21. Una monja atrevida
Capítulo 21
—¿Quieres más? —Kaira me señala la fuente de patatas fritas con queso fundido y bacon que se encuentra encima de la mesa.
—No, gracias —niego, echándome hacia atrás en la silla del restaurante—. Estoy llena.
—¡Pero esto no puede desperdiciarse! —se queja.
—Lo siento, pero es que de verdad no puedo más —me acaricio la barriga.
—¡Y yo tampoco! —exclama—. Pero solo son unos bocados. No queda mucho para que se termine —me pone ojitos de corderito degollado para convencerme.
—¿Acaso quieres que vomite encima de la mesa? —replico, empezando a estar molesta con mi mejor amiga—. Si tanto te preocupa, cómetelas tú.
—No, tú.
—Bueno, si insistís tanto... —Helena nos sonríe maliciosamente mientras se lleva nuestro plato compartido hacia su lado de la mesa—. ¿Qué? ¿No habíais dicho que no podíais más? —nos echa en cara cuando nos quedamos observándola.
—Sí, claro —Kaira sonríe y sacude la cabeza—. Cómete lo que sobra —dice a la vez que se echa hacia atrás, imitándome.
—Nos haces un graaan favor.
—Lo sé —nuestra amiga se lleva las patatas fritas a la boca.
Cuando todos terminamos de cenar, nos quedamos charlando en el restaurante un buen rato. Para mi grata sorpresa, nos reímos y divertimos con los dos chicos más de lo que pensábamos; aunque definitivamente desearía que el tercero que falta estuviese también aquí con nosotros.
—¡Chicos! —Raquel capta la atención de todos los presentes—. ¿Queréis jugar al juego llamado Paranoia?
—¡Sí, por favor! —grita Kaira y yo la miro con confusión.
—¿En qué consiste eso? —elevo una ceja, curiosa.
—¿No lo conoces? —niego con la cabeza—. Bueno, es muy fácil. Consiste en susurrar una pregunta a la persona de tu derecha. Esta debe decir su respuesta en voz alta, teniendo en cuenta que el resto de los participantes no han podido oír la pregunta.
—¿Y ya está?
—Sí, ya dije que era un juego bastante fácil.
—No sé... ¿no es un juego un poco infantil? —pongo una mueca de desagrado.
—¡Qué va! Seguro que es divertido —intenta animarme.
—Sí, ese tipo de juegos siempre sacan algo salseante —habla Valeria con una expresión maliciosa en la cara.
—Bueno, igual Mar tiene miedo a revelar algo que no quiere —Yago se dirige a mí—. ¿Tienes miedo, Mar? —me pregunta directamente mientras hace hincapié en mi nombre.
—No, claro que no —no dudo en responder, sorprendida por la pregunta del chico.
Apenas nos conocemos para que me hable con ese tipo de confianza.
—¡Pues entonces juguemos! —se emociona Kevin.
—Vale —accedo finalmente.
—Empiezo yo —se apresura a decir Valeria.
La chica se acerca a la oreja de la persona de su derecha, es decir, Helena, y le susurra una pregunta que el resto no puede escuchar.
—Con dos —se limita a responder.
—¿Y qué hacemos si queremos saber la respuesta? —inquiero.
—Beber un trago de vino —me explica—. Básicamente es un juego para beber en grupo.
Las turnos pasan y voy entendiendo mejor la dinámica del juego. Nos enteramos de que Raquel se siente atraída por Kevin, dato que no sorprende a ninguno de los presentes, y de que Valeria tendría una noche apasionada con varios de nosotros.
Cuando llega el turno de Yago, me doy cuenta de que a pesar de que se encuentra en frente de mí en la mesa, yo soy la persona de su derecha. De modo que debe hacerme una pregunta.
Me pongo nerviosa con tan solo pensarlo.
El chico se levanta de la mesa y se queda unos segundos de pie, supongo que pensando en qué decirme. Cuando se decide, se acerca a mi oreja y me susurra su pregunta.
—¿Con cuántas personas te has acostado?
Me quedo quieta en la silla, sin ningún tipo de expresión en la cara. Miles de pensamientos recorren mi cabeza y me impiden pensar con claridad. Yago aprovecha el momento para volver a sentarse en su sitio.
¿Qué hago?
¿Le miento y finjo aparentar que ya he tenido relaciones sexuales? La idea puede ser arriesgada, ya que existe la posibilidad de que alguna de mis amigas beba para conocer la pregunta y descubra mi mentira.
¿O digo la verdad? Puesto que no tiene nada malo que todavía no haya mantenido sexo con nadie y no debo avergonzarme bajo ninguna circunstancia por ello.
—Con ninguna —me decido a responder.
Yago abre mucho los ojos al escucharme. Parece bastante sorprendido.
—¿En serio?
—Sí —me encojo de hombros—. ¿Qué pasa?
—No sé, es muy extraño, ¿no?
—¿Extraño? —me pongo a la defensiva—. Yo no le veo nada extraño.
—Si tú lo dices... —comienza a reírse.
Se está burlando claramente de mí y está empezando a enfadarme.
—¿Tienes algún problema? —escupo las palabras con desprecio. No pienso quedarme callada.
—Me parece que la que tiene el problema eres tú, no yo.
—¿De qué cojones vas? —doy un golpe en la mesa que provoca que el chico se asuste.
—Chicos, tranquilizaros. ¿Por qué os ponéis así? —Kaira se da cuenta de que algo está yendo mal y decide intervenir—. Yago, ¿le has faltado el respeto a Mar con tu pregunta? —se preocupa por mí.
—¿Yo?—Yago se hace el desentendido—. No, qué va. Es ella la que se ha ofendido por una tontería.
—¿¡Una tontería?! —aprieto los dientes, furiosa—. ¿Quién te crees que eres para juzgarme así? ¡Ni siquiera me conoces! —le echo en cara.
—Claro que te conozco —responde al instante con una sonrisa de lado—. Todo el pueblo te conoce como la "monja" y veo que los rumores que he escuchado finalmente son ciertos —se ríe mientras da unas cuantas palmadas, sin rastro de ningún tipo de escrúpulo.
Me levanto de la mesa y, sin pensármelo ni un segundo, le pego un bofetada que resuena en todo el restaurante. Mis amigas me observan con los ojos abiertos. Nunca había hecho algo parecido.
—Eres un cerdo.
Yago se lleva la mano a su cara mientras yo cojo mis pertenencias y salgo del restaurante.
—Mar, ¿a dónde vas?
La voz de Kaira me detiene y me veo obligada a girarme.
—A casa.
—¿Tú sola? —me mira como si me hubiera vuelto loca.
—Mi casa está a la vuelta de la esquina —le recuerdo—. Además, todavía hay gente por la calle.
—¿Quieres que te acompañe?
—No hace falta. Quiero estar sola.
Kaira asiente con la cabeza. Me conoce lo suficientemente bien como para saber que en estos casos es mejor dejarme a mi bola o, si no, acabaré pagándolas de forma inconsciente con ella.
—Está bien —me agarra del brazo y me da un abrazo—. Avísame cuando llegues a casa, ¿vale?
—Vale.
Kaira vuelve a entrar en el restaurante y yo emprendo mi camino hacia casa. Sin embargo, cuando llego al cruce, en vez de tomar la vía de mi dirección, comienzo a caminar hacia la contraria.
He recordado que tengo que hacer otra parada.
***
Antes de que la parte racional de mi cerebro logre pararlos, mis pies se detienen delante de una casa (demasiado) conocida para mí.
Cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, ya he presionado el botón del timbre, así que no tengo ningún tipo de escapatoria posible.
Solo me queda esperar a que no salgan sus padres.
—¿Sí? ¿Quién es? —una voz masculina suena a través del telefonillo después de un buen rato.
La voz suena demasiado robotizada, de modo que no distingo muy bien de quién se trata.
¿Será Aren? O, por el contrario, ¿estaré hablando con su padre?
—¿Quién es? —repite, enfadado por no obtener una respuesta inmediata.
Esta vez, el timbre de voz de la persona me resulta indistinguible y me confirma que no se trata de su padre, si no del propio Aren.
Mi corazón comienza a latir fuertemente dentro del pecho.
—Soy yo —me limito a responder, esperando que reconozca mi voz de la misma forma que yo lo acabo de hacer con la suya.
Se produce el silencio durante unos segundos.
—¿Y quién es "yo"? —replica.
Un poco decepcionada, estoy a punto de contestar a su pregunta, pero Aren vuelve a intervenir.
—¿Mar? —suena sorprendido—. ¿Eres tú?
—Sí, soy yo —sonrío de forma inconsciente—. ¿Están tus padres en casa?
—¿Por qué lo preguntas? —cuestiona, todavía sin creerse que estoy en la puerta de su casa.
—Solo dímelo.
—No. Han salido con unos amigos —me hace saber—. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Puedo subir un momento?
—¿Para qué? —me corta.
—Para hablar —le explico—. Quiero hablar contigo —sigo diciendo, intentando seguir su consejo y empezar a ser lo más clara posible.
—Mmm... —se queda pensando—. Vale, te abro —accede finalmente.
Escucho el pitido que me indica que puedo abrir la puerta y cuando hago lo indicado, me quedo quieta antes de subir por las escaleras al primer piso de la casa.
"¿Qué estoy haciendo?", me pregunto a mí misma, mirándome en el espejo de la entrada. Sin embargo, decido dejarme llevar y subir las escaleras hasta la correspondiente vivienda, encontrándome con que Aren ya me está esperando con la puerta de su casa abierta.
—Hola —lo saludo antes de llegar a la altura de sus pies.
—Hola —me devuelve el saludo, sin dejar de mirarme con una expresión interrogante.
—¿Puedo pasar? —señalo el interior de la casa después de estar unos segundos de pie en frente de Aren y la puerta, sin decir nada.
—Sí, claro —se echa hacia atrás para dejarme entrar.
—Gracias —murmuro tímidamente.
Aren cierra la puerta detrás de mí y los dos nos volvemos a quedar estáticos, pero esta vez en el pasillo de su casa. Ninguno de los dos sabe qué hacer o decir ante la situación, lo cual en vez de ponerme nerviosa, consigue relajarme.
—¿Quieres entrar en mi habitación? —me pregunta.
—Está bien —respondo sin ni siquiera pensar.
Ambos comenzamos a caminar hacia su habitación, pero en vez de detenerme cuando él lo hace, sigo andando por el pasillo.
—Mar, ¿qué haces? —me mira con una sonrisa en los labios.
—¿Qué? —inquiero antes de darme cuenta de mi error—. ¡Mierda! —exclamo al ver que estaba caminando de forma inconsciente hacia la habitación de Kaira—. Perdón, es la costumbre —me disculpo, volviendo hacia atrás.
—No pasa nada —se ríe disimuladamente.
—Lo siento, de verdad —agacho la cabeza, avergonzada.
Aren me sonríe y me deja ser la primera en entrar a su habitación. Solo cuando la veo desde dentro, me doy cuenta de lo que estoy haciendo y tengo que respirar hondo para asimilarlo.
Jamás en mi vida pensé que estaría en la habitación de Aren, al menos, no a solas y con la luz casi apagada. Ni en este contexto, ni en nada de lo que la Mar del pasado podría haberse esperado.
—¿De qué querías hablar? —capta mi atención cuando percibe que estoy mirando con atención a los cuadros que hay en las paredes de su habitación.
Sus palabras me hacen volver al mundo real y recordar el porqué estoy aquí. Bajo mi mirada hacia el suelo y pienso en qué debo decir primero, pero mi mente se bloquea y me deja sola como cada vez que la necesito.
Supongo que me toca improvisar.
—¿Tú crees que soy una monja? —mi pregunta se queda suspendida en el aire durante varios segundos que parecen eternos.
—¿Cómo? —Aren me mira con el ceño fruncido.
—Porque yo no quiero que pienses que soy una monja —sigo hablando rápidamente, mostrando mi nerviosismo e ignorando por completo su pregunta—. El resto me da igual. Pero tú... —me detengo, dudando sobre si decirlo—. No me gustaría nada que tú lo pensases.
—Mar, ¿estás bien? —se acerca a mí, preocupado.
Asiento con la cabeza mientras juego con el collar que llevo puesto en el cuello. Siempre que estoy nerviosa, mis manos deben estar en contacto con algo.
—Claro que no pienso eso —niega rotundamente—. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Y por qué no? —replico.
—Me parece extraño que me preguntes algo así de repente.
—Era solo una pregunta.
—No sé —me mira, poco convencido—. ¿Alguien te ha llamado de esa forma? —insiste. Parece enfadado ante la simple idea.
Mis ojos se abren mucho debido a la sorpresa. ¿Cómo me conoce tan bien para saber que esto viene porque uno de sus amigos me acaba de insultar con ese apelativo?
—No —miento, y veo que Aren se relaja al instante—. Lo que pasa es que yo... —intento buscar las palabras adecuadas.
—¿Tú...? —me anima a continuar.
—A veces pienso que estoy rota, o algo así.
—¿Eh? —ladea su cabeza, muy confundido con mi repentina confesión—. ¿Por qué dices eso?
—Porque sí —me muevo por su habitación hacia la ventana, incapaz de mirarle a los ojos—. Porque sigo siendo virgen con diecinueve años.
Aren se queda en silencio, sin saber muy bien qué contestar. Es la primera vez que soy sincera con él respecto a este tema, y la verdad es que no voy a negar que sienta fenomenal hablar sobre un trauma como ese en voz alta.
—No sé, hay días en los que me da la sensación de que algo falla en mí —completo.
—¿Y qué pasa si no has mantenido relaciones sexuales? —su voz grave suena en toda la habitación—. Cada uno tiene sus tiempos y si tú sientes que no estás preparada o no te apetece hacerlo todavía, nadie puede decirte lo contrario. Y menos hacerte sentir mal por ello.
—El caso es que sí me apetece.
—Pues... —se queda pensativo—. Ya encontrarás a alguien que te haga sentir lo suficientemente cómoda para dar ese paso —establece detrás de mí.
Yo sigo mirando por la ventana, huyendo a toda costa del contacto visual con el moreno y dándome cuenta de que no puedo seguir así. No puedo continuar escapando de aquello que me hace sentir solo porque tengo miedo. Tengo que cambiar si quiero avanzar de verdad.
—¿Y qué pasa si te digo que creo que he encontrado a esa persona?
Justo cuando hago la pregunta, giro mi cuerpo hacia el chico para conocer su reacción. Él traga saliva con fuerza y me mira con los ojos muy abiertos, asimilando lo que acabo de decir. Tal vez lo he asustado con tanta intensidad.
—Vale, creo que me he explicado como el culo —fijo mi mirada en el suelo de la habitación, avergonzada—. Eh... vale, no sé qué decir ahora para solucionarlo —me río con nerviosismo—. ¿Puedo empezar de nuevo?
Al levantar la vista, veo que Aren tiene una sonrisa en la cara. Parece que verme pelear con las palabras le está haciendo más gracia de lo que imaginaba.
—Adelante —responde de forma humorística, cruzándose de brazos.
—Lo que quería decir es que aún sabiendo que eras un idiota integral, yo...
—¿Cómo? —me corta de repente, sacudiendo la cabeza—. ¿He escuchado bien o acaso me acabas de llamar "idiota integral"? —hace comillas con los dedos.
—Sí, te he llamado idiota. Pero ese no es el punto ahora —le quito importancia.
—Yo creo que sí —vuelve a sacar el tema—. ¿Por qué piensas que soy un idiota?
—Aren, por primera vez en mi vida estoy intentando ser clara y directa, y tú me lo estás poniendo muy difícil —le acuso con el dedo.
—Solo es una pregunta —se encoge de hombros—. ¿Tampoco puedo preguntar?
—No, pero lo que sí puedes hacer es parar de ser un gilipollas y dejarme hablar —le suelto, enfadada—. Sí, además de idiota, ahora te he llamado gilipollas. ¿Vas a quejarte también?
Al contrario de lo que esperaba que hiciera, el chico suelta una carcajada, divertido con la situación.
—Vale, perdón. Sigue con lo que estabas diciendo.
—Gracias.
Me quedo en silencio durante unos segundos, intentando ordenar de nuevo mis pensamientos hasta que recuerdo lo que estaba a punto de decir antes de ser interrumpida.
—Aún sabiendo que eras un idiota integral —repito con retintín para fastidiarlo un poco—, y a pesar de que cada día me levantaba y me negaba a mí misma lo que estaba sintiendo, todo ese esfuerzo fue en vano —me sincero ante la atenta mirada del moreno—. Y te juro que intenté alejar esos sentimientos, ¿eh? Pero fue imposible —enfatizo para quitarle hierro al asunto.
Abro la boca y vuelvo a cerrarla, respirando profundamente antes de seguir con el discurso.
Allá voy.
—Fue imposible porque me sigues gustando. Siempre me has gustado.
Dejo salir un suspiro de mi garganta después de confesar con pelos y señales lo que siento por Aren delante del mismo Aren. No puedo evitar sentirme aliviada, como si me hubiesen sacado un peso de encima. Sin embargo, él comienza a toser ruidosamente.
—¿Qué pasa? —me acerco hacia él, preocupada—. ¿Estás bien?
—El vaso de la mesilla... —indica mientras se deja caer sentado a los pies de la cama, todavía tosiendo.
Yo sigo sus órdenes y le aproximo el vaso de agua que hay en su mesilla de noche. Una vez en sus manos, el chico comienza a beber.
—Ya estoy bien —dice después de aclararse la garganta.
—¿Qué te ha pasado?
Como estoy de pie, decido ser servicial y ayudarlo. De este modo, cojo el vaso de agua para colocarlo de nuevo en su sitio, rozando nuestras manos durante el intercambio. Aren no dice nada y me observa desde su cama con una mueca extraña en la cara.
—Me he atragantado —se limita a responder.
—¿Con qué?
—Con... —carraspea, bajando la mirada a sus manos—. Con mi propia saliva.
Me río levemente pensando que se trata de una broma, pero su expresión seria me indica que está hablando en serio y hace que me ría con mayor intensidad.
—¿Cómo has podido atragantarte así con tu saliva? —sacudo la cabeza, incrédula.
—¡Me ha pillado por sorpresa!
—¿El qué?
—Tu confesión —aclara—. Tu confesión me ha pillado por sorpresa.
—Ah... —me coloco el pelo detrás de la oreja—. Es verdad. Ya me había olvidado de eso.
—¿En serio? ¿Siempre te olvidas tan rápido de las cosas? —pregunta mientras sitúa sus manos sobre la cama y me observa con una sonrisa juguetona.
—No, en realidad no, pero como no sé qué es lo que opinas intento evadir un poco el tema —me sincero, ocasionando la risa de Aren.
—Me sorprende tu sinceridad.
—A mí también —me cruzo de brazos mientras muevo los pies de forma inquieta—. Y no estoy borracha —puntualizo.
—Sí, te creo —asiente con la cabeza, orgulloso.
Sin saber qué más decir, me limito a observar la habitación y todas las fotografías de cuando Aren era pequeño que hay en ella. A su vez, el chico decide que las tiene muy vistas y fija su penetrante mirada en mí, lo cual provoca que mi corazón vaya a mil por hora.
Maldito Aren y el efecto arrollador que tiene sobre mí.
—Si quieres, puedes sentarte en la cama.
Mis pies dejan de moverse ante la proposición de Aren y me quedo paralizada en medio de la habitación.
—Para que estés más cómoda —sigue diciendo—. No voy a comerte ni nada parecido —bromea.
En verdad, ojalá lo hicieras.
—Está bien —suspiro y me siento en la cama del chico, a unos centímetros de distancia—. ¿Contento?
—Sí, demasiado —ironiza.
Yo pongo los ojos en blanco y mantengo mi cuerpo recto, intentando que ningún movimiento pueda ser malinterpretado.
Aren comienza a reírse a mi lado y yo giro mi cabeza para ver qué es lo que le puede estar haciendo tanta gracia.
—¿De qué te ríes?
—Estás sentada como un robot —señala mi espalda entre risas—. Puedes relajarte, Mar. Ya te dije que no te iba a hacer nada.
Yo me cruzo de brazos, sin hacerle mucho caso.
—Bueno, no lo haré solo si tú no quieres —añade—. Porque si fuera por mí... —me guiña un ojo, divertido.
Sus palabras me toman desprevenida y me pongo roja al instante.
—¡No digas esas cosas! —le regaño.
—Te has puesto roja —se burla de mí, provocando que me ponga más roja todavía.
—No es cierto.
—Sí lo es. Solo tienes que verte la cara —establece de forma exagerada—. Está muy roja.
—¡Para ya, Aren! —cojo una de sus manos y la aprieto con fuerza, rompiendo la poca distancia que hay entre nosotros.
—Y si no lo hago, ¿qué? —me mira con una ceja levantada, desafiante y demasiado cerca de mí—. ¿Qué vas a hacerme? ¿Vas a vengarte?
—Sí, exacto. Voy a... —pienso en lo que voy a decir mientras lo suelto de mi agarre y me alejo lentamente de él—. ¡Voy a tirarte a la cabeza el vaso de agua que antes te ha salvado de un atragantamiento por saliva!
Aren comienza a reírse a carcajadas ante mi ocurrencia.
—¡Deja de reírte! —lo amenazo. Estoy empezando a desquiciarme—. Voy totalmente en serio. Solo tengo que levantarme, ir a la mesilla y cogerlo.
El chico continúa riéndose y yo hago el amago de levantarme, pero la mano de Aren sobre mi muñeca es más rápida y consigue detenerme.
Yo me siento de nuevo sobre la cama mientras escucho la risa de Aren de fondo.
—Joder, Mar, ¿por qué no me había fijado antes en ti?
Los dos nos quedamos en silencio ante la confesión del moreno. Sus palabras me han hecho sentir el revoloteo de miles de mariposas dentro de mi estómago y me veo obligada a retirar la vista de sus labios, para no distraerme y ser capaz de responder a su pregunta.
—Me he vuelto a poner roja, ¿verdad? —me toco las mejillas, las cuales están ardiendo debido a la situación surrealista que estoy viviendo.
—Sí, un poco —sonríe levemente, sin dejar de mirarme—. Pero menos que antes —añade con retintín. Sonrío al escucharlo.
—No sé, tal vez porque solo me veías como la amiga insoportable de tu hermana pequeña —sugiero, retomando el tema de conversación inicial—. Pero eso es lo que pienso yo. Esta pregunta solo puedes responderla tú —giro mi torso para poder mirar a Aren mientras charlamos sentados encima de su cama.
—Sí, creo que al principio fue algo así —me da la razón—. Te veía como la amiga de mi hermana que venía todos los días a nuestra casa y a la cual odiaba porque no me dejaba andar en calzoncillos con total libertad.
—Lo siento —esbozo una pequeña sonrisa divertida.
—Pero eso ha cambiado.
—¿Lo de los calzoncillos?
—Sí, eso también —sigue la broma con una sonrisa de lado, pero se pone serio al instante—. Hace un tiempo, no sé cómo ni cuándo, ya no puedo verte de la misma manera. Ya no puedo verte como la niña pequeña que eras antes.
—¿Me veías como una niña pequeña?
—Sí —se sincera—. Pero al conocerte me di cuenta de lo que equivocado que estaba, y mi imagen sobre ti cambió radicalmente.
—Y... ¿ahora cómo me ves? —pregunto con algo de duda.
—Simplemente te veo. Todo el rato. Cuando tú estás cerca, no puedo despegar mi vista de ti. Y cuando no estás, mi mente busca cualquier forma de imaginarte. De alguna u otra forma siempre estás presente.
El silencio vuelve a hacer acto de presencia en la habitación.
—Perdón, creo que he sonado demasiado intenso —sacude la cabeza al ver mi falta de reacción—. Lo último que quería era hacerte sentir incómoda.
—No es eso —lo corto de inmediato—. Es que... —pestañeo varias veces, todavía sorprendida por lo que acabo de escuchar—. Nunca creí que escucharía a alguien hablar de esa forma sobre mí. Y menos a ti.
—¿Por qué?
—Porque, aunque suene un poco cursi, eres todo lo que siempre he soñado. Y mis sueños nunca se hacen realidad —intento contenerme las ganas de llorar.
Estoy demasiado emocionada.
—Sí, ha sonado un poco cursi —se mete conmigo, sacándome una sonrisa—. Pero de vez en cuando no está mal serlo. De hecho, tengo alguna que otra frase de ese estilo guardada que me gustaría que escucharas.
—¡Ni se te ocurra! —lo señalo con mi dedo amenazador—. Esas cosas me dan mucha vergüenza ajena.
—¿En serio? —asiente con la cabeza, sin creer ni una palabra de lo que digo—. Pues hace unos segundos parecía que te encantaban.
—No es lo mismo.
—Sí que lo es —replica con una sonrisa.
—Me salió así por el momento, pero yo no soy cursi —me defiendo.
—¿Ah, no? —niego con la cabeza—. Pues qué pena. Estabas muy sexy mientras lo decías.
—¡Aren, no digas tonterías! —me muero de la vergüenza.
—Pero es la verdad. Estabas demasiado sexy —repite—. Sexy, sexy, sexy.
—¡Cállate!
Me abalanzo sobre él para darle un manotazo en el brazo, pero el moreno es más ágil y logra agarrarme de las muñecas, dejándome bajo su control y acercándome peligrosamente a él.
No puedo fingir que ese movimiento me ha puesto un poco cachonda.
—Suéltame ahora mismo —murmuro.
—Solo lo haré si me prometes que no vas a escaparte de mí cuando te suelte.
—No puedo prometerte eso —me hago la dura.
—Pues entonces puedo estar así toda la noche —me sonríe de forma maliciosa.
—Vale, está bien. No me moveré del sitio cuando me sueltes, ¡pero suéltame de una vez! —exclamo, frustrada.
Aren me hace caso y me suelta las muñecas. Yo bajo la mirada para inspeccionarlas, pero el agarre ha sido bastante suave y no me ha dejado ningún tipo de marca. Cuando levanto la cabeza, mis ojos se encuentran con los suyos y puedo escuchar su respiración agitada.
Estamos tan cerca que nuestras piernas se están rozando. También nuestros brazos, nuestros pechos e incluso nuestros labios.
—¿Por qué me miras así? —me atrevo a preguntar.
—¿Cómo?
—No sé, pero no me dejas pensar con claridad —me quejo.
Veo que Aren traga saliva ruidosamente mientras baja la mirada a mis labios, los cuales muerdo siendo consciente de lo que estoy causando.
—Tú a mí tampoco.
Coloco mi mano encima de su rodilla. Sus ojos felinos bajan de forma inmediata hacia mi mano y veo que chasquea la lengua. Lo estoy poniendo malo.
—La verdad es que ahora mismo tengo muchas ganas de besarte —va al grano. Su boca está a escasos centímetros de la mía mientras habla—. ¿Crees que puedo cumplir mi deseo?
—Puede... —le contesto, incapaz de apartarme.
La verdad es que yo también tengo muchas ganas de besarle.
—Pero espera —lo detengo antes de que nuestros labios lleguen a tocarse—. Si nos besamos, ¿qué va a pasar después entre nosotros?
—No pienses en eso ahora, Mar —me dice en voz baja mientras coloca un mechón de mi pelo detrás de mi oreja.
El simple contacto ocasiona que me estremezca de arriba a abajo.
—¿Y en qué quieres que piense entonces? —lanzo la pregunta con una clara doble intención, mientras saco el pecho hacia afuera para hacer más notorias mis tetas.
Los ojos de Aren se encienden al escucharme. Y también al verme actuar de esta forma. Nunca me había sentido tan seductora como hasta ahora.
—En esto.
Aren sitúa su mano en mi mejilla y rompe la distancia entre nosotros con un beso corto, pero que consigue dejarme sin aire.
—¿Lo he conseguido? —establece cuando se aparta de mí.
Los dos tenemos la respiración muy agitada y tengo que esperar unos segundos antes de poder hablar.
—Creo que necesito un poco más para darte una respuesta clara —juego con él mientras paso mis brazos por su cuello y lo acerco a mí.
Nos volvemos a besar, pero esta vez de forma más rápida y apasionada. Aren me sujeta de la cintura y, en un abrir y cerrar de ojos, mi espalda acaba contra la cama. El moreno se sube encima de mí y, en vez de separarme, agarro con fuerza de su pelo y hundo mi lengua dentro de su boca.
Nos movemos en perfecta sincronización y siento un calor inesperado dentro de mí. Sonrío hacia mis adentros. Esta sensación se parece a la del sueño que tuve hace unas semanas, solo que esta vez es real y puedo sentir con precisión todo lo que Aren me está haciendo.
Puedo sentir cómo sus manos navegan por todo mi cuerpo hasta detenerse en mi trasero para agarrarlo con autoridad. También puedo sentirlo acomodarse entre mis piernas y mi reacción natural de rodearlo con ellas, sintiendo un bulto justo encima de mis partes íntimas.
Un bulto grande y muy duro.
Tal vez es momento de parar.
—Mmm... —carraspeo, deshaciendo el beso—. Creo que debo irme.
El moreno rueda hacia el otro lado de la cama, mirándome mientras su pecho sube y baja de la forma más sexy posible. Retiro la mirada.
—¿Por qué? ¿He hecho algo malo? —frunce el ceño.
—No, en absoluto —niego rotundamente con la cabeza a la vez que me levanto para sentarme sobre la cama—. Es solo que ahora mismo no me siento preparada para ir más allá.
Me quedo en silencio, esperando que Aren se enfade y me mire con mala cara por haber detenido el beso. Sin embargo, eso nunca ocurre y me sonríe de oreja a oreja mientras se acomoda su pelo desordenado.
—¿Quieres irte por eso?
—¿Sí? —respondo como si fuera algo obvio—. Igual es un poco incómodo que me quede aquí después de lo que ha pasado —murmuro entre dientes.
—¿Por qué "incómodo"? —pregunta con escepticismo—. Podemos quedarnos hablando o haciendo cualquier otra cosa como ver una película, por ejemplo —me ofrece.
—¿En serio? —abro mucho los ojos.
—Sí, todavía tenemos tiempo hasta que mis padres o Kaira vuelvan a casa.
—Pues no es mala idea... —pienso en esa posibilidad que hasta ahora no se me había pasado por la cabeza.
—¿Por qué pareces tan sorprendida? —se da cuenta.
—No sé, pensaba que te gustaría seguir con lo que estábamos haciendo —admito en voz baja, un poco avergonzada.
Aren se ríe y sacude la cabeza hacia ambos lados.
—No todo en esta vida gira alrededor del sexo, Mar —establece adoptando un tono de voz serio—. Podemos hacer muchas otras cosas.
Una sonrisa de alivio se escapa de mis labios al escucharlo. Era justo lo que necesitaba oír en estos momentos.
—Además, ¿no te parece cómoda mi cama para estar de chill? —da unas palmaditas en el colchón con la intención de que vuelva a ocupar el sitio de antes y me tumbe a su lado.
Todavía sonriendo como una estúpida, le hago caso y extiendo mi cuerpo sobre la gran cama.
—Bueno... podría ser mejor —ladeo la cabeza, aparentando que estoy poco convencida.
—¿Podría ser mejor? —me imita—. Tú no sabes de lo que estás hablando —chasquea la lengua.
—Claro que lo sé. He probado muchas camas en mi vida y te puedo asegurar que esta no es de las mejores —elevo el mentón para que no se dé cuenta de la falsedad de mis palabras.
—Sí, claro —se ríe mientras apoya su codo sobre la cama para así colocar su cabeza encima de su brazo—. ¿Como cuáles? —eleva una ceja, curioso.
—No es de tu incumbencia.
—¿No vas a decírmelo?
—Te he dicho que no es de tu incumbencia —repito entre risas.
—Ah vale, genial.
Aren se hace el ofendido y fija su mirada en el techo. Yo no puedo evitar contener la risa.
—¿De verdad no vas a decírmelo? —vuelve a preguntar después de un breve silencio.
—¡No, así que cállate! —pongo mi mano sobre su boca para que deje de hablar.
Aren levanta su mano libre en son de paz y se deja caer sobre la cama. Yo me tomo ese acto como señal de rendición y lo suelto de mi agarre, pero en vez de volver al sitio de antes, mi mano comienza a acariciar su cara recién afeitada.
El chico se estremece del gusto y aprovecha para cerrar los ojos.
—No se está tan mal, ¿verdad? —extiende su mano para comenzar a acariciarme dulcemente el brazo.
Yo también cierro los ojos.
—Al final tu cama es más cómoda de lo que pensaba —bromeo.
—Ya lo sabía —establece con superioridad—. Pero ya sabes que no me refiero a eso.
Abro los ojos, encontrándome con la mirada penetrante del chico.
—¿Estás cómoda?
Mi corazón comienza a bombear con fuerza. No estoy acostumbrada a este tipo de atención. Es la primera vez que alguien se preocupa por mi bienestar de esta forma.
—Sí, creo que podría llegar a acostumbrarme a esto —sonrío.
Aren me sonríe de vuelta y se acerca para apretujarme la cara con sus manos.
—Yo también.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
¡Hola, hola! Aquí os traigo el nuevo capítulo 😊
#MAREN (Mar + Aren) está más vivo que nunca. ¿Os ha emocionado verlos así aunque sea por un capítulo?
¿Creéis que la felicidad de ambos durará? ¿También habéis tenido ganas de entrar en la historia y pegarle un puñetazo a Yago? Dejadme todas vuestras opiniones en los comentarios. Me encanta saberlas 🥰
Y sobretodo, gracias por el apoyo 💖
Como siempre, nos leemos ✨
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro