Diez
Canción del capítulo: All Of The Girls You Loved Before por Taylor Swift
Despierto con el sonido de mi celular. Mi hermano me mandó un mensaje: me ha mandado mi regalo de cumpleaños atrasado junto con una foto de un depósito a mi cuenta. Me siento de golpe, frunciendo el ceño, preguntándome si tengo "no tengo dinero" tatuado en la frente. No le mando un mensaje, y le llamo.
—¿Joaquín? ¿Qué diablos?
Hay silencio del otro lado.
—¡¿Joaquín?!
—Mis papás me hicieron mandarlo.
—¿Se nota que estoy casi en bancarrota? —pregunto, completamente desalentada.
—Bueno, la verdad no lo sabíamos. Pero ya sabes como en mamá, quería estar segura de que tuvieras dinero para regresarte si fuera necesario, si las personas esas resultan raras y así.
Me quiero morir. Le acabo de confesar que sí estoy más que pobre.
—Por favor, supongamos que no dije nada de estar en bancarrota. Y dile a mamá que en cuanto esté de regreso en casa se los regreso.
—No te los va a aceptar, Emma. Y no, no les voy a decir nada.
—Ok. Muchas gracias.
—No me agradezcas, ya buscaré manera de hacerte pagar.
Sonrío. ‹‹Seguro que sí lo harás››.
—Va, gracias.
—Pero, Emma, ¿está todo bien?, ¿no son de algún culto extraño o así?
Suelto una carcajada.
—No, para nada. Son bastante amables.
—Ok. No te gastes todo el dinero por si tienes que regresar —Mi hermano carraspea— y si necesitas más, ¿me avisas?
Me siento la cara caliente.
—Voy a buscar trabajo por aquí, no te preocupes.
—Ok. Cuídate.
—Si, sí. Pórtate bien. Yo soy la hermana mayor, ¿recuerdas?
Nos despedimos y dejo el teléfono. Respiro aliviada, a pesar de la vergüenza de aceptarle a mi hermano mi estado financiero, la verdad le agradezco a mi madre ser tan precavida, porque si ya estaba casi en ceros. Pero, como le dije a Joaquín, voy a buscar trabajo.
Saco mi ropa y me ducho rápido. No hay mucho de comer, pero igual quiero ver si puedo preparales algo, es lo mínimo que puedo hacer. No me gusta estar como invitada obligada. Aprieto los labios. Aunque lo sea.
Dejo salir un suspiro, y antes de salir, tomo una chamarra, porque por lo que pude ver en la ventana, todo está lleno de neblina, imagino que debe estar haciendo bastante frío.
La casa está bastante silenciosa. Ya no paro en las fotos, pero mi corazón se apachurra al recordar la sonrisa genuina de Rodrigo al ver a su esposa. Se nota que la amaba muchísimo. Acomodo los coches de Santiago a mi paso, solo los pongo en los estantes que están cerca, pero para cuando llego a la cocina, paro y volteo hacia atrás. ‹‹¿Habré hecho mal?››. Vaya, no están acostumbrados a nadie más en casa.
Mordiéndome el labio comienzo el camino de regreso, y estoy tratando de acomodar los primeros carritos, cuando escucho la voz de Santiago.
—¡Buenos días! ¿Te gustan mis coches?
Levanto la vista y veo a Santiago y a Rodrigo mirándome. Me siento como si me hubieran cachado haciendo algo malo, y me levanto, "secándome" las palmas de la mano en el pantalón.
—Están bien padres, Santi. Y te pido una disculpa por moverlos de lugar. No debí hacerlo.
Santi voltea hacia el pasillo, como si apenas se diera cuenta de que estaban todos acomodados en estantes cercanos. Voltea a ver a su papá.
—Se me olvidó recogerlos.
—No pasa nada, Santi. Solo recuerda hacerlo la próxima vez —dice Rodrigo antes de voltear a verme de nuevo— y Emma, no te preocupes. No tienes que disculparte.
—Ok.
—Estábamos pensando ir a desayunar a la cafetería de Clara porque no hay nada en casa. ¿Está bien contigo?
—Si, claro.
—Perfecto. Santi, busca una chamarra.
—Si, papá —dice Santi antes de salir corriendo hacia su cuarto.
Rodrigo me mira con esos ojos impasibles una vez más.
—Emma, sé que todo esto es inusual, pero espero que durante los próximos meses veas esta casa como tu casa. Si mueves algo, no pasa a más.
Respiro hondo.
—Gracias Rodrigo, lo menos que quiero es causarles una molestia.
—Aun no entiendo porqué Tomás hizo todo esto, pero él confiaba en ti, eso me queda claro. Y eso lo respeto. Mi hermano era muy especial en muchas cosas, pero no metería a cualquier persona en la misma casa que a Santi, lo adoraba.
