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10. Una ayuda amorosa

Capítulo 10

Las semanas pasan sin pena ni gloria.

Nada importante en mi vida avanza salvo el proyecto de Pecezuelos, el cual ya tiene fecha de realización.

Tras pasar Halloween y perder la oportunidad de ambientarla en esa fecha, decidimos que sería una buena idea hacer una cena con temática de gala, idea que apasionó a todo el mundo. De modo que solo queda una semana para llevarse a cabo, pero nuestro equipo ya está preparado como si el evento fuese a realizarse mañana.

En la universidad tenemos varios trabajos en grupo para entregar. Por esa razón me encuentro ahora mismo en la casa de Laura, buscando información sobre un tema que nos han mandado investigar y que tenemos que completar antes de que acabe la semana.

—¿Hacemos un descanso? —mi amiga me hace ojitos mientras se tumba en la cama con gran cansancio.

—Laura, llevamos literalmente cinco minutos trabajando —le recrimino soltando una pequeña risa. Su comentario me ha hecho gracia.

—Pero tenemos tiempo —sonríe abiertamente, intentando convencerme de que haga lo mismo que ella—. Venga, charlemos un poco. Hace tiempo que no estamos las dos solas y me apetece hablar contigo.

Yo suspiro, pero acabo cediendo y me levanto del escritorio para dirigirme hacia donde se encuentra mi amiga. La chica de pelo corto se revuelve en la cama de la felicidad al ver que su plan ha salido a la perfección.

—¿De qué quieres hablar? —pregunto cogiendo uno de sus cojines y colocándolo en mi abdomen para abrazarlo.

—Mmm... —hace que piensa—. Hablemos de amoríos. ¿Te gusta alguien? —inquiere directamente mientras abre mucho sus ojos azules.

La pregunta me toma por sorpresa y toso debido a ello.

—¿Por qué lo preguntas? —sueno desconfiada y me arrepiento al instante de mi actitud defensiva. No quiero que Laura piense que no confío en ella.

—Por nada especial. Solo como nunca hablas de esas cosas quería interesarme para ver si me contabas algo —confiesa con una sonrisa sincera—. Nada más.

—Está bien —decido creerla—. Pues gustar, no me gusta nadie, pero atraer...—continúo hablando, pero mi amiga me interrumpe.

—Eso significa que sí que hay alguien —se emociona.

—No —niego con la cabeza varias veces—. Significa que me parece atractiva mucha gente, que es distinto —puntualizo.

—Pero... ¿hay alguien en especial?

Me tomo unos segundos antes de responder a su pregunta.

—Puede ser —declaro con vergüenza.

Mi amiga emite un grito en voz baja que provoca que baje la cabeza y sonría con timidez. Me cuesta hablar sobre este tipo de cosas, pero Laura es mi amiga y sé que no me juzgará bajo ninguna circunstancia.

—¿Lo conozco? —me observa atentamente.

—¿Por qué asumes que es un chico? —elevo una ceja, inquisitiva.

—Cierto, cometí el fallo de asumir que eras heterosexual —se sorprende, cayendo en la cuenta de su error—. ¿Eres bisexual entonces?

—Sí —admito por primera vez desde que he llegado a Barcelona—. Sin embargo no ligo ni con chicos ni con chicas. ¡Qué puntería tengo! —bromeo ocasionando la escandalosa risa de la chica de ojos azules.

—Eso es mentira. El otro día que salimos de fiesta un chico se acercó a ti —argumenta recordando cómo un chico intentó ligar conmigo durante la fiesta de Halloween pero yo lo rechacé y me marché con mis amigos.

—Lo sé, pero no me gustaba —me quejo.

—Pues entonces no digas que no ligas, porque sí lo haces, y bastante. El problema es que no con la gente que te gusta —se encoge de hombros. Ha acertado de pleno.

—Creo que eso que has dicho es exactamente lo que me está sucediendo... —suspiro con pesadez, quedándome pasmada mientras reflexiono sobre sus palabras.

—¿Quién es? —pregunta de repente.

—¿Quién es qué? —repito sin entender muy bien su pregunta.

—Quién te atrae.

Silencio.

De nuevo, pienso demasiado antes de hablar, pero mis ganas de desahogarme le ganan a mis inseguridades y me abro ante mi amiga.

