Capítulo 30
¿Qué es primero?, ¿la tormenta o el arcoíris?
Delany
—Me encanta el olor a coco —jadeó besando mi cuello—. Maldita sea, Del, harás que pierda la cordura.
—Esa era la intención.
Una de sus manos acarició mis senos por encima de la fina tela, entretanto la otra navegó hacia el sur. ¡Carajo!
—Separa las piernas —ordenó. Me encantaba que me lo dijera así.
Su mano volvió a subir a mi vientre y bajó de nuevo, aunque esa vez lo hizo por debajo del fino encaje.
—¡Aaaah! —gemí.
—Dios, Del, eres tan receptiva —Sus jadeos me encendieron y el roce de sus manos sobre mi clítoris hizo que me removiera deseosa por sus caricias.
Los dedos de Ethan se movieron con mayor velocidad y yo estaba a punto de llegar a la cima cuando se apartó.
Gruñí y su sonrisa se ensanchó. Me tomó por la cintura y me giró para quedar de frente a él. Sus labios eran suaves y frescos, con un ligero sabor a alcohol.
Ethan me llevó a la cama dando comienzo a tiernos besos en mi cuello, en el instante que sus manos experimentadas se deshicieron de mi brasier.
—Te ves preciosa, pero me fascinas al natural —murmuró a centímetros de mi pezón, haciéndome estremecer.
Sus labios bajaron hasta mi ombligo, mi vientre...
La desesperación por sentirlo cerca me invadió y supe que él fue consciente de ello, no obstante, tomó mi tanga y la bajó con suma lentitud mientras disfrutaba de la frustración que mi cuerpo experimentaba.
—Maldición, Ethan, deja de jugar —jadeé ansiosa.
—Dímelo, Del, ¿qué es lo que quieres? —susurró al dejar caer la prenda a un lado.
«¡Dios! ¿En serio me preguntó eso?».
—A ti —gemí y con un movimiento seco separó mis piernas y se acomodó en medio de ellas.
—¿A mí?
Ethan tomó mis caderas y comenzó a pasar su lengua por el interior de mis muslos. Aferré las sábanas bajo mi cuerpo en busca de reprimir un jadeo al darme cuenta de lo que se disponía a hacer.
Su lengua llegó a mi entrepierna y mi cuerpo reaccionó al instante: mi espalda se arqueó y un gemido abandonó mis labios.
—¡Ethan, por favor! —chillé al borde del clímax, sin embargo, al igual que hacía un momento, se apartó.
¡Demonios!
Observé cómo con desesperación se deshizo de su ropa.
«Se ve tan bien...». Su erección imponente ante mí hizo que me estremeciera al pensar que pronto lo tendría dentro de mí.
Ethan sacó las esposas de la caja negra y ajustó cada una a mis muñecas para después asegurar la delgada cadena en algún sitio por encima de mi cabeza.
—Delany, tú haces que mi imaginación vuele —dijo respirando con dificultad, con los ojos oscuros a causa de la excitación y su miembro endurecido, el cual le rogaba por hundirse en mí.
Mi sexo se humedeció y ese cosquilleo muy en el fondo hizo que me retorciera.
Ethan abrió el cajón de la mesita de noche y sacó el delicioso regalo de mi amiga. Ese zumbido suave me robó un jadeo y no tardó en ser silenciado por los labios de ese magnifico hombre que había alargado esa exquisita agonía.
Mis caderas empujaron contra el suave juguete y las cadenas sobre mi cabeza se tensaron.
—¡Aaah, Ethan!
Sus dientes mordieron ligeramente mi mandíbula antes de erguirse. Cerré mis ojos por instintito, buscando sentir con mayor intensidad sus caricias.
—¿Confías en mí, Del? —susurró con voz grave.
—¡Sí!
Ethan extrajo uno de los plug más pequeños y sin apartar el vibrador de mí, lo colocó en esa zona inexplorada para mí.
—Tranquila, jamás te lastimaría.
Mi rostro se encendió a causa de la vergüenza.
Una sensación diferente, aunque demasiado placentera se apoderó de mí haciéndome gemir cuando entró de manera lenta. Sentir la vibración del juguete en mi clítoris y explorar esa zona, causaron un efecto inmediato en mi cuerpo.
Ethan tomó mis rodillas y las llevó contra mi pecho y justo en el momento en que comenzaba a tocar las estrellas, entró en mí de una embestida, gruñendo.
Separó mis rodillas y mantuvo el vibrador pegado a mi clítoris mientras sus caderas hacían ligeros círculos.
¡Maldición! ¡MALDICIÓN!
—¡Ethan!
—¿Te gusta?
—¡Sí!
Cada célula de mi cuerpo convulsionó ante tanto placer, fue imposible concentrarme entre tantos estímulos y cuando busqué removerme, Ethan sujeto mis rodillas y me lo impidió.
Sus embestidas eran intestas, profundas... ¡Mmm!
—¡Aaaaah, Ethan, Ethan! —mi cerebro hizo corto circuito y todo mi cuerpo se tensó mientras me venía.
—¡Delany, aaaah! —gimió, tensándose por completo.
La humedad corrió y el aliento apenas era suficiente para mantenerme con vida. Su respiración era acelerada, mas con sumo cuidado salió de mí, soltó mis piernas y extrajo el pequeño plug. Pegó su frente a la mía y plantó delicados besos en las comisuras de mis labios.
Mis piernas temblaban en torno a su cintura y mi cuerpo quedó debilitado como jamás había experimentado.
—¿Estas bien? —inquirió en un susurro.
—Veo que te estabas reprimiendo —me burlé.
Ethan liberó mis muñecas y cubrió nuestros cuerpos con una sábana para tumbarse a mi lado. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y escuché el ritmo de su corazón ralentizarse conforme pasaban los segundos.
—Del, preciosa...
—¿Qué pasa?
—Tenemos una plática pendiente.
—Sí.
El silencio se extendió y supe que buscaba cómo comenzar nuestra conversación.
—Las vacaciones se han acabado y... Seré conciso contigo: no estoy dispuesto a dejarte ir, Delany. Sé que llevamos poco tiempo de conocernos, pero pensar en perderte me es imposible, además, han sido pocos días y aun así puedo apostarte que sabemos muchísimo el uno del otro —aseguró entre risas.
—Sí, ya lo creo.
—Así que, he estado pensando y bueno, tú no tienes trabajo y yo necesito a alguien con tu experiencia...
Levanté el rostro hacia él.
—Ethan, eso no es...
—Trabajarías para mi padre —me cortó al instante. Volví a acomodarme sobre su pecho—. Escucha, mañana regresaré a Guadalajara para arreglar algunas cosas de la sucursal de la ciudad y en los próximos días viajaré a la Ciudad de México a... ordenar mi situación familiar.
—Bien...
—He hablado con Itzae esta mañana, voy a invertir en su escuela y el ecoturismo, pero para ello debo estructurar el proyecto y presentárselo a mi padre. Quiero que seas coautora de él. ¿Qué dices?
«¿Qué?».
—Ethan, eso es...
Unos golpes en la puerta interrumpieron mi respuesta. Tanto Ethan como yo nos pusimos en pie rápido y buscamos nuestra ropa.
Volvieron a golpear la puerta.
Mientras yo terminaba de vestirme, él abrió.
—Santiago, tranquilo, amigo...
—Ethan, tu padre está muy grave; Emma me ha llamado para que te avisara que lo han llevado al hospital.
Ethan perdió el color y mi corazón se comprimió.
Santiago fue hacia su amigo y lo abrazó con fervor.
—Gracias por avisarme —soltó Ethan en apenas un murmuro.
—Debes ir con ellos, amigo. Adelántate, nosotros arreglaremos los trámites de salida del hotel y te alcanzamos allá.
Santiago se alejó a toda prisa y Ethan cerró la puerta.
El silencio sepulcral fue lacerante, mas no sabía qué debía decir.
—Ven conmigo, Del —susurró.
Me acerqué y girándose en mi dirección me abrazó.
—Te acompañaré incluso al infierno si me lo pides —aseguré.
Cambiamos nuestra vestimenta de playa por algo más formal. Tomé mi bolso, mi teléfono, y mientras Ethan hablaba a recepción para pedir un taxi con urgencia, yo marqué el número de Zoe.
—¡Nena! —contestó aliviada—. Estaba por marcarte, Santiago nos ha explicado...
—Sí, sí. Saldré con él hacía el aeropuerto para tomar el próximo vuelo a la Ciudad de México, ¿podría encargarte mis cosas?
—Claro que sí, nena, nosotros nos hacemos cargo de ellas y de la salida, tú ve con él.
—Gracias.
—Cuídate, estamos en contacto.
Colgué en el preciso momento en que Ethan preguntó:
—¿Estás lista?
Asentí. Salimos de la habitación y con paso veloz llegamos al lobby, donde pocos minutos más tarde llegó el taxi.
—Al aeropuerto, por favor —indicó Ethan, quien mantuvo fija la mirada más allá de la ventana y su mano, en un puño, se encontraba sobre su rodilla que no paraba de moverse en un movimiento nervioso.
Tomé su mano, atrayendo su atención.
—Todo va estar bien —susurré.
Ethan me regaló una sonrisa triste y entrelazó su mano con la mía.
El trayecto se volvió largo, sin embargo, en cuanto llegamos corrimos hasta el mostrador.
—Buenas noches... —comenzó a saludar la recepcionista.
—Lo lamento, buenas noches, ¿a qué hora sale el siguiente vuelo para la Ciudad de México? —la interrumpió de la manera más educada posible dadas las circunstancias.
—En veinte minutos...
—Dos...
Entregamos nuestros datos y demás información, compramos unas botellas de agua y pronto comenzamos a abordar.
La brisa se había vuelto más fresca y las nubes comenzaron a espesar.
«Parece que se avecina una tormenta, espero que no tengamos complicaciones en el trayecto».
Ethan no dijo nada fuera de lo necesario, no obstante, cuando nos ubicamos en nuestros asientos, aferró mi mano y me atrajo hacia él.
