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Capítulo 37

Y tú por amor, ¿qué harías?

Delany

El proyecto estaba listo para ser presentado.

—Gracias, Armando —exclamé en un suspiro al dejarme caer en mi silla.

—Ha sido un placer, señorita Delany. Cualquier cosa estaré al pendiente, debo ir a supervisar los planos del edificio este —dijo a modo de despedida antes de marcharse.

Ethan se encontraba enfrascado en una llamada que, al parecer, no era nada grata. Salí de mi oficina y llamé a su puerta justo en el momento en que colgaba el teléfono.

—¿Puedo pasar? —Asintió y me hizo un ademan para que entrara—. ¿Qué sucede? —inquirí, dejándole las carpetas y planos del proyecto sobre la mesa.

Ethan apoyo los codos sobre la mesa y soltó un gran suspiro.

—Solo ha sido un día demasiado ajetreado, preciosa.

Y era cierto. Hubo juntas, papeleo, llamadas, correos, citas y todo en torno a los últimos avances y resultados obtenidos del mes. Me acerqué a él y metí mis dedos entre su cabello.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—A decir verdad, sí.

—Dime y lo haré.

—Tengo una basura en un ojo y me ha estado volviendo loco —dijo con una radiante sonrisa. Echó su silla hacia atrás para que pudiera acercarme.

Con firmeza tomó mi cintura y me llevó hacía él para quedar a horcajadas sobre su regazo.

—Una basura, ¿eh?

—Sí... —susurró rosando mi nariz con la suya.

Sus labios eran frescos y suaves, más su lengua cálida y voraz entró en mi boca, saboreando cada rincón. Su miembro de endureció y un calambre en mi vientre lo reclamó.

Desde que me habían colocado el implante hormonal subdérmico, nuestros encuentros se volvieron más frecuentes, sí, más.

—Ethan... Beatriz y Martha están afuera —jadeé.

—Entonces intenta no gritar.

¡Demonios!

Por suerte ese día llevaba falda y todo fue más fácil. No tardé en sentirlo en mi interior, duro como el mismo acero.

Reprimí mis gemidos y en su lugar clavé mis uñas en sus hombros.

—¡Ethan! —gruñí al sacudirme por el éxtasis que mi cuerpo experimentó.

—Oh, Del...

Nuestras respiraciones se fusionaron cuando el aliento volvió a nuestros cuerpos, Ethan beso con suavidad mis labios y salió de mí con delicadeza.

—¿Mejor? —cuestioné y su sonrisa creció.

—Sí. Cuando estás a mi lado, todo mejora, preciosa. Eso me recuerda: tengo un obsequio para ti.

—¿Un obsequio? —repetí, incrédula.

—No creerás que olvidé que es tu cumpleaños, ¿o sí? —Las comisuras de mis labios se elevaron y el rubor ascendió—. ¡Vamos!

Acomodé mi ropa y salí con Ethan del edificio. 

El automóvil entro en la residencia Urreiztieta, no obstante, giró hacia la derecha, tomando un camino apenas hecho con dirección a una colina oculta por unos lindos árboles con flores rojizas.

La estructura de lo que parecía ser una casa, se alzaban en la cima. El vehículo se detuvo y Ethan abrió mi puerta.

—Bienvenida a tu casa.

—¿Qué?

—Dijiste que querías comprar un departamento, sin embargo, aquí hay mucho espacio y... Bueno. ¡Feliz cumpleaños!

«¿Qué?».

—Ethan, yo no puedo...

—Aún falta que escojas la baldosa que quieres, color, muebles, accesorios y demás, pero en un mes estará terminada.

—Esto es demasiado, no puedo aceptarlo.

—¿Estás rechazando mi regalo de cumpleaños? —dijo en una mueca dolida.

El ruido de mi corazón fue tal que por un momento creí haber quedado sorda. ¿Me estaba regalando una maldita casa? ¿Qué clase de regalo era ese?