—Sí que lo conoces, pero no creo que pase nada entre nosotros —le quito importancia para que Laura no se emocione por nada.

—Mi pregunta no es esa, Mar —me regaña—. ¿Quién es la persona que te atrae?

—Bueno... —doy vueltas innecesarias para evitar el momento de confesar mis sentimientos en voz alta y convertirlos de esta forma en reales—. Si te lo digo, tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie —me cercioro.

—Claro que no. ¿Acaso no me conoces? —suena ofendida.

—Solo quería asegurarme —aclaro en voz baja y dulce para que mi amiga no se tome a mal mi comentario.

—No se lo diré a nadie. Te lo prometo —me acerca su dedo meñique para entrelazarlo con el mío, en señal de promesa.

Cuando nuestros dedos se cruzan, aunque parezca una tontería, me siento con fuerzas de contárselo.

—Pues la persona es... —me armo de valor mientras mi corazón late fuertemente—. Guille —reconozco más nerviosa que nunca.

—¿¡Guille?! ¿Te gusta Guille? —grita, y yo le tapo la boca con la mano.

—¡Laura! —le llamo la atención—. Si eres así de discreta, todo el mundo se acabará enterando —me arrepiento.

—Perdón, es que me ha sorprendido demasiado —confiesa cuando ya he retirado la mano de su boca—. Además, ninguno de mis compañeros de piso os conoce. Por lo que nadie va a decir nada en el caso de que me hayan escuchado —se defiende.

—Tienes razón —me relajo destensando todos mis músculos.

—¿Desde cuándo te gusta?

—No me gusta —respondo tajantemente.

—Tú ya entiendes a qué me refiero —rueda los ojos mientras se levanta de su cama para cambiar de postura y sentarse en frente de mí.

—Siempre me ha parecido muy atractivo —declaro sintiendo calor en mis mejillas.

—¿En serio?

—¿De verdad no lo notabas? —pregunto creyendo que mis miradas disimuladas tal vez no eran tan disimuladas y mi amiga se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo.

—Para nada —desmiente mi teoría—. Es más, creía que el que te gustaba era Lucas.

Abro los ojos de par en par al escucharla. Es la segunda persona que me ha dado a entender lo mismo, cuando yo ni siquiera me lo he llegado a plantear. Por eso me sorprende tanto que la gente pueda tener esa teoría.

—¿Por qué Lucas? —mi voz suena frustrada.

—No lo sé. Tal vez porque cuando estuvimos todos juntos en el piso de María fue la persona con la que más te soltaste —explica.

Si me paro a pensarlo, tiene sentido. Normalmente cuando me gusta alguien suelo evitarlo debido al miedo. En cambio, cuando no tengo ningún tipo de interés amoroso en una persona, me siento más cómoda y hablo con ella como si lo tuviese.

Igual Aren sufrió el mismo tipo de confusión que Laura y por eso creía que su amigo me gustaba, cuando no es así en absoluto.

—Lucas es muy guapo y agradable, pero no siento nada por él —me sincero para evitar más malentendidos sobre el tema.

—Vale, ahora me queda claro.

La cabeza de Laura parece que todavía sigue asimilando toda la información que le he contado y yo no puedo evitar esbozar una sonrisa de lado. Supongo que no soy tan obvia para los demás como lo imaginaba en mis momentos de ansiedad social.

—Pues si no me lo hubieras contado, jamás lo habría pensado —me confirma.

—Lo sé —paso las manos por mi cara con frustración.

La chica de pelo corto se ríe al verme realizar dicho gesto.

—¿Y por qué crees que no va a suceder nada entre vosotros? —pregunta con inocencia.

—Pues porque no.

—Eso nunca se sabe —me anima—. ¿Alguna vez le has hecho ver que tienes interés en él?

—¿Tú qué crees? —la miro con cansancio.

—Pues que... no —reconoce provocando que me lleve el cojín a la cara y me ahogue falsamente con él.

—¡Pues claro que no! —exclamo con la cara atrapada en el cojín—. Tú misma dijiste que no te habías dado cuenta, ¿crees que será distinto para Guille? ¡Si huyo de él como si tuviese la rabia! —me lamento.

—Para empezar, no seas tonta y quítate eso de la cara.

Laura agarra el cojín con sus manos y lo tira hacia la otra punta de la habitación, ocasionando que no tenga otro remedio que mirarla a los ojos.

—Y continuando, ¿nunca tuvisteis ningún tipo de acercamiento? Tal vez sí que se haya dado cuenta de que sientes algo más que una amistad por él —establece intentando que vea el lado positivo de la situación.

—Sí... —contesto recordando el encuentro que Guille y yo mantuvimos en la discoteca y días después en la facultad.

—Pues cuéntamelo, ¿no? —una sonrisa tranquilizadora se halla en su cara.

—El primero de ellos fue hace un mes en la discoteca. Ese día bailamos muy pegados el uno con el otro hasta que llegó Lucas y lo perdí de vista.

—Vale —me responde para que sepa que me está escuchando.

—El segundo fue en nuestra primera reunión de Pecezuelos, cuando se enfadó con Paula en la cafetería y salió a fumar, yo lo seguí para saber cómo se encontraba. Estuvimos hablando durante un rato y en un momento dado me dijo que era especial mientras nos mirábamos fijamente a los ojos —resumo para no sonar pesada—. Te juro que pensé que nos íbamos a besar.

—¿Cómo que pensaste que os ibais a besar? ¿Por qué no me contaste nada de esto antes? —me interrumpe Laura. Mi confesión la ha vuelto a emocionar y mueve los brazos con ilusión mientras habla.

—Pues porque no pasó nada. Como siempre —suspiro.

—¿Qué es lo que sucedió para que no ocurriese? —pregunta intentando comprender la situación—. No me digas que te acobardaste y no le respondiste a lo que te dijo... —me amenaza. Me conoce tan bien que sabe sería capaz de hacerlo.

—En un principio sí que me entró el pánico, pero cuando me estaba armando de valor para confesarle mi atracción decidió volver con el resto —recuerdo amargamente—. Su cambio de actitud me dejó descolocada y no fui capaz de decir nada.

—Normal, te cortó el momento... —se compadece—. ¿Y desde entonces ninguno de los dos volvió a sacar el tema?

Niego con la cabeza.

—Estaba tan avergonzada que seguí actuando como si nada.

—¿Fuiste capaz de actuar como su amiga aún sabiendo que podía existir la posibilidad de que os atrajeseis mutuamente? —inquiere, sorprendida.

—Me daba miedo decir algo por si solo habían sido imaginaciones mías. Y como él tampoco volvió a decir nada sobre el tema, decidí ignorar lo que había sucedido hasta ahora —me justifico deseando que Laura me comprenda.

Parece que lo hace, porque asiente varias veces con la cabeza mientras me mira sin ningún tipo de juicio en sus ojos.

—Fue una situación muy rara —admite—. Por eso esto no puede quedar así. Tienes que averiguar si ese día él también quería besarte —Laura se viene arriba.

—No puedo hacer eso —el miedo habla por mí.

—¿Por qué?

—Ha pasado tanto tiempo que probablemente no se acuerda de lo sucedido —pongo una excusa.

—Estoy segura de que se acuerda a la perfección —echa por tierra mi teoría en un segundo.

—¿Y si su respuesta es no? Quedaré como una idiota —sigo evadiéndome.

—No quedarás como nada porque todavía no sabemos si su respuesta es no. No te adelantes a los hechos —me recuerda.

—Te juro que lo intento, pero a veces me resulta inevitable —confieso en un hilo de voz.

—Anda, ven aquí —Laura se acerca a mí y me rodea con sus brazos.

Yo le devuelvo el abrazo con incomodidad. No estoy acostumbrada a muestras de cariño como esta, pero me siento mejor tras el contacto.

—¿Y tú qué tal con María? —cambio de tema.

Me siento un poco egoísta. Hemos estado hablando sobre mí durante un buen rato y seguramente mi amiga también tenga cosas que contarme.

—Seguimos quedando y conociéndonos —me explica tras quedarse unos segundos en silencio—. Nos hemos besado un par de veces pero no ha ido más allá. No sé si me siento preparada todavía para iniciar una nueva relación.

—¿Sufriste mucho con tu anterior pareja? —inquiero midiendo mis palabras. No quiero tocar ningún tema que pueda resultar delicado para ella.

—Demasiado. Fue una manipuladora emocional en toda regla.

—Vaya, no lo sabía. Lo siento.

Ahora soy yo la que me aproximo a ella para fundirnos en un cariñoso abrazo.

—Poco a poco lo estoy superando, pero aunque María es maravillosa a veces las inseguridades vuelven y me atormentan —esboza una sonrisa triste.

—Supongo que es cuestión de tiempo —intento aconsejarla, pero me resulta difícil. Yo nunca he vivido una ruptura.

—Sí, y también de terapia —bromea consiguiendo que las dos soltemos una carcajada demasiado sonora—. Pero ya estoy trabajando en ello —me hace saber.

—Es una decisión muy acertada —la apoyo.

—Entonces, ¿qué tienes pensado hacer con Guille? —pregunta cuando nos hemos relajado de nuestro ataque de risa y podemos hablar con tranquilidad.

—¿Tú crees que debería sacarle el tema?

—Creo que ya sabes mi respuesta —me mira elevando las cejas.

—Pues entonces haré lo mismo que tú con María, dejarme fluir —contesto sin estar muy segura de lo que estoy diciendo, pero sabiendo que es lo que debo hacer.

—¡Esa es la actitud! —me choca la mano y comenzamos a reírnos de nuevo—. Bueno, deberíamos ponernos manos a la obra, ¿no? —señala el ordenador.

—Cierto.

Me levanto de la cama y me dirijo hacia el escritorio para seguir con el trabajo pendiente.

—Laura —llamo su atención—. Si María ha comenzado a tenerte aprecio, te entenderá y respetará tus tiempos —retomo el tema antes de seguir trabajando—. Y si no, ya sabes que no merece la pena. Nunca te quedes con nadie que te presione a hacer algo que no quieres —le aconsejo.

Laura me sonríe.

—Guille tiene razón en lo que dijo —yo la miro con una expresión interrogante—. Eres muy especial, Mar, y tengo suerte de tenerte como amiga.

Yo le devuelvo la sonrisa, sintiéndome mejor que nunca en mucho tiempo.

***

—Qué pena que Laura no haya podido venir a la tienda con nosotros —se lamenta Guille mientras maneja el carrito de la compra—. ¿Sabes si le ha pasado algo?

Sí, que quería dejarnos solos.

—No, ni idea —miento sin poder mirarle a los ojos—. Pero luego vendrá al casino a realizar los últimos preparativos junto con los demás —le informo caminando en busca de la decoración deseada.

—No me puedo creer que la cena sea mañana —establece situándose a mi lado a pesar del peso que lleva encima—. El tiempo ha pasado muy rápido.

—La verdad es que sí —le doy la razón.

—Todavía recuerdo nuestra primera reunión de Pecezuelos. Fue hace un mes, ¿no?

—Más o menos —respondo evitando recordar ese día, a pesar de que debería hacerlo—. Creo que hemos estado tan volcados en la preparación del proyecto que apenas hemos disfrutado de otras cosas. O al menos eso lo que siento desde mi perspectiva —aclaro rápidamente.

—Estoy de acuerdo contigo —sigue moviendo el carrito al ritmo de mis pasos—. ¿Y qué cosas no pudiste disfrutar? —me pregunta de repente. Su interés me coge por sorpresa—. Si se puede saber, claro.

—Pues... —me tomo un tiempo en pensar una respuesta coherente que no me haga quedar mal—. Tal vez salir más de fiesta con vosotros.

Él eleva una ceja, satisfecho con lo que he dicho, mientras yo me acerco a un estante para hacerme con el papel decorativo que Alicia me ha pedido.

—Entonces mañana haré todo lo posible para que disfrutes de ese tiempo perdido.

A la vez que su voz grave emite dichas palabras, mi mano suelta el rollo de papel que había agarrado segundos antes.

¿Cómo Laura no se había percatado de lo que sentía por Guille si hago cosas como esta siempre que se dirige hacia mi persona?

—Perdón, soy demasiado torpe... —me agacho para recoger lo que he tirado, pero el chico se me adelanta y lo hace por mí.

—Sí, un poco sí —bromea con una sonrisa.

Nuestras manos se rozan levemente cuando me lo devuelve.

—Es mejor que cojas otro, ya que ese se ha caído al suelo —me aconseja.

Yo le hago caso y busco el color deseado en el mismo estante, pero no lo encuentro. Miro hacia arriba y me doy cuenta de que solo quedan unidades en el superior, pero no llego debido a mi corta estatura.

Guille me mira divertido, dándose cuenta de lo que está ocurriendo.

—¿Me ayudas? —inquiero con vergüenza.

—Claro —se acerca a mí y yo me hago a un lado.

El chico alcanza el papel sin ningún tipo de inconveniente y lo deja en el carrito.

—¿Quieres algún otro color?

—Coge el azul por si acaso —me hace caso, situándolo junto con el resto de elementos.

Cuando quiero seguir investigando la tienda, Guille se mantiene al lado del carro sin moverse. Sus ojos me observan con súplica pero yo no entiendo por qué razón se ha quedado quieto, ni por qué me mira de esa forma.

—¿Qué pasa? —investigo.

—¿Puedes llevar tú el carrito? —me pregunta con una voz muy tierna.

Yo no puedo evitar sonreír.

—Sí, claro —acepto sin ningún tipo de problema.

Él me sonríe de vuelta.

—Es que quería hacer una cosa...

—¿El qué? —pregunto mientras me hago con el control del carrito y lo llevo por el resto de la tienda, en busca de más material que pueda resultar útil.

—Esto.

Guille coloca sus pies en las barras del carro de la compra y se sube en él, dejando que su cuerpo sea llevado por mí de forma inestable y peligrosa.

—¡Guille! ¿Qué estas haciendo? —me detengo en seco.

—¡No pares! Tú sigue moviendo el carro como lo estabas haciendo hasta ahora —me ordena con una sonrisa divertida en la cara.

—Te vas a caer... —le advierto.

—Si lo hago, que no lo creo, estarás tú para salvarme —me guiña un ojo.

Mi estómago se revuelve y me quedo sin palabras durante unos segundos tras ese gesto inesperado.

Maldito Guille.

—¡No digas tonterías! —balbuceo con nerviosismo—. Es peligroso. Pueden caerse las cosas —sigo negándome.

—Solo un poco —me suplica—. Ni siquiera te estoy pidiendo que vayas rápido. Por favor, Mar...

Sus ojos se fijan en los míos y consiguen convencerme. Muevo a paso lento el carro con Guille encima de él mientras varias personas de la tienda nos miran con cara de pocos amigos.

—¿Puedes ir más rápido? —me pide haciendo un puchero.

—Guille... —le llamo la atención.

—¿Por favor? —sonríe encantadoramente y, de nuevo, logra persuadirme.

Qué poca resistencia tienes, Mariana.

El carro adquiere un poco más de velocidad y, a pesar de que al principio me parecía una mala idea, está siendo más divertido de lo que imaginaba. De modo que, sin que el chico me lo pida, aumento más y más la velocidad mientras escucho sus carcajadas de fondo.

Hasta que sucede lo que me temía y una de las ruedas del carro se gira bruscamente, ocasionando que Guille se caiga al suelo de la tienda con un fuerte estruendo.

—¡Mierda! —exclamo aproximándome a él lo más rápido posible y agachándome en el suelo—. ¿Estás bien?

Guille se queda unos segundos con los ojos cerrados, sin decir nada.

—¿¡Guille?! —mi voz suena desesperada.

Me estoy temiendo lo peor y entro en pánico.

—¿No te había dicho que me salvarías? —susurra cerca de mi oído mientras sigue con los ojos cerrados. Una sonrisa traviesa aparece en su rostro.

No puedo evitar suspirar con alivio al escuchar su voz y comprobar que está bien.

—¡Eres idiota! —le doy un pequeño manotazo mientras me levanto del suelo, enfadada.

El moreno de ojos verdes continúa riéndose de mi reacción, hasta que llega uno de los dependientes de la tienda a reñirnos por lo escandalosos que estamos siendo.

Nosotros asumimos la culpa y nos disculpamos por las molestias ocasionadas. Una vez solos de nuevo, camino con el carro hacia otra sección sin poder mirarlo a los ojos.

—¿Te has enfadado? —me pregunta—. No se ha caído nada del carro, solo yo —expone como si eso fuera algo positivo.

Yo sigo sin decir nada.

—Mar... —me agarra de la mano para que detenga el paso y lo mire. Está muy serio—. No te enfades conmigo por esto, por favor.

Guille me observa con sus ojos verdes y yo no puedo evitar que mis barreras se rompan en miles de pedazos. Además, en ese mismo instante soy consciente de que no tendré el coraje de dejarme fluir y preguntarle sobre el tema que he estado evitando durante todo este tiempo.

—Vale, pero no vuelvas a hacerme ese tipo de bromas nunca más —le amenazo con el dedo y la sonrisa de él vuelve a su cara.

—Nunca.

***

Cuando llegamos al casino todo el mundo ya está allí ayudando.

Alicia nos asigna tareas distintas, de modo que Guille y yo tenemos que separarnos en grupos y pierdo mi última oportunidad de saber si ha sentido algo por mí en algún momento.

Laura me observa desde la distancia, donde se encuentra decorando las mesas de la estancia con María, y yo agito mi cabeza negativamente como respuesta. Ella esboza una sonrisa triste, sabiendo lo que mi gesto significa, y decido olvidarme del tema durante un rato para centrarme en el trabajo.

Me pongo a contar y a comprobar que los carteles están bien escritos en una mesa separada de todo el mundo.

Estoy frustrada conmigo misma por mi cobardía. Soy una mera espectadora de mi propia vida y lo peor es que soy consciente de ello, pero no soy capaz de cambiarlo.

Quiero actuar en mi vida y involucrarme con mis sentimientos, sin embargo, el miedo es más fuerte que mis ganas de cambiar y siempre acabo lamentándome por lo que podría haber pasado pero desgraciadamente no lo ha hecho. Solo por mi culpa, solo por ser una estúpida cobarde.

Parece que esta horrible sensación se ha convertido en costumbre y, de nuevo, me lamento por ello.

—¿Estás haciendo distanciamiento social? —una voz me habla desde las alturas.

Yo levanto la cabeza sin ganas, encontrándome con los ojos castaños de Aren observándome con intriga.

Sin decir nada, suspiro y vuelvo a centrar mi atención en contar los carteles.

—¿Cuántas veces más vas a contarlos? —me reclama, burlón—. Creo que llevas quince minutos observando para ellos con la mirada perdida.

—¿Por qué no te metes en tus asuntos? —le contesto de mala gana.

Aren abre los ojos, sorprendido con mi contestación.

—Pensaba que habíamos hecho las paces —declara ofendido con una cara de pena que no había visto antes.

Ahí caigo en lo injusta que estoy siendo con él. No puedo pagar mi frustración con los demás solo porque las cosas no salen como quiero. No se lo merecen y claramente debo disculparme por ello.

—Perdón, sé que no es excusa pero he tenido un mal día —expongo mientras echo mi pelo hacia atrás.

—¿Estás bien? —me pregunta sentándose en la silla de en frente.

—No mucho, pero no importa —intento consolarme a mí misma—. Estaré bien —le aseguro para que se marche y deje de preocuparse por mí.

El moreno me mira sin estar muy convencido con mi respuesta.

—Lo digo de verdad —repito para que me crea.

—Eres muy mala mintiendo, Mariana —se ríe logrando distraerme de mis oscuros pensamientos durante unos segundos.

—No estoy mintiendo —me cruzo de brazos.

—¿Entonces por qué frunces el entrecejo? —acerca su mano a mi cara y me toca el ceño, tomándome desprevenida y provocando que eche el cuerpo hacia atrás por acto reflejo.

Esta reacción involuntaria hace que Aren se ría con mucha fuerza de mí.

—¿Me tienes miedo? —inquiere con una sonrisa de lado.

—¡No! —niego con todas mis fuerzas.

—¿Por qué te has asustado cuando te he tocado entonces?

—Me ha pillado desprevenida —me justifico intentando no ponerme nerviosa y empeorar así la situación—. ¡Es verdad, así que no te rías de mí! —le doy un pequeño manotazo el hombro para que se detenga.

—No hacía falta esa violencia física, Mariana —bromea acariciándose el hombro con exageración.

Pongo los ojos en blanco, pero no puedo evitar que mis labios formen una pequeña sonrisa sin dientes tras escucharlo.

—Entonces, ¿no vas a contarme qué es lo que te pasa? —insiste.

—No —contesto sin dejar de sonreír con superioridad.

—Déjame adivinarlo entonces —me suplica, divertido.

—Adelante —le doy permiso pensando que no lo adivinará y será entretenido verlo fallar para distraerme de mis preocupaciones.

—¿Mal de amores? —indaga tras pasar unos segundos.

Mi cara de asombro me delata y Aren se da cuenta de que ha dado en el clavo.

—He acertado, ¿verdad? —me mira con entusiasmo.

—Para nada —miento.

—Estás mintiendo de nuevo, Mariana —vuelve a señalar mi ceño, pero esta vez desde la distancia.

—¿Por qué me sigues llamando Mariana? —me quejo, cansada—. Pensé que habíamos acercado posturas.

—Y lo hemos hecho —se limita a responder, encogiéndose de hombros.

—¿Entonces por qué continúas llamándome por mi nombre completo?

—Por el simple hecho de que sé que te molesta —admite con una sonrisa de oreja a oreja.

Yo voy a objetar algo al respecto, claramente molesta por sus declaraciones, pero Aren me interrumpe antes de que pueda hacerlo.

—Pero no cambies de tema, que sé que es lo que pretendes —me reprocha dándose cuenta de mi táctica—. Estás mal por alguien, ¿a qué sí?

—No, no lo estoy —respondo sin ganas de hablar sobre el tema.

—Estás mal porque alguien no te hace caso —sigue adivinando a pesar de mis negativas—. Estás mal porque no encuentras la oportunidad perfecta para que ese alguien te haga caso.

—¡Aren, para ya! —exclamo. Estoy empezando a enfadarme.

—Vale, vale —levanta las manos en son de paz—. Ya me callo.

El chico hace el amago de marcharse de la mesa, pero yo lo detengo con mi voz.

—Si hipotéticamente lo que dices fuese cierto... —Aren me mira con curiosidad, quedándose quieto en el sitio—. ¿Qué harías en esa situación?

—¿Hipotéticamente? —pregunta satisfecho consigo mismo, ya que he acabado contándole lo que me sucede de forma indirecta.

Tengo que admitir que el gilipollas es demasiado bueno sonsacando información.

—Sí, hipotéticamente —evito la mirada para ocultar mi vergüenza.

—Pues lo que haría en ese caso sería esperar a mañana.

—¿A mañana? —interrogo con confusión—. ¿Por qué a mañana?

—Porque mañana es un evento muy importante y todo el mundo estará ahí —me explica—. En un ambiente de fiesta siempre es más fácil abrirse ante la persona que te gusta.

Yo asiento la cabeza, dándome cuenta de que tiene razón. Todavía no está todo perdido, todavía puedo hacerle saber a Guille que me atrae y conocer si él ha sentido lo mismo por mí en algún momento.

—¿Te ha servido mi consejo?

—Te dije que era algo hipotético —recalco a pesar de que ambos sabemos que es mentira.

—No hace falta que lo admitas, sé que soy el mejor dando consejos —se jacta con una gran sonrisa en la cara—. Todo el mundo me lo dice.

—Ya te gustaría que eso fuese cierto... —dejo caer mientras retomo mi tarea de comprobar los carteles, pero esta vez de forma seria.

—Ya me lo agradecerás, Mariana —se levanta de la mesa sin dejar de mirarme—. Y yo estaré ahí para ser una persona humilde y no pedirte nada a cambio. Porque yo soy una buena persona, no como tú que...

—Cállate y sigue trabajando —le ordeno intentando que no vea la sonrisa que hay en mi cara, una sonrisa que él ha provocado con sus tonterías.

—Ya me lo agradecerás, ya... —continúa diciendo mientras se aleja caminando hacia atrás, todavía con la mirada fija en mí y tropezándose con una silla por culpa de ello.

Agito mi cabeza hacia ambos lados mientras sigo escuchando sus murmullos, y mi sonrisa se ensancha a pesar de que quiero eliminarla cuanto antes de mi cara.

No sé por qué, pero de repente me siento más optimista.

Creo que mañana va a ser un gran día.

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