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Capítulo 38

¿Cómo se dice adiós?

Ethan

—¡Ethan! ¡Ethan! —gritaba Elaine al abrir la puerta, sobresaltándonos. Sus ojos estaban abiertos de par en par y la respiración entrecortada me decía que no se debía exactamente por la carrera.

—¿Qué pasa? —inquirí, levantándome al instante.

—Tu padre ha convulsionado —dijo en un hilo de voz, con lágrimas que rodaron hasta estrellarse contra el suelo bajo sus pies.

—¡Mierda!

Delany y yo nos vestimos tan rápido como pudimos y corrimos escaleras abajo.

El alma amenazó con abandonarme al darse cuenta del dolor que se avecinaba. Ese momento en que todo se detiene mientras tu corazón es rasgado con lentitud al ver las lágrimas, escuchar los sollozos... llegó antes de lo esperado.

—¡Lorena, llama al Doctor...!

—Ya viene para acá, joven —anunció.

Las enfermeras suministraron medicamento en un intento de controlarlo a la vez que le hablaban inútilmente y colocaban un pequeño tubo de plástico en su boca para que no se atragantara con su lengua.

Mi madre lloraba desconsolada en el sillón, abrazada a Emma, quien luchaba por ahogar los sollozos. Quería estrecharlas entre mis brazos y decirles que todo estaría bien, no obstante, sería una mentira: las cosas no estaban bien y conforme los minutos avanzaran, empeorarían; además, si me acercaba a ellas terminaría por derrumbarme y no podía permitirme eso en ese momento, necesitaba estar listo para lo que pudiera ofrecerse.

Delany aferró mi mano en señal de apoyo, aunque ni siquiera eso mitigó el dolor en mi pecho.

El Doctor Emmanuel no tardó en llegar y una sola mirada me bastó para saber que el momento había llegado, que mi padre me dejaría y que era muy probable que mañana ya no estuviera ese gran hombre para cobijarme cuando tuviera frío o miedo en medio de la noche.

El hombre salió de la habitación y todos los seguimos hasta la sala.

—Lo lamento —esas dos palabras fueron suficientes para que mi madre y Emma se dejaran caer en el sillón. Su llanto amenazó con ahogarlas en el instante en que se abrazaban en busca de fortaleza y consuelo para sus corazones—. Lo siento mucho, Ethan, pero sería un milagro si logra pasar la noche.

Asentí, porque no había posibilidad alguna de que yo pudiera decir algo. El Doctor apretó mi hombro a modo de consuelo y se retiró hacia una esquina.

¿Qué se suponía que debía hacer?, ¿quedarme ahí parado viendo como la vida escapaba del cuerpo de mi padre?

Solté la mano de Delany y fui directo a la cocina. Quería destruir todo, golpear las malditas puertas hasta que se destrozaran de la misma forma en que me encontraba por dentro, que ardieran al igual que lo hacía mi garganta ante el llanto reprimido, pero..., eso no salvaría a mi padre y solo asustaría a mi madre... a Emma... a Delany...

Solté un largo suspiro tembloroso y me incliné sobre la encimera. Debía ser fuerte, mantener el control y, ante todo, estar tranquilo porque él se marcharía en paz.

Bebí un gran vaso de agua fría.

—¿Puedo ofrecerle algo, joven Ethan? —preguntó aquella amable mujer que nos había visto crecer. Lágrimas silenciosas recorrían su rostro e hizo todo lo posible por ocultarlo.

—Té para mi madre y Emma.

—Claro que sí.

Con toda la fortaleza que logré reunir, volví a la sala. Mis amigos buscaban brindar consuelo a mi familia al igual que Delany, quien apenas me vio, vino a mi encuentro.

Las horas pasaron entre tazas de café y té y cerca de las 3:00 de la madrugada, mi madre ahogó un grito cuando mi padre abrió los ojos. Nos levantamos al instante y nos apresuramos a ir hasta la habitación, donde un demacrado rostro nos sonrió.

Su voz se había extinguido, apenas susurrar podía y saber que pronto sus ojos se vaciarían... dolía, carajo, dolía mucho.

Recordé las pláticas a media noche, sus palmadas en la espalda a modo de abrazos y los te quiero que siempre deseé escuchar y él guardaba para momentos especiales; nuestras discusiones y sonrisas también... Aún no estaba listo para dejar ir a mi padre, aun no estaba preparado para afrontar a la vida sin ir de su mano, aun no estaba preparado para convertirme en hombre.

Quería volver a ser un niño llorón que se refugiaba en sus brazos, sin maldad ni cicatrices.

