Doce
Canción del capítulo: tonight por demxntia
Busco a Pancha por todos lados, y o no existe, y Rodrigo me estaba tomando el pelo y solo quería que me hiciera pato todo el día, o de verdad la gatita es experta en esconderse. Lo único bueno es que me recorro toda la clínica, y me doy cuenta de que hay una sala de operaciones, además de otros cuartos con jaulas, medicinas, etc. La casa no es demasiado grande, pero sí se ve descuidada, y en cierto modo... parca. Siento que le faltan plantas, vida, luz.
El teléfono no suena en toda la mañana, y como me aburro de buscar a Pancha, voy al patio a buscar una escoba y recogedor, y me pongo a barrer la casa. En eso estoy cuando escucho que rechina la reja de la entrada, así que dejo la escoba y me limpio las manos en el pantalón para recibir a mi primer paciente, supongo.
Entra Rosa, la hija de la señora Clara, cargando una canasta en los brazos. Abre los ojos de más en cuanto me ve, como si no hubiera esperado verme ahí, pero eso solo dura un momento, sigue caminando y fuerza una sonrisa que se ve más falsa que la dentadura de mi abuela.
—Buenas tardes, Eva. Mi madre le manda algo a Rodrigo, supongo que no sabía que estarías aquí.
—Hola Rosa, mi nombre es Emma, no Eva.
—Ah sí, me confundí, disculpa —dice, ensanchando la sonrisa falsa.
‹‹¿Cuál es el problema de esta tipa?››
—Rodrigo está en su oficina —respondo, señalándole al fondo.
—Gracias.
Rosa comienza a caminar antes de parar frente a la cocina, yo vuelvo a tomar la escoba y sigo barriendo.
—¿Ya no viene la señora Laura?
Me quedo estática, no entiendo quién es la señora Laura, pero noto como Rosa está viendo mi escoba y alzando una ceja.
—Ah —volteo hacia la escoba—, ¿la señora Laura ayuda a limpiar en la clínica? —me aclaro la garganta—. Rodrigo no lo mencionó.
—Parece que tienes mucho que aprender —dice, con su estúpida sonrisa falsa antes de seguir su camino hacia la oficina de Rodrigo.
Exhalo, después de rodar los ojos y voy a dejar la escoba y el recogedor en su lugar. Tomo nota mental para preguntarle a Rodrigo qué diablos se supone que debo hacer, cuando veo una cola gris moteada asomándose entre los muebles de la cocina, y sonrío para mí.
‹‹Bingo››.
Sigilosamente, me acerco al mueble. La puerta está entreabierta, y antes de que pueda abrirla, me salta una bola de pelos encima, rasguñando y gritando con todo su ser. Yo también grito, me caigo sentada y trato de protegerme lo mejor que puedo mientras el pequeño monstruo me sigue rasguñando, pero escucho la voz de Rodrigo gritándole a Pancha y la bola de pelos se va corriendo quién sabe a dónde.
—¿Estás bien? —pregunta Rodrigo mientras se hinca para verme.
—Sí, no. Supongo que sí —digo, agitada.
Me miro los brazos y tengo varias líneas de sangre. Rodrigo hace una mueca y me da la mano para ayudarme a levantarme, que es cuando veo a Rosa recargada en la puerta, riéndose.
—Rosa, dile a Clara que muchas gracias, por favor —le dice Rodrigo antes de voltear hacia mí—. Emma, ven a mi oficina, necesito desinfectarte las heridas.
Rosa se para mucho más erguida de lo normal y se despide de Rodrigo, quien no le hace mucho caso. Siento arder mi mejilla, y me paso una mano por donde me arde, y noto la sangre.
—¿Me rasguñó la cara? —pregunto un poco apanicada.
Rodrigo no dice nada, me señala hacia su oficina, y toma un líquido café, unas gasas y otras cosas. Me siento en su oficina, frente a su escritorio, y él jala la otra silla para sentarse frente a mi antes de ponerse a trabajar.
—Esto te puede arder un poco —dice antes de mojar una de las gasas en el líquido café.
