
37. Rastro de fuego
—No deberíamos estar aquí —dije, sintiéndome mal por varias razones.
—Pero aquí estamos —respondió Gabriel.
Los tres nos dedicamos a contemplar el Guindo frente a nosotros, grande, impotente, protegido por una valla de madera. Todas sus flores yacían en el suelo, no había rastro de ellas en las ramas y pocas hojas quedaban colgadas. El otoño se las había llevado; en invierno, el Guindo pasaría a ser un árbol pelón y corriente, como los del resto del parque.
Habían pasado dos días desde que Seth y yo cambiásemos de cuerpos en un reto de veinticuatro horas. Muchas cosas surgieron durante ese tiempo, tanto en la vida de Seth como en la mía. Aún no había encontrado el momento adecuado para decirle a Seth lo de Louis, y aunque algo me dijera que eso no tenía un momento adecuado, puesto que no sería una de esas pláticas incómodas después de un tenemos que hablar, la noticia seguro impactaría en Seth, y lo primero que haría sería ir a hablar con su amigo.
De Jamie no tenía noticias, no asistió a clases tampoco ese día y por la tarde no descolgaba mis llamadas ni respondía mis mensajes.
Quien sí llegó a hablar conmigo fue Louis, en un descanso que tuvimos. Me dijo en resumen todo lo que me había dicho durante la noche en la que fingí ser Seth, omitiendo los sollozos y la voz rota; Louis se veía bastante tranquilo al decírmelo. Agregó algo que aquella noche no había pasado aún.
—Terminé con él —me dijo con mirada dolida.
—¿Es por eso que Jamie no ha venido? —pregunté.
—Es lo más probable —asintió.
Nos quedamos callados cuando un grupo de personas pasó a un lado de nosotros, temerosos a que escucharan algo de nuestra conversación. Si bien nuestro grupo de amigos sabía que Jamie y Louis habían estado saliendo, y sabíamos sobre su sexualidad, nadie más que nosotros lo sabía. No nos correspondía a nosotros revelarlo, y nadie había dicho ninguna palabra, y cuando Jamie al fin quería hacerlo público, Louis se echó para atrás en todo el sentido de la palabra.
—Louis, no puedes irte —le dije cuando el grupo de personas se alejó.
—¿Por qué no?
—Porque al comité estudiantil le faltará el miembro de relaciones sociales. El Festival de Primavera será un desastre sin ti —. Eso era sólo una excusa, había mil y una razones por las que no debería irse. Y la mil y una razón era Jamie. Sonrió ante mi comentario, sabiendo que eso era lo que menos importaba, y escondió su mirada de mis ojos, después se giró para ver el nublado cielo por la ventana del pasillo.
—Se las podrán arreglar sin mi —comentó, no refiriéndose al Festival, sino a todos nosotros en general —. Estoy seguro de ello.
—Louis, piensa en Jamie —le supliqué.
—Tomé esta decisión pensando principalmente en él, Jenna.
—Él lo que quiere es estar contigo—le recordé. Se giró para mirarme, sorprendido. Su mirada se suavizó casi al instante y mirándome como un hermano mayor mira a su hermanita.
—¿Por qué querría estar conmigo, habiéndole hecho el daño que le hice?
—¿En serio no sabes por qué, Louis? —le pregunté, más dura y seca de lo que me había propuesto. Ese tono lo usaba con Seth más que con nadie, y con Lily, y a veces con mi hermano. Pero nunca imaginé utilizarlo con Louis —. ¿Sabes que lo lastimarás más yéndote que sólo rompiendo con él? Te quiere. De verdad que te quiere.
De nuevo desvió la mirada y no me contestó durante un par de minutos. Admiré lo que él, un par de aves que pararon a cantar en el marco abierto de una ventana. Muy juntitos, sus picos se tocaron y cantaron al mismo tiempo.
—Lo sé —me respondió Louis —. Pero le haré más daño quedándome. Sé lo que digo, Jenna —añadió cuando vio que iba a replicar —. Sí que lo hago. Por favor, cuando me vaya, no te despegues de él. Necesitará a alguien como tú.
—Lo conoces bien —reconocí, dándome cuenta en ese preciso instante mientras lo decía —. Sabes lo que necesita. Y lo que realmente necesita es a ti, Louis. Por favor. No lo digo sólo por Jamie, sino también por Seth. Y por Liz. Y por mí… y Lily, y Mel, y Gabriel.
