
19. Un día con Seth
Pude subir antes :D Mis palabras no son suficientes para agradecerles todos sus comentarios y apoyo, desde el fondo de mi corazón les doy el gracias más sincero del mundo, sin ustedes este libro no es nada.
Gracias por leer, disfruten la lectura. Pandas a todos<3
***
Escuché gritos, gritaban mi nombre, voces conocidas, algunas desconocidas. Los rostros de Liz, Tony, Jenna, Gabriel, Jamie, mi padre, mi madre, todos aparecían parpadeando, como un foco fundiéndosa, todos tenían los colores distrocionados, la piel se derretía y sus caras se deformaban. Apareció una mano en medio de todo ese vómito de colores, se estiraba hacia adelante, como saliendo de una pantalla.
-Seth... -gemía. -¡Seth! -gritó. La voz estaba terriblemente distorcionada, parecía buscar mi ayuda. Intenté alzar mi brazo pero mi mano trapasó la suya, como si fuera un holograma, la mano se alejó, escuché el grito de una voz femenina, bastante familiar, gritar mi nombre antes de caer en el vacío. La llamé pero no hubo nada, no respondió, no pude salvarla. Más imágenes de personas se arremolinaron sobre mí, derritiéndose y con gritos desesperados. Me quedé con la mala sensación de haberle fallado.
Me desperté cuando el sol aún no se había levantado, Jenna descansaba plácidamente en mis brazos. Miré su rostro dormido, relajado, entregándose por completo al sueño. Me pregunté si tendría el sueño pesado, y tratándose de Jenna, lo más probable es que fuera así. Decidí arriesgarme y toqué su mejilla con el dorso de la mano. Las pupilas bailaron dentro de sus párpados cerrados y retiré la mano.
Miré el techo y suspiré. Llevaba una semana soñando con eso, estaba cansado de ello, no me dejaba descansar. Sabiendo que no podía volver a conciliar el sueño, me levanté con cuidado y por accidente, destapé a Jenna. Percaté de que dormía con las manos arriba, a la altura de la cabeza, justo como los bebés duermen. Sonreí sin poder evitarlo y coloqué la cobija hasta su cuello, pasé una mano por su cabello y, aprovechando que estaba de perfil, le deshize la cola de caballo para que descansara mejor. Dejé la liga a un lado de ella. Mirándola, con esa expresión de paz, me pregunté si sería Jenna quien me extendía su mano. Una vez despierto, no podía recordar aquella extraña voz.
Apreté la mano de mi madre y le di un beso en la frente. Fui al baño y de regreso escuché a Tony removiéndose en el sofá, incómodo. Él no estaba acostumbrado a dormir en un sofá... ninguno lo estaba. Se veía intranquilo, había estado sumido en sus pensamientos la última semana y días previosa a ésta. Sabía por lo que estaba pasando, lo sabía mejor que él mismo. También sabía lo que ocurría con Jamie, sabía por qué éste me odiaba, lo había sabido incluso antes de que Jamie empezara a odiarme. Lo que me parecía extraño era que Tony se estaba guardando muchas cosas, usualmente me lo contaba todo.
Tony solía ser como un niño pequeño a veces; una vez que comenzaba a contarme algo, no paraba hasta que terminase de decir la última palabra. Estaba cambiando. Lo que no cambiaba era el hecho de que seguía pateando las cobijas en la noche. Lo tapé hasta el cuello y salí de la habitación en busca de comida.
No había mucha gente merodeando por los pasillos. El reloj de la cafetería me dijo que eran las cuatro de la mañana, no sabía qué haría en todo ese tiempo. La cocina no se abría hasta las seis, así que compré un jugo de caja en una de las máquina expendedoras y me lo acabé casi en cuanto lo abrí. Mi estómago rugió de hambre y compré también unas galletas. Regresé a la habitación, con la idea de que trataría de dormir dos horas más para llevar a Jenna a su casa, pero Tony iba saliendo de ella cuando llegué.
-¿Sucede algo? -le pregunté.
-Fui al baño y no te vi. ¿No puedes dormir? -bostezó. Negué con la cabeza. Le ofrecí del paquete de galletas.
-No, gracias.
-Vuelve a dormir, aún es muy temprano.
