Capítulo 36
Todos queremos un beso, la pregunta es: ¿en dónde?
Delany
Tomamos asiento en el sofá frente a mis padres.
—Delany, tu padre y yo nos hemos esforzado mucho para que tú recibieras la mejor educación... Cariño, eres una mujer hermosa y una joven como tú, merece a alguien como Josh, él es un hombre con estabilidad económica, diplomático...
Reí amargamente.
—Josh me engañó, madre.
—Bueno, hija... un hombre sale a buscar lo que en su casa no encuentra. Josh es un caballero con posibilidades, así que debes atenderlo mejor para que...
—Muy bien. En primer lugar, vamos a dejar muy claro esto: Josh se puede ir a la mierda, mi compromiso con él terminó, es punto y aparte, ¿logras entender eso o, tu avaricia no te lo permite?
—Bien, Delany, si ver por el bienestar de mi hija es un delito, entonces sí, soy culpable.
—Hija, tu madre tiene razón: Josh ha visto por ti desde que saliste de la universidad, te consiguió un buen trabajo y te ayudó a hacer ese genial proyecto... —comenzó a decir mi padre como todo gran esposo apoyando a su mujer.
—No discutiré esto con ustedes, ¿de acuerdo? Es el cumpleaños de mi madre, ¿por qué no cenamos? —propuse en un intento de salvar la velada.
—De acuerdo —aceptó mi madre en una mueca. Se levantó y se dirigió a la cocina con mi padre pegado a sus talones.
Tomé la mano de Ethan y lo arrastré conmigo. Ayudamos a poner la mesa y una vez todo estuvo listo, tomamos asiento frente a mis padres.
Me serví un poco de arroz, ensalada y pescado.
—Bien, Ethan, háblanos de ti, ¿estudias? —preguntó mi padre, dando comienzo a su cuestionario para compararlo con Josh.
«Que idiotez».
—Sí, señor, acabo de terminar mi maestría en Dirección Financiera.
Me disponía a probar un bocado del apetitoso filete cuando mi padre volvió a hablar:
—Me alegra oír eso, pero, ¿en qué trabajas?
—Papá, por favor —pedí, observándolo con severidad.
—Solo quiero saber qué tipo de hombre es para osar tan siquiera tomar tu mano.
—De acuerdo. Si vuelven a preguntar cualquier cosa con el fin de compararlo con el idiota de Josh, les juro que me largo.
—Al menos Josh no te necesitaba para defenderse.
Ethan sonrió incrédulo, sin embargo, no dijo nada.
—¡Bien, nos largamos! —exclamé al ponerme en pie.
—¡Siéntate! —ordenó mi madre.
—Jódete.
—¡A mí no me vas a hablar de esa manera, jovencita! —me reprendió—. Eres una mal agradecida, te he dado los mejores años de mi vida...
—Ese es el problema: me has presionado para que haga lo que jamás lograste hacer tú y así no sentirte tan patética, porque eres demasiado cobarde para aceptar la realidad: que no has logrado ser feliz.
—¡Mucho cuidado con lo que dices...
—He dado en el clavo, ¿cierto? —sonreí—. ¡No soy como ustedes y tampoco quiero serlo, estoy harta de aparentar y fingir ser lo que esperan, tanto que estuve a punto de casarme con un estúpido, por ustedes! ¡No soy perfecta, madre, y estoy bien con eso!
»Vamonos, Ethan —pedí con voz ronca—. ¡Ah! Y ya no trabajo con Josh, me he mudado de estado y Ethan es mi pareja y, ¿sabes que, madre?, él si sabe complacerme en la cama y soy feliz a su lado. Por favor, no me contacten, al menos de que maduren y aprendan a respetar mi vida y mis decisiones; el hecho de que no les guste lo que haga, no quiere decir que está mal.
Arrojé la servilleta sobre la mesa y salí echa una furia, no sin antes escuchar lo que dijo Ethan:
—Ha sido un placer conocerlos, soy Ethan Urreiztieta.
Esas simples palabras terminaron de helarles la sangre a mis padres. El nombre de Ethan había salido en los noticieros en últimos días, señalando que podría llegar a ser el próximo heredero de la grandiosa empresa de su padre, y preguntándose si él lograría llevarla hacia la gloria que estaba destinada con la ausencia de Sergio Urreiztieta.
Los seguros del vehículo se quitaron y no perdí tiempo, sino que abrí la puerta y me subí al instante, Ethan tardó unos segundos más en hacerlo y sin decir nada, encendió el auto y comenzó a avanzar sin destino alguno.
Mis ojos se empañaron de lágrimas tibias que comenzaron a surcar mi rostro. Estaba molesta, avergonzada, dolida... humillada... y libre.
—Hoy es el último día de la Feria Nacional de San Marcos —anunció Ethan, quien se dio cuenta de mis lágrimas, mas no lo mencionó.
—Ethan, no sé si estoy de humor para...
—¡Vamos, Del! Te juro que solo será una vuelta en la montaña rusa y ya —suplicó como un niño de cinco años, eso me hizo sonreír.
—Bien. Una vuelta.
—Hecho.
Una vuelta en la montaña rusa, una más en las sillas voladoras, dos partidas de futbolito, cuatro en tiro al blanco, donde gané un elefante para Ethan; tres rondas de lotería y algunos pares de bebidas más tarde, nos disponíamos a buscar el auto para irnos, cuando Ethan se detuvo en medio de la acera.
—¡Te reto!
—¿A qué me retas? —Lo observé confundida.
—A hacernos un tatuaje.
—¿Qué? Creo que has bebido de más, yo manejaré.
—Uno pequeño —insistió.
—A ver, ¿qué nos tatuaríamos? —inquirí expectante.
—¿Qué te parece...? —Ethan sopesó sus palabras por un segundo—. Un beso.
—¿Un beso? —repetí incrédula.
—Sí. Y tú escoges en qué parte nos lo haremos.
Reí nerviosa ante la situación. ¡Por todos los cielos, un tatuaje!
—Bien —dije pensando en un lugar que Ethan no aceptara y pudiésemos irnos ya—. En una nalga.
Sonreí con suficiencia, segura de que se rendiría y esa loca situación terminaría ahí.
—Hecho.
«¿Qué?».
—Ethan, espera.
Mi sonrisa se esfumó y comencé a seguir a Ethan, quien entró en uno de los puestos y le pidió a la chica dos tatuajes, le explicó el sencillo diseño y le indicó el lugar donde se realizaría. Sin más, Ethan dejó al aire su glúteo y se tumbó sobre la camilla.
—Estás loco —exclamé.
La chica parecía estarse divirtiendo con nosotros, porque, aunque trató de ser profesional, una sonrisa se le escapó al escuchar que Ethan maldecía cuando el tatuaje dio comienzo. Reí cada minuto que su rostro se contrajo por el dolor, hasta que...
—¡Listo! —anunció la joven cuando terminó de colocar el apósito.
—De acuerdo —Ethan se levantó—. Vas, preciosa.
Titubeé por un segundo, no obstante, Ethan no me permitió arrepentirme y minutos más tarde, ahogué un gritito cuando esas pequeñas agujas entraron en mi piel.
—Te voy a matar, Ethan —gruñí con mi frente recargada sobre la parte interna de mi codo.
—Espero que sea en la cama —bromeó.
Los minutos parecieron horas y me pregunté qué de placentero tenía eso.
—Ya está listo —anunció la joven riendo después de varios minutos—. Procuren no exponerse al sol, no entrar en albercas, lavar la zona, humectarla y no usar ropa muy ajustada por el momento.
Ethan pagó y me ayudó a levantarme, por suerte llevábamos ropa demasiado cómoda, de lo contrario, nos habríamos arrepentido más rápido de lo que seguramente terminaríamos haciendo.
Mi reloj marcó las 01:54 cuando subimos con cuidado al auto.
Una risa nerviosa se apoderó de mí.
—Me he hecho un tatuaje —exclamé, aún sin poder creerlo, llevándome las manos al rostro.
Ethan se río de mi reacción y lo comprendía, debía parecer patética, sin embargo, esa noche había hecho lo que jamás creí que haría en mi vida: me enfrenté y liberé del yugo de mis padres, y me hice un tatuaje de un maldito beso en una nalga, carajo, de un beso.