—Yo...

—Si te hace sentir mejor, puedes compartirla conmigo.

Sonreí. Eso no solo aligeró la carga en mi interior, sino que pensar en un futuro a su lado me conmovió. Quizás después de todo, él era el indicado.

Resultó que no solo la casa era mi regalo, sino el inicio de uno. Un precioso vestido blanco junto con zapatos y accesorios me esperaba en la cama cuando salí de bañarme.

—Arréglate. Te espero abajo, necesito ayuda con el pavo —confesó con una sonrisa.

O Ethan tenía buen ojo o le bastó estar en mi cuerpo para conocer mi talla: el vestido me quedó como si lo hubiesen confeccionado exclusivamente para mí.

Me veía fantástica y lo más importante, me sentía en mi hogar a pesar de que me encontraba en el seno de una familia ajena, irónico, ¿no?

En la cocina Ethan se dedicaba a cortar los vegetales y a beber vino tinto de su copa.

—Bueno. Admito que creí que no sabías siquiera tomar un cuchillo —me mofé.

—Por ti aprendería lo que fuera necesario —susurró en tono cómplice mientras me servía una copa de vino—. Te ves hermosa.

—Tienes buen gusto.

—Solo es ropa, Del, tú eres la verdadera obra de arte.

Comencé a ayudarlo con los vegetales y pronto el pavo estuvo en el horno.

—Joven Ethan —lo llamó Lorena—. Alguien lo busca.

—En seguida voy —Lorena asintió y Ethan plantó un tierno beso en mi frente—. Vuelvo en un momento— dijo antes de salir de la casa.

La sala estaba desierta, así que terminé sentándome solo con la compañía de mi copa de vino. «¿Dónde demonios están todos?». Entonces lo escuché: una guitarra comenzó a tocar fuera de la casa, en el jardín. La curiosidad se apoderó de mí y fue justo esa la razón por la que abrí la gran puerta de cristal.

La emoción corrió por mi cuerpo como si de pólvora se tratara. Santiago era el responsable de aquella melodía, aunque fue Ethan quien hizo temblar mi corazón cuando comenzó a hablar con fervor:

Me contaron de Romeo y Julieta, y pensé: ¡que hermoso cuento! Y ahora resulta que es más grande y que es más bello... esto, esto que por ti yo siento.

—¡Ay por Dios! —exclamé llevándome las manos al rostro al reconocer esa bella canción.

Cruzaré los montes, los ríos, los valles por irte a encontrar. Salvaría tormentas, ciclones, dragones sin exagerar...

—Ethan...

No podía creerlo, carajo, fue la serenata más hermosa y no necesitó llevar todo un grupo o regalos ostentosos, la guitarra de su amigo, un lindo ramo de rosas rojas bastó.

Por poder mirarme en tus ojos bonitos y vivir la gloria de estar a tu lado, porque en mí ya siento que te necesito, que me he enamorado...

Ethan avanzó hasta mí con el ramo de rosas, al mismo tiempo que su familia salía a nuestro encuentro.

—¡Ay, Ethan...! —exclamé al arrojarme a sus brazos mientras Gretta, Elaine y Santiago continuaron cantando lo mejor que pudieron.

Por asegurar la sonrisa de tu alma buscando equidad yo podría empeñar lo más caro que tengo, que es mi libertad. Y sería un honor ay, amor ser tu esclavo, sería tu juguete por mi voluntad y si un día glorioso en tus brazos acabo, ¡que felicidad! —siguió cantando y con lentitud me bajó y pegó su frente con la mía. Mis lágrimas llenas de dicha resbalaron por mis mejillas—. Y sería un honor ay, amor ser tu esclavo, sería tu juguete por mi voluntad... —continuó a centímetros de mis labios para después besarme en un beso intenso, profundo...

Sus amigos terminaron de cantar y los suspiros resonaron en medio de la fresca noche.

—Te amo, Ethan —susurré.

Felicitaciones por parte de los Hernández y Elaine fueron lo único que me hicieron apartarme de él, al menos hasta la cena, donde comimos el delicioso pavo que Ethan duró horas en preparar y para mi sorpresa, también un riquísimo pastel con un glaseado tosco e irregular.

—Bueno, al menos eso demuestra que te ama, Delany. Lo ha intentado —exclamó Santiago, mofándose del intento de pastel de su amigo.

La cena culminó y yo me ofrecí a recoger la mesa, Ethan no tardó en unírseme y pronto volvimos a la sala junto al resto.

Una linda melodía invadió la casa, de esas lentas que te transportan al paraíso, con las que podrías jurar que bailas sobre las nubes...

Ethan me tomo de la cintura y me pegó a él con dulzura para comenzar a moverse al ritmo de las notas. Su mano acaricio mi pómulo y empujé mi rostro contra su cálida palma.

—Gracias —susurré en el momento que acariciaba su nuca.

—Quédate conmigo siempre.

—Lo haré.

—No, creo que no me has comprendido. Cásate conmigo —pidió. Nuestro baile se detuvo en medio de la sala.

«¡Madre mía! ¿Casarme con Ethan?». Nuestras respiraciones aumentaron evidenciando los nervios que nos envolvía. Ni siquiera fui capaz de responder, simplemente lo besé. Ethan me estrechó con fuerza entre sus brazos y se quedó ahí, con su frente pegada a la mía y sus ojos cerrados en un intento de detener el tiempo, sin embargo, Sergio buscaba ponerse en pie, haciéndonos volver a la realidad.

Invirtió hasta el último gramo de fuerza para levantarse tambaleante y aferrar la mano de su esposa. Mi corazón se encogió cuando entre lágrimas Angélica abrazó a su demacrado esposo e intentaron bailar lo mejor que pudieron, al compás de la melodía.

Emma no logró reprimir las lágrimas y abrazó a Ethan en busca de consuelo.

Sergio besó con ternura la mejilla de su esposa antes de indicarnos a su hijo y a mí, que nos acercáramos.

—¿Me permitirías un baile... con esta hermosa dama? —preguntó a Ethan, a quien las lágrimas acecharon, no obstante, se recuperó de manera magistral.

Ethan buscó mi mirada pidiendo mi permiso y yo asentí. Tambaleante el hombre tomo mi mano entre las suyas y con lentitud comenzó a moverse.

¡Dios! Temí que pudiera caerse o romperse. Su cuerpo ya no era más que piel y huesos y apenas lograba emitir palabra alguna. Angélica y su hijo comenzaron a bailar a nuestro lado y las lágrimas corrieron por el rostro del hombre frente a mí.

—Delany, hija..., ¿puedo pedirte un favor? —un nudo en mi garganta me impidió decir algo, así que asentí—. Cuida su corazón... Me voy tranquilo porque sé que mi esposa e hija estarán bien... bajo el cuidado de Ethan, pero él... Tú has traído paz no solo a mi hijo, sino a mí, sé que Ethan estará bien contigo a su lado.

No logré reprimir más aquellas gotas cálidas.

—Haré lo mejor que pueda.

El hombre se detuvo y besó el dorso de mi mano. Entonces sus piernas cedieron. Tanto Ethan como yo lo sostuvimos un segundo antes de llegar al suelo.

—Lo siento, necesita descansar —dijo la enfermera, quien acercó la silla de ruedas. La música se detuvo y todos los corazones de los presentes estaban hechos un puño—. Está bien, solo debe estar tranquilo y permanecer en la silla —indicó la mujer.

Santiago fue el primero en romper el silencio, proponiendo que cantaran un par de canciones y fue así que la atmosfera se llenó de melodías alegres; justo cuando comenzaba la cuarta canción, vislumbre cómo Santiago le guiñó un ojo a Ethan, quien tomó mi mano y con lentitud me arrastró escaleras arriba.

—¿A dónde vamos? —pregunté en un susurro.

—Ya verás.

Llegamos al segundo piso y abrió una puerta que daba a otro tramo de escaleras que nos llevaron hasta una linda terraza llena de flores de colores y enredaderas que colgaban por los arcos sobre nuestras cabezas.

—¡Vaya!

Había pequeñas velas esparcidas por el suelo y un poco más allá pétalos de rosas esparcidos hasta llegar a unas mantas donde reposaba una botella de vino tinto y dos copas.

Ethan tomó asiento y no tarde en imitarlo mientras él servía las copas.

—Brindemos.

—¿Por qué?

—Por una vida juntos.

Bebimos un sorbo y las estrellas fueron testigo de la plenitud de mi alma. Nuestros ojos se encontraron y mis labios saborearon el vino en los suyos. Con lentitud, como quien busca alargar un momento de dicha o su estancia en el paraíso, besó mi cuello, asegurándose de no dejar ni un espacio por recorrer.

De pronto se apartó y sin perder de vista mis ojos, comenzó a quitarme los zapatos y a besar mi pie, mi tobillo, mi pierna...

¡Dios! Con lentitud deslizó mi ropa interior sin dejar de mirarme y cuando tuvo libre acceso se internó entre mis piernas. Gemí a causa de esa lengua experta y voraz que buscaba ganar la batalla. Aferré su cabello mordiendo mi labio en un intento de hacer el menor ruido posible.

Esa noche no tuvo piedad de mí. Mordió, chupó, lamió y tocó cada recoveco de mi anatomía y por supuesto, me besó con ternura hasta que mi cuerpo no pudo más y sentía desfallecer.

Ethan acunó mi cuerpo con el suyo y nos cubrió con una ligera manta y ahí, en medio de la oscura noche y bajo la luna, las palabras de Nicté llegaron a mi cabeza:

«No existen personas correctas o incorrectas, más sí personas que deciden ser felices, o bien, desdichadas».

Bien, pues yo decidía ser feliz con Ethan. No sabía si él era el hombre que me acompañaría toda mi vida, el tiempo nos lo diría, sin embargo, sí estaba segura de algo: lo amaba. Lo amaba porque veía más allá de mi trasero, porque me reconocía como mujer, porque había abandonado su zona de confort por mí y sí, también porque logró hacer vibrar cada célula de mi cuerpo, pero sobre todo porque en medio de las tinieblas no solo buscaba calentar mi cuerpo y corazón, sino que impulsaba a mi alma a ser libre.

Así que, si por alguna razón, resultaba que él no era el hombre destinado para pasar la vida a mi lado, bueno, al menos tendría la certeza de que dejaría huella en mi corazón, donde lo atesoraría hasta el fin de mis días.

¿Extrañas algo de mi cuerpo? —preguntó Ethan de pronto, desvaneciendo el silencio. Su pregunta me hizo reír.

—¿Por qué?, ¿tú sí?

—Sí.

—¿Y qué es?

—Tus orgasmos.

No pude evitar soltar una carcajada.

—¿Qué tienen?

—Duran más.

—Cierto, pero es más difícil alcanzarlos y con menor frecuencia—le recordé.

—Para algunas mujeres sí. Tú eres demasiado receptiva y eso me vuelve loco —exclamó, haciéndome cosquillas en mi cuello con su nariz.

—¿Sí?

—Delany, eres embriagante, preciosa, embelesadora y tus gemidos en conjunto con tu risa, son una de mis melodías favoritas —confesó, besando con suavidad mis labios.

Aunque el deseo seguía latente, nuestros cuerpos estaban hechos polvo, por lo que el primer bostezo de mi parte se hizo presente y pronto Ethan se contagió.

El velo negro comenzó a caer sobre mí cuando la voz de ese magnífico hombre logró atravesarlo:

—Entonces, ¿qué dices?, ¿cambiamos?

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