-Se me ha quitado el sueño -dijo, frotándose los ojos.
-No lo creo -dije, llevándome una galleta a la boca. Para confirmar mis sospechas, bostezó.
-No quiero volver a domir, he tenido una pesadilla -balbuceó con lágrimas en los ojos, consecuencia del bostezo. Asentí, comprendía. No era la primera vez que yo soñaba eso, tenía muchas noches quitándome el sueño y me dejaba con una vacía sensación de que algo me faltaba, además de dormir.
-Tony -le llamé. -¿Podrías llevarnos? No sé a qué horas vaya a llegar mi padre, pero estaremos de vuelta en poco tiempo. Debo ir a dejar a Jenna a su casa.
Asintió.
-¿A qué hora iremos de dejarla?
-Ahorita mismo.
-¿Ahorita? Está dormida y necesita el descanso, Seth. ¿Piensas dejarla a estas horas de la madrugada?
Era cierto, era demasiado temprano para tocar la puerta de su casa, su padre y su hermano me fulminarían, aunque eso me traía sin cuidado. Lo que quería era despertarla.
Bufé y me eché la última galleta a la boca. Tony sonrió, victorioso.
-¿Qué vas a hacer, mientras? -me preguntó. Terminé de masticar la galleta antes de contestarle.
-Esperar a que Jenna despierte -entré al cuarto para tirar el paquete en el bote de basura más cercano y regresé. Rió y negó con la cabeza lentamente.
-Iré a traer un cambio de ropa para los dos, ¿quieres que traiga algo para Jenna? -se puso la chaqueta y sacó las llaves del auto. Le acababan de regalar un Camry del año en su cumpleaños, no pudo negarse, era de parte de sus padres, así que dicidió agradecerles sacando el mayor provecho posible.
-No, así está bien. Tráeme mi sudadera. -le pedí.
-¿Cuál?
-La que sea -y bajó por el ascensor. Por la ventana del pasillo, divisé cuando llegaba al auto, lo encendía y salía com sumo cuidado del aparcamiento, prendiendo los focos. Aún estaba muy oscuro.
Entré a la habitación y contemplé a las dos mujeres dormidas frente a mí. Las dos parecían estar sumidas en un profundo sueño, como si donde estuvieran ahora fuera un mejor lugar que éste. De alguna manera, las dos me hacían sentir de una manera similar. El calor de una madre... y lo que fuera que Jenna provocaba dentro de mí. Con ambas me sentía en paz conmigo mismo, no desearía estar en otro lugar.
Me incliné hacia mi madre.
-Buenos días -le dije. Era cierto que me parecía mucho a ella, mi padre me lo recordaba constantemente, pero no había manera de comparar su rostro con el mío. Yo era hombre, ella mujer, ¿cómo decir que éramos similares? Le di un apretón en la mano y fui hacia Jenna, que aún dormía como un tronco.
Me senté frente a ella y miré sus labios, ligeramente curvados hacia abajo, sus labios serios y relajados. Su respiración lenta, acompasada, su pecho apenas si se levantaba, todos sus músculos en completo reposo, su oscuro cabello suelto que resbalaba por el sillón y caía en lacios mechones. Tenía una mano boca arriba cerca del rostro. Bajé cada uno de sus dedos, los cuales volvían a subir como impulsados por resorte.
Apoyé los brazos en el espacio libre del sofá sin tocar a Jenna y recosté mi cabeza en ellos, sin dejar de mirarla. Podía pasar horas, días, mirándola y no tenía manera de cansarme. Cada minuto que pasaba, descubría algo nuevo, como los dos granitos que se le formaban cerca de el cuero cabelludo, en la frente, el lunar en el lóbulo derecho que era no era tan notorio por el pequeño arete de plata con un diminuto diamante esmeralda en medio, una marca de varicela en la mejilla izquierda. Y así podría írseme todo el día.
Si me preguntaran qué era lo que me gustaba de ella, no sabría responder. No sabía lo que me gustaba, sin embargo, todo me atraía. Cuando se sonrojaba, me gritaba, lloraba, reía, me fulminaba, su rostro durmiente. Mirándola, me invadió una sensación de paz, una tranquilidad indescriptible, el corazón me palpitaba demasiado lento, sentía que me asfixiaba, pero me sentía bien. Creí que volvería a quedarme ahí dormido cuando su mano se movió y rozó mi brazo, despertándome por completo otra vez. Me dieron ganas de besarla, pero no podía, o cambiaríamos y despertaría.