—Jenna —su tono me suplicó que parara. Y eso hice. Me di cuenta que insistiéndole le lastimaba. Comprendí entonces que nosotros no seríamos los únicos afectados por su partida, y también que él no había tomado solo la decisión de irse, que había algo más aparte de la salud emocional de Jamie.
—¿Se lo dijiste? —solté antes de darme cuenta de lo que decía.
—¿El qué? —me miró a los ojos.
—A tus padres. Tu relación con Jamie. ¿Les dijiste que eres gay?
—Jenna.
—Sí lo hiciste —susurré, abriendo los ojos como platos.
—¿Por eso fuiste a la casa de Seth la otra noche? —a pesar de que lo fue, no sonó como una pregunta.
—¿Cómo sabes eso?
Me encogí de hombros.
—Me lo dijo Seth —mentí —. ¿Por eso fuiste?
Suspiró. Los pajarillos echaron a volar y Louis se recargó en la pared que teníamos detrás, con la mirada baja, de manera que me recordó la vista que tuve de él en el cuarto de Seth, mientras Louis lloraba.
Recordé sus palabras.
—¿Por qué viniste aquí?
—Hay varias razones —me había respondido. ¿Era esa una de las razones?
—¿Qué pasó exactamente, Louis? Puedes confiar en mí.
Sonrió con tristeza y me miró.
—Sé que puedo confiar en ti.
Un momento de silencio, miró de nuevo la ciudad que se extendía a través del cristal. La pareja de pajarillos ya no estaba.
—Sí, se lo conté a mis padres— dijo al fin —. Mi hermano también estuvo presente. Penélope ya estaba dormida. No estaba seguro pero sentí que era lo correcto. Le dije algo estúpido una vez a Jamie, algo sobre decirle lo nuestro a nuestros padres hasta que… En fin, que esperáramos un tiempo más —eso no era lo que me dijo esa noche, pero me mantuve callada —. Eso que dije lastimó a Jamie. Y no quería eso, así que se los dije sin avisarle antes a Jamie que lo haría. No se lo tomaron muy bien —sonrió y miró sus pies —. No pude soportar lo que me decían, ni sus caras. Además, Jamie no dejaba de llamarme no sólo al celular sino también a la casa. Para entonces mis padres ya sabían que con quien salía era él. No podía enfrentarme a Jamie y tener que pedirle perdón no sólo por haber dicho una tontería sino también por no quererle como debía. Y menos con mis padres escuchando. Antes de irme a casa de Seth, mi padres me dijeron que lo mejor era despejarme, probar algo nuevo, como… como si eso pudiera cambiar lo que soy— rió sin alegría—. Estaban azorados, Jenna, no los culpo. Me propusieron irme a Oxford después de Año Nuevo, empezar el siguiente semestre ahí, y de paso matricularme en una buena universidad. Yo acepté, no con los mismos objetivos que ellos, pero sí pensé que despejarme es lo mejor. Entonces fui a casa de Seth, incapaz de irme a otro lugar. Sabía que quizá no me permitiría quedarme —encogió un hombro, como si no tuviera mucha importancia —, pero decidí correr el riesgo.
Cuando terminó, le abracé, y no hicimos otra cosa durante los siguientes quién-sabe-cuántos minutos, hasta que Seth me llamó desde el otro lado del pasillo, lanzándonos una mirada curiosa. Al alcanzarnos, Louis lo saludó con una leve sonrisa y se alejó diciendo que nos dejaría solos. Seth me miró, interrogante. Yo me limpié una lágrima y le sonreí, con la promesa de que se lo haría saber más tarde.
Pero ese más tarde aún no se producía.
Y mirando de cerca el impotente y pelón Guindo, me estrujaba los sesos pensando en los límites que me pondría al hablar con Seth, pues comprendí varias cosas; Louis me dio a entender que en un intento por seguir luchando por Jamie, se había sentido culpable por continuar pensando en Seth, y que no podía seguir engañándose a sí mismo.
—Deberíamos irnos —dije a Gabriel.
—Acabamos de llegar, ¿ya te quieres ir? —me respondió él.
—Ya les dije que no me parece buena idea quemar el árbol. Que hay civiles y oficiales observando, mierda.
—Esa lengua, Jenna —me amonestó Seth. Me giré a él y le saqué la lengua. ¿Quién se creía, mi hermano mayor?
—Si ese es el caso —continuó Gabriel, haciendo caso omiso de mis protestas y sacando un encendedor de su bolsillo —, hagamos que parezca un accidente —. Después sacó un cigarro del otro bolsillo.
—Gabe, creo que esto es demasiado —dijo Seth.
Gabriel suspiró y dejó de intentar encender el cigarro, cayendo ambos brazos a los costados.
—Lo sé, pero… No creo que estén en posición de negarse.
—¿Por qué no? —preguntamos Seth y yo al unísono, de repente alarmados.
Gabriel pasó el cigarro a la otra mano y se giró para darnos la cara, de espaldas al Guindo, y con la mano libre se quitó los lentes y se los colgó en el cuello del uniforme. Se aflojó la corbata hasta que estuvo deshecha y dejó que colgara alrededor de su cuello.
—Porque cuando les dije que una solución posible era acostarse juntos, no lo quisieron intentar. Así que vamos a intentar ésta —sonrió con malicia —. A menos que quieran probar la primera opción… —dejó la palabras en el aire y alzó las cejas, retándonos.
—Condenado Culpepper —dijo Seth.
Gabriel sabía ya qué decidíamos nosotros, así que ensanchó su sonrisa y volvió a concentrarse en la tarea de encender el cigarro.
—¿Fumas, Gabe? —le pregunté cuando lo consiguió, antes de que se lo pusiera entre los labios.
—No, pero siempre hay una primera vez para todo, ¿no crees?
—Gabe, apaga eso, nos vamos —sentenció Seth, dando media vuelta.
—¿Cómo? —preguntamos Gabriel y yo al mismo tiempo, y él alejó por completo el cigarro de su boca.
—Si vamos a hacer algo así, para empezar no deberíamos llevar el uniforme puesto. Además, no estoy seguro de esto…
—Les dije —dije mientras me cruzaba de brazos.
—Hey, wow —exclamó Gabriel, alcanzando a Seth y girándolo por el hombro —. ¿Entonces quieres que saque teorías sin haber hecho antes la prueba? ¿Así cómo sabremos la razón, o la conexión, eh, si siguen negándose a lo que les propongo? Seth, te lo digo bien, las ideas se me agotan.
Seth lo miró como si no hubiera pensado en eso, después me miró a mí y de nuevo a Gabriel. Cerró los ojos y suspiró, quitándose la mano de su amigo del hombro.
—De acuerdo —aceptó, abriendo los ojos —. Ok, ya entiendo. Jenna, ven —. Obedecí, no muy segura. Me tomó de la mano con fuerza y me jaló hacia él, haciendo que mi mochila resbalara por mi hombro —Te llamaré mañana, Gabe —le dijo a éste y dio media vuelta, caminando a grandes zancadas. Por encima del hombro vi que Gabriel nos miraba con escepticismo, tiraba el cigarro y lo apagaba con el pie, para luego juntarlo y tirarlo en un bote de basura.
Me costaba mantener el ritmo de Seth y subirme de nuevo la mochila, pero lo logré con esfuerzos.
—Seth, ¿qué sucede? —le pregunté jadeante en un intento por ponerme frente a él —¿Seth?
No me respondió, sólo acarició el dorso de mi mano con su pulgar, caricia que hizo olvidarme repentinamente de todo.
Llegamos a una esquina donde él paró un taxi y le indicó la dirección del edificio donde vivía, lo miré alarmada, notando con más fuerza su mano sobre la mía, su innegable calor.
Abrió la puerta del departamento con maestría pero rapidez, me quitó la mochila y la suya de un movimiento y las aventó al sillón de la sala-recibidor.
—Seth, no —dije, lacónica.
Me llevó hasta su habitación y cerró la puerta detrás de sí. Sin embargo, aunque percibía un peligroso brillo en sus ojos, no forcejeé contra él, no rechacé su mano ni lo alejé cuando estaba a tiempo, algo dentro de mí no quería hacer ninguna de esas cosas.
Sin dejar de mirarme a los ojos, se quitó el saco del uniforme, aventándolo sin cuidado a la cama y se deshizo la corbata, dejándola caer en el suelo. En todo el procedimiento, no me moví de mi lugar.
