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Capítulo 24

¿Destino histórico o afrodisiaco?

Ethan

Eran las 4:30 de la mañana cuando escuché el agua correr. Delany estaba tomando una ducha.

La habitación se encontraba en penumbra y la tenue luz que se filtraba bajo la puerta del baño me permitió ver esas tres rosas rojas sobre la mesita de noche, a mi lado. Me incorporé al instante con la curiosidad latente en mi interior.

Bajo las rosas reposaba una pequeña nota.

Ahora puedes alardear que

alguien te ha regalado flores.

Sonreí. Después de mucho tiempo volvía sentirme... vivo. Delany no pudo llegar a mi vida en mejor momento.

En serio quería intentarlo, quería conocerla y hacer que funcionara. Quizás podíamos realizar esas actividades que se veía en las películas: ir al cine, por un helado, a ver un partido de baloncesto... Nunca había hecho eso con alguien, pero estaba dispuesto a probarlo, a experimentar con ella a mi lado.

Aún existía el asunto de la distancia, sin embargo, sabía que podríamos resolverlo. Ya hablaría con ella esa noche, mientras tanto, disfrutaríamos ese día. El penúltimo día en ese hermoso lugar.

Salí de la cama con las flores en mano y me adentré en el baño lleno de vapor debido al agua caliente. Delany no se dio cuenta de mi presencia hasta que corrí la puerta de la regadera.

¡Maldición, se veía tan sexy! Era extraño creer que alguna vez ese cuerpo fue mío y aún más el excitarme con él.

—¿Puedo preguntar donde carajos conseguiste rosas a estas horas de la mañana? —inquirí a la vez que una de las flores navegaba por entre mis senos hasta mi pubis. 

Mordí mi labio inferior sin apartar los ojos de ella. Delany avanzó hasta quedar frente a mí. Su cuerpo despedía calor y ese esplendido olor de su loción hizo que mi cerebro colapsara.

—Me las he robado del jardín del edificio —confesó, inclinándose sobre mí.

Su tono era serio, no obstante, no logré contenerme. Dejé las rosas a un lado y pasé los brazos por sus hombros. Su mirada se intensificó y una llama en mi pechó ardió. 

—Delany, cuando te conocí estaba muriendo y tú... tú me has salvado, me rescataste de las llamas. Que me hayas rechazado en ese club ha sido lo mejor que me ha pasado, porque gracias a eso existe la posibilidad de tenerte a mi lado por más de una noche.

Su respiración se aceleró.

—Soy yo la que debo agradecerte, Ethan, me has empujado a recuperar mi libertad y ahora... Puedo hacer lo que me plazca.

—¿Y qué es lo que te apetece hacer ahorita? —susurré mientras eliminaba la poca distancia entre nuestros cuerpos desnudos.

—Una gran taza de café —murmuro a milímetros de mis labios. Su sonrisa de suficiencia creció y volvió a internarse bajo el agua caliente.

Sonreí y al igual que ella tome un baño rápido. Para las 4:55 nos encontrábamos en dirección a la recepción del edificio.

—¡Del, nena! —la llamó su amiga desde un Samuel enérgico.

Ambas se abrazaron y alcancé a escuchar como Zoe le pedía disculpas por las palabras que pronunció aquella noche en el club.

—Tranquila, Zoe, tenías razón.

Santiago y Gretta eran los únicos que faltaban y no tardaron en llegar.

—¿Listos? —Todos asentimos—. ¡Entonces vamos, que tenemos un grandioso día por delante! —exclamó Santiago, tomando la mano de quien creía era su chica.

—¿Estás bien? —pregunté a Elaine, quien iba hasta atrás del grupo.

—Quiero disfrutar este día, Ethan.

—Entonces hagámoslo.

Me regaló una linda sonrisa y nos apresuramos para alcanzar al resto. Una Volkswagen tipo dos nos esperaba en la entrada del hotel.

—Santiago, es una broma, ¿cierto? —exclamó Gretta, quitándose las gafas de sol para contemplar a su hermano. No pude reprimir una sonrisa—. Santiago, no inventes, esta chatarra nos dejará tirados...

—¡Vamos, Gretta, no empieces! Esta belleza es un clásico y está en perfectas condiciones, además siempre he querido viajar en una de estas. Así que, ¿quién me sigue?

—¡Claro que sí! —dije sin pensarlo. Delany asintió emocionada y tomó mi mano para arrastrarme hasta el fondo de la camioneta.

Santiago tomó asiento tras el volante y Samuel se acomodó como su copiloto, Elaine se instaló en frente a nosotros y la última en subir fue Zoe.

