnasia.
El profesor asintió con la cabeza.
—¿Qué planes tienen?
—Ninguno en especial, vivir la vida, aprovechar esta segunda oportunidad que nos dio la vida en este hermoso país —le respondió Marie Louise.
—Como dice Marie Louise. Vivir. Queremos estudiar medicina y, si es posible, regresar a Alemania, como profesionales a trabajar y reencontrarnos con la patria.
—Son nobles objetivos. Pero no fue la vida quien les dio eso que llaman "segunda oportunidad" fueron unos estúpidos científicos que no quisieron oírme
—¿Y usted, tiene algún plan? —preguntó Esmeralda.
—Recrear el experimento, regresar en el tiempo a Alemania antes de la guerra y aplicando los conocimientos actuales poder ayudar a la victoria del Reich.
Gretchen y Marie Louise no dijeron nada. No era un objetivo noble ni querido. ¿Volver a la guerra? ¿Al Conflicto? ¿La escasez? ¿Las penurias? ¿Revivir el dolor? No era una cruzada a la que quisieran unirse.
—Nos acaba de decir que existe la muy alta probabilidad que nuestros cuerpos, resultaran destruidos en la explosión. ¿Cómo es que quiere volver? ¿Eso no equivaldría a la muerte? —comentó Marie Louise.
—Mi idea es regresar a un año antes de la guerra.
Gretchen frunció el ceño.
—Según mis cálculos, las personalidades de los cuerpos que ocupamos, fueron trasladados a 1938. Entonces, si revierto el proceso, nosotros regresaríamos a 1938, un año antes de la guerra. Lo cual nos daría tiempo para realizar cambios, aplicar los conocimientos científicos, políticos, militares y otros adquiridos en nuestra estadía en esta fase del tiempo, para implementar acciones que favorezcan el triunfo de Alemania en la guerra — continuó el profesor.
—¿Nosotros? —le interrumpió Marie Louise.
—Sí, nosotros. No pensaran quedarse en esta época, en este país decadente y puritano. Y sí, es así, las personalidades de estas chicas y la del profesor Martin, ocupan u ocuparon, según se vea el asunto, nuestros cuerpos en 1938.
—¿Eso quiere decir que las personalidades de estas muchachas, Eglin y Esmeralda ocupan nuestros cuerpos en 1938? —inquirió Marie Louise.
—Exacto —respondió el profesor.
—Nosotras no queremos regresar. Este país nos parece hermoso y lleno de oportunidades —le respondió Gretchen —y lo que usted dice me perturba. ¿Lo qué hagan estas chicas en el pasado o hicieron (que complicado esto) no nos afecta o afectará ahora, en esta fase del tiempo, como usted lo llama?
—La vida aquí es buena ¿para qué querríamos regresar a una época de guerras, matanzas y penurias? —opinó Marie Louise.
—¡Mujeres! —declaró con desprecio el profesor.
Gretchen y Marie Louise obviaron el comentario.
—¿No están de acuerdo en regresar? Está bien, puedo entender eso. ¿Entonces, para que me contactaron? ¿Para hacerme preguntas como esa? Preguntar sobre cosas como lo que hagan o dejen de hacer esas personas en el pasado nos afecten. Es obvio que no, el mito de la paradoja es solo eso, mitología científica.
—Le contactamos para que nos explicara lo sucedido, si es permanente o por alguna causa desconocida se revierte luego de un tiempo. No conocemos las razones que nos trajeron hasta aquí, usted sí.
El profesor suspiró, exasperado.
—No, no es reversible por sí solo. No fue un fenómeno natural, fue causado por el hombre. Así que no deben preocuparse que se nublen sus planes. Y está bien que no tengamos los mismos ideales, pero deben saber que somos cómplices en el engaño. Debemos ayudarnos.
—¿Cuál engaño? Nosotras no somos partícipes de ninguna patraña que usted esté pensando.
Marie Louise asintió con la cabeza. Mostrando su conformidad con lo expresado por Gretchen.
— ¿No? ¿No están engañando a nadie? A los padres de esas muchachas, a las personas que les rodean. Al gobierno de los Estados Unidos, a la escuela, a todos... ¿No es así? ¿Me equivoco? ¿Digo algo que este fuera de contexto?
Las chicas guardaron silencio. Por más odioso que pareciera ser, el profesor tenía razón. Eso les asustaba, esa complicidad conllevaba un condicionamiento. O al menos eso insinuaba el profesor. Ya se sentían esclavas del comportamiento social y ahora se sumaba las turbulentas intenciones de este científico loco.
—No. No lo está. Compartimos nacionalidad, idioma y forma de haber llegado aquí, no por ello debemos compartir su destino, sus ideas y lo que sea que esté pensando. ¿En qué se basa esa ayuda? —esta vez habló Marie Louise.
—No se preocupen, una cosa no debería afectar a la otra. Me ayudan en la recreación del experimento, a recolectar los materiales, a manejarme con el inglés, ustedes hablan y lo entienden mejor que yo. Fue lo primero que noté al verlas llegar, lo hablan muy bien, a pesar de un ligero acento. Cuando yo recree, el experimento, regresaré a 1938, ustedes se quedan, siguen sus planes y no pasa nada.
—Es conveniente solo de manera unilateral —opinó Gretchen.
—Grandes palabras para una enfermera.
—Somos más que unas simples enfermeras, la guerra nos endureció. No somos intelectuales, tampoco somos unas tontas.
—¡Ja!¡ja! Está bien. Me gusta su espíritu combativo y su agudeza. Cualidades muy importantes en la misión que tenemos por delante. Más allá que estén de acuerdo o no. Si por alguna razón insospechada yo soy descubierto o puesto en evidencia ustedes también serían atrapadas y viceversa. Por lo tanto, aunque nuestra meta final es distinta, nuestro destino está atado. Mi triunfo es su triunfo y su caída mi caída.
Las chicas de nuevo guardaron silencio.
—Usted lo dijo, no sabemos nada de experimentos o ciencia. ¿De qué forma podríamos ser útiles?
—En la obtención de los materiales. Llamar, encargarse de las negociaciones, lo que podríamos llamar "relaciones públicas" y de vez en cuando ayudarme en el laboratorio que estableceré en el sótano de esta casa. La idea es ser discretos, ustedes pueden venir con la excusa de ser estudiantes y yo el maestro. Nada que llame la atención. Y no se preocupen, he investigado un poco y los materiales se pueden obtener en sitios tan diversos como tiendas, talleres, en depósitos de basura y chatarrerías. Es increíble lo que los americanos desechan sin saber su valor estratégico.
—¿El sótano de esta casa es tan grande como para contener lo que sea que quiere construir? Nosotras nunca lo vimos, pero escuchamos rumores de que "el cilindro" medía más de 4 metros de altura —acotó Marie Louise.
—Sí. Así era. Pero estamos en una época de miniaturización. Tengo planeado reducirlo a un tamaño compacto. Que pueda ser trasladado sin que nadie lo note.
—¿Qué tanto? —preguntó Gretchen.
—Del tamaño de una bombona de oxígeno. De hecho, mi plan es fabricarlo de esa manera. Así nadie sospechará de lo que será realmente. Lo haré desarmable, algo que pueda ajustar, armar, agregar componentes y recrear el experimento en el lugar que yo elija. No en el sótano de la casa. Debe ser en otro sitio.
—¿En dónde?
—Luego les digo. Aún no termino los cálculos. Con la ayuda de las computadoras, una maravilla de este tiempo, espero tener esos cálculos pronto. Por ahora no es necesario que sepan más. Les haré una lista de los materiales que necesito, cantidad, forma de conseguirlos. Estoy organizando un plan para ello. Y no se preocupen del dinero. Los gastos van de mi cuenta, aquí el adulto soy yo.
Las chicas no respondieron. Estaban poco menos que estremecidas. Sentía que le estaban vendiendo el alma al diablo, sin pago alguno.
—Además debo pedirles algo más —les señaló el Profesor.
—¿Qué otra cosa? —Exclamó compungida Gretchen.
—Primero, que no volteen y permanezcan tranquilas —hizo una pausa, mientras sus ojos se enfocaban en algo que estaba fuera de la línea visual de las chicas —lo segundo, cuídense del profesor judío. Su curiosidad es peligrosa. Nos está espiando por encima de la barda trasera.
Las chicas permanecieron inmóviles. No giraron la cabeza, pudieron oír unas pisadas y un auto encenderse. Nada revelaba que no fuese cierto lo indicado por el profesor.
—Fueron dos cosas —observó Gretchen.
El profesor ignoró el comentario.
—Retírense. Escriban aquí sus números. Yo les contactaré a su debido tiempo.
Gretchen y Marie Louise se retiraron de la casa del profesor King, ocupada ahora por este odioso científico loco, algo tristes. Hallaron la respuesta que buscaban, también hallaron algo que pensaron había quedado en el pasado. La pesada carga de un deber no solicitado. No era su guerra, el patriotismo se había agotado tanto tiempo atrás. Si habían hecho algún esfuerzo extraordinario, más allá del deber o más allá de sus capacidades, había sido para sobrevivir. Ahora de nuevo tenían que servir a un propósito ajeno. Una nueva esclavitud. No bastaba estar atadas a las situaciones sociales y a los nombres y personalidades de los cuerpos que ocupaban, sino que ahora, presionadas por las mismas circunstancias, eran las forzadas secuaces de este señor Kubbelmeyer.
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