Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Dos

Canción del capítulo: Olly Murs - Mark On My Heart


—No recuerdo jamás que hayas mencionado a un Tomás —dice mi madre cuando le llamo por teléfono para avisarle que voy para México.

—Pues estuvimos juntos poco tiempo, y realmente no pude ni presentarlos.

Mentira. La verdad es que no tenía intención alguna de que se conocieran. ¿Para qué? Siempre supe que Tomás era un alma libre y que probablemente no íbamos a estar juntos mucho tiempo. Y conociendo a mi madre si los presentaba, seguro que empezaría a planear mi boda o algo así.

—Pues, ¿cuánto tiempo saliste con él?

—Un par de meses, madre. En fin —Trato de desviar la conversación antes de que mamá haga un drama de ésto—, llegaré en la mañana pero quiero ir directamente al funeral. Te mando un mensaje para avisarles a qué hora me puedo desocupar en cuánto sepa mejor qué es lo que tengo que hacer, ¿va?

—¡No puedo creer que te están pagando todo para venir!

—Yo tampoco, ma.

Escucho a mi madre suspirar y me la imagino frunciendo el ceño.

—Emma... el tipo no andaba en cosas raras, es decir, no era narco, ¿verdad?

—¡No mamá! —Río.

—Te quedas aquí en casa, ¿verdad?

—Si.

—Ok. ¿Se te antojan unos ricos tamales para cenar o sigues comiendo cosas raras?

Ruedo los ojos. Desde que tomé el diplomado de Health Coach comencé a comer mucho más sano. Algo que mi madre no logra entender hasta este día. Sin embargo, he de confesar que extraño la comida chatarra, pero sobre todo los sabores típicos de mi México querido.

—Tamales está bien, mamá.

Mi madre se queda contenta porque puede comenzar a planear todo el menú para la semana y yo me siento bien por escucharla feliz. Aunque suba ocho kilos y tenga que comer solo lechuga por los próximos tres meses.

Después de hablar con ella comienzo a sacar todo para hacer mi maleta. Guardo ropa para una semana pero antes de cerrar la maleta me pregunto si debería llevar más. No tengo ni idea qué es lo que procede en un testamento, pero sé que todos los trámites legales son engorrosamente largos. Cuando termino de preparar todo comienzo a programar algunos posts para el fin de semana para que no me sienta presionada por tener cosas que publicar en el blog. También investigo algunas tiendas de productos orgánicos que puedan estar interesadas en promocionarse en mi blog. La mayoría de mis seguidores son de habla inglesa pero también publico todo en español. Al final, nada se pierde con intentarlo.

Antes de dormir me preparo un té y abro la parte favorita de mi blog: los mensajes de mis seguidores. Mucha gente me escribe notas agradeciendo la receta o con algunas dudas. Ésas son fáciles de responder y no me toma más de media hora contestarlas todas. Pero a veces recibo también mensajes de personas que me cuentan su historia. La primera vez que me llegó uno de una chica que sufría depresión me asusté un poco, no supe qué contestarle en principio más allá del enlace de un artículo que liga la depresión al consumo de gluten, pero después de pensarlo un poco, le agradecí por la confianza de haberme contado su historia y le mandé un mensaje de ánimo. Ahora esa chica y yo somos muy buenas amigas. Nunca nos hemos conocido en persona. Sin embargo, Keri es ahora quien mejor me conoce y yo a ella. Ha superado la depresión y ahora come cosas raras como yo, como diría mi madre, pero su vida ha cambiado para bien. Y me alegra poder apoyarla en todo lo que pueda, a pesar de las distancias que nos separan. A veces se me hace increíble cómo puedes conocer a la gente sin haberla visto en persona, cómo el internet ha logrado eliminar las fronteras y en dónde no importa qué idioma hables, al final todos somos seres humanos. Claro que también me ha tocado gente rara y el típico tipo que te manda fotos de sus partes íntimas, pero bueno, de una carcajada no pasa a más.

Hoy solo tengo dudas y antes de apagar la computadora, le escribo a Keri. Le cuento todo y me pide, como siempre, que le consiga paletas de sandía con chile. Una vez se las mandé de regalo de cumpleaños y ahora es adicta a ellas. También me pide que le mande mil fotos de México. Con una sonrisa en los labios, terminamos de chatear y apago todo.

En el momento en que apoyo mi cabeza en la almohada, mi sonrisa se desvanece.