Estoy a punto de preguntar si el líquido me va a manchar, pero no digo nada. Especialmente cuando me lo pone, solo hago una mueca y cierro los ojos.
—Lo siento, debí decirte que se espanta fácilmente.
Después de limpiarme, corta unas tiritas de adhesivo, y me las pone en la mejilla. Mientras trabaja, abro lo ojos, y me quedo quieta, porque está demasiado cerca de mí. Tan cerca que noto como sus ojos azules tienen algunos matices de azul más claro cerca de la pupila, así como las pecas en su nariz y mejillas, muy claritas, casi imperceptibles, pero que ahí están. También veo que tiene una cicatriz casi imperceptible en su mejilla, del lado derecho. Una pequeña línea recta vertical, de unos 3 centímetros más o menos.
Tengo ganas de preguntarle qué le pasó, pero no lo hago. No sé, siento que no me incumbe, como muchas otras cosas, pero, sin embargo, me da mucha curiosidad. Pero, al final, sigo siendo una extraña, que no los conoce, que no forma parte de su pequeña familia.
Mi pecho se siente muy pesado. Porque en realidad, no me siento parte de nada... en ningún lugar.
Rodrigo termina y cuando se aleja, siento que por fin puedo respirar. Tomo una bocanada de aire, y me doy cuenta de que, en realidad, sí me dejó sin aliento.
Mira su reloj cuando suena el teléfono. Abro los ojos y tomo el teléfono, sintiéndome útil por primera vez en el día.
—Veterinaria Amanecer, ¿cómo podemos ayudarle? —La persona en el otro lado de la línea se queda callada por un momento, por lo que tengo que repetir—: ¿Si, en qué podemos ayudarle?
—¿Está el doctor Rodrigo? —Escucho una voz de hombre grave.
—Sí, claro aquí está, en un momento lo comunico con él, ¿me podría decir quién le habla? —respondo con energía, mirando a Rodrigo, quien tiene los brazos cruzados y me está viendo divertido.
—Soy Jesús, él me conoce.
Pongo el teléfono en mi pecho y le digo a Rodrigo que lo está buscando Jesús. Rodrigo me da las gracias y le doy el teléfono, antes de salir de la oficina para darle algo de espacio.
Voy al baño para ver qué me ha hecho Pancha, y cuando me miro al espejo, logro ver un rasguño en mi mejilla. Tengo las banditas en forma de diamante que me puso Rodrigo y hago una mueca. No creo que me quede una cicatriz, se ve algo superficial, pero igual creo que voy a tener que traer estas cosas por unos días.
Cuando salgo, está Rodrigo esperándome en la entrada de la casa. Veo que tiene un maletín en las manos.
—Tenemos que hacer una visita a una granja, ¿estás lista?
—¿Sí?
Rodrigo sonríe.
—No te preocupes, solo sigue mis instrucciones —Me da una hoja impresa con fotos de instrumentales y nombres—. Te imprimí esto para que te ayude a aprenderte los nombres.
—Gracias —respondo, genuinamente agradecida.
Obviamente no entiendo nada, pero por lo menos cuando llegamos a la granja, traigo mi acordeón. Nos recibe un muchacho joven, se ve más o menos de unos treinta años, viste jeans y una camisa a cuadros y trae botas y un sombrero de paja.
—Jesús —le dice Rodrigo antes de extender la mano para saludarlo —. Ella es Emma, nos está asistiendo en la clínica por un tiempo.
Jesús se quita el sombrero y me regala una sonrisa cálida.
—Mucho gusto —Extiende su mano, y me saluda solemnemente—. Bienvenida a Cuetzalan.
—Muchas gracias.
Jesús nos indica por donde ir, aunque realmente parece que lo hace por mí, porque Rodrigo ya conoce súper bien el rancho. Veo que hay una casa tipo hacienda a lo lejos, pero Jesús nos lleva a lo que parece como un bodegón abierto, donde hay muchas, muchas vacas.
