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Capítulo 26

¿Te liberas con la verdad o te reprimes con la mentira?

Delany

Un delicioso guisado de carne bañado en chile rojo y envuelto en hojas de plátano, eso fue lo que más me gustó. Era algo impresionante: alrededor de diez platillos, sin contar las guarniciones de cada uno, reposaban en las mesas, todas realizadas con lo que ellos cultivaban o recolectaban.

—Esto está delicioso —exclamó Zoe, metiéndose un bocado de lo que parecía ser guacamole.

Nos encontrábamos sentados en el suelo, sobre unos tapetes hechos con hojas de palma.

Nuestro guía tomó su plato y se nos unió.

—Itzae, ¿cómo es que muchos de ustedes hablan español? —inquirió Santiago.

—Durante algunos años atrás, el presidente nos ofreció unirnos al «cambio», nosotros, demasiado ingenuos, sentimos curiosidad por conocer de lo que hablaba. Vinieron varias personas y nos enseñaron el español, su visión del mundo, mas cuando comenzaron a meterse con nuestras creencias... reaccionamos: solo buscaban contagiarnos. Por eso queremos echar a andar nuestro proyecto.

—¿Cuál proyecto? —pregunté con suma curiosidad.

—Un proyecto educativo para mi pueblo. Quiero que todos se preparen, si así lo desean, y que progresemos, pero desde nuestra perspectiva. Me gustaría que aprendan el español, más no para dejar en el olvido nuestra lengua, sino para expandir nuestros conocimientos.

—¿Aún no hay escuelas que respeten su cultura? —inquirió Gretta.

—Dicen respetarla, sin embargo, buscan cubrirla y hacerla desaparecer. Dime, ¿por qué en las escuelas enseñan el inglés o el francés y no alguna de las tantas lenguas nativas que tenemos en el país? Nuestra escuela tiene como fin integrar a personas de otras comunidades originarias y así crecer juntas en conocimientos y cultura.

»Queremos arquitectos que utilicen nuestros conocimientos en el campo, médicos que estén preparados y sepan utilizar nuestra naturaleza, ingenieros que ayuden a su pueblo a crecer, pero no que talen nuestras raíces.

—¿Y qué es lo que necesitan para comenzar con su proyecto? —preguntó Ethan a mi lado.

—Dinero. Por eso aceptamos asociarnos y lanzar al mercado Bluances.

—¿Han visto el cielo? —preguntó Kante, el hombre que nos recibió—. Parece que los Dioses nos brindarán su bendición.

Ante sus palabras salimos de la enorme palapa y observamos las grandes y oscuras nubes que se avecinaban.

—La lluvia es un símbolo de prosperidad, el agua es sinónimo de vida. Parece que todo se alinea para recibir la bendición de todos los Dioses: tenemos luna azul y la lluvia viene a nuestro encuentro. Eso me recuerda... —continuó diciendo Itzae—. Debemos irnos antes de que comience a llover, de lo contrario sería muy imprudente desplazarnos entre la selva en esas condiciones.

—O, también pueden quedarse con nosotros y presenciar el veredicto de los Dioses —intervino una mujer de avanzada edad, a quien reconocí como la misma que vimos Ethan y yo cuando fuimos a las instancias de Blue-Ki.

Mi corazón dio un vuelco. Ethan intercambió una mirada conmigo y sus ojos delataron el nerviosismo que comenzaba a invadirlo.

—Eso sería fantástico —aseguró Santiago.

—Entonces, no se diga más. Los Dioses los han traídos hasta aquí por alguna razón, mejor no desafiarlos —exclamó con una enorme sonrisa en nuestra dirección.

¡Qué demonios!

Ethan y yo nos quedamos cual estatuas mientras observamos como se alejaba.

—En ese caso, acompáñenme —pidió Itzae, guiándonos hasta una mesa con un cuenco lleno de aquel fruto azul—. Este es el ya'xcab'ki, pruébenlo.

Era del tamaño de una ciruela y contaba con una cáscara blanda como la del mango, solo que esa estaba llena de bultitos. Itzae le dio un mordisco y el resto lo imitamos.

Dulce, cítrico e incluso con un toque amargoso. Era pulposo como las uvas, aunque en el centro la semilla era blanda y comestible, y a diferencia del resto, esta era blanca y parecida a una gomita.

—¿Quién es la mujer que se acercó? —Inquirió Ethan tenso.

—Ella es Nicté, una de las mujeres más sabias de la comunidad: los Dioses hablan con ella a través de la naturaleza.

Mi respiración se aceleró. Quizás por fin encontraríamos una respuesta a todo eso, a final de cuentas nuestra ignorancia en cuanto a escuchar la naturaleza era evidente; además, lo que había pasado no era «normal» y parecía que solo ella comprendía lo que estaba sucediendo; y sí, también era nuestra última esperanza.