Miro hacia el cuarto de Santi y mis labios se curvan.
—Es que Santi tiene ángel. No nos conocemos y es imposible que no te cause ternura.
Rodrigo suelta una carcajada.
—No lo conoces enojado, aún. Ya veremos si cambias de opinión cuando eso suceda.
—No creo que sea tan intimidante como tú —suelto, y en cuanto me doy cuenta, me tapo la boca—. Lo siento, eso estuvo de más.
Rodrigo baja la cabeza.
—Bueno, no pasa a más. Lo soy.
Me quiero tirar por el barranco de la pena. De nuevo me siento las mejillas calientes, y estoy segura de que estoy rojísima. Estoy a punto de disculparme de nuevo, cuando llega Santi corriendo.
—¡Listo!
Sin decir más, salimos todos por la puerta y por un momento, me quedo sin aliento. Sí está haciendo mucho frío, pero el aroma a bosque y al rocío de la mañana se siente refrescante, liberador en cierto modo. Todo está resplandeciendo gracias al rocío y a los rayos del sol, y la vista es realmente espectacular.
—Qué hermoso —me digo a mi misma, antes de correr y subirme a la camioneta de Rodrigo, porque ya me están esperando.
Rodrigo maneja por las calles empedradas hasta llegar al zócalo del pueblo. Como en todo pueblo mexicano, hay una plaza grande con un pequeño quiosco en medio y una iglesia al fondo. El pueblo ya ha cobrado vida, y veo a varias personas abriendo sus negocios, platicando unos con otros.
Nos estacionamos enfrente de un pequeño restaurante. Tiene dos pisos y el piso de arriba es como un tapanco con una vista hacia la montaña.
Nos recibe una chica de ojos cafés y cabello rizado. Saluda efusivamente a Santi, pero su sonrisa se disipa cuando sus ojos se posan en mí.
—Buenos días, Rosa, ella es Emma. Estará viviendo con nosotros por algún tiempo. ¿Está Clara por aquí?
—Mucho gusto —digo, extendiendo la mano.
Rosa me da la mano, pero sin fuerza y gana alguna.
—Mi mamá está en la cocina. Tomen asiento, y ahora viene a saludarlos.
Me quedo mirando detrás de Rosa, pero supongo que Rodrigo también nota su comportamiento algo raro.
—La gente en este pueblo es algo reservada —dice Rodrigo, indicándome dónde se sentó Santi.
Mi estómago se siente pesado mientras lo sigo. No importa dónde esté, siempre me siento como foránea, como que no pertenezco. ¿Será que algún día encuentre mi lugar?
Clara se acerca a nosotros, y su cálida sonrisa se siente reconfortante de algún modo.
—¡Buenos días! —nos saluda efusivamente—, ¿qué les podemos ofrecer? —Me da su carta y pone una mano en mi brazo—. ¿Cómo te sientes, Emma? ¿Te gusta nuestro pequeño paraíso?
—Sí. Cuetzalan es hermoso.
—¿Te puedo ofrecer unos tlacoyos de alverjón, que son típicos de la región?
—¡Claro que sí! ¡Muchas gracias!
Hace muchísimo que no comía tlacoyos. Son como bolitas de masa rellenas de una legumbre tipo haba. Recuerdo que mi madre los compraba de frijoles o de requesón, y eran deliciosos.
—Genial. ¿Qué les traigo a ustedes dos?
Santi pidió quesadillas y Rodrigo pidió lo mismo que yo. Antes de que Clara se fuera hacia la cocina, Rosa ya nos había traído un café de olla, que olía delicioso a canela y piloncillo, y un chocolate caliente para Santiago.
Me quedé mirando hacia la cocina.
—¿Crees que Clara necesite ayuda?
Rodrigo juntó las cejas.
—¿Estás buscando trabajo?
—Algo tengo que hacer mientras estoy aquí.
Se quedó pensativo un momento antes de voltear hacia mí.
—¿Te gustaría trabajar en mi clínica? Estaba pensando contratar una asistente pronto.
—¿Qué hace una asistente exactamente?
—Llevarías mi agenda y probablemente me asistirías en consultas y así.
Me muerdo el labio.
—¿O le tienes miedo a todos los animales en general?
No sé por qué, pero no me sienta bien su tono sarcástico.
—Claro que no. Estaría encantada de ayudarte —contesto, decidida.
Rodrigo presiona sus labios, como conteniendo una sonrisa.
—Genial, espero que no te moleste ver sangre.
La sonrisa que tenía en los labios se desvanece.
‹‹Ay Dios. ¿En qué me he metido?››
Haré mi mejor esfuerzo por subir nuevos capítulos los viernes. Gracias por seguir aquí.
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