Estaba en un dilema en ese momento, despertarla o no despertarla. Quería ver sus ojos grises, quería ver sus ojos somnolientos por la mañana, la pereza de sus movimientos matutinos. Pero tampoco quería interrumpir su sueño. Que descansara lo que tuviera que descansar, se lo merecía después de todo lo que había pasado, después de esa semana tan estresante donde pocos pudieron dormir más de cinco horas.
Observándola, perdiendo la noción del tiempo, me pesaron los ojos y pude volver a dormir.
-Seth... Seth -alguien me despertó. Abrí los ojos lentamente, ajustando la vista. Jenna seguía dormida. Una mano agitaba mi hombro con leves espasmos. Me volví y vi a Tony con una mochila al hombro. -Seth, despierta.
Me pasé una mano por la cara y el pelo para despejarme, bostecé y me puse puse de pie.
-Lo siento, me quedé dormido.
Tony sonrió como respuesta y soltó una carcajada nasal.
-Toma, te he traído la ropa -me ofreció la mochila. La abrí y busqué en ella. -Te he traído dos pantalones, no sé si vayas a quedarte más tiempo en el hospital. -Dentro, había unos vaqueros y unos pantalones de chandal.
-Gracias.
Entré al baño y me puse los vaqueros con la camisa de manga larga a rayas. Hasta el fondo divisé la una sudadera gris. Puse la ropa sucia adentro y mi mano golpeó con algo duro: un cepillo de dientes y pasta dental. Sonreí, Tony siempre pensaba en todo. Me lavé los dientes y busqué algo para peinarme. Encontré el cepillo de cabello en las bolsas laterales. No esque fuera gran cosa peinarme, cuando el aire soplaba, las greñas se volvían a desacomodar.
Salí y aventé la mochila en el sofá, donde estaba Tony leyendo un libro con sus lentes de lectura puestos, y la cobija que había usado perfectamente doblada. Miré el reloj colgado en la pared de frente a mi madre. Las 5.30.
-Será mejor que ya despierte a Jenna -le avisé a Tony.
-¿Necesitas que me salga? -me preguntó, levantándo la vista del libro.
Fruncí el seño.
-¿Para qué? -Se puso de pie.
-Para darles más intimidad. -Cerró el libro y se quitó las gafas, puso ambos sobre el sofá y me miró con una sonrisa. -Y no me preguntes para qué necesitan intimidad.
Sin poder evitarlo, e imaginándome las peores escenas, me sonrojé y tartamudée. La sonrisa de Tony se ensanchó.
-¿Lo sabe ella?
Desvié la mirada, maldiciendo lo patético que me veía. Mis ojos se toparon con la visión de Jenna dormida.
-No... -balbucée -No lo sé.
-¿Por qué no se lo dices? -ladeó la cabeza.
-No es tan fácil... -me atraganté. Tosí y volví a hablar: -Además, ni siquiera estoy seguro de lo que yo... -no podía creer lo que estaba a punto de decir. Cerré los ojos, como si eso evitara que lo dijera. -...de lo que yo siento.
Rió y negó con la cabeza, cerró los ojos, como un hermano mayor cuando descubre a su hermanito haciendo travesuras. Tony siempre me había tratado así, un hermano menor.
-No tienes remedio -susurró. -Iré a leer a la cafetería. Esperaré a que abran para desayunar -su estómago gruño y se llevó una mano a la panza. Estaba ya saliendo de la habitación cuando lo llamé.
-Tony -se detuvo en seco y se volvió.
-¿Qué pasa?
-¿Qué hay de ti?
-¿De qué hablas? -frunció el seño.
-De Jamie.
Abrió los ojos como platos, seguramente no lo veía venir, y menos de mí. Debería dejar de pensar que no sé nada acerca de él.