—Seth Andrew McFare, ¿sabes lo que haces? —lo miré desafiante, sacando en mí el valor que por dentro no tenía.
¿Cómo podríamos acostarnos si ni siquiera podíamos besarnos, maldita sea? ¿Cómo? ¿Qué pasó con el hay que ir lento? ¿Era esto ir lento? ¡Mierda, que no lo era!
—Para, para ya —. Sujeté sus manos cuando éstas comenzaban a desabotonarse la camisa blanca del uniforme —. Mírame, Seth —levanté su mentón hasta que mis ojos dieron con los suyos —. ¿De verdad te dejarás llevar por lo que Gabriel dijo?
—No es eso —me respondió.
—¿Entonces qué es? Dímelo, por favor.
Acortó la distancia que nos separaba y me quitó el saco con suavidad, enviando un cosquilleo por mi espina dorsal, dejando un rastro de fuego a medida que sus manos bajaban por mis brazos con frustrante lentitud.
Observé la rendija que había dejado la camisa a medio desabotonar en su piel, podía ver su clavícula, un lunar que tenía en el lado derecho.
Cuando aflojó mi corbata, le puse las manos en el pecho y lo alejé sin fuerza, pero él obedeció.
—Tu papá… —busqué una excusa.
Sabía que el padre de Seth no llegaba sino hasta más tarde, pero también sabía que no tardaría en abrir la puerta del recibidor.
—Esto es absurdo, Seth, para ya —exclamé cuando él se aproximaba a enterrar sus labios en mi cuello — No podemos ni besarnos, ¿de verdad quieres tener sexo?
—Lo sé, lo siento. Yo sé que aún no quieres hacer esto pero yo quiero saber si así podemos solucionarlo.
—Sabes que mientras la gente lo hace se besa, ¿verdad?
—Bueno, los labios no son lo único que puedo besar —presionó mi cuello contra sus labios y me estremecí completamente. Involuntariamente, incliné la cabeza para dejarle más espacio ahí donde me besaba, pero mi razón no tardó más en hablar.
—No quiero hacerlo, Seth —admití.
—Yo tampoco —respondió entre besos.
Ajá, pensé con sarcasmo. Me costaba mantener la cordura, y para no perderla, no me permití acariciar el cabello de Seth, o su pecho, o su rostro, me mantuve quieta, sólo aceptando lo que él hacía.
—No, no me entiendes. No quiero hacerlo ahora. Quizá tal vez después… El sexo es algo serio, Seth.
—Llámalo hacer el amor —susurró, ahora besando mi desnudo hombro. En cada beso, dejaba una marca, un toque, sensaciones que creí nunca se irían.
—Oh, ya cálmate, me estás poniendo nerviosa —dije, algo enojada por que Seth no me hacía caso, y porque yo no tenía las pelotas para quitármelo de encima. Bueno, las agallas, ya me entienden —Seth, ya. Te estás pasando —me ignoró —. ¡Seth!
—¿Mhm?
—Para, es una orden.
Entonces se separó de mí y buscó mis ojos. Los suyos estaban oscurecidos por el deseo, no me atreví a dar un paso atrás, o salir corriendo como loca del cuarto, pero de verdad lo hubiese hecho si mi orgullo me lo hubiera permitido.
—¿Qué te pasa?
Exhaló el aire que había retenido hasta ese momento y me miró a los ojos con intensidad, como dándose cuenta de lo que estaba haciendo. Acarició mi mejilla con el dorso de su mano, abrazándome después con tal fuerza que creí que nos volveríamos uno. Tenía mi cara enterrada en su pecho, pude respirar su perfume.
—Perdóname—jadeó. Apoyó su cabeza en mi hombro y noté su rápida respiración, la alteración que su cuerpo había sufrido. Inhaló y exhaló varias veces hasta que pudo calmarse y controlar los latidos de su corazón —. Perdón. No quiero lastimarte, y no lo haremos si no quieres.
—¿Tú sí quieres? —me fue inevitable preguntar.
—Sí.
—¿Cuánto?
Me abrazó con más fuerza.
—No tienes idea.
***
Corto, lo sé.
Prometo después subir la siguiente parte, me iré de viaje una semana y no sé si pueda publicar después, el caso es que quería actualizarles al menos un poquito.
Panditas <3
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