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Brisas de Noviembre

—Iré tras de ustedes, en mi Mustang, no con ustedes —comentó James a su hija —. Aunque será algo aburrido tener que conducir todo el trayecto a la velocidad del transporte escolar. Supongo que de vez en cuando me adelantaré, los dejaré atrás y los esperaré en algún punto avanzado.

—Por un momento pensé que irías con la clase, en el autobús, pero mejor así, sería incómodo, los chicos te tienen algo de miedo —respondió Eglin.

— ¿Miedo por qué? Soy un viejo simpático y amigable.

—Eres un gruñón, pero el mejor gruñón del mundo, Coronel de mi vida.

—Soy Capitán, no Coronel... pero gracias por el ascenso.

—Ya, discúlpalos. Los chicos no saben de rangos militares más de lo que ven en las películas. Ahora yo sí te llamo así para enojarte un poco. ¡Je! ¡je! A mí no me disculpes, pero tampoco me borres de la herencia —expresó, toda divertida y guiñando un ojo.

—Claro que no. Te dejaré un montón de deudas como herencia. ¡Ja! ¡Ja!

—¿En serio? ¿Tan mal estamos? —replicó, ya no tan divertida.

—No estamos mal, pero tampoco estamos bien. Esto de la recesión económica ha afectado las ventas. Está lento el ramo ferretero en estos momentos.

Eglin no contestó nada. Sus conceptos sobre la economía y los negocios no estaban desarrollados lo suficiente, como para dar una respuesta. O al menos eso sentía ella. ¿Debería preocuparse? Era difícil decirlo, mejor se enfocaba en la excursión y en hacer la mochila. Iba a un viaje escolar para visitar el museo en la base aérea que le dio su nombre. Mira qué ocurrencia de su papá al ponerle ese nombre. Le preocupaba un poco que, hasta ahora, su nombre fuera especial, diferente. Luego del viaje todos sabrían el origen del nombre, se sentía algo desnuda e indefensa. No es que dejar de ser una chica "popular" le inquietase mucho. El bullying sí, nunca había sido víctima de eso y no sabría si estaba preparada para afrontar una hipotética situación de abuso.

—Tranquila. ¡Alzaremos vuelo! Son cosas transitorias —exclamó James, tratando de tranquilizar a su hija, al notar el cambio de su expresión alegre a sombría.

Y era cierto. No había porque inquietarse. Al menos no en la materia económica.

El viaje no tuvo mayores contratiempos y la compañía de Esmeralda y sus demás amigos hizo que olvidara el asunto. Siempre la imagen fresca de Esmeralda le animaba. Ésta desbordaba de entusiasmo. No paraba de hablar, de corregirle, no se trataba del museo Eglin, el nombre era distinto. Air Force Armament Museum. La confusión era dada porque la ubicación del mismo es adyacente a la Base Aérea Eglin. Le recomendó que se despreocupara del bullying. "Eres Eglin Thompson ¿quién osara a hacerte bullying?" declamó. Como si eso fuese una infalible realidad papal. Y luego de esa afirmación comenzó a recitar una larga letanía de nombres, códigos, designaciones, apodos y siglas para designar a una interminable lista de aviones y armamento. Y es que no solo era un museo de aviones, había otras atracciones, cañones, bombas, rifles de la guerra civil, hasta armas del viejo oeste.

Su papá, en el Mustang, les escoltaba en la carretera, por momentos atrás, luego de lado, los pasaba y desaparecía en el horizonte. Le alcanzaban luego y compartían en las paradas. No cabía duda que disfrutaba del viaje.

Mientras tanto, Gules, no la pasaba tan bien. Aislado en la parte trasera del bus, se sentía una vez más desplazado por Esmeralda. Hubiera querido ir sentado al lado de Eglin. Sin embargo, ella misma sentó a Esmeralda en el asiento contiguo y él, en su decepción, se ubicó al final del autobús. Con amargura en el corazón se preguntaba si odiaba a la chica latina o si le simpatizaba de alguna forma. Porque, siendo sincero consigo mismo, la chica no tenía la culpa de sus angustias, de su amor no correspondido, de haber encantado a su Dama. En todo el trayecto intentó entender por qué Eglin le prefería a ella. Obvio no era una atracción sexual, era afectiva; quizá era eso, porque era una relación en la cual no arriesga el corazón. No lo sabía. De tanto devanear llegó a la conclusión que, siendo Eglin hija única, de forma inconsciente o no, siempre deseó una hermana y ahora Esmeralda llenaba ese vacío. No era la idea más original o mejor pensada del mundo solo la única explicación que hallaba en su desespero.