-Tampoco estoy seguro. Realmente, creo que estoy más perdido que tú -rió, pero supe que era una risa fingida, que esa sonrisa era más una señal de tristeza. No pensaba entrometerme en sus asuntos, pero no me agradaba verlo así. Y para evitar verlo de esa manera, tenía dos opciones, o me alejaba de él o le apoyaba. La primera era casi imposible, teniendo en cuenta de que ahora vivíamos en la misma casa, y era posible que no sirviera de nada, sino para empeorar más su ánimo.
La segunda era más efectiva.
Sonreí.
-Todo saldrá bien. Sólo es cuestión de tiempo -le aseguré. Y eso era lo que realmente pensaba. Se vio sorprendido por unos segundos, pero después asintió y sonrió.
-Lo sé, gracias. -Y salió.
Me arrodillé junto a Jenna una vez más, ya no podía esperar a que despertara, me sentía ansioso. Justo cuando pensaba que la despertaría, sin importar que cuanto más temprano despertara, menos tiempo tendría de verla. A menos que...
-Mmm -gruñó. -¿Qué quieres?
¡Al fin!
-Buenos días. ¿Cómo dormiste? -No me contestó, volvió a cerrar los ojos y siguió como si nunca hubiera despertado. Suspiré y apoyé la barbilla en el sillón, junto a su mano. Buscó algo con ella, la estiró pero no alcanzó nada, hasta que dio con mi cabello. Lo sobó, buscando algo. ¿Acaso buscaba el despertador? Siguió tanteando y llegó a mis ojos, frunció las cejas perezosamente. Los cerré para que no entrara ningún dedo, pero me mantuve quieto, disfrutando del tacto de su mano. Bajó por mi nariz y apretó las aletas, no dejándome respirar y casi suelto un jadeo. Tuve que respirar por la boca, Jenna sintió el aliento en su palma y buscó de dónde pronvenía el calor. Bajó a mis labios y los tocó, curiosa. Acarició mi labio inferior y me antregué a la sensasión cerrando los ojos. Ahuecó su mano en mi cara, su pulgar en mi labio, y me recargué en ella.
Quería quedarme así, y si para eso Jenna tenía que estar dormida, que no despertara.
Sintiendo los párpados más pesados que nunca, abrí los ojos para ver que Jenna también abría los suyos, revelándome esos ojos grises que me comenzaban a volver loco. En cuanto vio su mano, se despejó por completo y abrió los ojos tan grandes como jamás los vi. Abrió la boca pero no produjo sonido alguno por un momento.
Y como si pusiera play, que pasó después fue muy rápido. Ella gritó y se puso de pie de un salto, mirándome como si tuviera algún virus.
-Al fin despiertas -dije con toda la seriedad que pude reunir, a pesar de querer estallar de risa.
-H-Hola -tartamudeó. Sonreí, incapas de contenerla.
-¿Qué tal dormiste? -Pareció perderse en sus pensamientos un momento, sus ojos grises bailaron hasta toparse con los míos. ¿En qué estaría pensando?
-B-bien. -Miró a su alrededor, recordando dónde estaba, miró a mi madre y sus ojos se relajaron. -¿Qué hora es?
-Las veinte para la seis.
Abrió mucho los ojos.
-¿De la mañana?
-¿Quieres irte a casa o prefieres desayunar primero? -Yo prefería que se quedara a desayunar. La cocina se abría hasta las seis.
Suspiró y se tocó el cabello, que le llegaba poco más allá de los hombros. Seguí la mirada a lo que su mano recorría, hasta que llegó a las puntas y apartó la mano. Había sido un movimiento muy rápido, pero me dijé en cada detalle.
-Será mejor que ya me vaya a casa. -Se frotó los ojos y se colgó la mochila, que había estado descansando en las patas del sofá, al hombro.
-Está bien, le diré a Tony que encienda el auto -salí del cuarto.
-Espera, ¿qué? ¿El auto? Yo puedo irme sola, gracias.
-No, yo te llevaré.
Y salí antes de que replicara cualquier otra cosa, pero me alcanzó corriendo con pasos rápidos y torpes porque se acababa de despertar.
-¡Seth, no! Yo puedo irme sola.
-¿Qué hay de malo en que te lleve?
Se detuvo en seco y me volví hacia ella, esperando su respuesta, pero no dijo nada y yo proseguí con mi camino. Volvió a correr hasta alcanzarme.