Odio los funerales. No sé cómo lidiar con mis sentimientos cuando estoy triste. Me choca llorar y sentirme mal. Sé que es parte de un proceso, pero lo odio con toda mi alma. La última vez que fui a un funeral fue al de Sofi. Siento una pesadez en el pecho y mis ojos se llenan de lágrimas. Mi mano derecha toma el dije que cuelga de mi cuello. Es un pequeño ángel de plata que me regaló Sofía cuando nos graduamos de la preparatoria. No me lo quito más que cuando es necesario.

Sofi fue mi mejor amiga desde niña. Teníamos los mismos sueños a pesar de ser tan diferentes. Ella era metódica y brillante, la típica nerd que se sabe todo cuando yo era un caos andante. Todavía lo soy. Las dos quisimos estudiar en el culinario y cada quien encontró el área que disfrutaba más. Ella era feliz con todos los procesos administrativos y yo era feliz reinventando y experimentando platillos.

—Te extraño, So —murmuro para mí antes de mirar hacia la ventana.

Pienso de nuevo en Tomás. No había pensado en él desde hace mucho tiempo y me cuesta trabajo entender que alguien tan lleno de vida como él ya no esté. No sé si a todas sus amantes les dejó alguna nota o qué pasa, pero jamás imaginé que podría morir tan joven. Y mucho menos que fuera requerida en su funeral o en la lectura de su testamento.

No duermo bien. Me despierto varias veces en la noche. Tengo demasiada curiosidad por saber qué pasa, pero además, el funeral en sí me tiene muy nerviosa. Más de lo normal. Cuando me harto de estar en la cama, me levanto. Tengo el estómago medio revuelto así que solo desayuno un plátano y me voy al aeropuerto. Cinco horas después me encuentro pisando suelo mexicano. Tengo el estrés hasta los cielos pero desde el momento en que paso inmigración y me sellan el pasaporte, me siento feliz de estar en mi tierra de nuevo. Por lo menos podré ver a mis padres, a los cuales no les he podido decir que no he venido a visitarlos porque o pago un mes de renta en mi casa o compro un boleto de avión. Me fui buscando el famoso sueño americano, tratando de encontrarme y de conocerme mejor, pero por lo menos hasta ahora siento que me falta mucho por aprender todavía.

Recojo el auto de renta y meto la dirección de la funeraria en el GPS. Al salir del estacionamiento del aeropuerto respiro hondo. Manejar en la ciudad de México es una de esas experiencias de vida o muerte. La gente es corre todo el tiempo, te avientan el coche y no conocen la distancia entre autos. Para empeorar las cosas, no he manejado desde hace casi seis meses que estuve aquí y mi madre me prestó su auto. En California no es necesario tener un coche, además de que todavía no tengo el dinero para solventarlo.

Siento que estoy a punto de chocar tres veces antes de llegar a la funeraria. Es tanta mi desesperación por estacionar el auto que casi grito de emoción cuando la encuentro. Luego recuerdo a qué vengo y mi alegría se disipa completamente. Después de estacionar el coche me quedo dentro un momento. No conozco a la familia de Tomás. No tengo ni idea de con quién tengo que dirigirme y no me parece correcto llegar preguntando por el licenciado Anaya.

Un suspiro escapa de mis labios. Siempre me había incomodado que en los velorios todo el mundo dice "lo siento". Hasta que murió mi amiga y entonces sentí el dolor de perder a alguien tan querido. Ése que te deja un hueco en el corazón y que sabes que nunca podrás llenar. El mismo que todavía sentía, porque a pesar de todo el tiempo que había pasado, no la había dejado de extrañar.

Mi pecho se siente pesado cuando por fin salgo del auto y camino hacia la funeraria. Cuando entro a la sala del velorio me sorprendo de lo vacío que está. ¿Dónde están las mil chicas a las cuales Tomás les partió el corazón? Veo a un par de viejitos al frente del féretro, mismo que pienso evitar a toda costa. Quiero recordar a Tomás con esa sonrisa pícara y engreída. Pasara lo que pasaba nunca dejaba de sonreír, aún cuando le estaba mentado la madre él sonreía. Aprieto los labios porque ahora me da risa, pero en ése momento me llevaba la fregada. Veía rojo y lo único que quería era que se largara de mi vida.

Cuando me siento en la esquina más alejada del lugar, veo a un pequeño jugando con un coche en el piso. Lo observo un largo rato y me parece algo conocido. Por un momento me pregunto si puede ser hijo de Tomás, pero las cuentas no me cuadran. O por lo menos no lo creo porque jamás habló de ser padre. Tampoco lo puedo imaginar como tal. El niño no tiene más de ocho años. Se le ve triste y tengo ganas de acercarme a él y reconfortarlo de alguna manera, pero sé que sus padres deben estar por algún lado y probablemente no les parezca bien. Tiene el cabello obscuro pero no tiene chinos como Tomás. Al contrario, lo tiene demasiado liso, y cuando alza la cara me doy cuenta que tiene ojos azules, no cafés. Se le acerca un hombre pero se para enfrente del pequeño y no lo puedo ver bien.