Mi padre solicitó hablar con mi madre a solas y pasados solo unos minutos, mi hermana fue la siguiente en pasar y el terror me invadió, no quería entrar, no quería ver aquellos ojos y mucho menos decir adiós, no obstante, Emma anunció que no solo debía pasar yo, sino Delany y eso trajo paz a mi alma, no estaría solo y confiaba en que esa hermosa mujer podía ayudarme si llegaba a caerme.

Delany abrió mucho los ojos cuando Emma pronunció aquellas palabras y justo cuando iba a negarse, una mirada de mi parte la hizo aferrar mi mano y caminar a mi lado con rumbo a aquella habitación.

Haciendo uso de todas sus fuerzas levantó la vista hacia nosotros.

—Gracias por estar aquí... Delany... el día de hoy... eres una más de esta familia... y como tal... tienes mi bendición... —Las lágrimas de la bella dama a mi lado brotaron al tiempo que aferraba mi mano, la cual soltó en el momento en que mi padre le pidió acercarse—. No lo dejes olvidar quien es.

Delany asintió incapaz de hablar y se apartó para que yo pudiera acercarme.

—Ethan...

—Papá... —dije con la respiración acelerada y una lacerante opresión en el pecho como consecuencia de reprimir el dolor que sentía para no hacerle la transición más difícil y entonces...

—Ven y acuéstate conmigo, Ethan... cumple el último deseo de este viejo.

Lo dudé un instante porque sabía que en cuanto lo hiciera me desmoronaría entre sus brazos, pero ¿qué más daba?, ya estaba roto y era el último momento que tendría con él... Accedí cuando mi padre me extendió la mano. Me acurruqué a su lado con delicadeza, buscando no lastimarlo y él me abrazó para besar mi frente con cariño mientras las lágrimas corrían por su rostro.

—Papá... —sollocé.

—Te quiero mucho, mi niño... siempre has sido mi orgullo.

Me quebré a su lado cual cristal, estallando en miles de pedacitos. Mi llanto mojó las sábanas bajo nuestros cuerpos, mas me importó una mierda, aferré a mi padre y le pedí perdón, perdón por no haber sido un buen hijo, por haber llegado a creer que era un mal padre...

—Te amo, papá.

—Lo sé, mi niño... lo sé.

Mi padre me regaló una tierna sonrisa y sin dejar de acariciar mi cabello besó mi frente. Su respiración comenzó a ser más profunda y sus caricias se detuvieron. La vida lo abandonaba y yo no podía hacer nada para evitarlo. Hubiese dado hasta el último centavo, incluso mi vida, o habría firmado un contrato con el mismo diablo a cambio de alma, no obstante, todo hubiese sido en vano.

Aquellos ojos color miel quedaron inertes y su pecho se detuvo, entonces el nudo de mi garganta se deshizo produciendo gruñidos y ruidos bestiales en el momento en que comenzaba a rogarle a que no me dejara, que aún no estaba listo, que no sabía cómo debía continuar sin él... que lo necesitaba.

Un pequeño foco rojo comenzó a titilar y un segundo más tarde entraron las enfermeras, quienes intentaron apartarme de él, sin embargo, no lo solté.

—Déjenlo, hay un contrato de no reanimación —informó el Doctor Emmanuel desde alguna parte de la habitación.

Las enfermeras se apartaron y una a una se retiraron, dejando espacio al llanto desconsolado de mi madre y hermana desde la sala.

—Hora de muerte: 4:16 a.m.

¿Cómo dejas ir a alguien?, ¿cómo continuas? No lo sabía y eso me aterraba.

Ya no volvería a escuchar su voz, a ver su sonrisa o aquellos hermosos ojos que consolaban mi alma, ahora estaba solo, desprotegido, ahora debía cuidar mi espalda yo mismo...

Pudieron haber sido segundos, minutos o quizás horas cuando Delany me abrazó con dulzura como una madre a su hijo cuando tiene un día malo en la escuela, y con voz quebrada susurró:

—Cariño, debes apartarte. Él ya no está.

Y era cierto, ya no existía.

Contemplé a los sujetos a los pies de la cama, habían ido por su cuerpo. Con todas las fuerzas que me quedaban besé la mejilla del que alguna vez fue mi padre y me aparté de la camilla. Entonces aferré la cintura de Delany, quien rodeó mi cuello mientras escondía mi rostro en su cabello.

No importó cuantas veces me lo advirtieran, cuantas veces nos recordaran el inminente fin, perder a algún ser amado sería siempre el mayor temor del ser humano y a pesar ello, decidíamos seguir condenándonos, porque amar es la forma más bella y dolorosa que tiene el alma para sanar. 

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