-Ya hiciste mucho. Puedo regresar sin ti.
¿Mucho? No había hecho nada, la llevé al hospital para presentarle a mi madre, porque yo quería, no porque le estuviera haciendo un favor. Me le quedé viendo unos instantes, dudando si ceder o no, pero no dejé que la indesición se reflejara en mis ojos. Sonreí cuado me decidí.
-Insisto. Yo te llevo, no tengo ningún problema -una vez más, seguí caminando hacia la cafetería.
-¡Seth!
-¡Qué!
Ante mi grito, no logró dar el siguiente paso y me miró como si acabara de regañarla. Abrió la boca, pero la cerró al no encontrar palabras. Se llenó de coraje y volvió a abrirla.
-Te he dicho que no es necesario. Llamaré a un taxi, o esperaré al primer tren.
Di un paso hacia ella, ella dio un paso atrás.
-¿Por qué no quieres que te lleve?
-Porque ya me trajiste aquí, y tienes que cuidar de tu mamá.
-Tony se quedará mientras voy a dejarte.
Se quedó muda de nuevo.
-¡No es no, Seth!
Eso no era una respuesta para mí. Con los nervios a punto de estallarme, llegué a la cafetería ignorando sus gritos y jaloneos por pararme. Encontré a Tony totalmente entregado a su libro, con la cabeza casi metida en él. Sintió nuestra presencia casi cuando entramos y Jenna se puso finalmente en paz, muerta de verguenza por que Tony la hubiera visto así.
-Buenos días, Jenna. ¿Cómo amaneciste? -la saludó.
-Muy bien, gracias. ¿Qué estás leyendo? -Inclinó la cabeza para ver la portada.
-Es sólo una novela de Stephen King.
-¿Te gusta Stephen King?
-Sus novelas atrapan mucho.
-Yo me he leído sólo dos, pero mi hermano ya se los aventó todos y le encantan.
-¿En serio todas? Son muchas.
-¡Demasiadas! ¿Cuál es ese?
-El Resplandor.
-Ese está buen...
-Voy a llevar a Jenna a su casa -los interrumpí con brusquedad. Los dos percataron en mí como si acabra de llegar.
-Ah, sí -Tony se puso de pie y se sacó las llaves del bolsillo. -Ten -me las puso en la palma. Yo lo miré sin comprender. Me sonrió. -Vas a llevarla, ¿no?
-No es necesario, Louis, en serio. Yo puedo irme, no quiero molestarlos. Pero muchas gracias por el ofrecimiento. -¿Por qué con él sí era amable?
-No es ninguna molestia, Jenna. Por favor, acéptalo.
-Eh... está bien. Muchas gracias.
Oh, mierda. ¿Así de fácil era?
Interrogué a Tony con los ojos, pero me miró como si ya supiera la respuesta, lo cual no era acertado. ¿Por qué me estaba dando las llaves si quien condiciría era él?
-Tengan cuidado -nos adivrtió Tony. Casi me quedo de piedra sin poderme creer que me estuviera dando su auto nuevo a mí, un novato conduciendo. Negué con la cabeza, dándole a entender que no podía hacerlo, que no era seguro, y que no quería quedarme a solas con Jenna.
Pero Tony me ignoró y sonrió antes ajustarse los lentes y volver a concentrar toda su antención en el libro.
Caminamos en silencio hasta la salida, las manos me sudaban en torno a las llaves, y las secaba en el pantalón cada que las sentía demasiado húmedas. Nos subimos al Camry, Jenna decía cosas sobre el auto, pero no la escuchaba, estaba demesiado nervioso y concentrado metiendo la llave al contacto. Estábamos saliendo del aparcamiento cuando Jenna rompió el silencio.
-¿Por qué insististe en traerme?
-No puedes andar sola a estas horas.
-¡Son las seis de la mañana!
-No es seguro, sea la hora que sea. Si te pasa algo, tu padre y tu hermano me odiarían aún más. Te recuerdo que cuando les dije que te quedarías conmigo, también les dije que me haría responsable de ti.
Bufó y miró por la ventana un rato. Quería verla, pero todos mis sentidos estaban puestos en el camino.
-¿Desde cuando manejas? -preguntó más calmada, después de un alto.
-Tengo un año practicando, pero aún no me confío mucho.
-¿Entonces por qué me estás llevando tú? -No quise responderle así que esquivé su pregunta.
-¿Preferirías que te llevase Tony? -le piqué. Sin embargo, aunque había sido una broma, ya no habló sino hasta que llegamos a su casa y un suspiro de alivio se me escapó.
-Gracias por traerme -dijo en voz baja y forzada.
-De nada -le sonreí a sabiendas de que la haría enojar más. Se bajó tan rápido como pudo y sacó las llaves de su mochila, abrió y entró en un santiamén, dejándome ahí con las ganas de despedirme de ella de la manera que fuera.
Pasé todo el fin de semana cuidando de mi madre mientras mi padre estaba en una junta de negocios fuera de la ciudad, no regresaría hasta el martes. Últimamente le estaba llendo bien, lo cual, y yo no entendía por qué, le daba esperanzas de que mi madre despertara. También iba más seguido a la inglesia y pedía por ella, hace mucho que no lo veía tan animado.
Por mi parte, yo seguía teniendo esos odiosos sueños, se los platiqué todos a mi madre, pero por supuesto no obtuve respuestas, me bastaba con que me escuchara.
Tony iba a acompañarme de vez en cuando mientras tuviera tiempo. Por el aburrimiento, terminé leyendo El Resplandor cuando él lo acabó y lo dejó sobre el sofá.
El lunes llegué desvelado a Walton. Además de que estaba siempre al pendiente de mi madre por si hacía cualquier movimiento, las pesadillas no hacían más que aumentar de constancia, me pregunté si eran consecuencias del libro. A pesar de mis efuerzos, no pude concentrarme en clase, y en una de esas, casi me quedo dormido sobre el pupitre de no haber sido porque el profesor Ulrik me llamó la atención.
En un cambio de clases, Fatima se acercó.
-Hola, Seth -me saludó, sonriente.
-Hola, Fatima -mis palabras fueron apenas entendibles, mi cabeza enterrada en los brazos ahogaban mi voz.
Fatima tenía hablándome ya varios días, cada día más. Se veía más saludable, le habían detectado anemia no hacía mucho y había estado asistiendo a terapias psicológicas. Cada vez que venía a saludarme recordaba lo que había pasado con Jenna, y no podía dejar de culparme por haberlo permitido.
-¿Qué pasa? ¿Tienes sueño? -inclinó la cabeza a un lado hasta quedar en mi campo de visión. Ya no usaba colas de caballo, sino un listón rojo en una media cola y ya no usaba anteojos, había optado por los lentes de contacto, lo que hacía que luciera más atractiva.
-Sí, no dormí bien -me desperecé y apoyé mi frente en la palma.
-¿Por qué?
-He... he tenido problemas para dormir.
-Ya veo. ¿Necesitas un té o algo? Puedes ir a la enfermería a dormir, si quieres. Hellen no se molestaría.
Sonreí, agradecido, pero negué.
-Estoy bien, gracias.
-Estás muy cansado, Seth. Será mejor que vayas. Yo te acompaño, y le dijo al profe que te sientes mal.
La idea era tentadora, muy tendadora, demasiado. Pero no podía permitírmelo. Mi orgullo no me lo permitía. Ya llegaría al hospital y dormiría una vez ahí, cuando no tuviera que preocuparme por nada. Además, quería ver a Jenna y su reacción después de lo que había pasado el sábado. Estaba seguro de que se avergonzaría por su comportamiento, y eso la haría sonrojarse.
-Gracias, Fatima. Pero puedo manejarlo.
-¿Estás seguro? No te ves muy bien.
-Totalmente.
Abrió la boca para decir algo más pero llegó el siguiente profesor.
Gabriel comenzó a juntarse con nosotros en los descansos. Supongo que se sentía obligado, después de saber el secreto, se veía más bien obligado por sí mismo, de esa manera evitaría abrir la bocota. Aunque no importaba si la abría o no, nadie le creería.
Jenna se comportó normal conmigo, aunque se le subían los colores cada vez que nuestros ojos se topaban, seguro que recordaba la mañana del sábado, cuando había acariciado practicamente todo mi rostro. No obstante, nunca mencionó nada sobre ello.
