Capítulo 3
¿Sexo o amor?
Ethan
Me quedé ahí en medio de la estancia, solo mientras reprimía el impulso de detener a Delany. Esa chica iba cagarla, lo sabía, era demasiado... cuadrada. Le faltaba pasar una buena noche, era evidente que hacía mucho, o que quizás nunca le habían sacado sus demonios en la cama.
No importó que tan amargada pareciera y que me hubiera dicho idiota más veces en unas pocas horas, que cualquier otra persona en todos mis días, su resistencia me gustó; si algo me encantaba, era los retos. La haría reír y la liberaría de esa penosa vida que se veía que cargaba. «El sexo lo cura todo», me recordé.
Tenía que ser sincero, sus palabras en la playa tocaron una parte sensible dentro de mí. Nunca antes alguien me había dicho algo así, aunque suponía que todos lo pensaban, sin embargo, me hizo ir al pasado que yo tanto deseaba dejar en el olvido y maldición, dolió, dolió mucho revivir aquellos recuerdos.
Sacudí la cabeza y me quité esos pensamientos de encima. Mi reflejo en el espejo me mostró a una sensual mujer. ¿En serio me rechazó?, es decir, sabía que sí, mas me preguntaba por qué. En verdad me habría gustado despertar con ella.
Delany no era lo que se decía delgada, sino más bien curvilínea con una anatomía exquisita para cualquier hombre, eso sumado a su amargura, la volvía irresistible. Me preguntaba quién le había robado la sonrisa, aunque no me importaba en realidad, siempre y cuando fuera yo quien se la devolviera.
Dejé caer la ropa a mis pies y me contemplé frente al espejo. Cada curva parecía grabada con la mayor precisión, sus senos perfectos, y no me refería a que fueran grandes y firmes, sino reales: con un tamaño exacto y con una leve caída; trazos blancos, apenas visibles, recorrían sus caderas: constelaciones grabadas en ese hermoso trasero.
¡Carajo! Era la imperfección más exquisita y perfecta que había visto.
Quería conocer aquel cuerpo, tocarlo, saborearlo, no obstante, debía aprovechar que Delany estaba con Karla y que los hermanos se encontraban con el resto cenando para entrar a mi antigua habitación y tomar mi teléfono de trabajo y cartera.
Con rapidez llegué a la habitación y deslicé la tarjeta por el censor para abrirla. Mis maletas se encontraban justo donde las dejé y todo estaba en su lugar, así que fue sencillo dar con mi móvil.
Doce llamadas de mi asistente, ocho de la de mi padre y decenas de mensajes sobre las consecuencias que tendrían mis actos.
«¡Que se jodan!», grité en mi interior, no quería saber nada sobre la empresa y eso incluía a mi padre. Entonces mi reflejo en el tocador me dio una idea: ya no era Ethan Urreiztieta, sino Delany... «debo preguntarle sus datos», en fin, podía irme lejos y el problema se acabaría para mí, sería libre, tendría un nuevo comienzo.
Mi pulso se aceleró ante esa posibilidad, solo debía aceptar la idea y esa misma noche tomaría un vuelo a cualquier otro estado... No, no podía, es decir, sí podía, no obstaste, sería un gran cobarde y eso implicaría arruinar la vida de alguien más, la de Delany y sabía que, a pesar de que fuera algo amargada, no lo merecía. Por otra parte, estaban mi madre y hermana.
Tomé mi cartera y volví a la habitación a la espera de que llegara Delany cuanto antes, no solo porque quisiera tener el número de Karla, sino que también quería contar con ese pretexto para hablar con ella a solas. Esa chica me ponía caliente, así de sencillo.
Esperé sentir mi miembro endurecerse, en cambio la humedad acudió a mí y eso fue... extraño. Necesitaba salir de esas cuatro paredes o terminaría no solo por perder mi cuerpo, sino también la cordura.
No tardé en conseguir un balón e ir al área deportiva a tirar un rato. Me gustaba el baloncesto, jugué en la universidad y obtuve una propuesta por parte de los Astros de Jalisco, sin embargo, mi futuro ya estaba bien definido, mi padre se aseguró de ello. No me malentiendan, hasta cierto punto se lo agradecía y la verdad era que me encantaba lo que hacía, nací para eso; no obstante, también tenía muchas otras habilidades más y constantemente me preguntaba cómo sería si yo hubiese tomado las riendas de mi vida.
Unos grandes reflectores solares eran los responsables de iluminar toda el área deportiva. La cancha estaba sola, mas con el pasar de los minutos la gente comenzó a llegar.
Una hora más tarde vislumbré a Elaine en el cuerpo de esa sensual morena, Zoe, eso me desconcertó.
—No sabía que te gustaba el baloncesto o el deporte en general.
—Sabes que no —soltó en un suspiro.
—¿Qué pasa?
—¿Tú sabías que Santiago estaba colado por mí?
Encesté un tiro de tres y me di unos segundos para recuperar el balón.
—Quizás.
—Ethan, no me hagas creer que eres un idiota...
—Vaya, hoy he alcanzado un nuevo récord: me han llamado idiota más veces en estas últimas horas que en el resto de mis días.
—Ethan, no juegues conmigo, tú conocías eso y nunca me lo dijiste a pesar de que sabías que llevaba años intentando que me hiciera caso.
Detuve el balón y la encaré:
—Sí, Elaine, sí lo sabía y no te lo dije porque él es mi mejor amigo y me lo confesó después de pedirme que no dijera nada, al igual que tú, además, cariño, yo no soy cupido —exclamé, mientras me encogía de hombros—Ela, por favor no me digas que no te diste cuenta, si es tan evidente que se traen ganas.
—No todo es sexo, Ethan.
—Claro que sí, Elaine, la dependencia emocional, o lo que tú conoces como amor, viene después.
—Dependencia emocional, ¿eh?
—No me digas que en serio crees en el amor, Elaine.
—Ethan, el amor es una decisión...
—Corrección: una ilusión y es efímera. La dependencia emocional se crea con actos diarios: el desayuno a la cama, cumplidos, sonrisas, sexo... en otras palabras, la manipulación de tus sentidos.
—Sí, sí, como sea, que triste tu forma de ver la vida.
—¡Bah! Soy libre, Elaine. Puedo disfrutar de esos placeres de la vida sin temor a perderlo todo.
—Cierto, pero al final del día estás solo, ¿o no?
—No, me tengo a mí —refuté con una enorme sonrisa.
La verdad era que mi a miga tenía razón: cuando volvía a casa me sentía algo solo, no obstante, prefería eso a estar con la constante preocupación de si la mujer que dormía a mi lado estaba ahí por mí o por mi cartera.
—Olvídalo —exclamó cansada al saber que no le daría la victoria—. La cuestión es que Santiago se le ha declarado a ese bruto de Samuel.
—¿Qué? —Volví a encestar una canasta de tres puntos mientras mis mejillas se tensaban ante mi gran sonrisa.
—Qué Santiago casi se coge a Samuel.
—¿Lo dices en serio?
—Se le confesó, Ethan, los encontré besándose. Le pedí que no la cagara. No les quité el ojo de encima, aunque como ya te imaginarás: Gretta metió las narices y nos llevó por una copa...
—Espera, ¿se quedaron solos?
—Sí.
—¡Maldición, ojalá hubiera estado ahí! —me lamenté entre risas.
—No sé qué fue lo que pasó, empero deduzco que nada porque Santiago no tardó en llegar. Tanto tiempo y se lo ocurre hacerlo justo ahora.
—Vamos, Ela, no es para tanto, cuando volvamos a nuestros cuerpos podrás arreglar las cosas...
—¿Y cómo, Ethan?, ¿cómo se supone que volveremos a nuestros cuerpos?
—No lo sé, pero debes tranquilizarte, ya buscaremos una solución.
—¿Es qué en serio no te preocupa?
—Elaine, sabes que no me angustió por lo que no puedo resolver en el momento. Delany está consiguiéndome el número de teléfono de una ardiente rubia, mañana con más calma podemos ponernos de acuerdo e ir a buscar respuestas.
—¿A dónde?
Odiaba cuando lo único que hacía eran preguntas.
—Con un chamán —contesté al tiempo que movía mis dedos frente a su cara. Elaine tomó el balón y me lo lanzó con fuerza—. ¡Eh!
—No estoy jugando, Ethan.
—Ya, está bien. Te prometo que buscaremos respuestas, ¿de acuerdo?
—Eso espero.
—¿Dónde están los Hernández?
—En una junta, tu padre los ha llamado para pedirles que mantengan todo en pausa hasta tu regreso.
—Así que asume que volveré.
—Lo harás.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Eres su hijo y sin importar lo que haya pasado y cuanto intentes ocultarlo, en el fondo —dijo colocando su mano en mi pecho—, sabes que es lo correcto.
—Sí, bueno, ya veré.
—Vamos, Ethan, es tu herencia. ¿Sabes acaso lo que le harás a las acciones?
—Elaine el dinero no puede...
—Sí, ya lo sé, pero esto no es por el dinero, sino por todo el trabajo de tu abuelo, tu padre y el tuyo...
—¡Basta, Elaine!, no quiero volver a hablar del tema —solté tajante.
—Vale —exclamó al tiempo que levantaba las manos en señal de rendición—. Necesito encontrar a Samuel y saber qué sucedió.
—Te acompaño —me ofrecí en un intento de mitigar la frialdad que se había instalado.
Solo los hermanos y Elaine conocían la situación en la que me encontraba y, aunque no estuvieron de acuerdo con mi reacción, me apoyaron.
Estaba seguro de que el tiempo pasaría y todo se aclararía. Solo existía un problema: ya no tenía tiempo.
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