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12. Un paseo por la playa

Capítulo 12

Cuando llegamos a la playa ya me he calmado un poco.

Aren y yo nos bajamos del coche y comenzamos a caminar en silencio hacia el paseo marítimo, ya que no queremos ensuciarnos los trajes de gala con la arena de la playa.

No puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa al pensar en la imagen que debemos estar dando. Cualquier persona que nos vea se pensará que somos dos locos al estar vestidos de esta forma en medio de una playa a altas horas de la madrugada.

Aren no deja de mirarme, como buscando las palabras correctas para expresar sus dudas sobre mi comportamiento, pero no logra encontrarlas y ambos nos limitamos a escuchar el sonido de las olas del mar sin decir nada.

Inspiro y expiro con fuerza ante la atenta mirada del moreno. La situación no me resulta incómoda, de hecho, consigue que mi ansiedad disminuya notablemente.

Ahora me siento mucho mejor.

—Gracias por traerme a aquí —rompo el silencio—. Lo necesitaba —confieso observando la oscuridad del mar, ya que todavía es de noche.

—No tienes que agradecerme nada —me recuerda mientras apoya sus brazos en la barandilla del paseo marítimo—. ¿Ya estás mejor?

—Sí, ha sido un bajón sin más —le resto importancia a mis problemas, tal y como hago siempre—. Creo que el alcohol que he bebido también ha influido un poco —admito en voz baja, agachando la cabeza. Odio darle la razón.

Aren me lanza una mirada de "te lo dije", pero no añade nada más al respecto. Supongo que no quiere regodearse de la situación cuando yo todavía sigo débil. Le agradezco sin palabras ese gesto tan considerado por su parte.

Para mantener esa sensación de calma en mi organismo, me centro en escuchar el sonido de la naturaleza con los ojos cerrados durante unos minutos hasta que Aren carraspea a mi lado, obligándome a mirarlo.

—¿No vamos a hablar de lo ocurrido? —me pregunta girando su cuerpo hacia mí, dispuesto a escucharme.

Su traje negro sin corbata y pelo arreglado contrastan demasiado con el ambiente playero en el que ahora mismo nos encontramos.

—Ha sido una tontería —muevo mi brazo, como si su preocupación por mí fuese tangible y pudiera apartarla con un pequeño manotazo en el aire.

—¿Tiene que ver con lo que hablamos aquel día en tu casa? —rememora.

Me sorprende que todavía se siga acordando de aquella conversación. Fue hace tiempo y pensaba que no tendría ningún tipo de trascendencia en su vida, pero parece que no se ha olvidado de ella.

—¿A qué te refieres? —me cercioro antes de responder de que estamos hablando sobre el mismo tema.

— ¿Hoy te has sentido sola en la discoteca y por eso acabaste llorando? —suelta de repente, provocando que abra mucho los ojos—. Me refiero, ¿sigues sintiéndote sola a menudo como me habías comentado? —corrige la pregunta al instante por si acaso ha sonado demasiado brusca o invasiva.

Su nerviosismo al pensar que la ha cagado me enternece y giro el torso completamente hacia él para contestarle mientras sigo con medio cuerpo apoyado en la barandilla.

Sé que debería responder a su pregunta con un simple "no" y mentir acerca de mi verdadero estado de ánimo para evitar salir perjudicada. Pero sigo borracha y, como dice el dicho, los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, así que me lo aplico y me preparo para el papel de intensa que estoy a punto de actuar.

—Me siento sola constantemente y hoy no ha sido la excepción —declaro con una voz más grave de lo normal—. De hecho, creo que he aprendido tan bien a vivir en soledad que ya no recuerdo cómo era mi vida sin ella, y no sé si eso me asusta —suspiro—. Así que sí, hoy me sentí sola y por eso y más cosas acabé llorando —fijo mis ojos en los suyos al finalizar.

Veo que Aren se queda en silencio, asimilando todo lo que acabo de decir. Tras unos segundos abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla mientras eleva las cejas. Le he dejado sin palabras.

Al instante me arrepiento de mi confesión y me tapo la cara con las manos.

¿Pero qué acabo de decir?

—¡Olvida lo que he dicho! —exclamo con ganas de desaparecer de la faz de la tierra.

Y como estoy borracha, así lo hago.

Me aparto de la barandilla con brusquedad mientras Aren me sigue observando sin entender nada de lo que está sucediendo. Me dirijo hacia las escaleras que permiten bajar a la playa y huyo como si fuese una delincuente que acaba de cometer un delito.

Escucho los gritos de Aren de fondo, pero los ignoro corriendo sobre la arena como un alma libre hasta que me tropiezo con la tela de mi vestido y me caigo de forma muy vergonzosa en el suelo de la playa.

Genial.

¿Tenía que humillarme a mí misma de esta forma justo ahora? ¿Qué es lo que falta, que se filtre la foto que me saqué una vez con lencería para ver si estaba sexy con ella? Porque, visto lo visto, no me extrañaría nada que esto ocurriese.

—¡Mar! —grita Aren acercándose a mí, preocupado—. ¿Estás bien? —se agacha en la arena, sofocado por la carrera que acaba de marcarse por mi culpa.

Este momento me trae recuerdos inevitables de Guille, cuando se cayó en el suelo de la tienda por culpa de subirse en el carrito de la compra, pero los retiro rápidamente de mi cabeza.

Me mantengo callada, con la cabeza sumergida en la arena, pensando seriamente que si no digo nada tal vez Aren se marche y no tenga que darle explicaciones sobre mi comportamiento.

Solo tengo que aguantar...

—Sé que estás viva, te estoy escuchando respirar —establece a mi lado, sobresaltándome con la cercanía de su voz.

Mierda.

Echo aire con fuerza por la nariz mientras me levanto poco a poco del suelo, sin poder mirar a Aren a la cara de lo avergonzada que me encuentro.

—¿Te parece normal lo que acabas de hacer? —me regaña, cruzándose de brazos.

—No, lo siento —me disculpo, pero una risa tonta se escapa de mi boca al recordar mi ridícula caída—. Perdón, es que estoy borracha y no sé muy bien qué estoy diciendo —me llevo las manos a la cara, roja de la vergüenza y del alcohol.

—No hace falta que me lo digas, lo puedo ver con mis propios ojos —su voz suena decepcionada, así que me entristezco. No quiero que vuelva a pensar que me comporto como una niña pequeña—. ¿Estás bien? —se asegura a pesar del enfado.

—Sí —asiento levemente con la cabeza—. Creo que sí —añado con una risita—. ¿Tú qué opinas?

—¿De qué?

—Ya no me acuerdo —frunzo el ceño.

—Madre mía, menuda tontería llevas encima... —sacude la cabeza, irritado.

—Perdón, ¿me perdonas? —me disculpo sonriendo con dulzura—. Aren, ¿me perdonas? —repito con una mueca triste.

—Sí, pesada —suspira con cansancio.

Cuando compruebo que no tengo ningún tipo de herida en el cuerpo y me retiro el pelo lleno de arena de la cara, Aren se sienta a mi lado sin decir nada.

—Antes, cuando estabas preocupado por mi caída —expongo jugando con mis manos y llamando su atención después de unos segundos—, me llamaste Mar.

Noto que el cuerpo del chico de ojos castaños y mandíbula marcada se tensa a mi lado cuando me escucha.

—¿Y qué pasa? —se rasca el cuello, nervioso.

—Que tú nunca me llamas por mi nombre acortado —respondo con obviedad.

—Debiste hacer escuchado mal... —deja caer como si de nuevo yo fuese la loca. Creo que no se esperaba que me diese cuenta de ese detalle.

—No, te escuché perfectamente —giro mi cuerpo hacia él—. Me llamaste Mar y no Mariana, admítelo.

—No voy a admitir algo que no he hecho —habla con rapidez.

—¿Otra vez con lo mismo? —protesto elevando mi tono de voz—. ¡Me has llamado Mar! —grito mientras mi dedo toca varias veces su hombro—. ¡Admítelo!

—¡Vale, para! —exclama agarrando mi mano y retirándola con cuidado de su hombro. Me fijo en que tiene las manos más grandes y calientes que las mías—. Sí, te he llamado Mar por primera vez en la vida. ¿Contenta? —me da la razón, frustrado.

Yo sonrío con todos mis dientes.

—Sí, bastante —admito con soberbia—. Pero no ha sido la primera vez —puntualizo con voz de borracha.

—¿Cómo? —me mira con curiosidad.

—El día que estuviste en mi casa y nos despedimos, también me llamaste Mar a secas —inclino la cabeza para devolverle la mirada.

—No me acuerdo de eso.

—Pero yo sí —digo enseguida.

Aren me sonríe de lado.

—También me acuerdo del juego de preguntas que hicimos —sigo hablando—. La verdad es que sí que quería hacerte alguna más, pero no quería que te sintieras importante —me sincero.

—¿En serio? —levanta las cejas, sorprendido con mi confesión—. ¿Qué más querías preguntarme?

—Muchas cosas interesantes —admito mientras sacudo la cabeza.

—¿Pero no había ninguna pregunta en concreto que destacase sobre el resto?

—Mmm... —me paro a pensar por un momento—. ¿Te gusta lo que estás estudiando? —inquiero ocasionando una gran carcajada por parte de Aren.

Su risa provoca que sonría ampliamente.

—¿En serio eso te parece interesante? —alza una ceja, curioso.

—Sí, claro —respondo con convicción—. ¿Cómo no va a serlo? Si es a lo que te vas a dedicar el resto de tu vida...

Veo que Aren deja de sonreír tras mis palabras.

¿Acaso he dicho algo malo?

—¿Qué pasa? —me preocupo.

—Nada, que tienes razón —establece mientras sus zapatos juegan con la arena.

—Ya sé que tengo razón, pero no estoy acostumbrada que lo admitas con tanta frecuencia. ¿Dónde está el Aren que siempre me lleva la contraria? —bromeo con la intención de volver a hacerlo reír.

Y lo consigo.

Joder, qué sensación más extraña.

—Es broma —aclaro por si acaso aunque no sea necesario.

Aren se ríe de nuevo gracias a mi aclaración y yo me coloco el pelo detrás de las orejas, nerviosa.

—Creo que tu pregunta me ha sorprendido tanto porque es algo que nunca me han preguntado en los cinco años que llevo estudiando —retoma el tema sin que se lo pida tras unos segundos de reflexión.

—¿Cómo? ¿Nadie de nadie? ¿Ni tus padres? —abro mucho los ojos.

—No. Ellos suelen preguntarme si estoy bien en la carrera o en el máster, pero no si es realmente lo que me apasiona o a lo que quiero dedicarme el resto de mi vida —me explica—. Aunque tampoco creo que les importe mucho con tal de que apruebe —añade.

Asiento con la cabeza y no digo nada, asimilando el hecho de que Aren me ha confiado un pensamiento muy personal sobre su vida por iniciativa propia.

¿En qué momento hemos llegado a este punto?

—¿Y... te gusta? —insisto mientras inclino la cabeza.

—La verdad es que sí, a veces no porque hay asignaturas que no me interesan tanto, pero la mayoría del tiempo disfruto con lo que hago —contesta con total confianza—. ¿Y a ti? —se interesa.

—¿Yo? —Aren asiente con la cabeza—. Yo me siento muy perdida en la vida —me río sarcásticamente.

Aren me observa con curiosidad mientras enarca una ceja.

—¿Por qué dices eso?

—No sé, es lo que pienso a veces. Otras, en cambio, siento que tengo todo bajo control. Supongo que depende del día —me encojo de hombros.

—¿Y hoy cómo te sientes?

—¿No puedes adivinarlo? —ironizo.

—Sí, pero prefería escucharlo por tu boca —declara provocando que tenga que retirar la mirada. Sé lo que está a punto de suceder y no sé si estoy preparada—. ¿Por qué estabas llorando en la discoteca? ¿No salió bien la cosa con la persona que te gusta? —me interroga.

Suspiro con fuerza y dejo caer mi cuerpo en la arena de la playa, derrotada al pensar en lo sucedido con Guille hace apenas unas horas.

—No —confieso—. Fue peor de lo que esperaba.

—¿Fuiste rechazada? —indaga.

—Fui rechazada después de ser besada —explico con tristeza. Aren me mira con los ojos muy abiertos—. No sé qué es peor —oculto mi rostro con la manos.

—¿Y no te dio ningún tipo de explicación por su comportamiento? —intenta comprender.

—Lo intentó, pero me fui antes de ser más humillada.

—Tal vez deberías haberla escuchado... —me aconseja, pero yo lo detengo acercando mi mano a su boca y callándolo con un dedo.

—Ahora mismo lo último que quiero es hablar de él —mi voz suena exasperada—. ¿Podrías cambiar de tema?

La luz de la luna cae sobre Aren y hace que sus ojos marrones brillen de forma espectacular en la oscuridad de la noche.

—Está bien —establece sin retirar mi dedo índice de sus labios—. ¿Y tú podrías apartar tu mano de mi preciosa boca? —me pregunta esbozando una pequeña sonrisa divertida.

—No —contesto sintiéndome con el poder.

Además, sigo borracha y disfruto demasiado picándole con mis tonterías más que de normal.

Aren pone los ojos blanco y agarra mi dedo con su mano, alejándolo de su boca para colocarlo en la mía, rozando levemente mis labios durante dicho acto.

—Así mejor —me sonríe acompañado de una mirada penetrante.

Entonces mis ojos se fijan en esa mano que acaba de rozar mi boca y por mi mente aparecen reflejadas muchas cosas, cosas que el chico podría hacer en mí con ella, con esa mano marcada de venas. Inesperadamente mi cuerpo se estremece con ese pensamiento, así que lo retiro de mi mente con rapidez mientras sacudo la cabeza.

¿Me he vuelto loca? ¿En qué estoy pensando?

¿Por qué me he imaginado a los dedos de Aren haciéndome cosas muy sucias que ni siquiera me atrevo a mencionar en voz alta?

Y la pregunta más importante de todas, ¿por qué me siento excitada ante la simple idea?

—¿Te encuentras bien? —me pregunta de repente, trayéndome de vuelta al mundo real y dándome cuenta de lo que ha sucedido.

No. Me acabo de imaginar de forma inconsciente que me has masturbado con tus dedos. ¿Cómo crees que me debo encontrar después de eso?

—Sí, ¿por qué lo preguntas? —miento, claramente nerviosa.

—No sé, es que he visto que te has puesto roja de la nada.

Dirijo mis mano a la cara, dándome cuenta de que tiene razón. Mis mejillas están ardiendo y yo sé muy bien la razón de por qué.

—Tengo calor —me justifico irguiendo mi espalda del suelo.

Una arcada recorre mi garganta al realizar dicho movimiento y Aren se percata de ello.

—¿Tienes ganas de vomitar? —yo niego con la cabeza—. Es mejor que nos marchemos a casa —se levanta con rapidez de la arena.

—Estoy bien, de verdad —le aseguro sin poder mirarle a los ojos, tapándome la boca con las manos—. Ha sido porque me he levantado de forma muy brusca.

Aren se relaja de forma inmediata.

—Aún así, creo que deberíamos irnos —me ofrece su mano para que pueda levantarme con mayor facilidad.

Yo la evito y me levanto por mí misma. No quiero tocar esa mano después de lo que mi estúpida mente caliente ha imaginado con ella.

—Sí, ya es bastante tarde —le doy la razón.

En ese momento mi equilibrio tambalea y Aren me agarra por los brazos para evitar que me caiga. El contacto me incomoda y me veo obligada a zafarme disimuladamente de su agarre, tocando sin querer sus musculosos brazos.

—Estoy bien, no hace falta que me cuides —me pongo a la defensiva, evitando a toda costa su mirada—. Vámonos —escupo mientras camino hacia el paseo marítimo sin esperarle.

Aren hace una mueca extraña con su cara y se encoge de hombros. Sin embargo, no dice nada y comienza a caminar detrás de mí, alcanzándome con facilidad.

Yo acelero el paso, incapaz de compartir ahora mismo el mismo espacio que él.

¿Pero qué te está ocurriendo, Mar?

***

—¿Por qué has tomado esa dirección? Yo vivo hacia el otro lado —comento mientras observo con la cabeza apoyada en la ventanilla cómo Aren se mete por la salida de la rotonda incorrecta.

El moreno me mira de reojo desde el asiento del conductor.

—Está bien, era la segunda salida —me dice convencido, no fiándose de las indicaciones de una borracha.

—No Aren, era la cuarta —compruebo el Google Maps en el móvil por si existe la posibilidad de haberme equivocado, lo cual puede ser posible ya que no estoy en mis plenas facultades, pero no es el caso—. Sí, era la cuarta salida.

—¿Qué dices? —exclama sin retirar la vista de la carretera—. ¿Es en serio o una broma?

—¿Por qué iba a bromear sobre eso? —expongo, ofendida.

—Joder —se maldice a sí mismo—. Debiste haberme avisado —me suelta moviendo el volante con concentración.

—¿Cómo? —abro la boca—. Ahora la culpa será mía... —me río de forma sarcástica.

—No, no es culpa tuya. Yo fui el que me confundí de salida, pero si tú estabas mirando el Google Maps podrías haberme avisado para que esto no ocurriese —me explica con un tono de voz relajado—. Fue culpa de ambos.

Aren me lanza una mirada fugaz y yo mantengo los ojos fijos en mi móvil, escapando de la realidad.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? —inquiero entrando en pánico—. Darás la vuelta, ¿no? —pregunto creyendo tener clara la respuesta.

—No.

—¿Cómo que no? —levanto la voz más de lo que debería, casi chillando—. ¿Y dónde se supone que voy a dormir?

—En mi casa —se limita a responder, encogiéndose de hombros.

—¿¡Qué?! —exclamo—. Ni de broma —niego repetidas veces con la cabeza, pero Aren no parece cambiar de opinión—. ¿Es en serio?

—¿Por qué iba a bromear sobre eso? —me imita y yo ruedo los ojos.

—Aren, lo digo de verdad. No puedo dormir en tu casa —mi cabeza está empezando a cortocircuitar.

—¿Por qué no? —suena despreocupado—. Si ya has dormido una vez en ella, ¿no te acuerdas?

—No puedo hacerlo —me niego moviendo mis manos con nerviosismo. Siento que me falta el aire y tengo ganas de vomitar.

—Dame una razón creíble de por qué no puedes hacerlo.

—No tengo pijama ni tampoco sitio dónde dormir —digo enseguida a pesar de que mi mente se mueve más lenta de lo normal debido al alcohol.

—Yo puedo prestarte alguna camiseta y la cama de Lucas está libre —me replica al instante.

—Aren... —mi voz suena desesperada—. ¿De verdad no puedes dar la vuelta y llevarme a mi casa?

—Mariana, ya estamos a punto de llegar a mi urbanización y además, no creo que se buena idea dejarte sola en tu casa en estas condiciones —yo enarco una ceja.

—Ya te dije que sé cuidar de mí misma —me quejo.

—Lo sé. Solo lo digo por tu historial, yo no soy el que acabó un día en la comisaría por acudir a una manifestación ilegal borracha —añade con una sonrisa en la boca—. Estoy siendo previsor, en el futuro seguro que me lo agradecerás —bromea.

—No voy a lograr convencerte, ¿verdad? —me rindo, observando cómo su barrio ha empezado a aparecer en nuestro campo de visión.

—Por fin te has dado cuenta —me mira con una expresión divertida.

De nuevo, aparto mi cara para que nuestras miradas no coincidan y hundo mi cuerpo en el asiento, muerta de miedo.

¿Por qué tengo tanto miedo a dormir en su casa? Aren tiene razón, ya he dormido en el sofá antes. No debería sentirme así, pero no puedo evitar sentirme así.

—Ya hemos llegado —me informa bajándose del coche.

Yo me quedo unos segundos dentro, asimilando que voy a tener que pasar la noche a solas en casa de Aren con el propio Aren. Y que todavía sigo borracha y puedo soltar cualquier tontería sin importancia por mi boca.

Como que he descubierto que Aren me atrae sexualmente.

—Cállate, eso no es cierto —me recrimino a mí misma.

—¿Has dicho algo? —me pregunta el moreno desde fuera del vehículo.

¿Acaso he hablado en alto sin darme cuenta?

—¡Nada! Ahora voy —abro la puerta.

Después de esto, confirmo que no me fío de mí misma ni de mi capacidad para quedarme callada.

Aren me espera y ambos subimos en el ascensor sin decir nada.

Cuando abre la puerta de su casa, yo entro detrás de él sin saber todavía muy bien qué estoy haciendo aquí y me guía a la habitación de Lucas. Una vez allí, me presta una camiseta grande suya, que me llega justo hasta los muslos y me dirijo al baño, quitándome por encima el maquillaje y el calor de la borrachera que siento en mi organismo.

Luego me miro al espejo y me quedo unos minutos reflexionando sobre mi existencia. La cabeza me da vueltas y mi boca está seca.

Guille tenía razón en que al final de la noche le daría otra nota distinta al cóctel. Esta bebida me ha hecho pedazos y lo peor de todo es que creo que el efecto todavía no se ha acabado.

Espero unos segundos apoyada frente al lavabo. No quiero salir del baño y encontrarme con Aren en bóxers. Cuando abro la puerta veo que tiene unos bóxers negros puestos pero, por suerte, su abdomen está tapado con una camiseta para dormir que parece bastante antigua.

—¿Puedo beber agua? —pregunto sintiendo la mirada intensa de Aren fija en mis piernas descubiertas.

—Sí, claro —disimula rascándose la cabeza.

Se crea una tensión extraña entre nosotros mientras estoy bebiendo.

—¿Quieres que compruebe por ti si la cama de Lucas está limpia? La verdad es que no sé hasta qué punto es seguro dormir ahí —bromea caminando hacia la habitación de su amigo.

Yo pongo una mueca de asco, dejo el vaso de agua sin acabar en la encimera y lo sigo.

—Con esa información se me han quitado todas las ganas de dormir que tenía —establezco de brazos cruzados, causando la risa del chico.

Aren hace el trabajo por mí y comprueba si la cama de Lucas está en condiciones decentes para que yo duerma ahí.

—Yo la veo bien —me dice colocando las sábanas en su lugar.

Asiento con la cabeza levemente, pero mis ojos se fijan en una mancha extraña que se encuentra en una parte de la cama. Otra persona no le daría importante, pero yo soy bastante escrupulosa y me echa para atrás dormir en una cama ajena y sucia.

Joder Lucas, ¿no podías ser más limpio?

—No pareces muy convencida —se percata.

—Bueno, es que no me siento cómoda durmiendo en su cama sin saber si realmente le importa que duerma en ella o no —me excuso sin mencionar la verdadera razón.

—A Lucas le da igual, te lo aseguro —repite.

—No sé... —sacudo la cabeza, dudosa.

—Bueno, pues si no estás segura, no voy a obligarte a dormir en ella —me da la razón—. Pero entonces tenemos que buscar otra alternativa —se queda pensativo, barajando las posibilidades existentes.

—Puedo dormir en el sofá —camino hacia el mueble del salón y me siento en él—. Ya he dormido en él y es cómodo —miento con una sonrisa falsa en la cara.

—No es para nada cómodo —se ríe.

—Sí lo es —le llevo la contraria para que me deje dormir en él y no tenga que preocuparse en buscarme otro lugar.

—Kaira ya me informó que ese día tardaste mucho en dormirte.

Mis ojos se abren como platos.

Espero que no le haya dicho nada sobre que esa noche escuché sus gemidos o me moriré de la vergüenza ahora mismo.

—¿Qué te dijo? —inquiero de forma desesperada, casi delatándome a mí misma—. Tengo que hablar seriamente con tu hermana sobre que no te cuente las cosas que hablo con ella —murmuro cruzándome de brazos.

—Tranquila, solo me comentó que dormiste mal por culpa de la incomodidad del sofá. Nada más —me tranquiliza.

Aún así, tengo que hablar con Kaira sobre muchas cosas. Hemos estado escribiéndonos WhatsApps diarios pero necesito tener una charla en profundidad con ella sobre todo lo que ha sucedido (y lo que aún no lo ha hecho).

—¿Qué te parece si duermes en mi cama? —me ofrece apoyándose en el marco de la puerta que separa su habitación de la cocina-salón.

—¿Contigo? —me atraganto con el agua que me quedaba por beber del vaso.

Aren me mira, divertido.

—Sí, ese sería el plan —me dice sin darle demasiada importancia—. Aunque si te sientes incómoda, puedo dormir en el sofá.

Mi respuesta instintiva es decirle que sí, que prefiero que duerma en el sofá incómodo antes que conmigo. Pero luego me detengo a pensar y me doy cuenta de que sería un acto demasiado egoísta por mi parte.

El moreno me ha invitado a dormir a su casa sin tener que hacerlo, me ha propuesto diversas opciones para que me sienta lo más cómoda posible, ¿y yo se lo devuelvo robándole la cama? No, esa opción sería de persona desagradecida y con muy mala educación, y yo no soy así en absoluto.

—No, me da igual dormir contigo —hago como si nada, cuando por dentro estoy entrando en pánico.

—¿De verdad? —me mira sorprendido.

—Sí —asiento con la cabeza—. ¿Pero estás seguro de que tu cama no está ocupada? —suelto de repente.

—¿A qué te refieres?

—¿No tienes ningún ligue con el que dormir hoy? —pregunto mientras elevo pícaramente la ceja.

Si creía que ya no quedaba casi ningún rastro de alcohol en mi cuerpo, esto me acaba de confirmar de que no es así.

Jamás me habría atrevido a decir algo parecido en una situación como esta si no estuviese borracha. Para empezar, no estaría a punto de dormir en la cama de Aren si no estuviese borracha. Pero las cosas han evolucionado así y solo me queda fluir para sobrevivir.

—Si tuviese a alguien, ¿crees que estaría aquí contigo ahora mismo? —responde sin ningún pelo en la lengua.

Auch.

No sé por qué, pero esa contestación me ha dolido un poco.

—Cierto —le doy la razón.

Después me quedo parada en medio del salón, sin saber muy bien qué hacer. Nunca he entrado en la habitación de Aren y me da corte entrar y tumbarme sin que él me haya dado permiso antes.

—¿Qué haces ahí quieta? ¿No piensas dormir? —inquiere cuando termina de lavarse los dientes y se encamina a su habitación.

—Sí, pero primero me gustaría lavarme los dientes también. ¿Tienes algún cepillo de sobra?

—Creo que en el cajón de la izquierda hay uno —me indica.

Sin decir nada entro en el baño y cierro la puerta detrás de mí.

De nuevo me miro en el espejo, sin creerme nada de lo que está ocurriendo.

¿De verdad voy a dormir con Aren esta noche?

La simple idea me parece extraña y fuera de lugar, pero mi mente está en una nube y parece que no tiene ganas de bajar para reflexionar adecuadamente sobre la situación.

Me cepillo los dientes con rapidez y me lavo la cara varias veces. Me doy cuenta de que tengo restos de arena en el pelo, así que me los sacudo antes de dirigirme hacia la habitación. No quiero que Aren se despierte con arena en su almohada.

Salgo del baño y respiro varias veces con fuerza antes de entrar en la habitación. Cuando mis pies rozan el parqué, camino de puntillas como si fuese un territorio desconocido y peligroso, esperando un ataque en cualquier momento. Pero Aren solo está deshaciendo su cama.

Lo primero que destaca de su habitación es, en efecto, su gran cama, situada en el centro de la estancia. Tiene un edredón negro que contrasta perfectamente con el blanco de las paredes, adornadas con diversos cuadros y vinilos colgados. También tiene un escritorio contra la ventana con un ordenador de última generación y una estantería con libros que desconozco en su mayoría a su lado.

La verdad es que su habitación transmite bastante bien su apariencia de chico ordenado que lo tiene todo bajo control.

—Estás de suerte, justo hoy lavé las sábanas —me informa.

—¿En serio? —enarco un ceja, todavía sin atreverme a entrar en la cama.

—No es por lo que tú piensas —se ríe—. Hay personas a las que simplemente les gusta vivir de forma limpia y yo soy uno de ellos.

—Creo que a todo el mundo le gusta vivir de forma limpia —replico de forma sarcástica.

—No, créeme que no. Si yo te contara experiencias con mis antiguos compañeros de piso, cambiarías de opinión.

—Prefiero no saberlas —digo enseguida—. Ya tengo el estómago lo suficientemente revuelto y no quiero vomitar esta noche —me lamento.

El chico de ojos marrones se ríe y me mira fijamente.

—Yo suelo dormir en el lado izquierdo de la cama, ¿te importa si duermes en el derecho? —cambia de tema.

—Qué va —me encojo de hombros, caminando hacia dicho lado—. Mientras respetes la barrera, no pasará nada.

—¿Qué barrera? —inquiere cuando está a punto de entrar en la cama y se quita su camiseta, dejando su torso desnudo al descubierto.

De forma instintiva, retiro la mirada y la fijo en la mesilla de noche.

Tengo que admitir que el condenado está bastante bueno.

—Pues la barrera que voy a establecer con este cojín —agarro uno de los cojines que Aren había dejado en el suelo de la habitación al deshacer la cama y lo coloco en el medio—. Mientras este cojín se mantenga en su lugar, todo estará en orden —dispongo con autoridad.

—Está bien —accede con una sonrisa de lado mientras echa su pelo hacia atrás.

Aren se pone a mirar su teléfono móvil y yo veo la oportunidad perfecta para meterme en la cama.

Se nota que las sábanas han sido recién lavadas, ya que el olor a limpio inunda mis fosas nasales nada más sumergirme en ellas.

—¿Estás cómoda? —me pregunta cuando deja el móvil en la mesilla.

—Sí, no entiendo mucho de camas pero se nota que es una buena —respondo dando pequeños botes para comprobar su dureza.

—Suelen decírmelo mucho —alardea en un tono cómico.

—¿Quiénes? ¿Las diversas chicas que pasan a menudo por aquí? —dejo caer, entrando a nuestro juego de piques que tanto me divierte últimamente.

—Sí, ellas también —dice con una sonrisa de lado.

—Ya me lo imaginaba —pongo los ojos en blanco.

—En realidad no sé qué imagen tienes de mí, no suelo ligar mucho —se encoge de hombros.

—¿De verdad? ¿Y Paula qué?

—Paula es una amiga —yo elevo una ceja, poco convencida—. Una amiga con la que tengo sexo a veces —aclara.

—¿Y ella sabe eso? —pregunto.

—¿El qué?

—Que solo sois amigos que tenéis sexo de vez en cuando.

Tal vez me estoy entrometiendo en algo que no me incumbe, pero siempre tuve curiosidad sobre su relación. Y ahora que estoy borracha, en un ambiente de confesiones, creo que es la oportunidad perfecta para saberlo.

Él hace un pausa antes de responder.

—Yo siempre son muy claro con mis intenciones —se limita a responder con una actitud seria mientras me está mirando.

—Sí, todos sois así hasta que besáis a alguien y luego esperáis que acepte que seáis solo amigos cuando antes de eso confesó que también se había sentido atraído por ti desde el primer día —murmuro, muy enfadada recordando lo sucedido.

—Vaya, eso ha sonado demasiado específico —me observa con los ojos muy abiertos—. Estás hablando de la misma persona de antes, ¿no?

—Sí, de Guille —me tapo la mano con la boca, dándome cuenta de que acabo de decir su nombre en alto.

Aren comienza a reírse fuertemente de mi torpeza.

—¡Mierda! —gruño muy frustrada conmigo misma.

—Tranquila, no voy a decir nada —me calma, todavía entre risas.

¿Cómo puedo ser tan tonta para que se me escape de esa forma? Ahora Aren lo sabe y probablemente más gente se acabe enterando también.

—Más te vale que no digas nada —le amenazo. No confío demasiado en su silencio.

Aren hace que una llave imaginaria cierra su boca y la tira hacia alguna parte de la habitación. Yo sonrío de forma inconsciente ante esa tontería.

—Qué idiota eres —sacudo la cabeza.

—Así que Guille... no está mal —asiente con la cabeza, analizando mentalmente al muchacho.

—Lo sé —pongo cara de superioridad—. Tengo buenos gustos.

—No lo dudo —me sigue el juego—. ¿Y no sois amigos?

—Sí, lo cual hace peor las cosas—bostezo poniendo la mano delante pero que Aren no me vea la gargantilla.

—¿Por qué peor? —eleva una ceja—. Así tenéis más confianza para aclarar lo ocurrido cuanto antes —expone con cierta coherencia.

Yo suspiro, sintiéndome cada vez más y más cansada. Parece que la cama está consiguiendo que me hunda entre sus sábanas.

—No sé si quiero hacerlo —declaro tamborileando mis dedos.

Ya no sé ni lo que estoy diciendo.

—¿Por qué? —me mira con interés.

Dudo unos segundos antes de hablar.

—Pues porque pensaba que me gustaba pero cuando lo besé, no sentí nada —me abro mirando hacia el frente—. No sé si fueron los nervios, el alcohol o la situación, pero no hubo esa chispa que esperaba que hubiera entre nosotros.

Aren abre la boca para hablar, pero yo lo detengo.

—Además luego... —hago una pausa, girando mi cabeza hacia él y conectando nuestras miradas bajo la luz del flexo—. Luego me di cuenta de cosas que hasta ahora no me había planteado.

El chico asiente con la cabeza, escuchándome atentamente.

—¿Qué tipo de cosas? —me pregunta de forma inocente.

Respiro hondo, con el corazón acelerado.

—No puedo decírtelo —confieso en voz baja, sin poder parar de mirarle—. No a ti.

Me percato de que Aren traga con fuerza tras mi respuesta, moviendo su nuez de arriba a abajo.

Nos quedamos unos segundos mirándonos sin decir nada.

La forma en que sus ojos bajan lentamente y se fijan en mis labios aumentan esas cosas de las que no me había dado cuenta antes, y siento la necesidad de tirar la almohada y romper la barrera entre nosotros. De sentirme cerca de él.

Pero no puedo hacer eso.

Yo no siento nada por él. Es el alcohol y la situación del momento. En realidad, Aren no me atrae ni lo más mínimo. Por lo que giro mi cabeza hacia el otro lado y apago la luz, fingiendo que esta conversación no acaba de pasar y que ha sido por culpa del alcohol.

Pero sí ha pasado y, lo peor de todo es que ya no estoy borracha en absoluto.

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