La primera gota cayó sobre mi frente y pronto un diluvio nos rodeó. Tomamos los cestos con diferentes frutos y corrimos a refugiarnos bajo la palapa de nuevo.

Los que nos rodeaban lanzaron gritos entusiasmados y de repente comenzaron una carrera en dirección contraria a la nuestra, hacia la lluvia. Hombres y mujeres trajeron consigo lo que parecían ser tambores y algunos otros objetos que no logré identificar, y al instante comenzó a una melodía que podría considerarse como tosca, no obstante, todos y cada uno de los presentes empezaron a danzar bajo las gotas.

Niños y mujeres tomaron nuestras manos y nos arrastraron con ellos bajo la fría agua.

—Dejen a sus almas ser libres —exclamó Nicté.

Intercambiamos una mirada dubitativa entre nosotros y fue Zoe, desde el cuerpo de Samuel, quien tomó la mano de Gretta y comenzó a imitar los cuerpos que nos rodeaban.

Sonreí. Era imposible no contagiarse de la plenitud de las almas que danzaban a nuestro alrededor.

Todas las normas que nos habían impuesto en cuanto a comportamiento para ser considerados refinados, las mandamos a la mierda y liberamos nuestra alma, tal como nos dijo Nicté.

Si danzamos de la forma correcta o no, nadie nos dijo nada. El agua fría recorrió nuestros rostros y bailó al compás de nuestros cuerpos. Pronto mi ropa se empapó y el cabello me cayó sobre la frente. Abrí los brazos y levanté el rostro hacia el cielo. El olor a tierra mojada se impregnó en mi nariz y sentí cómo mi alma, mente, corazón e incluso mi cuerpo se purificaban con cada gota cristalina que fluía por él.

Unos brazos rodearon mi cintura. Ethan me observó con intensidad y eso hizo que un cálido sentimiento recorriera mi pecho. Tomé su rostro y acaricié sus mejillas. Sus tersos y húmedos labios me atrajeron cual miel a la abeja.

Entonces, fue justo en ese momento en que la plenitud me embargó y agradecí a la naturaleza por traer a tan magnífico ser a mi vida.

El sol había caído, la lluvia cesó y todos los presentes se distribuyeron alrededor del claro.

—¿Qué están haciendo? —inquirí mientras observaba como Nicté dejaba su calzado a un lado y tomaba uno de los cestos con ese fruto azulado.

—Los pies son nuestra conexión directa con la naturaleza —explicó Itzae como si fuese algo evidente.

—Ya.

Una hermosa y grande luna azul se alzó sobre nosotros y nos regaló un espectacular paisaje; podría haber jurado que eso era algo... mágico.

Nicté colocó el cesto en el centro del claro e instantáneamente dos mujeres más llevaron otro con agua y uno más con tierra.

—Está pidiendo permiso a los Dioses —aclaró Itzae ante nuestros rostros perplejos.

—¿Permiso?, ¿para qué? —preguntó Samuel, a mi lado.

—Para utilizar los recursos que nos han brindado y compartirlos con el resto. Pide permiso para labrar sus suelos, por eso la tierra; para regar las plantas, he ahí la razón del agua, y para aprovechar el fruto, por eso el cesto de ya'xcab'ki.

Callamos ante las palabras de nuestro guía, lo cierto fue que todo eso era nuevo y algo extraño, aunque mágico.

Nicté se hincó ante los cestos y como si de una señal se tratase, todos a nuestro alrededor comenzaron a entonar una melodía en su lengua natal. Intercambié una mirada desconcertada con Ethan y mis amigos, mas permanecimos en nuestros lugares y en silencio.

Entonces la mujer se levantó y comenzó a decir algo que tampoco logramos entender. Un minuto más tarde elevó las manos en un movimiento abrupto y todos callaron.

Una brisa fresca recorrió la multitud y mi corazón se aceleró.

Nicté bajó el rostro y de pronto sus palabras resonaron en la fresca noche:

—¡Los Dioses nos han dado su bendición! —exclamó con alegría.

El resto de los presentes se hincó, no obstante, Nicté se dedicó a encender una fogata en el sitio donde hacía unos instantes se encontraba de pie, y no fue hasta que la mujer comenzó a cantar, que todos se irguieron y dejando su calzado a un lado, se unieron a su melodía con los instrumentos.

Después de varios cantos incomprensibles para nosotros, los presentes comenzaron a tomarse de las manos y juntar sus frentes, tal como habían hecho Itzae y Kante cuando llegamos.

—¿Qué significa eso? —indagué.

—Es una manera de conectar nuestras almas y recordarnos que, aunque somos varios individuos terrenales, siempre seremos uno solo en el plano espiritual, unido por la eternidad a la naturaleza.

—¡Vaya! —exclamé sorprendida

Nicté venía en nuestra dirección y sin decir nada, tomó mis manos e inclinó su cabeza. Intercambié una mirada con Itzae, quien me animó a responder el gesto de la mujer. Junté mi frente con la suya y cerré los ojos al igual que ella.

Una corriente atravesó mi cuerpo, pero no una como las muchas que había experimentado, sino una lenta y por alguna extraña razón, sagrada.

—Que tu alma sea libre —dijo Nicté en un murmuro.

La mujer rompió esa extraña conexión e hizo lo mismo con Ethan, quien pareció que iba a negarse, no obstante, aceptó el gesto con los labios fruncidos, entretanto el resto accedieron al instante.

Cuando dejé de observar la escena frente a mí, me percaté de que el resto de los presentes se habían retirado: solo quedaba Itzae, Kante, Nicté y nosotros.

—¿Dónde está el...

—Acompáñenme —indicó la mujer, interrumpiéndome con delicadeza.

Vislumbré que Itzae y Kante se alejaban, dejándonos a solas con ella y eso provocó que mi pulso se acelerara. A pesar de los nervios que comenzaron a devorar mis entrañas, permanecí quieta y seguí a Nicté, quien se deshizo de sus zapatos y nosotros la imitamos. La tierra se encontraba húmeda bajo mis pies y trajo consigo una sensación de serenidad incomprensible e imposible de explicar, y el desagradable sentimiento de hacía solo unos segundos, me abandonó.

La mujer tomó asiento junto al fuego y nosotros hicimos lo mismo hasta formar un círculo.

—Su presencia aquí no es coincidencia —anunció Nicté, atrayendo la atención de todos.

Ethan se removió incómodo a mi derecha y el resto intercambiamos miradas desconcertadas.

—¿Perdón? —soltó Gretta con una sonrisa incrédula.

—Tomen la mano de sus compañeros de al lado —indicó, a lo que dudamos unos momentos antes de obedecer—. Bien. Ahora cierren sus ojos —Nadie rechistó—. Respiren profundo y suelten el aire con lentitud. Concéntrense en cada inhalación, sientan cómo se expande su pecho y con cada exhalación, relaje su cuerpo y vacíen su mente. —Los segundos se arrastraron o quizás, pasaron horas cuando Nicté volvió a hablar:

»Deberán responder en voz alta. Recuerden que, en este momento, somos uno solo: somos un individuo fuerte, capaz de enfrentar cualquier cosa, pero una vez que este lazo se rompa, ustedes podrán ser libres o, seguir reprimiéndose y condenarse. No están obligados a responder, aunque deben tener presente que externar sus miedos los hará libres.

»¿Cómo te llamas? —su pregunta provocó algunas risas en el grupo por parte de Gretta y Santiago, sin embargo, fue Nicté la que comenzó por dar respuesta a su propia cuestión, seguida por Santiago y Samuel, quien se presentó como Elaine; dudé durante un momento y al final mantuve mi papel de Ethan. El resto hizo lo mismo—. ¿Cuántos años tienes?

—¿Esto es en serio? —cuestionó Santiago, exasperado.

Nicté no se inmutó y volvió a dar comienzo a la serie de respuestas.

—¿Por qué han venido de vacaciones?

Ante su pregunta todos permanecemos en silencio, a excepción de Santiago:

—Para divertirnos —aseguró entre risas.

La mujer no recibió más respuestas, así que insistió:

—¿Eran felices antes de venir?

—No —Elaine fue la primera en sincerarse después de varios segundos de tensión, motivando al resto.

—No —susurró Ethan a mi lado.

Las risas de Santiago se extinguieron.

Las respuestas del resto resultaron ser la mismas, eso me sorprendió: jamás creí que un no pudiera ser la respuesta de Zoe y Samuel, supuse que ellos sí eran felices.

Mi corazón se oprimió. Ellos habían estado para mí siempre, y en especial después de mi situación con Josh y yo...

«¿Cómo es que no me di cuenta de que eran infelices?».

—¿A qué le temen?

Los segundos se volvieron a arrastrar y el silencio se extendió.

—Amar —soltó Ethan a mi lado, seguido de un suspiro.

Su agarre en mi mano se tensó.

—Amar y no ser valorado —admití.

—No ser suficiente —confesó Gretta.

—No ser... aceptado —contestó Zoe desde el cuerpo de Samuel.

—Ser yo misma —murmuró Samuel con la voz de Elaine.

—No ser quien esperan que sea —susurró Santiago.

—Ser reemplazable —dijo por fin Elaine.

—La naturaleza los ha escogido porque habían olvidado lo que significaba vivir y con ello silenciaron sus almas, la razón de nuestra existencia, así que díganme, ¿qué han aprendido?

«¿Qué he aprendido?».

Una vocecilla traviesa en mi cabeza dio respuesta a mi pregunta: «lo que se siente tener pene».

No, no creí que fuera esa la respuesta que Nicté esperaba, así que mordí mi labio inferior en un intento de reprimir la risa, aunque Zoe un poco más allá, no logró hacerlo. Parece que había pensado lo mismo que yo.

«Vamos, Delany, ¿qué has aprendido?».

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