—Vamos, Gretta, será divertido —insistió Zoe. A regañadientes la hermana subió a la camioneta y se sentó junto al cuerpo de Samuel.

—Bien. No sé llegar a Chichen Itza, pero no hay nada que el GPS no solucione —exclamó Santiago. Samuel le ayudó a ingresar la dirección en el móvil y no tardamos en detenernos en un Oxxo.

—¿Qué?, ¿es todo lo que ha dado la carcacha? —se mofó Gretta.

—¿Alguien necesita algo? —preguntó Santiago ignorando a su hermana.

—Yo sí, un gran café —exclamó Delany a mi lado.

Todos terminamos bajando. Cada rostro de los viajantes, a excepción de Gretta, denotaban entusiasmo ante lo que nos deparaba el día. Delany fue la primera en salir con un gran vaso de café y no tardé en alcanzarla.

La mañana era fresca, incluso un poco más que de costumbre y a pesar de que los primeros rayos del sol aún no llegaban, parecía que sería un día nublado.

—¿Estás bien? —inquirí.

—Jamás he estado mejor —Tomó mi cintura y me pegó a ella. Su boca sabía a café y por primera vez me pareció que ese sabor amargo era lo más delicioso siempre y cuando estuviera en sus labios.

—¡Eh! A penas va comenzando el día, ¿quieren controlarse? No pienso ir por ustedes a la cárcel otra vez —exclamó Santiago, quien se nos unió poco después.

Nos separamos con una radiante sonrisa que pudo iluminar las sombras como el mismo sol. No solté la mano de Delany en ningún momento, era una sensación extraña, un gesto simple con un significado enorme, reconfortante...

—En serio, Ethan, ¿desde cuándo te gusta el café? —inquirió Gretta a mi lado mientras subía a la camioneta.

Delany se encogió de hombros y le regaló una sonrisa.

La primera hora pasó y no tardamos en llegar a Valladolid, un lindo pueblo mágico donde nos detuvimos para comprar unos delicios tamales en hoja de plátano. Zoe no paró de hacer chistes y deleitarnos con las anécdotas que solo ella podía convertir en algo divertido. Esa chica era una sonrisa andante, sin duda lo que Gretta necesitaba. Realmente esperaba que, si volvíamos a nuestros cuerpos, ellas dos lograran mantener una relación.

A pesar de que conocía a Gretta desde pequeña, nuestra relación no era tan cercana como la que tenía con Elaine o con su hermano. No negaría que era hermosa, incluso cuando era una adolescente fui yo quien le dio su primer beso y le robé algunas caricias. A partir de ahí le robaba besos a escondidas los días que iba a estudiar a su casa con su hermano; no obstante, después de que Santiago nos encontró, le prometí no volver a tocar a su hermana.

Gretta era una buena persona, aunque a veces podía llegar a ser bastante superficial, ese era su mayor defecto.

—¡Hemos llegado! —anunció Santiago, estacionándose cerca de la entrada a la zona arqueológica.

Fuimos el primer grupo en entrar y pronto conseguimos un guía, quien se presentó como Ricardo.

—¡Bienvenidos a Chichen Itza! Este sitio ha sido catalogado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y votado como una de las siete Nuevas Maravillas del Mundo, siendo así uno de los sitios mayas más conocido del mundo y el segundo sitio arqueológico más visitado de México después de Teotihuacán —comenzó a decir el guía mientras nos llevaba por el camino principal donde había decenas de puestos de artesanías.

Pronto llegamos a una pirámide, una estructura majestuosa.

—¡Vaya! —exclamé.

—Está es la Pirámide de Kukulcán y como su nombre lo dice, está dedicada a Kukulcán, un importante dios maya, el equivalente al dios azteca Quetzalcóatl, representado por una serpiente con plumas. Esta pirámide cuenta con nueve niveles y con un total de trecientos sesenta y cinco escalones.

»Precisamente, es en parte gracias a su simbolismo y precisión que se le considera como una de las pirámides más importantes del mundo maya. Hace unos años, se descubrió un cenote con una profundidad de veinte metros bajo la pirámide y hace poco se han descubierto dos estructuras ocultas. Como ya se imaginarán, los años pasan y cada estructura sigue siendo un enigma en muchos aspectos. ¡Lo más probable es que todavía albergue muchos secretos a la espera de ser descubiertos!

»Los equinoccios de primavera y otoño atraen a multitudes de visitantes, ya que en la escalera norte se puede observar un sorprendente juego de luces y sombras. Se dice que es el Dios Serpiente que desciende a la tierra.

Siempre había albergado la idea de que culturas como los mayas eran grupos más avanzados en muchos aspectos, sobre todo en los más importantes, bueno, pues fue justo en ese momento en que lo confirmé. No existían palabras para describir lo majestuoso no solo de su estructura y los secretos que albergaban, sino de cada significado que tenía todo elemento por pequeño que fuese.

—Es grandioso —exclamó Delany a mi lado.

Cierto, era un lugar fantástico, pero estar ahí y tenerla a ella a mi lado... era indescriptible.

Seguimos al guía hasta el campo principal donde se jugaba el juego de pelota.

—El juego de pelota, Pok Ta Pok en maya, era un juego ceremonial que se jugó durante más de 3000 años en Mesoamérica. Tenía una función ritual y política, y servía para resolver conflictos de diversas naturalezas.

»El juego consistía en golpear una pelota, exclusivamente con las pantorrillas, los codos y las caderas, para hacerla pasar por uno de los anillos del campo. Imaginen esto: la pelota pesaba cuatro kilos, los anillos sólo tenían treinta centímetros de diámetro y estaban colocados a unos ocho metros de altura; no sé ustedes, pero a mí me parece algo imposible —Risas recorrieron nuestro grupo, mas el hombre frente a nosotros tenía razón, eso era imposible.

»Eso no es lo más agobiante, créanme, el juego podía acabar en sacrificio a los dioses, por inmolación, decapitación e incluso extirpación del corazón. ¿Quieren jugar? —bromeó Ricardo—. En Chichén Itzá hay trece campos de este tipo, pero el principal mide 11, 288 metros cuadrados y es considerado el campo de juego de pelota maya más grande de Mesoamérica. Al norte del campo está el Templo del Hombre Barbudo desde donde la élite contemplaba el juego.

Bajorrelieves en las paredes y a lo largo del campo se alcanzaban a apreciar en perfectas condiciones para la edad que tenía la estructura. Era espectacular pensar que hombres habían logrado hacer eso.

Ricardo nos llevó al Cenote Sagrado donde nos explicó la importancia de éste para los Mayas, pues al parecer buscaban entablar comunicación con los dioses a través de ofrendas.

Después volvimos a la plaza principal y fuimos a el Tzompantli, el «muro de los cráneos» era un altar donde los mayas empalaban las cabezas de los guerreros enemigos para ofrecerlos a los dioses.

Visitamos varios sitios más; fue impresionante. Para las 11:00 ya nos encontrábamos en el restaurante cerca del Cenote Ik Kill. No era temporada alta, por lo que prácticamente éramos los únicos en el lugar, no obstante, a Delany le importó un carajo que alguien pudiera ver como acariciaba mi muslo bajo la mesa.

¡Mierda! Me temí que ya habíamos pasado muchas horas en calma.

Me removí ligeramente ante la necesidad de sus caricias y la imposibilidad de ello al encontrarnos rodeados de nuestros amigos, sin contar el resto de personal y turistas.

No tardamos en terminar de desayunar y prepararnos para sumergirnos en el enorme Cenote. Terminaba de acomodar mis cosas dentro de mi maleta cuando Delany se internó en el vestuario de mujeres y me llevó hasta el último cubículo.

—¿Qué haces? —inquirí entre risas nerviosas.

—Dijiste que no lo habías hecho en un baño público, creo que esto cuenta como uno... —murmuro antes de comenzar a besar mi cuello.

—No soy una chica, fácil —exclamé, fingiendo estar ofendido.

Delany me observo mientras me retaba a escapar de ella y eso fue justo lo que hice. Con un movimiento rápido salí del cubículo y corrí hacía el exterior en busca de esquivar sus garras lujuriosas.

—¡Eh, ustedes dos! —gritó de pronto Santiago y nos detuvimos al instante, atrayendo la atención de todos los que deambulaban el lugar—. No quiero que desaparezcan de mi vista.

Nuestra respiración era acelerada por la carrera. Delany se encogió de hombros con la mirada cargada de deseo puro y me estrechó entre sus brazos para morder mi labio y pegarme a ella sin importar los presentes.

Un chorro de agua tan fría como el mismo hielo nos empapó hasta los huesos.

—¡¿Qué mierda...?! —solté en un jadeo, entretanto Delany maldijo entre dientes y mordió su lengua en un intento de reprimir su indignación.

—¡Se los advierto, deben comenzar a controlarse! —sentenció Santiago—. ¡Manos arriba, viejo! —indicó a Delany, quien le mostró las palmas y avanzó regalándome un guiño con una sexy sonrisa pícara. Risas por parte del resto resonaron en el lugar.

¡Demonios! Esa chica me iba hacer perder la cabeza, era todo lo que deseaba, inteligente, fuerte, hermosa, divertida y compartía conmigo las dos más grandiosas fascinaciones: el baloncesto y... el sexo. Era perfecta.

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