No hubo necesidad de cambiar de cuerpos, de hecho, me parecía que tanto Jenna como Gabriel (incluso yo mismo) comenzaban a olvidarlo, todo era usualmente normal. Exceptuando, las miradas que atrapaba de Jenna y ella alejaba la mirada, las mejillas y la nariz coloreándose.
Lo único que cambió fue comprarme una guitarra. La actuación en el concurso del festival de primavera me había gustado, cada ensayo me había dicho que era la creación algo nuevo, una nueva salida. No como vocalista, pero me atraía la idea de crear algo de música. Sólo tenía como objetivo usarla para relajarme. Comencé a asistir a clases en la tarde y en unas pocas semanas dominé algunas melodías. Y, para mi paz interior, también dormía bien. Las pesadillas se alejaron.
A Tony también le había llamado la antención, pero después de intentar unos acordes que le enseñé, se rió como si de un buen chiste se trataran, me la regresó y dijo que la guitarra no era para él, que seguiría practicando la flauta y el piano.
Una de esas tardes, mientras intentaba sacar una canción, Tony llamó a mi puerta y se asomó con el teléfono en la mano.
-Seth, es para tí. -Temí por un momento. La última vez que me habían pasado el teléfono, buscando por mí, era la hermana de mi madre, para decirme que estaba en coma. Me costó mar y tierra alargar el brazo para contestar.
-¿Seth? -preguntó Jenna al otro lado de la línea. Suspiré, aliviado. -¿Seth? -mi nombre en su voz sonaba mejor que la guitarra o cualquier instrumento que el hombre haya creado.
-Sí, dime.
-¿Podrías hacerme un favor? -sonaba extraña. Dejé la guitarra sobre la cama y me puse de pie, caminé por el cuarto.
-¿Qué pasa? -se me ocurrió algo. -¿Cómo obtviste el número?
-Jamie. No tengo tu celular.
-¿Qué querías pedirme?
-Necesito que me hagas un favorsote -pidió. Reí.
-¿Y desde cuando me pides favores?
-¡Desde hoy! Por favor, Seth.
-¿Después de lo que hiciste el sábado?
Hubo silencio del otro lado. No es que no estuviera dispuesto, pero me gustaba y divertía que insistiera por algo que necesitaba de mí.
-Lo lamento, ¿sí? Después de todo, acepté que me llevaras.
-No me refería a eso... -dejé las palabras volando en el aire para que supiera de qué estaba hablando.
-Ah... -su voz se cortó. Otro silencio que me pareció eterno. Me maldije por dejarla sin palabras si lo que quería era escuchar su voz. -Eso... Yo no... Mi intención no era... -pude imaginarme la cara que debía estar poniendo -¡Olvida eso de una maldita vez!
Alejé el teléfono y reí lo más bajo que pude.
-Entonces... ¿qué querías pedirme?
-Estoy metida en un lío y necesito que me apoyes -dijo rápidamente. Me puse serio al instante.
-¿Qué lío? ¿Qué clase de apoyo? Jenna, dame detalles, ¿qué demonios has hecho?
-Es Lily.
-¿Qué pasa con Lily? -Según yo conocía a Lily, era una chica con carácter fuerte como consecuencia de los malos noviazgos que había tenido.
-Su ex-novio quiere verla de nuevo. El tipo es un matón, Seth. No quiero que le haga daño.
-¿Quieres que yo vaya y me le enfrente? -me indigné.
-Espera, ¡no he terminado! -sonreí a su grave tono de voz. -Ayer estábamos caminando por ahí y nos encontraron el ex-novio y compañía.
-¡Te dije que no es seguro!
-¡Escúchame! No recuerdo exáctamente qué pasó, pero quedaron de verse mañana. Yo estuve ahí, escuché todo y ellos lo saben. Si no vamos (mejor dicho, si Lily no va), nos van a buscar, y saben dónde vive Lily. Lo que queremos es llamar a la policía. Planeamos una emboscada. Los retengo un rato mientras la policía llega.
-¿Dónde encajo yo?
-Necesito que me prestes tu cuerpo para estar a iguales en combate cuerpo a cuerpo.
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