Siete
Canción del capítulo: Kurt - Vengo Del Futuro
En cuanto tomamos la carretera, Santiago se acomoda con una almohada que trae en el asiento junto a él y cierra los ojos. No hay música, y por un momento pienso en sacar unos audífonos de mi bolsa para poder escuchar algo de mi teléfono, pero aún no he instalado nada. Instalar todas las aplicaciones que necesito es el pretexto perfecto para mantenerme ocupada un rato.
—¿Cuántas horas son de camino? —pregunto cuando noto que hemos llegado a los límites de Puebla. Han pasado alrededor de tres horas desde que salimos de casa de mis padres.
—Faltan todavía unas cuatro horas. Depende del tráfico y del clima —contesta.
Tengo ganas de preguntarle si alguna vez Tomás habló de mí pero no siento que sea el momento adecuado. Aunque, en realidad no sé si haya un momento adecuado. Volteo a ver a Santiago y sigue plácidamente dormido.
—¿Siempre se duerme así en la carretera?
—No ha podido dormir bien porque le hace falta Roki —Sonríe Rodrigo.
—¿Roki?
«Ay que no diga su perro, por favor...», pienso.
—Su perro.
«Claro», me lamento.
—¿Es muy grande?
Rodrigo junta las cejas y me mira por un momento de reojo.
—¿Te dan miedo los perros?
—Solo si son grandes y se ven amenazantes.
Lo veo apretar los labios, tratando de suprimir una sonrisa y siento una ligera presión en el pecho.
—Y así es Roki, ¿verdad? —Me toco el cuello.
—¿Has escuchado eso de que perro que ladra no muerde?
—¡Y además ladra! —Levanto las manos y sacudo la cabeza—. Genial.
Escucho reír a Rodrigo y mi corazón da una voltereta. Su risa es hermosa. Y ni qué decir de su sonrisa. No sé si es porque no lo había escuchado reír o qué, pero me siento bien de que ría por mí. Aunque sea para burlarse de mis desgracias.
—No te preocupes. Roki es el perro más noble del mundo. Yo me preocuparía más por Pancha.
—Tengo miedo de preguntar quién es Pancha...
—Ya la conocerás.
Es imposible dejar de notar cómo su tono de voz se escucha divertido y trato de no sonreír. Pero es que es cómica la situación. A pesar de que me dan miedo los animales, no puedo negar que de niña me hubiera gustado tener un perro o un gato, pero entre que a mí me daban pánico y que a mi hermano le daban alergias, lo más cercano a una mascota que tuve fue un pez beta. Y no era tan divertido.
Después de un rato más, se me comienzan a cerrar los ojos y como Santiago, me acomodo en mi asiento para poder dormir un rato. Tengo ya algunas noches sin poder dormir bien. No vuelvo a abrir los ojos hasta que siento un movimiento muy fuerte. Abro los ojos y veo que estamos subiendo montañas. Hay muchas curvas. Me siento bien y trato de no ver a los lados para no marearme. Supongo que hemos entrado a la sierra.
La carretera es mucho más angosta y hay algo de niebla en el camino, lo que hace que los autos vallan más despacio aún. Sin embargo, se me cae abierta la boca cuando veo la vegetación. Todo está extremadamente verde y las hojas de algunas de las plantas son tan grandes que me imagino a dinosaurios caminando entre ellas. El paisaje es hermoso. Las montañas no tienen fin, y a pesar de estar en medio de la nada y de las odiosas curvas, te sientes en el paraíso, en un lugar alejado de todo lo material, en donde te das cuenta de lo pequeño que eres en comparación con la naturaleza.
—¿Cómo se llama la ciudad en la que viven?
Rodrigo vuelve a sonreír. Está concentrado en el camino y no puede voltear a verme, pero eso no quita que yo sí lo haga. Con la mirada recorro el perfil de su cara. Noto que tiene la nariz ligeramente chueca y ese pequeño hoyuelo que se le forma en la mejilla se me hace como un premio para el que lo ve sonreír. Es tan diferente a Tomás, pero por lo mismo me tiene demasiado intrigada.
—No sé si Cuetzalan se pueda llamar ciudad.
—¿Es muy pequeño? —Junto las cejas antes de hacer una mueca.
Rodrigo encoge los hombros.
—Yo diría que es perfecto como es.
Trato de no rodar los ojos. Al hombre le gusta ser obtuso y hablar a medias tintas. Parece que su vida es como un misterio. No sé qué pasa con su esposa, solo sé que no debe ser muy bueno por la reacción de Santiago y de él mismo cuando mi madre preguntó por ella, y por lo que veo, tampoco se le da ser directo e ir al grano.
Las curvas siguen por casi una hora. Cuando comienzo a sentirme mareada, terminan. «Gracias a Dios», pienso. A nadie le gusta sentirse mareado ni vomitar. Y si así Rodrigo no está muy feliz de que esté aquí, no quiero darle pretexto para que me saque de su auto y me deje a la mitad de la nada. La neblina comienza a espesarse y me empiezo a poner nerviosa. Sé que él debe estar acostumbrado y conocerse la carretera de memoria, pero a mi sí me da miedo que en una de esas nos podamos caer al barranco.
De repente, la neblina se abre y da paso a pequeños poblados clavados entre las montañas. Con sorpresa, veo a gente mayor caminando sobre la carretera vistiendo ropa indígena, pero lo que más me impresiona es que la mayoría está descalzo. Diviso el letrero de bienvenida de la ciudad y mi corazón comienza a latir un poco más fuerte. Las casas y edificios no son muy altos. La mayoría tienen techo de teja y están pintados de diferentes colores, sin embargo, predomina el blanco. Las calles están pavimentadas con lajas de piedra y son como pequeñas colinas unas con las otras. También son demasiado angostas y me alegro de no tener que manejar en una ciudad así. En cierto modo me recuerda a San Francisco con aquellas bajadas en picada, pero en un modelo bastante rústico.
«Ahora entiendo a qué se refería Rodrigo al decir que no es una ciudad», pienso. Cuetzalan es un pueblo a la mitad de la nada, pero a primera vista puedo decir que es un lugar hermoso. Y por los próximos tres meses, lo que será mi hogar.
—¿Tienes hambre? —pregunta de repente.
—Muchísima.
—¿Te importa si no paramos y comemos... lo que sea que encontremos en casa? —Frunce el ceño—. Es que me gustaría que Santiago pueda descansar ya en su casa.
—Está bien, no te preocupes —Miro a Santiago y sigue plácidamente dormido—. Seguro que encontramos algo que preparar de tu alacena.
Rodrigo no dice nada más y yo me dedico a admirar el pueblito, hasta que las casas y calles se acaban y regresamos a la carretera.
—¿No vives en Cuetzalan?
—Sí. Solo a unos kilómetros más.
La neblina está cada vez más densa y me da la sensación de que vamos subiendo por la montaña. Cinco minutos después el coche para enfrente de una reja grande. Rodrigo se baja del coche y abre las puertas antes de subirse de nuevo y arrancar el coche. Las llantas chocan contra el camino de piedra que nos lleva hasta una casa. Sigue habiendo neblina, pero a pesar de éso, puedo notar que es una casa grande. El auto para y Rodrigo me mira.
—Hemos llegado.
Me muerdo el labio para evitar soltar que además de que vive alejado de la nada, ni siquiera vive en el pueblo.
Rodrigo baja a Santiago después de abrir la puerta principal de la casa y yo no sé si debería ir a cerrar la reja de la entrada, tratar de observar a mis alrededores o qué. Lo único que sé es que hace bastante frío. Sigo sin decidirme cuando veo salir una mounstrosidad de la casa, y me quedo petrificada al ver que viene hacia mí. ¡Un perro! Es demasiado peludo y juro que está de mi tamaño. Choca contra mí y casi me tira. Mi corazón late al mil por hora y me preocupa que huela mi miedo y me quiera morder, pero no pasa nada. Me salta varias veces antes de sentarse enfrente de mí, observándome con curiosidad.
—¡Roki!
Escucho la voz de Rodrigo antes de verlo salir de la casa y el perro pierde el interés en mí y mueve la cola, caminando hacia su amo.
—¿Estás bien? —pregunta mientras acaricia al perro que lo viene siguiendo—. Roki se ve grande pero no te hace nada. Es el perro más amable del mundo.
Yo no puedo hablar. Tengo la voz atorada en la garganta. Estoy segura que también he de tener los ojos abiertos y alguna expresión de pánico, porque Rodrigo se me acerca aún más.
—¿Emma? —mueve una mano enfrente de mi cara.
—Es que... —Trago saliva—. Es un perro enorme.
Aunque no está sonriendo, puedo notar en el brillo de sus ojos que la situación le causa gracia.
—Es un pastor belga. Pero de verdad, que no te hace nada —Se hinca y mira a Roki—, sit.
El perro lo obedece sin chistar y se sienta. Rodrigo forma un puño con su mano y me voltea a ver.
—Debes dejar que te huela, es lo único que quiere, reconocerte.
Despacio, le acerca la mano y Roki comienza a mover la cola, pero no se mueve.
—Inténtalo, Emma.
Extiendo la palma de mi mano antes de cerrarla. Me tiembla todo y siento que el corazón me va a saltar del pecho en cualquier momento, pero por lo menos sé que está Rodrigo junto a mí y que me puede quitar de encima a Roki si algo sale mal. Me muerdo el labio y muevo mi mano hacia el perro, entrecerrando los ojos, por momentos preparándome para lo peor.
Roki me olfatea por el minuto más largo de mi vida antes de mover la cola y pegarme su nariz a la mano. Mi primer instinto es alejar la mano. Me sorprende lo fría que está su nariz, pero un momento después lo vuelvo a intentar. La mano ya no me tiembla tanto y cuando la acerco a su hocico, de nuevo me vuelve a pegar la nariz. Mis labios se quiebran en una sonrisa y volteo a ver a Rodrigo. Su mirada es demasiado intensa, demasiado azul. Sus ojos parecen un océano en el que no puedes evitar perderte. Sin permiso, mi pulso se comienza a acelerar de nuevo. Pero ésta vez no siento que sea de miedo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro