
49. Sorprendente II
Después de eso, abandonó la estancia con el equipo técnico pisándole los talones. Los vestidores quedaron en un silencio sepulcral durante un momento, como si en lugar de un discurso de felicitación, nos hubieran metido una bronca. Quizá era porque nunca vimos a Troncha Toro tan feliz. Ese silencio sólo duró cinco segundos pero fueron suficientes para pensar, con cierto rubor en la cara, que acababa de regañarme —y humillarme según mi orgullo me dictaba— frente a todas mis compañeras. Después, hubo un subidón: todas comenzaron a gritar exultantes y aplaudir y abrazarse, yo incluida.
—Jenna, nos salvaste —me dijo firmemente Amelia, con una mano en mi hombro—. Nadie podía quitarle el balón a esa estúpida asiática.
—Coreana.
—Como sea. Tú se lo quitaste tres veces, ¡tres! ¡Seguidas! Fue estupendo. Nos sacaste del empate y nos adelantaste cinco puntos.
—No fui yo —le sonreí—. ¿No oíste a Howits? Fuimos todas.
—No te hagas la modesta, se nota a leguas que no te queda —escuché a Kate detrás de mí.
Y volvíamos a ser enemigas. ¿No se cansaba? Yo estaba harta, que se consiguiera novio de una vez y dejara al mío en paz, joder. Detuve el impulso de poner los ojos en blanco.
—Déjala en paz, ¿sí? —pidió Amelia—. Al menos por esta noche.
—Y la última —añadí, abriendo mi casillero—. Ya no formaré parte de este equipo, me voy.
—¿Qué? —se interesó Owen Smith, la chica que me había sustituido—. ¿Te vas? ¿Por qué?
Les sonreí a Amelia y a Owen, Kate seguía a mis espaldas.
—El último semestre se lo dedicaré a los estudios.
—Y a Seth —habló Kate—. Porque eso es lo que harás, ¿verdad? Oh, pero si se ven tan lindos juntos. Es una lástima. Le pedí a Seth que fuera a una fiesta conmigo esta noche y dijo que sí. No te molesta, ¿verdad? Espero que no porque ya escogí el vestido y el maquillaje. A Andy le gustará —soltó una risita más que fingida.
Exhalé, cargándome de paciencia. Era una estúpida, tenía el ego tan grande como sus tetas.
Cerré mi casillero casi de golpe, desquitándome con él, ya con mis cosas en la mano.
—Kate —dijo Owen con una sonrisita en la comisura—, no eres la única que vuela con el novio de Jenna, pero ya está ganado, ¿vale? Será mejor que lo superes.
—Además, está loquito por Jenna, ¿verdad que sí? —me preguntó Amelia, alzando las cejas con parsimonia en un aire coqueto que me arrancó una sonrisa.
—Déjate de inventar cosas, Katenka, se nota a leguas que no te queda —le dije aún con la sonrisa, girándome hacia ella, pegándole con sus mismas palabras. La pasé de largo y caminé hasta los baños, donde me metí bajo el chorro de agua caliente que relajó y adormeció mis músculos.
No podía quitarme el rostro desaprobatorio de Seth, sabía que le debía una disculpa. Howits había tenido razón, había sido una estupidez.
Pero funcionó, ¿no? El fin justifica los medios.
Aún quedaba resolver por qué recuperábamos la salud o la buena condición física cuando cambiábamos, eso antes no sucedía.
Antes de darme cuenta, ya llevaba más tiempo del debido dentro de la ducha, y en el exterior del cubículo yacía silencioso, señal de que todas las chicas ya habían terminado.
—¿Jenna? —escuché una voz familiar.
—¿Mel? —pregunté al aire, alzando la cabeza hacia la puerta de mi cubículo, aunque no pudiera ver a nadie y nadie pudiera verme.
—Sí, soy yo.
—¿Qué sucede? Estaré ahí en unos minutos.
—No, no es eso —sonó insegura y su voz pareció bailar—. No me siento bien, así que vengo al baño.
—¿Estás bien? Aguarda, ya salgo.
—Es sólo… —su voz se interrumpió bruscamente seguido de un sonido extraño proveniente de su garganta. Me la imaginé ahogando una arcada con su mano y corriendo hacia los escusados.
Pobre, pero era tan terca como yo cuando quería y ella había decidido ir a pesar de su mala salud. Me sorprendía que Gabriel no la hubiese amarrado de brazos y piernas a la cama, aunque de cualquier forma ella habría conseguido la manera de llegar hasta aquí.
Salí del cubículo con un cambio limpio y el cabello chorreando. Guardé mi shampoo y demás cosas de higiene personal en una pequeña bolsa floreada que antes perteneció a mamá y coloqué la toalla alrededor de mi cabello para que no mojara mi espalda, no podía permitirme pescar un resfriado con ese clima.
—Jennifersita —escuché que llegaba alguien con la voz fingidamente irritante. Dejé de cepillar mi cabello y giré la cabeza hacia ella con gesto aburrido.
—Ese no es mi nombre.
—Uy, creí que tendrías sentido del humor. Quería decirte que no era mentira que invité a Seth a una fiesta.
—Lo sé —seguí cepillando. Poco me importaba ahora mostrarme amable con ella. Ya no éramos un equipo, que se fuera al demonio.
—Es un chico muy amable —suspiró, cruzando los brazos sobre sus pechos, resaltándolos más en el escote y se recargó sobre las baldosas empañadas y húmedas—. Puede parecer grosero, frío y tan directo que parece que su intención es hacerte daño, pero es sólo una fachada, ¿sabes?
¿De qué iba todo eso?
—Por dentro es un chico muy frágil y sensible que quiere proteger a las personas que más estima y para eso debe ser fuerte, así que levanta muros entre las personas y él para no ser herido y usar esa fuerza como escudo entre las circunstancias y sus seres queridos.
¿Qué mierda? ¡Eso lo sabía mejor que nadie! ¡Por eso lo amaba! ¿Quién carajos era ella para ir y decirme algo que yo sabía perfectamente y que ella estaba consciente de eso?
—¿De qué me hablas? —le pregunté, confundida.
—Debes quererle mucho.
Me agarró con la guardia baja, no me esperaba eso para nada y me sentía desubicada. Atiné a asentir lentamente, esperando no estar cometiendo un error.
—Pero, ¿sabes algo? Sigo sin entender por qué sigues con él —Katenka se acercó peligrosamente a mí y me acorraló contra las baldosas—. Oh, vamos, ¿qué le ves?
Esa pregunta terminó por confundirme y no lo oculté, frunciendo el ceño y ladeando la cabeza.
—¿Cómo dices?
Soltó una risotada que me heló la sangre y los vellos se me pusieron de punta.
—¿Creíste que estaba interesada por él? Eso demuestra lo ingenua que puedes llegar a ser, Jenna, de veras.
Sin duda, totalmente desprevenida. Ni siquiera me pasó por la cabeza que pudiera ser una broma, o serenarme y detenerme a pensarlo. Mi mente estaba dando vueltas y sólo tenía preguntas y más preguntas.
—Pero tú… Tu siempre… ¿Qué? Entonces, ¿por qué…? Espera, ¿qué? ¿Yo?
Ella rió.
—Sí, tonta.
—No entiendo —sacudí la cabeza—. ¿Entonces por qué ibas corriendo con Seth siempre? Quiero decir, era obvio. Le dices Andy. Creí que… No… No comprendo.
—Sí, al principio iba por él.
—¿Eres bisexual?
—¡Vaya, qué inteligente! —soltó una carcajada acompañada de sarcasmo.
Se acercó, mucho; ya que la pared no me dejaba avanzar más hacia atrás, comencé a deslizarme hacia la izquierda.
—Bueno… ¿gracias? Mira, yo no…
—Sí, sí, ya sé. Me lo tienes más que clarito en tu actitud defensiva.
—Si tan clarito lo tienes, no te me acerques tanto —dije en voz baja, como temiendo que fuera a estallar de furia, a pesar de no tener ningún motivo para ello.
—Uy, que mal —sonrió inocentemente de lado y alzó los hombros y las manos en un gesto de “¿qué se le va a hacer?” —. No quiero. ¿Y si no le decimos nada a tu novio?
—¿Y si te alejas? Carajo, no te me pegues. No me gustas, ¿bien? Violentas mi espacio personal.
—A Seth sí lo dejas que se te pegue como sanguijuela, no es justo —hizo morritos.
La tenía prácticamente encima de mí y mi corazón latía de impotencia. No quería apartarla de un empujón brusco, pero era la única manera que veía de salir de ahí.
Mierda, noooooooooo. ¡La puta que…!
—Lamento interrumpir —dijo Gabriel bajo el marco de la puerta—, como siempre. ¿Era muy importante?
¡Gabriel! Jodido travesti, nunca estuve tan feliz de verte. Siento haberte llamado travesti, eres mi Andrej Pejic favorito.
—¿Sabes leer, analfabeta? Estos son los baños de las mujeres —se giró Kate a verlo, aparentemente enojada, y dio un paso atrás —¡gracias al cielo! —.
Gabriel ahogó una risa apretando los labios pero se le escapó una sonrisa de medio lado.
—Como sea —dijo—. ¿Está aquí Melisa?
Mel.
—Sí, en el último cubículo. Creo que la escuché vomitar.
Gabe siguió mis palabras, y yo lo seguí a él, y metió prisa en sus pasos hasta llegar a dicho cubículo y abrir la puerta de par en par, ya que Mel no se había molestado en cerrarla por completo.
—Por el amor de Dios, Melisa —susurró antes de agacharse donde ella y alzarle la pálida cara a mi amiga. Yacía sentada sobre la tapa del retrete con la cabeza entre los hombros, tambaleándose de un lado a otro—. No debí traerte. Vámonos.
—Oye, Jenna —me llamó ella con la voz ronca y muy lento, como si le costara pronunciar cada sílaba—, dile a esa perra tetas grandes que —tomó aire— coma mierda.
Sonreí sin poder evitarlo, seguramente había escuchado todo. Gabriel me miró entre extrañado y divertido; sus ojos vieron detrás de mi hombro y yo me volví hacia donde Kate había estado segundos antes. Para mi alivio, se fue sin decir nada, silenciosa.
—Ya lo entendió, no te preocupes —le contesté.
—¿Qué, ya te conquistó?
Le di un codazo en las costillas a Gabriel, a lo que contestó con una tos y un gemido de dolor.
Percaté que Mel sujetaba con fuerza su celular en la mano, ésta colgaba de su brazo cual columpio.
—¿Te llamó? —le pregunté a Gabriel refiriéndome a mi amiga.
—Me mandó un mensaje diciendo que viniera por ella.
La miré, tratando de descifrar sus ojos enfermamente risueños.
—¿Qué? —preguntó con inocencia, alzando los hombros con una forzada indiferencia, éstos cayeron pesadamente—. No puedo regresarme por mi propio pie, así que lo llamé —lo apuntó con el móvil.
—Pudiste haberme ayudado tú, ¿sabes? —crucé mis brazos sobre mi pecho, sabiendo ya que solicitó la ayuda de Gabriel no para ayudarla realmente —pudo haberme pedido la ayuda a mí, que le quedaba más cerca y más fácil de localizar—, sino para salvarme de las asquerosas tetas de Kate.
—¿Con esta voz y esta fuerza? —se mofó, admitiendo—. Creí que se agarrarían a golpes, mejor lo llamé —apuntó con un perezoso dedo a su novio.
*
La piscina del Aqua Club era realmente grande, mucho más que la de Walton. Al llegar, ya sin la compañía de papá, Tayler y su novia, busqué los vestidores esperando encontrar a Seth para desearle éxito antes de reunirme con Lily, Liz y Jamie —Mel y Gabriel habían ido a comprar medicina y tardarían un rato—. Ésta vez, aunque Liz no faltó, no fue igual con Louis. Me sentía realmente mal por él, tenía tanto tiempo siendo el amigo de Seth que me parecía profundamente triste que las cosas hayan terminado de esa manera de entre ellos; antes no se habría perdido ningún evento importante del que era como un hermano para él.
En los pasillos del Club se escuchaba la voz de Freddy Mercury a través de las bocinas instaladas en las esquinas en un volumen adecuado para conversar sin problemas. Sin embargo, pude oír una discusión que menguaba entre el tono neutral y el alto, ahogando la voz del vocalista de Queen. Estaba por alejarme al advertir que estaba a punto de convertirse en un intercambio de gritos cuando distinguí una voz que me resultó conocida, la que le secundó la identifiqué de inmediato y mi corazón comenzó a latir con rapidez ante el pensamiento de no saber qué hacer. ¿Debía intervenir? ¿Alejarme, pretender que nunca los escuché y dejar que terminaran con los puños en la cara del otro? Oh, porque sí los veía más que capaces. Apretando los puños, doblé la esquina y corrí hasta posicionarme entre Seth y Greg, que se miraban como si sus ojos de balas estuviesen hechos.
—Jenna —se sorprendió Greg, suavizando el semblante cuando me enfocó.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Seth más bien enojado—. Sal, esto no te incumbe.
—Estoy más que segura de que sí —me crucé de brazos en son de “de aquí no muevo el culo”.
Seth había cambiado ya su atuendo por unas sandalias, el bañador con el logo del colegio y la sudadera de éste. En su mano izquierda apretujaba unos googles de plástico trasparente y montura gris, encarando en ellos una fuerza que los iba a deshacer.
—Vámonos, Jenna, que no tiene caso seguir aquí —Greg me tomó de la muñeca e hizo ademán de llevarme por donde llegué.
—Hijo de puta—gruñó Seth, aventando a Greg lejos de mí—. Creí haberte dicho que te quería lejos.
—¿Te referías a Jenna?— Greg alzó la cabeza y Seth apretó los puños—. De ti sí que me aparto.
Seth, antes de dar un paso hacia él, me jaló bruscamente del brazo de manera que acabé detrás de su espalda. Estupefacta, parpadeé sin creerme que estuviera tan cabreado si nunca hizo caso a Greg, tomándolo como un payaso que se alejaría tarde o temprano. Su indiferencia me había hecho creer que no le tomaba en serio y con una amenaza bastaría para apartarlo, sin embargo, ahí la indiferencia ni le bombeaba por la cabeza, en su frente resaltaba una vena y su mandíbula apretada endurecía sus facciones.
—Apártate entonces —dijo con la voz tan grave como la de Roger Craig Smith en el personaje de Batman.
Greg dio un paso hacia atrás y lo miró mortífero, con extrema frialdad. No obstante, caminó hacia delante tal vez con la intención de pasarnos de largo pero cuando estaba a escaso metro de mí, detuvo su avance y me miró por encima de hombro antes de, en cuestión de segundos, llenar el espacio entre nosotros y plantarme un beso en la mejilla.
Seth reaccionó rápido, lo alzó de las solapas del suéter y a punto estuvo de azotarle los nudillos en la nariz de no ser porque… corrección, le azotó los nudillos en el pómulo derecho.
—¡Seth! —grité.
Del impacto, Greg trastabilló hacia atrás.
—¡Hey, hey! ¿Qué pasa aquí? —entró Allan, su compañero de relevos, en las mismas ropas que Seth, elevando la voz.
Greg no pareció querer devolver el golpe, su cuerpo se curvó, laxo, con la mirada en el suelo. Se tocó ahí donde su piel no tardaría en colorearse de morado y verde azulado.
—¿Estás bien? —le preguntó Allan a Greg, acercándose y buscando el golpe—. Seth. ¿Estás idiota? ¡Pueden descalificarte por esto!
Ante esa noticia, abrí los ojos y tomé a Seth de la mano.
—Ya déjalo, no sigas más.
—Óyeme bien, Knight. Si no dejas de joder, no responderé.
—Venga ya, nadie los ha visto y no te descalificarán porque no diré nada, ¿está bien? Más vale que te prepares y empieces a calentar —dijo Allan, molesto, tratando de llevar la situación; y cruzándose de brazos—Jenna, ¿estás bien?
—Sí, gracias Allan. Será mejor que se vayan.
Miré a Seth, ciego de furia, relajar la mandíbula y fulminar a Greg, indefenso, una última vez antes de girarse y seguir de cerca de su compañero de relevos.
—Anda, podrás desquitarte en la piscina —escuché que le decía Allan después de doblar una esquina y desaparecer.
—¿Greg? —le pregunté con suavidad—. ¿Estás bien? Lo lamento mucho.
Levantó la mirada y clavó sus ojos en mí, sintiéndolos como dos dagas en mis hombros que me obligaron a erguir la espalda en alerta. Esa alerta se disipó cuando en sus profundos ojos azules distinguí lágrimas contenidas, luchando por no resbalar libremente por sus mejillas.
—No —susurró con la voz ronca—, yo lo lamento.
Bajó la cabeza y vi brillar la humedad al bajar por su rostro.
—Lo siento, yo… No quería esto.
—Créeme que yo tampoco, pero estaba tan ilusionado contigo —se le rompió la voz—. Dije y hice cosas estúpidas, me merecía ese golpe.
—¿Por qué lo hiciste? —murmuré.
—No sé, la costumbre.
—¿Costumbre?
—Desde pequeño he luchado por las cosas que quiero, y creía de corazón que esta vez no sería diferente. Y luego… —suspiró entrecortadamente—, no lo sé, estoy confundido. Tal vez no es que esté enamorado de ti, sino de lo que se siente estar enamorado. Me di cuenta de que no es algo que tu me puedes dar, así que decidí darme por vencido. Pero mierda —soltó una risa que más pareció un sollozo—, no podía. Estoy… estoy confundido. Quiero terminar… Cerrar éste capítulo y ese golpe fue un gran cierre.
Lo miré con preocupación, ese golpe no se veía nada bien. Mi instinto de doctora quería alargar una mano y aplicar un remedio y abrazarlo hasta que se calmara. Era consciente de lo que había hecho, sus actos que antes me llenaron de indignación, pero en ese momento todo era diferente. Creía, sin dudar, en sus palabras y tal vez era tal y como Kate dijo, a veces era irremediablemente ingenua. ¿Y qué? Quería creerle y eso fue lo que hice.
Me acerqué, vacilante al principio, con seguridad después, y lo abracé por el cuello, a lo que él enterró la nariz en el mío y respiró profundamente varias veces, sin signos de volver a llorar.
—Perdón —se disculpó.
Se separó y me sonrió con sus mejillas y nariz algo rojas por el llanto.
—Nunca me había pasado esto, es nuevo —intentó reír.
—Descuida.
—Bien —asintió, sin borrar la sonrisa de su rostro—, supongo que ya no tengo nada qué hacer aquí; será mejor que me vaya.
Asentí sin poder estar más de acuerdo.
—Pero antes… —susurró y con mucha suavidad y lentitud, como si fuera a ser castigado con un nuevo golpe, depositó un beso en mi mejilla que no me molesté en rechazar—. Creo… que ya podré morir en paz —bromeó riendo y lo imité.
Como uno de esos momentos en los que todos los presentes hacen lo mismo, nos giramos al mismo tiempo hacia el pasillo a nuestra izquierda, donde yacía una chica de cabellos castaños claros con sus azules ojos maquillados con delineador líquido abiertos de par en par y las perfectas cejas apuntando para abajo.
—Liz —suspiró Greg.
Ella empezó a negar con la cabeza lento al principio, como si no quisiera creerse lo que había visto. Había un brillo en sus pupilas que se fue apagando mientras más negaba.
Los miré alternativamente, dándome cuenta de que era una silenciosa señal de que yo sobraba ahí.
—Los dejaré solos —anuncié—. Liz, ¿te veo arriba?
Me miró y sentí que me mandaba un mensaje con la mirada.
—Tal vez —contestó en un susurro—. Si no llego, inventa algo, por favor.
Asentí y me alejé por el mismo pasillo por el que Seth y Allan habían desaparecido. Antes de alejarme por completo, alcancé a escuchar un poco de su conversación.
—Soy una tonta. ¡Una tonta!
—No entiendo, Liz, dime qué sucede.
—Caí por ti como una tonta, ese no era el plan. ¡Debía ser al revés! Todo salió mal. Lo hice todo mal…
—No, no. Liz, mírame.
Dijo algo más pero apreté el paso antes de seguir inmiscuyendo en territorios privados.
—¿Y Liz? —me preguntó Jamie nada más sentarme a su lado.
—Oh, emmm. Se sentía mal y se fue a casa.
Mi amigo elevó una ceja escéptica.
—Greg, ¿verdad?
—Síp.
Gabriel y Melisa no llegaron mucho después, justo a tiempo cuando los nadadores se colocaban en sus puestos. Apenas pude distinguir a Seth, quien nadaría el estilo crol, entre tantos otros chicos vestidos casi igual a él —algunos con bañadores más pequeños que otros—, y las caras prácticamente invisibles, pero lo identifiqué casi enseguida al saberme su cuerpo de memoria.
Después del silbato, no eran más que cuerpos desplazándose en el agua.
Seth quedó ganador en primer lugar en el estilo que te tocó nadar. Tal y como lo había dicho Allan, desquitó toda su furia en el agua, alzando y empujándose en el agua con tanta fuerza que al ganar le sacaba poco más de un cuerpo completo al que iba en segundo lugar. Los demás estilos de Walton quedaron también entre los primeros tres lugares y en relevos, fueron el primer lugar.
Estaba clarísimo que Seth había sacado todo en el agua, lo cual era un alivio para mí, ya que llegaría cansado y sin más ganas de querer golpear caras, sino de hablar con más tolerancia.
—¡Felicidades! —le grité al salir de las instalaciones, separándome de Jamie, Gabe y Mel. Él salió acompañado de sus otros tres compañeros —Allan entre ellos—, todos con una mochila colgada al hombro y el conjunto azul de sudadera y pants chándal del colegio, el logo a la izquierda, con el marino abajo y el cielo arriba y dos franjas de los colores invertidos a los costados.
Me aventé a él y me atrapó por la cintura, estrechándome. Sin poder evitarlo, y olvidándome de las consecuencias, mis manos tomaron su rostro y fundí mi boca con la suya, cálida, suave, casi a la espera de la mía. El mareo que sentí hizo que olvidara que teníamos público y al saberme en su cuerpo, sentí cómo se inclinaba más para profundizar el beso.
—Felicidades, amor —le susurré a milímetros de su boca.
—¡Eh, consíganse un cuarto! —exclamó un compañero suyo a la derecha.
—Sí, no coman pan en frente de los pobres —secundó Allan, con una sonrisa que delataba sus palabras.
Seth me soltó, la culpabilidad gobernaba sus ojos y quise decirle que no tenía que sentirse mal, aunque no terminaba de entender por qué había perdido la cordura de esa manera.
—Gracias —me dijo y oí el doble sentido en esa palabra; sus comisuras volvieron a ser un rictus antes de morderse el labio inferior.
—Vale, vale —dijo el chico a su derecha—, lo del cuarto era verdad. ¡Nos vemos, McFare!
—¡Adieu!
—¡Usen protección!
Se despidieron los chicos y Allan me dirigió un asentimiento con la cabeza, señal de que averiguara lo que había sucedido en el pasillo. Ni siquiera necesitaba que me lo recordase, mi mente no se despegaba de esa escena.
—Me debes una explicación —le dije cuando estuvimos solos.
Negó con la cabeza.
—No, se lo tenía bien merecido.
El mismo Greg admitió aquello y no ponía objeciones pero no era eso a lo que me refería.
—Hablo de tu arrebato. Seth, tu no eres así. Casi te descalifican.
—Estuvo mal haberle pegado, sí, y me duele el puño. Pero…
—Pero, ¿qué?
Una mueca de dolor cruzó su semblante como un rayo y cerró los ojos antes de atraerme con fuerza en un abrazo que me tomó desprevenida.
—Tenía miedo —confesó, en un susurro.
—¿Miedo?
Su aliento me hizo cosquillas en el cuello cuando exhaló aire.
—Tengo… —respiró—. Tengo varias noches con pesadillas. Es siempre la misma, desde hace mucho tiempo.
—¿Desde cuándo?
—Desde que me enamoré de ti.
Calló un momento en el que se dedicó a llevarme a un lugar tranquilo, cruzando la calle en una banca con sombra gracias a un árbol no muy lejano. Detrás de nosotros se expandía un estacionamiento, donde llegaban la mayoría de las personas que asistieron a la competencia a recoger sus carros.
—¿Y de qué se trata ese sueño?
—Es sobre ti. Al inicio hay muchos rostros. Después escucho tu voz gritándome, llamándome, por el tono de tu voz sé que pides ayuda. Extiendes una mano y yo trato tomarla pero es como si quisiera atrapar un holograma. Luego la mano se va y tu voz suena más lejana, como si te hubieras caído. Es un sueño horrible y no dejo de pensar que estoy a punto de perderte, aún despierto. No es excusa para lo que hice, pero tenía miedo. Las cosas que Greg decía… Entré en pánico, lo siento.
Me abrazaba de forma que su pecho quedaba en mi rostro y pude oler el cloro, el material nuevo del chándal. Sentía su nariz y su boca pasearse por mi cabello, su mano acariciaba mi brazo en un gesto de consuelo, como si la asustada fuese yo.
—Oye —alineé mi boca con la suya sin juntarlas del todo—, es sólo un sueño. No me vas a perder, ¿de acuerdo? Lo de Greg se acabó, está listo para dar el siguiente paso. Y yo nunca, nunca, me voy a despegar de ti. Te amo, Seth Andrew McFare, moriría antes de alejarme de ti.
—También te amo, Jenna Kent —acarició con su pulgar mi barbilla, los labios y mi mejilla. Me miró directo a los ojos y a diferencia de cualquier otra persona que me había mirado a los ojos ese día, él no me hizo sentir incómoda; todo lo contrario, en sus brazos me sentía en casa, en el lugar más seguro. Había en su mirada preocupación, dolor, inseguridad hacia un ciego futuro, pero a la vez confianza, ternura, calidez emocional, miles de estrellas brillaban en la oscuridad de sus ojos, tintineando e iluminando todo a su paso, como si de esperanza se tratase.
Madre mía, nada de eso existía en Seth cuando lo vi a los ojos la primera vez, al recuperar nuestros cuerpos por vez primera, tirados en los pasillos de Walton.
Besó mi frente y continuaba con la mejilla cuando Lily se acercó corriendo.
—Tortolitos, algunos chicos organizaron una fiesta en casa de uno de nuestro insti. ¿Se apuntan o siguen en lo suyo?
Me incorporé y Seth hizo lo mismo.
—Sí, sería genial —acepté.
—No suena mal, ¿a qué hora?
Lily empezó a darnos detalles y llegó Mel —con un mejor aspecto—, con Gabriel pisándole los talones.
—¿Ya le dijiste, Jenna? —me preguntó la primera.
—¿Decirme qué? —interrogó Seth.
—¿Puedo decírselo yo? —Mel me miró y yo asentí—. La rusa estaba tratando de robarte a Jenna.
Lily y Jamie comenzaron a reír a tripa suelta, pero advertí que la mandíbula de Seth se tensaba. Lo tomé de la mano para tranquilizarlo y sobé su torso con mi pulgar.
—¡Hubieras escuchado a Jenna! —rió Mel en el tono que su enfermedad se lo permitía—. “No, aléjate. Estás muy cerca. Shu, shu.”
Me eché a reír también ante su versión de mi voz, que para nada tenía que ver con mi timbre.
—No dije eso del shu shu —la corregí.
—¡Sólo eso te faltaba!
Seth también se echó a reír al tiempo que apretaba mi mano en un gesto de cariño.
—Gabriel llegó y las interrumpió, por suerte —añadió Mel.
Mi novio interrumpió su risa y miró al nombrado, detrás de mi amiga. Éste parecía algo incómodo y molesto por ser el centro de todas las miradas, pero al final se encogió de hombros indiferentemente.
—Gracias —le dijo Seth con la voz cargada de honestidad—. Y lamento lo que te dije, nada era verdad.
Gabriel, por primera vez en mucho tiempo, se mostró sorprendido por unos segundos y después sus ojos se arrugaron al sonreír.
—Lo sé, y de nada.
—Qué gays —exclamó Jamie con un tono intencionalmente afeminado.
Todos nos echamos a reír al mismo tiempo, carcajeándonos tan fuerte que muchas personas que por ahí pasaban se giraron sobresaltadas ante tanto estruendo.
En ese momento, a pesar de que nos hacían falta Louis y Liz, todo se sintió como antes. Comenzamos a caminar en grupo, intercambiando comentarios, opiniones y detalles sobre la fiesta, el partido de las Halcones, la competencia recién ganada de Seth. Éste y Gabe disolvieron todo lo que antes los había separado en cuestión de segundos y se desparramaron en una plática sin prejuicios ni censuras sin problemas, hablando entre ellos como si no hubieran dejado de hablar por un tiempo. Me recordó a los pleitos que Tayler y yo teníamos muy rara vez, que sin importar qué tan fuerte o pesado fue el argumento, nos reconciliábamos en un santiamén y nos comunicábamos de la misma manera que siempre.