El vehículo arrancó y no se detuvo hasta llegar a un hotel.
—Bien, mi chica rebelde, pasaremos aquí la noche y mañana temprano saldremos para el aeropuerto. Le diré a mi asistente que mande a alguien por el auto y lo lleve a mi departamento en Guadalajara.
—De acuerdo.
Bajamos del vehículo y nos dirigimos a la recepción, donde Ethan pidió una habitación. La estancia era pequeña, pero acogedora. Al instante me deshice de los zapatos, entré al baño y abrí la llave de la tina.
—Necesito una ducha —anuncié, tomando el gel de baño de mi mochila y el resto de productos que necesitaba.
—¿Me dejas entrar contigo? —pidió Ethan al tiempo que besaba mi cuello.
Sonreí y permití que me siguiera hasta el interior del baño, donde dejé las cosas encima del lavabo y me giré para enfrentarlo. Ethan me regaló una sonrisa tierna mientras acariciaba mi rostro y plantaba un beso en mi frente.
—¿Qué pasa? —pregunté ante el cambio de su mirada.
—¿Eres feliz conmigo, Delany?
Su pregunta me tomó con la guardia baja. Subí mis manos hasta su rostro y lo obligué a mirarme.
—Ethan, has liberado mi alma, revivido mi corazón y aumentado mi deseo. Soy la mujer más feliz y te amo por ello.
Besé sus suaves labios y pronto la excitación nos envolvió. Ethan deslizó mi chaqueta por mis brazos y la dejo caer al suelo, con destreza desabrochó los botones de su camisa y se la quito. Sus dedos recorrieron mi piel hasta dar con el cierre del vestido y hacer que la prenda se deslizara por mi cuerpo para dejarme expuesta a su merced.
No tardamos mucho en quedar desnudos, momento en el cual Ethan tomó mi mano y me ayudó a entrar en la tina con él.
—Habernos conocido ha sido la mejor casualidad de todas— murmuró.
Entre ambos lavamos nuestros cuerpos, haciendo que la tensión aumentara, hasta que fue imposible resistirnos más. Ethan terminó de lavar mi espalda cuando me pegué a él.
Su reacción fue inmediata: hizo a un lado mi cabello y comenzó a besar mi hombro, mientras que una de sus manos acariciaba mis senos y la otra entró en contacto con mi clítoris.
Pegué mi cuerpo al suyo y el cálido aliento de su boca me hizo cosquillas.
—Súbete en mí —murmuró cerrando sus piernas para que yo quedara a horcajadas de espaladas a él.
Las caricias en mi sexo aumentaron y mis gemidos con ellos.
—Entra, Ethan —supliqué ansiosa.
Me incliné un poco y me aferré a la orilla de la tina cuando empujó contra mí.
¡Maldición, lo sentía tan profundo!
—¡Aaah, Del! —jadeó.
Comencé a moverme encima de él y Ethan aumentó la ferocidad de sus embestidas.
—¡Ethan! —gemí al borde del orgasmo.
Sus manos aferraron mi cintura cuando mi cuerpo fue sacudido por esa corriente electrificante que me hizo temblar.
—¡Sí, Del! —gimió viniéndose conmigo.
Nuestros cuerpos se relajaron al instante, el cansancio nos invadió después de un día agotador y de no ser porque Ethan salió de la tina y me esperó con toalla en mano, podría haberme quedado dormida ahí mismo.
Me puse mi pijama, desenredé mi cabello, y me metí en la cama.
—Ethan... —lo llamé en medio de la oscuridad de la habitación.
—¿Qué pasa, preciosa? —Su pecho se pegó a mi espalda y sus brazos rodearon mi cintura.
—Te amo.
Podía jurar que su sonrisa se ensanchó.
—Yo también te amo —aseguró. Me giré, apoyé mi cabeza en su brazo y comencé a hacer trazos con mis dedos en su pecho.
El cansancio nos cobijó entre sus manos y el latido de su corazón fue la melodía que me trasportó a ese lugar de paz en los brazos del hombre más magnifico que la Naturaleza pudo haber puesto en camino, y por él, estaba dispuesta a hacer lo que fuera.
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