—¿Señorita Rojas? —alguien pregunta junto a mí.

Es un señor vestido elegantemente en traje. Estrecha la mano y sé que es el licienciado Anaya.

—¿Licenciado?

—El mismo —asiente con la cabeza.

—Mucho gusto.

Estrechamos las manos y se sienta cerca de mí.

—Gracias por venir. Sé que Tomás, que en paz descanse, le agradece que esté aquí.

No sé qué decir. Mi corazón se hace chiquito por sus palabras.

—Venga —Se levanta de repente—. Le voy a presentar a la familia de Tomás.

Quiero decirle que no es necesario, pero finalmente gracias a ellos también estoy yo aquí.

—Ok.

El licenciado sonríe y me lleva directamente hacia el pequeño jugando.

—Santiago, ¿dónde está tu papá?

El niño deja de jugar y me mira con curiosidad. Tiene unos ojos hermosos, de un azul demasiado intenso. Señala hacia la derecha y el licenciado camina hacia allá, pero Santiago no me deja de observar.

—Hola —le digo.

—Hola —Inclina la cabeza—. ¿Quién eres?

Abro la boca para contestarle cuando escucho que el licenciado me está llamando.

—Perdón —Me disculpo antes de dejarlo solo de nuevo.

El licenciado está parado junto al mismo hombre que vi acercándose a Santiago. Me quedo sin aliento por un segundo. A pesar del azul de sus ojos y que tiene el cabello medio ondulado, se parece demasiado a Tomás. Tiene la misma forma de la cara y los pómulos definidos, aunque no tiene la nariz tan recta como la de su hermano. Tampoco tiene la misma complexión. Tomás era súper delgado y él no lo es. Se ve mucho más fuerte. Y serio. Me mira con intensidad y noto cómo ha apretado los labios.

«Soy la extraña que aparece en el testamento de su hermano, seguro me odia» pienso para mí incómoda.

—Emma —Comienza el licenciado—, él es Rodrigo, el hermano de Tomás.

—Mucho gusto —Me llevo una mano al dije de plata que llevo en mi cuello y exhalo—. Lamento mucho que Tomás... —Los ojos se me llenan de lágrimas y trago saliva—. Creo que nadie merece morir tan joven.

Quiero añadir que no tengo ni idea de qué estoy haciendo aquí, pero no puedo decir nada al respecto.

Rodrigo se queda callado. Asiente con la cabeza y estrecha mi mano. Su gesto es firme y sus manos rugosas.

—Creo que podemos hacer la lectura del testamento mañana, si está bien con los dos —dice el licenciado.

—¿Solo somos nosotros dos? —pregunto tímidamente.

—Si.

Me muerdo el labio y junto las cejas antes de mirar al licenciado. Me pregunto porqué es necesario que yo esté, cuando podría asegurar que nunca fui alguien importante para Tomás.

—¿Está seguro de que yo tenía que venir?

El licenciado hace una mueca.

—Si, estoy seguro. Usted es Emma Rojas, ¿no? Mañana entenderá todo.

Rodrigo está en silencio, pero no se ha perdido nada. Ha inclinado la cabeza y su mirada, en vez de ser inquisitiva ahora denota curiosidad.

—¿Les parece bien vernos a las nueve en mi oficina?

—Si Carlos, está bien —contesta Rodrigo y no puedo evitar notar que tiene una una voz bastante masculina. Mucho más grave que la de Tomás.

—Con su permiso —Baja la cabeza por un segundo y sin decir nada más, regresa a sentarse junto a su hijo.

—Como que no está muy contento conmigo... —Alzo una ceja ante el licenciado.

—A Rodrigo no le gustan los cambios. Solo es cuestión de que se acostumbre.

«Que se acostumbre ¿a qué?» pienso dentro de mí. Se lo voy a preguntar al licenciado, pero ya se ha ido.  

No pude resistir subir otro capítulo.. y siiiiiiii pronto subiré otro de Príncipe con Beneficios :D

Gracias por sus comentarios y votos! Recuerden que tengo una playlist en Spotify bajo el nombre de: "Cambio de Planes playlist". Y si tienen sugerencias de canciones mándenme un mensaje por Instagram o Twitter o donde quieran :)

Capítulo dedicado a mi adorada LynnS13 porque me aguanta todos mis bullyings vía mensajes :D TQM

Bonito comienzo de semana :)


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro