11. Un beso de ensueño
Capítulo 11
Me miro por última vez en el espejo antes de salir del baño y enseñarle mi vestido lencero negro a Laura.
—Ya estoy —le informo mientras ella está concentrada maquillándose.
—¿A ver? —se gira.
Mi amiga se queda boquiabierta al verme.
—¡Estás guapísima! —exclama.
—No es para tanto... —le quito importancia, avergonzada.
—¿Pero tú te has visto? —Laura me agarra de la mano haciendo que gire sobre mí misma y ella pueda observar mi atuendo con mayor precisión—. ¡Menudo culo!
—¡Laura! —me escandalizo, aunque en el fondo me ha gustado que se haya fijado en él. Fue una de las principales razones por las que me lo compré.
—Yo no miento, ya lo sabes —se excusa—. Además, me encanta la abertura en la pierna. Es muy sexy —me halaga.
—Pues... ¿gracias? —me río nerviosamente sentándome en la silla del escritorio—. Tú también estás muy guapa —me fijo en su traje azul marino de pantalón y americana.
La chica de pelo corto y ojos azules esboza una sonrisa de agradecimiento.
—¿Qué quieres que te haga? —me pregunta sacando sus numerosas paletas de colores y enseñándomelas.
—No suelo maquillarme, así que no tengo ni idea —me sincero.
—Por el color de tu piel, yo creo que te quedará bien esta sombra rosa —me la acerca para que pueda verla bien—. ¿Qué te parece?
—Sí, me gusta —acepto sin darle más importancia de la necesaria.
—¿Quieres que antes te haga la raya del ojo?
—Laura —llamo su atención—. Tú haz lo que quieras con mi cara, que yo me fío de ti y sé que no me harás ningún destrozo.
Mi amiga suelta una fuerte carcajada tras escucharme.
—Cierra los ojos entonces —la obedezco y comienza a hacerme el delineado en el ojo derecho—. Guille llegará en nada —deja caer mientras yo sigo con los ojos cerrados, disfrutando de la delicadeza de mi amiga a la hora de maquillar.
—Lo sé —me limito a responder.
—¿Vas a confesarle lo que sientes de una vez por todas? —se interesa.
Me quedo callada durante unos segundos antes de contestar.
—Es mi plan, pero no sé si seré capaz —confieso con la voz temblorosa mientras Laura coge el rímel y me lo aplica en las pestañas con cuidado.
—Ya puedes abrirlos —me avisa—. ¿Te echo también colorete y highlighter?
—¿Por qué no? —me encojo de hombros, dejándome llevar por las decisiones estéticas de mi amiga. Me fío de su criterio.
—Nunca sabrás si eres capaz hasta que no lo intentes —retoma el tema tras encontrar la brocha de maquillaje adecuada en su enorme neceser.
—Ese es el problema. Me da pánico pensar en el simple hecho de intentarlo —respondo, frustrada conmigo misma.
También me pongo nerviosa con tal solo imaginar sus ojos verdes fijos en los míos, mirándonos en silencio mientras le confieso mi atracción, pero eso no lo digo.
—A veces damos demasiada importancia a cosas que realmente no la tienen —establece dándome toques con la brocha en los mofletes y haciéndome cosquillas placenteras—. Pero eso tienes que verlo por tú misma. Por mucho que te dé consejos, si tú no estás por la labor de seguirlos, no sirven para nada.
—Sí que quiero seguirlos, sé que quiero cambiar —le confirmo mientras ella se encarga de dar los últimos retoques a mi cara—. Hoy estoy decidida a superar un poco ese miedo y darme cuenta de que no es para tanto.
—Esta actitud me gusta más —me sonríe asintiendo con la cabeza. Puedo ver el orgullo en sus ojos azules—. Ya he terminado, ¿te gusta el resultado? —me aproxima un pequeño espejo para que pueda mirarme.
—Te ha quedado precioso —le doy mi aprobación sin poder parar de observarme, embelesada con mi propia cara—. Muchas gracias, reina.
—¡Para eso estamos! —exclama empezando a guardar todos los utensilios empleados—. ¿Necesitas algo más? —inquiere lanzándome una mirada fugaz, ya que está ocupada limpiando.
—No, qué va —me niego rotundamente. Ya ha hecho demasiado por mí—. Déjame devolverte el favor ayudándote a recoger —me ofrezco. Me siento en deuda con ella.
—Vale, pero solo porque así acabamos antes —acepta mi propuesta.
Las dos nos ponemos a ordenar la habitación de Laura, la cual está hecha un desastre, y terminamos en unos minutos a pesar de ir lentas para no sudar y ensuciarnos la ropa que llevamos puesta.
Cuando comprobamos el reloj, todavía tenemos tiempo de margen suficiente para hablar un poco sobre mi situación con Guille y llegar puntuales a la cena.
—Hablando del rey de Roma —establece al coger su teléfono móvil—. Guille me acaba de enviar un mensaje diciendo que está a punto de llegar —me hace saber Laura después de unos minutos. Cuando estamos tumbadas en la cama, esperando a que pasen los minutos—. ¿Vamos?
—¿Me ayudas a levantarme? —pregunto con vagueza.
Laura se ríe y me ofrece su mano, consiguiendo que me levante de la cama con mucho esfuerzo y exageración por mi parte.
—Estamos hechas unas perras —se viene arriba cuando nos vemos de cuerpo entero en el espejo del pasillo de su casa, antes de salir por la puerta de la entrada.
—La verdad es que sí —la apoyo observándonos de arriba a abajo. Parezco otra persona.
Hago el amago de abrir la puerta.
—¿Estás preparada? —me detiene antes de salir.
—¿Para la cena?
—Para lo que hemos estado hablando, idiota —aclara rodando los ojos.
—Estoy lista para ambas cosas —me armo de valor—. Y esta vez es de verdad. Estoy harta de este bucle interminable y de ser el personaje secundario de mi propia vida.
Laura me sonríe de oreja a oreja, contenta con mi contestación y mi determinación a la hora de hablar. Yo le devuelvo la sonrisa, sintiéndome apoyada por mi amiga.
—Entonces, es hora de marcharnos —abre la puerta y las dos salimos agarradas del brazo.
***
El evento transcurre tal y como lo esperado.
Más de 300 personas disfrutamos de una cena increíble en un casino ambientado para la perfecta ocasión. Incluso, por un momento, me olvido de que soy una de las organizadoras y me asombro de lo bien llevado a cabo que está todo.
Cuando la cena está a punto de terminar, todos los miembros de Pecezuelos nos reunimos en un pequeño escenario para agradecer su asistencia y confianza a los presentes. Ellos nos aplauden con gran efusividad y les prometemos que la noche no ha hecho más que empezar, ganándonos más vítores y aplausos de su parte.
—La gente está demasiado animada —apunta Paula con asombro al bajar del escenario.
La rubia lleva puesto un espectacular vestido rojo que resalta positivamente en ella debido a su color de piel, además del porte elegante que siempre la acompaña. Está demasiado guapa.
—Eso es por la barra libre de vino que ofrecimos —contesta Laura—. Qué pena que nosotros no hayamos podido disfrutar de ella... —se queja lanzándole una mirada despectiva a Alicia, ya que fue ella la que nos impidió beber alcohol durante la cena.
—Tenemos toda la noche para emborracharnos, así que ni se te ocurra quejarte —se justifica la coordinadora principal, y todos le damos la razón.
—Es hora de irse, ¿no? —pregunta María mirando el reloj. Son las doce y media de la noche y tenemos que marcharnos a la discoteca, debido a que hemos reservado una parte de ella.
—Sí —le confirma Alicia—. Pero antes de que cada uno se vaya por su lado solo quería deciros que estoy muy orgullosa de nuestro equipo —se abre ante nosotros—. Esto es solo el inicio.
—¡Claro que sí! —exclamamos todos con felicidad.
—¡Por más proyectos juntos! —propone Aren cogiendo una de las copas de cristal de la mesa.
El resto lo imitamos y brindamos como si tuviésemos champán dentro, pero solo es agua.
—Qué triste acaba de ser esto —expone Guille tras el brindis, causando la risa de los demás debido a la veracidad de sus palabras.
Pero no la mía.
Porque aunque quiera disfrutar del momento, mi mente no deja de pensar en lo que va a suceder cuando nos subamos en el coche de Guille hacia la discoteca. No dejo de darle vueltas al hecho de que voy a tener que confesarle mi atracción a mi amigo y que el resultado de ello puede ser muy bueno, o muy malo.