Llegados al museo, comenzaron el recorrido, por supuesto, y sin que le pareciera una sorpresa, Eglin y ella caminaban. Esta vez fue Esmeralda quien la tomó de la mano y le contaba maravillosas anécdotas sobre los aparatos y artilugios del museo. La GBU-43 MOAB, la madre de todas las bombas, él escuchó indicarle al ver una larga bomba, que más que eso parecía un misil; un largo cigarro verde de punta amarilla. A quién diablos le interesaba eso, que era la bomba convencional más grande del mundo o que sus siglas significaban "Massive Ordinance Air Bomb". Esmeralda, era una verdadera apasionada del tema. Sí, sentía que la odiaba. Y una vez más se retrasó poco a poco hasta estar al final del grupo. Con lentes como escudo y el silencio como resguardo.

El profesor Martin estaba, como es de suponer, alerta con los alumnos a su cuidado. Luego de un rato se relajó. Dentro de las instalaciones, que antes había sido un gimnasio, se respiraba un ambiente de seguridad y no cabía duda, era interesante el recorrido. El interior era amplio, con una multitud de pequeñas exhibiciones, sillas para conferencias, señales, luces, letreros y leyendas por doquier. Le traía recuerdos de su época de servicio en la rama del ejército terrestre. El entorno militar y la exposición de todo tipo de armas le causaban un sentimiento familiar. Poco faltó para que tomara la carrera militar, su sueño había sido ser miembro de las fuerzas especiales. No recordaba bien porque declinó de seguir. Ahora no importaba, tenía buena vida; no cambiaría a su bella esposa ni a sus hijos por la ruda y solitaria aventura castrense. No obstante, de esos pensamientos, percibió la intranquilidad de Gules Mac Adams. Él siempre fue un joven apático, sin embargo, se estaba comportando más indiferente de lo normal. No participaba del recorrido, no hablaba con nadie, ni siquiera prestaba atención a las distintas máquinas expuestas en el museo. El resto del grupo se comportaba de manera normal, se veían interesados y felices; así que, con disimulo, se atrasó poco a poco para estar más cerca del chico y así observarle mejor. Este ni reparó en el voluminoso cuerpo del profesor, que comenzó a caminar a su lado. El Capitán James caminaba al frente de la comitiva, escoltado por Eglin y Esmeralda. Eso le dejaba más libertad de movimiento para estar cerca del chico. Por más que intentó abordarlo, este siempre le respondió con monosílabos y ademanes. Se lamentó no tener los recursos de su amigo Abraham, de seguro él hubiera podido ayudar mejor al joven en sus tribulaciones. Se limitaría por los momentos a observarle de vez en cuando, no podía diluir toda su atención en un solo estudiante, tenía la responsabilidad de cuidar de toda la clase.

En el interior había pocos aeroplanos, la verdadera atención se centraba en las bombas y otros diferentes armamentos ligeros, la exhibición de medallas, uniformes. Vieron un cuadro dedicado a los "Doolittle Raiders" y hasta una bandera Nazi. Que cualquiera pensaría no encontrar un símbolo de ese tipo enmarcado y exhibido en un museo norteamericano, pero la historia, en su deber riguroso, no distingue entre lo políticamente correcto y lo que no lo es; más si se trata de algo tan importante y cruel como la segunda guerra mundial.

En el exterior se hallaban la mayoría de naves, así que el grupo se dirigió allí. Lo primero que percató el profesor Martin, al salir de las instalaciones del antiguo gimnasio, fue que el Señor Thompson no estaba en el frente de la comitiva, tampoco se veía a Eglin ni a Esmeralda.

Gules, había notado lo mismo, "el coronel" no estaba con las chicas, estas se habían separado del grupo, quedándose al lado de un bombardero de considerables dimensiones, pasando el estacionamiento, en una actitud de espera, relajadas y sonrientes. Hacia allá se dirigió, tenía mucha necesidad de hablar con Eglin, no importaba si Esmeralda estuviera presente, quizá era mejor así. Que le escucharan ambas.

Martin observó los alrededores, el capitán Thompson podía cuidarse solo, pero las chicas estaban a su cargo. Por fin dio con ellas, cerca del B-17, Gules también estaba allí, caminando en su dirección. ¡Rayos! ¡En qué momento se descuidó! ¡Estos niños se escaparon de control! Frunció el ceño, tendría que recoger el rebaño. Estudió la situación, el resto del grupo se comportaba bien, estaban compactos y muy bien acompañados por los guías; lamentó tener que descuidar la mayoría de la clase por tres chiquillos. Se encaminó hacia la referida fortaleza voladora. Cruzando el estacionamiento a pasos largos.

—Eglin —le saludó Gules, una vez arribado adonde se encontraban.

—¡Hola pequeño duende! —Saludó ella, muy contenta y risueña —¿Qué sucede? ¿Por qué esa cara de enano amargado?

La referencia a los enanos del señor de los anillos no le causo gracia esta vez, no era el momento, ni él se sentía a gusto para juegos de rol. Llamarle enano era recordar su baja estatura con respecto a ella. No es que fuese un chico con problemas de crecimiento solo era apenas más pequeño que la media normal y ella más alta de lo que él quisiera admitir.

—Es porque me has ignorado todo el viaje.

—¿Yo? ¿En qué momento te he ignorado? —respondió, intrigada.

¡Increíble! Era muy descarada o de verdad no se percataba de su comportamiento. Si no la conociera bien pensaría que era cinismo o un acto de crueldad estudiado. En todo el día no se había molestado de cruzar media palabra con él, ni siquiera una mirada. Su respuesta fue sincera, cosa que le hizo sentir peor. Se quitó los lentes, menester era verla directo a los ojos.

—¿De verdad no lo has notado?

—No. No sé de qué me hablas. Ha sido un recorrido maravilloso, no entiendo porque no lo disfrutas o porque estas tan molesto.

Esmeralda se encontraba incómoda con la situación. No sabía si irse a otro lado o quedarse. La expresión de angustia en el rostro de Gules le impresionaba. Era la primera vez que lo veía sin las gafas oscuras. Sintió pena por el chico, estaba muy enamorado de Eglin. ¿Por qué no se había percatado de ello antes? Ahora era evidente. Hasta unos pocos segundos antes, ella veía a Gules como el hermano pequeño de Eglin. No acertó nunca a considerar una relación entre ellos que sobrepasase ese nivel.

—Eglin escúchalo, no ves que está muy angustiado. —osó en intervenir.

Gules le cruzó con la mirada. Eglin, por otra parte, perdió su actitud relajada y ya no se veía alegre.

—¡Tú cállate! ¡No te metas en lo que no te importa! —le espetó el muchacho.

Esmeralda iba a replicar, entonces estalló Eglin. En una furia jamás vista entabló una agria discusión con Gules. Reproches, acusaciones y ademanes. ¿Cuánto duró aquello? No sabría decirlo. Estupefacta, Esmeralda, observó como Eglin abrió la compuerta del avión e ingresó por allí. ¿Cómo era posible que no estuviese sellada? Sin pensarlo entró tras ella, preocupada. Gules quiso hacer lo mismo y, justo, cuando colocaba un pie en la susodicha escotilla, unas manazas que parecían de hierro lo arrastraron hacia afuera. Era el profesor Martin. Este lo apartó como quien aparta un niño del peligro, se sintió indefenso ante aquella masa pura, de músculos y estatura. No opuso resistencia. Humillado se quedó parado, allí mismo, donde lo colocó el profesor. Esté entró por la abertura en busca de las chicas.

Martin notó al subir que el bombardero no estaba diseñado para ser confortable. Se golpeó la cabeza contra el techo, no pensaron en personas altas ni corpulentas cuando lo fabricaron. Avanzó con mucho trabajo por el interior del fuselaje hacia donde estaban las chicas. Esmeralda consolaba a Eglin, quien lloraba en sus brazos. Les llamó por sus nombres y entonces ocurrió algo inusual. Apenas hubo tocado el hombro de Esmeralda se sintió una vibración en todo el fuselaje, fue algo repentino. Por instinto las abrazó a ambas y eso fue todo. No supo más de él.

Gules, quien luego de todo lo ocurrido, se cargaba de reproches, estaba como una estatua sin saber bien qué hacer. Había perdido el control y ahora estaba avergonzado de sus actos, de haberla hecho llorar, de reclamar de forma grosera su falta de atención. El avión hizo un ruido extraño, eso lo sacó de su ensimismamiento; por unos segundos. Una súbita vibración había sacudido al referido aeroplano. Entonces se asomó con cierto temor por la compuerta y de la vergüenza pasó al sobresalto. Eglin, Esmeralda y el Profesor se hallaban tendidos en el piso de la nave, cuan largos y voluminosos eran. Las chicas habían caído encima del cuerpo del profesor y parecían intactas. El profesor Martin, en cambio, mostraba un sangrado en la cabeza. Al caer se había golpeado contra el fuselaje.

Gules comenzó a pedir auxilio a gritos. Varias personas en el lugar reaccionaron y se acercaron al bombardero, entre ellas, el padre de Eglin y la clase. Así terminaba una aventura y empezaba otra, entre las tenues brisas de noviembre.

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