El olor no es muy agradable, pero lo peor son las moscas. Hay muchísimas, y trago saliva, al mismo tiempo que trato de ignorarlas, pero es difícil, son de las moscas verdes brillantes, gorditas y asquerosas.
Llegamos a donde hay una vaca, y Rodrigo hace un ruido, como si pudiera ver lo que tiene inmediatamente. La verdad, yo la veo igual que las demás, un poco más gordita, pero eso es todo. Aclaro la garganta, y medio disimuladamente muevo la mano, tratando de espantar a las moscas. No ayuda en nada.
Rodrigo se acerca a la vaca, jala un banquito y comienza a tocarle las glándulas mamarias, la vaca muge, molesta.
—Tiene mastitis, por eso no puede producir leche bien.
—Si, me lo imaginé —dice Jesús.
—Emma, ¿puedes sacar por favor una pluma y mi bloc de recetas? —me pide Rodrigo, mientras sigue tocando cuidadosamente a la vaca—. Vas a estar bien, doña.
Sonrío mientras saco el bloc. Me parece muy tierno cómo le habla a la vaca.
—Gracias —dice antes de levantarse y escribir algo en el bloc. Arranca la receta y se la da a Jesús—. Necesita antibiótico y una pomada con estrógenos. En unos días debe estar bien, pero cualquier cosa, me puedes marcar.
—Gracias, Rodrigo —dice Jesús tomando la receta—. ¿Les puedo ofrecer algo de tomar?
—No, gracias. Tenemos que ir por Santi pronto a la escuela.
—Ya. Mi madre quiere invitarlos a comer este fin de semana, ¿pueden?
Rodrigo me voltea a ver antes de mirar a Jesús.
—Emma se está quedando con nosotros por un tiempo, también.
Jesús encoge los hombros.
—Mientras más, mejor.
—Lo platicamos y te mando un mensaje, ¿va?
—Seguro.
Se dan un medio abrazo, de esos en los que se golpean la espalda, antes de despedirse. Jesús se quita el sombrero de nuevo al despedirme de mi, y la verdad es que no puedo negar que me gusta cómo todos aquí son tan respetuosos.
Claro, todos menos Rosa. Pero no me afecta en nada.
Nos subimos a la camioneta y vamos camino hacia el pueblo, pero le pido a Rodrigo que pare en el mercado. No hay nada en casa y quiero comprar algunas cosas para agradecer la hospitalidad.
—Realmente no es necesario —dice Rodrigo, pero yo le insisto.
Así que ahora estamos caminando por el mercado, y yo estoy fascinada por los olores, los colores, pero sobre todo la cantidad de verduras y frutas que se ven recién cosechadas.
—¿Qué le gusta de comer a Santi?
—Le gusta de todo, excepto el brócoli.
—Okay. Creo que por ahorita se me antoja hacer un consomé de pollo, solo que tardaré un poquito. ¿Te molesta si me llevas a la casa para que pueda cocinar antes de que salga del cole?
Rodrigo asiente, callado.
—No tienes que hacer nada, Emma.
—Lo sé, pero quiero hacerlo de todas maneras. Mi lenguaje es la comida, y realmente quiero hacer algo reconfortante para todos.
—Bien, te dejo en casa. Muchas gracias.
Llenos de cosas, nos subimos a la camioneta, y Rodrigo me lleva a casa. Me ayuda a bajar todo, y me enseña donde están las ollas, tablas, cuchillos, etc.
Me pongo a trabajar, pero Rodrigo no se va, de hecho, se queda recargado en la entrada de la cocina, observándome.
—Creo que nadie ha cocinado desde que Tomás tuvo que quedarse en cama.
Mi boca se siente seca, y trago saliva. Dejo de cortar las verduras y lo volteo a ver.
—¿Cuánto tiempo vivió Tomás con ustedes?
—Casi un año. ¿No lo sabías?
Niego con la cabeza.
—No he hablado con Tomás desde hace dos años...
Rodrigo se queda mirándome.
—No lo entiendo.
—Yo tampoco.
—Espero que cuando todo esto termine, podamos entender por qué hizo esto Tomás.
‹‹Sí, eso espero››.
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