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Dacapo


Eglin despertó. Se encontró en un cuarto de hospital. Lo primero que hizo fue chequear a su alrededor. ¿Sería posible? El sitio se veía moderno, los aparatos, el ambiente, el aire acondicionado y lo mejor: en la cama a su derecha pudo observar la sonrisa más hermosa que había visto en años. Esmeralda, con su largo cabello negro, despeinada, sentada en la cama le sonreía y lloraba al mismo tiempo. Se levantaron y se unieron en un abrazo.
—¡Eres tú! ¡Eres tú! —exclamó Eglin, mientras le acariciaba el cabello.
—Sí, yo soy yo y tú eres tú —le respondió, visiblemente emocionada, Esmeralda.
—¡Volvimos! ¡Volvimos! ¡Volvimos! ¡Gracias Dios! ¡Gracias Dios!
Eglin saltaba de alegría. Entró una enfermera, con un uniforme blanco. En el gafete de identificación se leía con claridad: Nurse Wilkinson. Las devolvió a las camas. Luego entró el padre de Eglin. Más abrazos, más besos, más lágrimas. Esmeralda observó en el pasillo al pequeño Gules. Sentado en una silla, simulando leer una revista, pero se notaba que deseaba entrar. Eglin, le hizo señas, él entró con timidez, ella le indicó que se sentara a su lado y antes de que pudiera reaccionar le dio un largo beso. El Capitán Thompson se sorprendió de la acción.
—¡Gracias mi pequeño duendecillo! Por esperar y estar pendiente, por quererme tanto y yo no saber corresponderte. ¡Te quiero mucho! — le dijo.
Gules, recibió otro beso de recompensa. Luego de un rato la enfermera puso orden y desalojó el cuarto. Eglin, convino con Gules hablar mejor luego. Ya habría tiempo para ello.
Les hicieron una multitud de exámenes, como no hallaran nada malo les dieron de alta esa misma tarde. No ocurrió así con el profesor Martin que había sufrido una fractura de cráneo con la caída. Las chicas querían quedarse, el capitán no lo consintió, además ya había llegado la esposa del profesor, la señora Linda King, ella cuidaría de su esposo, no había porque preocuparse al respecto. De regreso, en el Mustang, Eglin habló con Gules. Le pidió seguir siendo amigos.
—¿Pero y el beso? —preguntó descorazonado el chico.
—Fue un impulso, además te lo habías ganado —le respondió ella —te quiero mucho Gules, pero no de esa forma. No te amo y sería una mala acción de mi parte el darte esperanzas. Se termina el año escolar y nos separaremos, tú iras a una universidad, yo a la otra. Te recordaré siempre como un gran amigo, mi confidente, mi pequeño duende travieso. Yo seré tu Dama Galadriel y tu Gimmly. Te daré esa hebra de cabellos, mis mejores deseos y un último beso.
Le dio otro beso. Un beso muy tierno y casto. Él no tuvo otra opción que aceptar y consolarse con que al menos había recibido no uno, sino, varios besos de su dama.
Los reencuentros se sucedieron, uno tras otro. Esmeralda, se reencontró con su familia luego de seis largos años de fuertes experiencias. Sus padres no podían comprender la felicidad que le embargaba. Entendían que algo había sucedido, pero no sabían la magnitud, para ellos solo había sido un desmayo en un viaje escolar, para Esmeralda, había sido el enfrentamiento con situaciones inesperadas, con la vida y con la muerte. No paraba de abrazarles y besarles entre llantos y risas. Eglin, intervino y logró calmarla antes de que los padres se alarmaran. Dejando a la familia Cabrera disfrutar de su hija, James se fue con la suya directo a su hogar. Eglin, estaba emocionada, pero se contuvo un poco, no quería preocuparlos sin razón. Hubo abrazos, gaseosas y galletitas, en general le restó importancia al incidente. "Fue sólo un desmayo", les comentó. Ya a solas si lloró un poco, era demasiada presión reprimida y había que expulsarla de algún modo.
En los subsecuentes días, las piezas fueron cayendo en su posición. El profesor Martín fue intervenido, salvó la vida. Cuando recuperó la conciencia lo hizo entre gritos, hablaba de cosas sin sentido. Nadie lo entendía, solo Eglin y Esmeralda. Al principio estuvo desorientado de donde estaba y que pasaba, taciturno y receloso, desconfiaba de sus propios pensamientos. Pensaba que todo era parte de una manipulación mental, extrañaba a todos con sus comentarios sobre doctores, nazis, mazmorras y choques eléctricos. Creía estar encerrado en un manicomio. Fue su amigo, Abraham, quien logró, poco a poco y con mucha paciencia, calmarlo. Las chicas apoyaron todo lo que pudieron. Ellas sabían lo que había vivido el pobre profesor y le compadecían. Esperaban, algún día poder hablar con él, sobre lo ocurrido, cuando ya estuviese restablecido. Para cuando finalizó el año escolar, el consejero hizo pública su enfermedad y renunció al puesto para enfrentar al cáncer. Fue el aliciente que Martín requería, ahora era su amigo quien lo necesitaba. Cómo obra milagrosa recuperó la compostura y salvo algunas pesadillas recurrentes pudo retomar su vida normal y ayudar a su amigo quién tanto lo necesitaba. Las chicas al ver aquello dudaron si hablar con el profesor King, decirle que todo había sido real. Relatarle sus experiencias en la Alemania de la guerra, pero le vieron en tan buena condición mental que declinaron hacerlo. Mejor que pensara que todo había sido una pesadilla.
—Es mejor así, será nuestro secreto —le comentó Eglin a Esmeralda.
—Tienes razón. Sabes, estuve investigando y no hallé nada sobre ese profesor Kubbelmeyer, ni Frederick, ni de Gretchen y Marie Louise.
—Yo también investigué, la curiosidad era demasiada, pero no obtuve resultados.
—¿Qué piensas? ¿Todo fue real? ¿No sería alguna especie de alucinación colectiva? —le preguntó Esmeralda.
—Lo llegué a considerar. La experiencia fue muy vívida y lo que pasó con el profesor lo corrobora. Lo que si me intriga es qué pasó en realidad. Digo ¿cómo fue que se revirtió el proceso? ¿Alguna acción nuestra fue determinante?
—Es una buena pregunta. Quisiera tener la respuesta.
—Yo confiaba en que tú habrías llegado a alguna conclusión, la de las teorías locas eres tú.
—Eres cruel, pero sí, tengo una idea — le corroboró Esmeralda.
—¡Ves! ¡Yo sabía que esa linda cabecita tuya alguna cosa había elucubrado! —exclamó Eglin, emocionada de tener razón —a ver, cuéntame de tu teoría de conspiración.
—No es una teoría de conspiración. Como sabes creemos que el intercambio fue mental, no físico
—Así convenimos, cierto.
—El fenómeno que produjo el intercambio ocurrió en el pasado, nos vimos afectadas de alguna manera y cambiamos de tiempo. En ese contexto nuestras acciones no tenían relevancia para que se realizara el intercambio. Entonces para el caso de revertir el proceso era igual, nuestras acciones no resultaban determinantes. Todo se resumía a las personas que se intercambiaron con nosotras. Es decir, ellos repitieron el experimento en esta época y eso nos trajo hasta acá y a ellos allá, a la Alemania de 1938.
—O de 1944 —añadió con ironía Eglin.
Esmeralda se quedó boquiabierta.
—¡Eres un genio! —Exclamó.
—¿Por qué? ¿Qué hice?
—Nosotras llegamos allá el 23 de noviembre de 1938 y regresamos el 23 de noviembre de 1944. ¿Verdad?
—Correcto —contestó Eglin sin saber a dónde quería llegar Esmeralda.
—Asumo que Gretchen, Marie Louise y el científico llegaron a este tiempo el 23 de noviembre de 2008. Entonces, de alguna manera revirtieron el proceso y ellos deberían estar regresando a Alemania de 1944.
—Oye, yo lo dije como una ironía. Tus teorías de la campana ultra gravitacional y las minas de Wenceslao resultaron fallidas. A eso me refería. Cuando estuvimos allá nada de eso ocurrió.
—¡Claro que eran fallidas! Al nosotras y el profesor Martín ingresar a ese tiempo, toda la línea que nos llevaba del punto A al punto B fue alterada. Al quedar él en un manicomio bajo la figura del científico, no se produjeron la serie de eventos que deberían conducir al desarrollo de esa tecnología. No lo sabemos, es casi seguro que este Kubbelmeyer resultaba clave para el proyecto y al estar indispuesto no se produjo. De allí que nuestras acciones eran irrelevantes. Todo ese tiempo quienes tuvieron el control sobre lo que iba a suceder eran los personajes que se hallaban en este tiempo.
—Eso es muy triste de pensar —opinó Eglin.
—Quizá, pero resultó en nuestro beneficio.
—Es triste de pensar que yo me casé un intento por seguir el determinismo.
—Te casaste porque lo amabas, es decir, Gretchen lo amaba y estabas en su cuerpo.
—Sí, ya no me vuelvas a hablar de tu teoría de las endorfinas.
—Era dopamina, pero no importa...
—Luego de vivir tantas cosas uno se cuestiona si valió la pena. Nada de lo que hicimos importó.
—En eso te equivocas, claro que importa. Importó para ti, para mí, no para el regreso, obvio, pero si para nosotras como mujeres, como personas.
—Hemos madurado, eso es cierto. Cuando estuve en el colegio me sentía como una ancianita. Todos me parecían tan infantiles.
Esmeralda asintió con la cabeza.
—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó Eglin.
—Vivir.
—Se escucha tan sencillo.
—Lo es. Es sencillo. Vivamos, alcancemos nuestras metas y sueños. Yo quiero ser doctora, tú jugadora profesional de voleibol. Avoquémonos a ello. ¿Qué harás con Gules?
—Nada. Él se quedará. No tiene pensado entrar a ninguna universidad, va a trabajar con su padre y yo me iré contigo a Baltimore —le contestó Eglin.
—¿Iras a Baltimore conmigo? ¿Qué vas a estudiar? ¿Medicina? —le preguntó, sorprendida.
—Si es necesario para estar junto a ti, sí. Tú no eres mi amiga, eres mi hermana, luego de vivir todo lo que vivimos eres entrañable para mí. No quiero separarme de ti. Eres mi pequeña, así seas una pulgada más alta.
Se abrazaron, sonriendo.
—Y así termina nuestra historia —comentó Eglin.
— ¿Cómo qué termina? Ahora es que nos queda por vivir. Nuestra historia apenas da comienzo.
—Me refiero a nuestra aventura espacio-temporal.
—Ya, entiendo. Sí, esa historia terminó. Ahora vivamos felices para siempre. Cómo decimos en México "Colorín colorado... este cuento se ha acabado"
—Tú nunca has estado en México —exclamó riendo Eglin.
Esmeralda no respondió. Hizo una mueca chistosa y le guiñó un ojo.

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