—Gracias por estar aquí —murmuró con voz ronca.
Besé sus labios y después planté un tierno beso en su comisura.
—Todo va a estar bien —repetí, al tiempo que mi pulgar acariciaba su pómulo.
En punto de las 12:30 el avión comenzó a despegar.
—Descansa, te despierto en cuanto estemos por llegar —Me regaló su mejor sonrisa, provocando un temblor en mi pecho.
Mi cuerpo se encontraba exhausto por lo que hubiese sido un espléndido día, de no haber recibido tan desgarradora noticia cargada de sonrisas forzadas y un corazón herido.
Apoyé mi cabeza en su hombro y cerré los ojos a la espera de poder dormir algo antes de llegar a lo que podrían ser los últimos momentos de un padre.
—Gracias —dijimos al unísono cuando bajamos del taxi frente a las puertas de emergencias del hospital.
La respiración de Ethan se aceleró y sus pies se quedaron clavados en el concreto bajo su cuerpo.
—Vamos —susurré, tomando su mano.
—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarlos? —preguntó la oficial en la puerta.
—Buenas noches. Venimos con un paciente que ingresó hace unas horas, sin embargo, desconozco la habitación o área en la que se encuentra —explicó Ethan.
—En recepción los pueden apoyar.
—Gracias.
—¡Joven Urreiztieta! —lo llamó un hombre de algunos cuarenta años.
—¡Francisco!
—Lamento mucho la situación del señor...
—Gracias —lo cortó Ethan con amabilidad.
—Está en la habitación treinta y seis, su madre y hermana están con él.
—Gracias, Francisco.
No llegamos a recepción, sino que nos internamos en los pasillos y después de seguir varios señalamientos e indicaciones por parte de algunas enfermeras, encontramos el ala donde estaban ubicadas las habitaciones de la treinta a la cuarenta.
—¿Ethan?
Una joven alta con cabello castaño, parecida a él, venía en nuestra dirección. Ethan se tensó a mi lado.
«Debe ser Emma».
La joven levantó la mano y golpeó el rostro de su hermano.
—¡¿Dónde mierdas estabas, cabrón?! ¡¿Por qué no nos dijiste que mi papá...?!
Ni siquiera fue capaz de terminar la pregunta porque los sollozos se lo impidieron. Ethan la abrazó, evitando que cayera al tiempo que le brindaba su pecho para que pudiera esconder su dolor.
Un par de enfermeras en turno se acercaron a nosotros y nos recordaron que estábamos en un hospital y era de noche, por lo que nos ordenaron no hacer ruido.
En el centro de la estancia se encontraba un mostrador circular donde estaba el cuerpo de enfermeras y en un costado había una pequeña sala junto a máquinas de café y snacks.
Ethan ayudó a su hermana a sentarse y cuando esta logró controlar sus sollozos, volvió a hablar:
—Está muy mal Ethan...
—Emma, tranquila —dijo con voz ronca—. Él nos necesita fuertes. Todo va a estar bien —Ethan besó la coronilla de su hermana y acarició su hombro.
Sentí que invadía su privacidad, así que tomé mi móvil y llamé a Zoe, alejándome para darles algo de espacio.
—¡Nena!, ¿ya llegaron?
—Sí, sí, ya estamos aquí en el hospital.
—De acuerdo, te paso a Santiago, quiere hablar contigo.
—Vale.
—¿Delany?
—Sí.
—Por favor, dile a Ethan que no hemos podido salir para allá, los vuelos se han cancelado: un ciclón acaba de azotar la costa...
—No te preocupes, yo le aviso —aseguré.
—Muchas gracias, por favor mantennos al tanto —pidió con voz forzada.
—Claro que sí.
Colgué y escuché que Ethan me llamaba.
—Delany, ella es Emma, mi hermana. Emma, ella es Delany, mi pareja.
Emma abrió mucho los ojos y lanzó miradas furtivas hacia su hermano y después en mi dirección.
—Un gusto, Delany, lástima que tenga que conocerte en estas circunstancias.
Nos sonreímos lo mejor que se podía en una situación así.
—Un placer, Emma —exclame, en el momento que estrechaba su mano.
—Ethan, el acuerdo que tienes con mi padre...
—Lo sé, Emma, ya me encargaré de ello después —la cortó.
—Entonces deberías darte prisa —las palabras de su hermana despertaron mi curiosidad.
—¿Dónde está mi madre? —inquirió Ethan para cambiar de tema.
—Se ha quedado adentro, no ha querido apartarse.
—Emma, ¿qué es lo que pasó?
—Papá nos mandó de vacaciones a Chiapas, yo no quería ir, teníamos mucho trabajo, sin embargo, insistió y... aceptamos. Según dijo Francisco, ya tenía varios días sin comer y vomitando. Hace dos noches regresamos y nos aseguró que el doctor ya lo había revisado, que solo era una infección, pero que ya estaba mejor... —Sus ojos se cristalizaron—. Convulsionó, Ethan, el médico dice que ya no hay tiempo.
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