—Merezco un beso de agradecimiento —sonrió Gabriel ladino, pidiendo su premio por haberme “salvado” de Kate.
—Sigue soñando, Culpepper —negó Seth, divertido.
—¿Y yo no merezco uno? —me hice notar, barriendo los ojos hacia el cielo.
Seth me besó en la coronilla y Gabe, por la mera satisfacción de no querer quedarse como espectador, le plantó con beso a Mel en el cuello, en donde era más que seguro que no se contagiaría.
—¡Ugh, qué asco! —exclamó Lily, haciendo una mueca.
—¿Por qué asco? Se ven lindos los cuatro —indicó Jamie.
—Eso dices porque tienes novio.
—Pues consíguete uno.
—No, gracias —Lily alzó la palma de la mano—. He decidido darme un respiro de los hombres.
—¿Tú? —reímos Melisa y yo al mismo tiempo.
—Ya verán cuántos problemas me ahorro andando por mi propio pie, par de brujas —gruñó Lily entre broma y seriedad.
—Mi tío aparcó cerca de aquí —anunció Gabriel, refiriéndose al encantador tío Stanley que nos presentó la última vez que estuvimos en la mansión de su abuelo y que los llevó al partido y a la competencia, al parecer quería hacer de chofer ese día—. Por cierto, ¿dónde está?
—Tal vez nos está esperando en el auto —dedujo Mel.
Seguimos a la pareja, que nos guiaba hacia su tío, mientras seguíamos conversando.
—Seth, no pude evitar notar que se besaron en el partido, antes del último cuarto —dijo Gabriel—. Intenté deducir por qué pero no encontré nada. Explícame, por favor.
—¡Oh, es verdad! —asintió Jamie—. También lo noté pero no entendí por qué.
—¿Cambiaron? —preguntó Lily— Uf, y yo que creía que simplemente se pusieron románticos, como en las pelis.
—Es de lo que quería hablarles hace tiempo —contestó Seth—. Cuando cambiamos, nuestra salud mejora, o cualquier daño físico. Es algo nuevo porque antes no sucedía. Cuando nos dimos cuenta estaba cenando en casa de los Kent y el alcohol me mareó.
—¿Alcohol? —se mofó Jamie.
—Jenna me besó y mi cuerpo se recuperó, así que intentamos los mismo en el partido. Jenna estaba lesionada y al cambiar, su rodilla se recuperó.
—Vaya.
—Sí —secundó Melisa y Jamie—. ¡Vaya!
—No había pasado antes de eso, ¿dices?
Seth asintió en dirección a Gabriel.
—Es extraño, tal vez se deba a que su relación cambió.
—Oh, sí, qué romántico —cantó Lily—. Que los sentimientos se vean implicados en sus cambios.
—Sí, tal vez cuando cambiaron estaba en sus mentes el pensamiento del deseo de que el otro se recuperara y eso fue lo que pasó. ¿Será porque ahora sus sentimientos son más fuertes? Suena cursi pero pienso que tiene lógica.
Todos nos giramos al mismo tiempo a ver a Jamie, que siguió caminando con aire despreocupado, sin pensar realmente en lo que había dicho.
—¿Qué? —preguntó cuando se dio cuenta que todos lo mirábamos con los ojos pelones.
—Es exactamente lo que estaba pesando —coincidió Gabe, alcanzándolo.
—¿Quieres decir que ahora les trae esa ventaja? —se interesó Melisa—. ¿Que al estar Seth en el cuerpo de Jenna y viceversa, todo el daño o el mal que carga su cuerpo se cure por puro deseo de la otra alma?
En ese momento llegamos al Versa gris del tío Stanley, a quien esperábamos ver dentro.
—No está aquí —obvió Lily.
—¿Así que eso son los cambios? —escuchamos su voz a nuestras espaldas y todos nos giramos alarmados y sorprendidos. El hombre nos miraba perspicaz—. Sorprendente.
***
¿Continuará?
Claro que sí! Muy pronto! :)
XPXP, ale
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