Yo sé que quiero hacerlo, y verlo vestido esta noche con un traje negro y camisa blanca me lo ha confirmado, pero eso no quita que esté nerviosa y no pueda ocultarlo.
—¿Estás bien? —se dirige a mí el chico con el corte de pelo mullet y ojos verdes cuando nos bajamos de su coche y llegamos a nuestro destino.
—Sí, ¿por qué lo preguntas? —indago evitando el contacto visual a toda costa.
—No has hablado casi nada durante el trayecto —se fija.
El corazón me da un vuelco.
—Me he mareado un poco, pero ya estoy bien —miento mientras intento sonar creíble.
—Mejor —me sonríe de lado—. ¿Tienes ganas de fiesta? —se interesa de nuevo en mí.
—Sí, bastantes —contesto secamente, como si fuera un robot.
Estoy empezando a ponerme nerviosa y, por tanto, a bloquearme mentalmente.
—¿Y tú? —sigo hablando para continuar con la conversación.
—Muchas, la verdad —me lanza una mirada tan intensa que provoca que tenga que apartar la vista y centrarla en otra parte—. ¿Entramos? —señala la entrada de la discoteca.
Asiento con la cabeza mientras busco de forma disimulada a Laura, pero creo que la he perdido entre la multitud por estar hablando con Guille.
Probablemente ella haya desaparecido a propósito tras verme interactuar con el chico por primera vez en la noche. No sé si agradecérselo o matarla por ello, pero no puedo evitar sentirme atacada al no tenerla cerca como apoyo por si las cosas no salen como me gustaría.
Guille y yo entramos en la discoteca. Mucha gente se detiene a hablar con nosotros al vernos, felicitándonos por el evento y cuando llegamos a la barra, ambos nos sentimos como celebridades.
—¿Qué quieres beber? —me pregunta.
Sus ojos siguen observándome con esa tentadora mirada y yo apoyo mi cuerpo en la barra, intentando parecer despreocupada.
Es el momento adecuado para empezar a tantear el terreno.
—Te dejo a ti elegir mi bebida —me atrevo a decir con una voz seductora mientras le miro fijamente a los ojos. O esa es mi intención.
Guille se ríe al escucharme.
Mierda. ¿Ya lo he estropeado?
—¿De verdad? —me sigue el juego acortando la distancia entre nosotros. Yo asiento con la cabeza, poniéndome todavía más nerviosa—. ¿Lo que sea?
—Lo que sea —respondo.
—Vale, pues pediré para ambos un Cosmopolitan —le lanzo una mirada curiosa—. ¿Nunca lo has probado? —se sorprende.
—La verdad es que no —niego con una sonrisa sin dientes.
—Pues hoy será el día —establece llamando al camarero para que nos atienda.
Mientras esperamos, observo el ambiente de la discoteca y me doy cuenta de que Lucas se encuentra en ella junto con Aren.
—Aquí tienes —me ofrece Guille—. Corre a cuenta de la casa.
—¿Qué? ¿Me lo has pagado? —mis ojos se han abierto como platos.
—Ya me lo devolverás otro día —se limita a responder—. Con otro Cosmopolitan, por ejemplo —le da un sorbo al cóctel y mis ojos se fijan de forma inevitable en su boca.
Retiro la mirada como si hubiese hecho algo malo y lo veo sonreír por el rabillo del ojo.
—Vale, trato hecho —acepto en voz baja y pruebo la bebida para no seguir haciendo más el ridículo.
—¿Te gusta? —pregunta cuando termino de beber.
—No está mal —Guille se ríe—. Le doy un ocho de diez.
—Bueno, no es mala nota —asiente con la cabeza, satisfecho—. Ya me dirás al final de la noche si le sigues dando la misma puntuación —me dice mientras camina hacia el centro de la discoteca, donde se encuentra todo el mundo. Yo le sigo.
—¿Por qué? —me preocupo.
—Tú ya verás —me sonríe a la vez que sigue caminando hacia un grupo desconocido de gente—. Voy a hablar con unos amigos un momento, ahora vuelvo —se aleja.
No puedo objetar nada al respecto, porque cuando quiero hacerlo ya me he quedado sola en una parte de la discoteca con la única compañía de mi copa.
¿Por qué siempre tengo que acabar de esta forma?
—¿Qué haces aquí sola? —Lucas aparece detrás de mí y coloca su brazo en mis hombros, abrazándome con cariño.
—Hola —lo saludo tanto a él como a Aren, que se encuentra a mi izquierda—. Estaba con Guille pero se ha ido un momento junto a unos amigos —les explico intentando no parecer afectada porque se haya vuelto a producir uno de mis miedos.
—Puedes estar con nosotros si te apetece —me ofrece el de pelo rizado con una gran sonrisa en la cara—. ¿Verdad, Aren?
El moreno asiente distraídamente con la cabeza mientras fija su mirada en el móvil. Seguramente está hablando con Paula.
—Te queda muy bien el vestido —me halaga Lucas.
—Muchas gracias, tú también estás muy guapo —le devuelvo el cumplido.
Escucho la risa irónica de Aren a mi lado y no puedo evitar girar mi cara de pocos amigos hacia la izquierda para contestarle.
—¿De qué te ríes? —le reprendo de forma autoritaria.
—De nada —responde guardando el móvil en su bolsillo.
—No, de algo te has reído porque te he escuchado —insisto.
—No me reído de nada, Mariana —se burla de mí con su típica sonrisa de lado.
—¡No me dejes de loca que te he escuchado! —exclamo, tal vez exagerando un poco la situación, pero no me gusta que me hagan quedar de tonta.
Vuelve a reírse de mí, pero esta vez lo hace en mi cara.
—¿Acaso te hago gracia? —le pregunto, atónita ante su comportamiento.
—Un poco —admite todavía riéndose.
—Pues tú me haces más gracia. Ja-ja, mira cómo me río —me meto con él mientras mantengo una expresión seria en la cara.
—Esto no es una competición, Mariana —niega con la cabeza mientras me mira desde las alturas—. Pero si lo fuese, yo sería el ganador —sonríe con chulería.
—Chicos, ¿podéis parar con vuestras peleas? —nos llama la atención Lucas, que ha escuchado toda la conversación de principio a fin—. Sois como dos niños pequeños atrapados en el cuerpo de un matrimonio de cuarenta años, siempre discutiendo por tonterías.
Aren y yo nos miramos asqueados.
—¿Qué dices? ¡No! —nos quejamos al unísono y Lucas suspira con resignación a la vez que agita su cabeza hacia ambos lados.
—Pues entonces callaros y disfrutad de la fiesta —nos balancea a ambos, divertido.
Yo le doy un trago largo a mi cóctel, casi terminándomelo.
—Voy a por otro —les informo.
—¿Te acompaño? —pregunta el chico de pelo rizo antes de que me vaya.
—No hace falta —le sonrío con agradecimiento y me encamino hacia la barra haciéndome hueco entre la multitud de gente.
Cuando creo que estoy sola de nuevo, Aren si sitúa detrás de mí.
—¿Ya se lo has dicho? —me pregunta mientras mira disimuladamente hacia la zona en la que se encuentra Guille.
—¿A quién? —entro en pánico.
¿Se ha dado cuenta?
—A esa persona que te gusta —me aclara observando ahora hacia donde está su amigo Lucas.
Suspiro aliviada.
No, no se ha dado cuenta del que me gusta es Guille.
—No, primero quiero bailar —elevo la voz para que me escuche—. ¡Oye! —me dirijo hacia el camarero, él me ve y se aproxima hacia mí—. Otro Cosmopolitan, por favor.
—¿No crees que estás bebiendo demasiado rápido? —me advierte, preocupado.
—¿No crees que estás bebiendo demasiado rápido? —repito lo que dice, haciéndole la burla—. Estoy perfectamente —contesto pasando las manos por mi vestido largo, para que vea que sigo igual de espléndida que cuando he llegado.
Él me mira de arriba a abajo sin ningún tipo de descaro.
—Déjame dudarlo —pongo los ojos en blanco—. Tienes que beber más despacio —me aconseja.
—Aren, ¿por qué no me dejas en paz? —le espeto, cansada de que me corte el rollo.
—Mariana...
—¡Aren! —exclama Paula entrando en escena y besando apasionadamente a Aren en los labios como si yo no estuviese delante.
Aprovecho el momento íntimo entre ambos para pagar el cóctel y escaparme hacia la pista de baile.
Allí me encuentro con Alicia y más gente de Pecezuelos. Son muy majos y conozco a la mayoría de ellos, de modo que me siento integrada en el grupo y disfruto de la velada bailando y riéndome de diversas situaciones surrealistas.
El cóctel se termina con rapidez y me veo obligada a acudir otra vez a la barra para pedir otro.
Está demasiado bueno y baja por mi garganta como si fuera agua.
No puedo evitarlo.
Veo a Guille en el mismo sitio de antes e intento que no me vea, pero el mismo camarero que me ha atendido anteriormente necesita que le pague. Por lo que me convierto en una ninja, agachándome cada vez que el chico gira la cabeza hacia donde estoy, y escondiéndome entre la gente que allí se encuentra para intentar pasar desapercibida.
Definitivamente soy patética, pero logro completar mi misión y camino con rapidez hacia la pista de baile.
—¿De quién te escapas? —me pregunta una voz muy cerca de mi oreja. Es Guille y me mira con una expresión juguetona.
—¿Yo? —me hago la tonta. Él asiente con la cabeza—. De nadie, solo quería llegar cuanto antes a la pista para seguir bailando —cuento una verdad a medias.
—Así que estabas allí... —se queda callado un momento—. Te estuve buscando, pero no te encontraba.
Me atraganto con el trago que estoy tomando.
¿Me había estado buscando durante todo este tiempo? ¿Qué significa eso, que me ha echado de menos? ¿Acaso me estoy ilusionando por nada? ¿Por qué me siento tan emocionado de repente?
—¿Cuántos llevas? —señala mi cóctel.
—Tres, ¿y tú? —arrastro un poco las palabras.
—¿Tres? —abre los ojos con sorpresa—. Yo llevo dos —contesta a mi pregunta—. ¿Me das un poco?
—Claro —le paso mi copa y Guille bebe de ella.
De nuevo, mis ojos se dirigen a sus labios y me quedo un rato observándolos, embobada con el movimiento que realizan al beber.
No sé si es por culpa del efecto del alcohol, pero me siento más confiada que nunca. Es el momento de actuar y mi cuerpo lo sabe.
—¿Quieres salir a fuera un rato? —dejo caer disimuladamente. Guille me mira, curioso ante la inesperada propuesta—. Es que necesito tomar un poco el aire —aclaro, aunque no sea cierto, pero tengo que ser menos obvia.
Sin decir nada, él me agarra de la mano y ambos caminamos hacia la salida de la discoteca. Durante el trayecto me acabo mi cóctel y antes de salir a fuera lo dejo en la mesa de la entrada.
—¿A dónde quieres ir? —pregunta.
Creo que ya se ha dado cuenta de mis intenciones.
Quiero gritar, pero me contengo.
—No sé... —tartamudeo con nerviosismo.
Luego me quedo en silencio, mirando hacia todos los lados menos a él.
MARIANA, NO PUEDES QUEDARTE EN BLANCO EN MOMENTOS COMO ESTE. TIENES QUE REACCIONAR O SI NO PENSARÁ QUE ERES RARA.
Pero por más que lo intente, las palabras no salen de mi boca.
Siempre lo digo, pero me odio por ser así.
Por suerte, Guille no se lo toma a mal y se ríe como hubiese contado un chiste muy gracioso, cuando literalmente me he quedado callada durante varios segundos.
—Podemos ir hacia allá, parece un lugar más tranquilo para respirar mejor —propone, y yo le doy la razón asintiendo con la cabeza.
No soy consciente de que el momento está a punto de llegar.
Cuando estamos relativamente solos, en una especie de plaza extraña, Guille se apoya en una fuente y saca su cajetilla de tabaco.
—Espera —lo detengo.
—¿Qué pasa? —me mira con extrañeza.
Estoy temblando y sudando a partes iguales, pero tengo que hacerlo.
No puedo seguir viviendo en la sombra.
—Quería decirte una cosa —comienzo a decir. El temblor de mi voz es evidente, pero Guille parece ignorarlo y continúa mirándome.
—Soy todo oídos —me tranquiliza guardando su paquete de tabaco.
—Verás, es que desde hace algún tiempo yo... —pienso un momento las palabras adecuadas.
—¿Tú...? —me anima a seguir.
Joder, creo que me va a dar un ataque al corazón ahora mismo.
—Desde hace algún tiempo yo siento... —respiro con fuerza—. Yo siento una especie de atracción por ti —completo la oración, incapaz de mirarle a los ojos. Me siento demasiado expuesta.
Por la expresión de su cara, sé que mi confesión le ha pillado desprevenido.
Veo que parpadea varias veces antes de contestar.
—¿Sabes qué es lo que pasa? —acorta la distancia entre nosotros de forma demasiado peligrosa—. Que yo también siento esa atracción por ti desde el día que te conocí —confiesa cerca de mi boca, tan cerca que tengo que agarrarme a su brazo para no caerme hacia atrás de lo sorprendida que me encuentro.
Sin pensarlo más de dos veces, me lanzo a él y le doy un cálido, pero tímido beso en los labios.
Guille me corresponde al beso con rapidez y coloca sus manos en mi espalda, aproximándome todavía más a él. Yo hago lo mismo, pero alrededor de su cuello.
Hacía tiempo que no recordaba qué se sentía al ser besada. Pero hay algo, no sé el qué, que no me permite vivir el beso con Guille de la misma forma en que me lo había imaginado miles de veces en mis sueños.
Tras unos minutos, nos separamos con la respiración agitada y yo retiro la mirada, avergonzada por lo que acaba de suceder entre nosotros. Probablemente esté roja como un tomate y tenga el maquillaje corrido, pero no me importa ahora mismo.
No sé qué decir, ya que no me esperaba que esto ocurriese, así que me quedo callada con los ojos fijos en el asfalto del suelo.
—Ha sido...—busca la palabra adecuada—... inesperado —se atreve a verbalizarlo.
—¿Y eso es bueno o malo? —mi boca habla antes de que pueda detenerla.
Definitivamente ya noto el efecto del alcohol dentro de mi organismo.
—Te he devuelto el beso, creo que está clara la respuesta —contesta ocasionando una mezcla de sentimientos contradictorios dentro de mí.
¿Pero qué me pasa?
Aún así, sonrío como una tonta.
Gran parte de esta felicidad es porque he sido capaz de superar mis miedos y actuar en base a mis propios deseos, algo que jamás habría podido hacer en el pasado. Por eso me siento muy orgullosa de mí misma.
—¿Y ahora...? —indago con emoción.
—¿Ahora qué? —replica.
—Pues qué va a pasar entre nosotros —le explico.
Tal vez me estoy viniendo arriba pero necesito aclarar la situación cuanto antes.
—Somos amigos que se han liado y que pueden volver hacerlo en un futuro —se encoge de hombros.
Escucho a mi corazón romperse dentro de mí cuando Guille pronuncia esas palabras.
—¿Solo eso? —pregunto decepcionada, pero con cierta esperanza de haberlo entendido mal.
Guille suspira.
—Verás Mar, ahora mismo no busco nada serio... —comienza a explicar, pero mi orgullo no me permite seguir escuchando la humillación.
—Está bien, Guille —le corto mientras me contengo las ganas de llorar.
No sé qué me esperaba que contestase pero, después de lo sucedido, esta respuesta no entraba dentro de mis opciones.
Yo iba con la idea de que me rechazaría de primeras, no que se liase conmigo para ilusionarme y luego darme la patada como lo está haciendo ahora. Lo consideraba una mejor persona que eso, pero veo que estaba equivocada.
—Perdón, pero yo... —me mira con pena.
Y eso es lo peor que puede hacer. Mirándome de esa forma solo me confirma que el beso de antes simplemente ha ocurrido para no hacerme daño, no porque sintiese dicha atracción por mí.
Joder, ¿cómo he podido ser tan patética para no haberme dado cuenta antes?
—Mejor me voy —me despido mientras me alejo de él.
Debo marcharme antes de que se me escape una lágrima. Es lo último que falta para que la noche se convierta en peor de lo que ya es, que el chico que me acaba de rechazar me vea llorar. Sería mi fin como persona con dignidad.
Guille no me detiene en mi huida, algo que me hace sentir todavía más humillada, y me tropiezo varias veces con personas y cosas durante el camino a la discoteca.
Entro en el local y mi primer impulso es pedirme otra consumición. Sé que no debería, ya que mi experiencia me advierte de que el alcohol y la tristeza no son buenos compañeros, pero lo hago igualmente.
Doy un trago demasiado largo al mismo cóctel que había pedido antes y mis ojos se llenan de lágrimas de repente, inundándome de esa soledad que tanto odio.
Tengo que empezar a asimilar que estoy sola, que siempre lo he estado y que siempre lo estaré.
Cuando giro la cabeza, veo a Laura junto con un grupo de gente. Empiezo a caminar hacia ella para contarle lo ocurrido, pero Guille entra en mi campo de visión y me veo obligada a retroceder varios pasos, deseando que ninguno de los dos me haya visto.
Una arcada agita mi cuerpo y la cabeza me da miles de vueltas. Ese último sorbo del cóctel no me ha sentado del todo bien.
Intento escapar del lugar, pero los cuerpos de las personas que bailan no paran de chocarse conmigo y provocan que mi copa de cristal se caiga en el suelo.
—¡Ten más cuidado, chica! —me recrimina un desconocido que se encuentra a mi lado y al que he mojado accidentalmente con mi bebida.
—Perdón, fue sin querer —murmuro entre sollozos.
—¿Qué has dicho? —me manda repetir con una actitud prepotente que logra asustarme.
—Te ha pedido perdón, ¿estás sordo o qué? —Aren aparece detrás de mí y me defiende ante el desconocido.
El chico, mucho más bajo que él, parece asustarse, porque vuelve junto a su grupo de amigos como si nada hubiera pasado.
—Mariana, ¿estás borracha? —se dirige a mí, enfadado.
Pero cuando logra verme la cara, se da cuenta de que estoy llorando y la furia de su rostro desaparece de forma instantánea.
—¿Qué te pasa? —me pregunta con preocupación.
Yo no puedo evitarlo y me lanzo a sus brazos, fundiéndonos en un extraño abrazo. Él me abraza de vuelta, un poco incómodo por la situación.
—¿Quieres que avise a Laura? —propone sin saber muy bien qué decir o hacer para ayudarme.
—No —niego todavía en su hombro—. Quiero marcharme de aquí.
—¿Quieres irte a tu casa? —habla en un tono de voz calmado, pero también confundido.
—No, solo quiero irme de aquí —contesto sin ser demasiado clara.
Poco a poco, me separo de Aren y él me observa fijamente a los ojos, intentando comprender qué es lo que le estoy pidiendo.
—Solo quiero estar en un lugar tranquilo para respirar y alejar estos horribles pensamientos que ahora están en mi cabeza. Lo necesito de verdad —me sorbo los mocos.
El chico de pelo castaño se rasca la barbilla, pero parece entender lo que estoy diciendo.
—Coge tus cosas en el guardarropas, nos vamos a la playa —establece tras estar pensativo durante unos segundos.
Ladeo la cabeza. Ahora la que está confundida soy yo.
—¿A la playa? —pregunto, sorprendida.
—Sí.
—¡Pero si está lejos de aquí!
—He traído mi coche —me recuerda.
—Has bebido, no puedes conducir en esas condiciones.
—Solo he bebido una cerveza al principio de la noche —me tranquiliza.
—Puedes llevarme a mi casa, no hace falta que hagas esto por mí. No quiero molestarte, puedo... —sigo sacándole pegas al plan.
—¿No dijiste que necesitabas un lugar tranquilo para respirar? —me corta, frustrado ante mis negativas. Yo asiento con la cabeza—. ¿Qué mejor lugar para eso que una playa de noche?
Dudo antes de hablar.
—¿Harías eso por mí? —le chillo al oído.
Me había olvidado de que todavía seguimos dentro de la discoteca.
—Claro —suena genuino—. ¿Por qué no?
Porque nunca nadie ha hecho algo así por mí antes.
—¿Y Paula? ¿Y tus amigos? —saco mi último cartucho.
—Creo que se podrán apañar sin mí —se encoge de hombros.
—Bueno, vale —accedo arrastrando las palabras, recordándome que sigo borracha—. Voy a por mis cosas y nos vamos.
Aren esboza una pequeña sonrisa sin dientes, victorioso, y me acompaña para comprobar que no causo otro estropicio durante el camino como el de antes.
Tengo que llegar viva a la playa.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
No sé si alguien habrá llegado hasta aquí, pero hola si es así 😁
La verdad es que esta historia está en continua edición, así que estáis siendo partícipes de su creación. ¡Sentiros afortunados y afortunadas!
Gracias por el apoyo y por leer. Ya sabéis que los votos y los comentarios siempre animan a continuar. No os cortéis y hacedlo 😉
Nos leemos ✨
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro