Capítulo 22
¿Besos de buenas noches o, noche de buenos besos?
Delany
Aferré la orilla del lavabo en un intento de reprimir el gemido que se formaba en mi interior, sin embargo, terminó por escaparse entre mis labios:
—¡Ethan! —Mi voz fue ronca a causa de la excitación.
El impulso de aferrar su cabeza para hundirme en él me asechó, mas en un breve momento de claridad, recordé que eso no era nada satisfactorio, así que me aferré a la orilla del lavabo.
Ethan comenzó a acariciar mis testículos para después pasar al perineo.
¡CARAJO!
Las ligeras, aunque vibrantes succiones que hizo, me advirtieron que el clímax se encontraba cerca.
—¡Me voy a venir! —gemí. O no me escuchó o, le dio igual, porque con una ligera succión y movimientos circulares con su lengua en el glande bastaron para hacerme explotar—. ¡Maldición! —jadeé al saborear tan exquisitos segundos.
Ethan se apartó de mí para ponerse en pie y me sonrió con satisfacción, mas fui incapaz de devolverle el gesto porque la excitación se apoderó de mí.
Con un movimiento rápido, tomé a Ethan por el brazo y lo llevé contra el lavamanos dándome la espalda. Necesitaba más de él.
Un jadeo de su parte hizo que mi deseo aumentara y eso sumado con poder ver su rostro reflejado en el espejo y al mismo tiempo su hermoso cuerpo en tan seductora inclinación...
«Maldita sea, lo deseo».
Por un momento nuestros ojos se encontraron en el espejo. Su mirada se volvió oscura a causa de la excitación, y sin apartar la vista de él, las palabras salieron de entre mis labios:
—Abre las piernas —ordené, y eso hizo que ambos subiéramos de tono.
Ethan se mordió el labio e hizo lo que le había demandado. Mi respiración era acelerada y anhelé entrar en él cuanto antes, no obstante, debía regresar la satisfacción que hacía solo unos momentos me obsequió, así que abrí el cajón que estaba al lado de nosotros y saqué la cajita negra que contenía el hermoso regalo de Zoe, y de igual forma un preservativo.
Encendí el juguete y el zumbido provocó que el cuerpo de Ethan se tensara al instante. Besé sus hombros y vi como ladeaba su cuello para darme acceso a él. Dirigí el vibrador hacía sexo y un jadeo resonó entre esas cuatro paredes. Su espalda se arqueó en un intento desesperado de pegarse más a mi miembro.
Conocía mi cuerpo y sabía que, si existía algo a lo que no podía resistirme, eso eran a las caricias en el clítoris, así que presioné ligeramente el juguete en esa divina zona mientras introducía dos dedos en él para comenzar a hacer un movimiento en vaivén.
—¡Entra! —suplicó.
—¿Qué has dicho? —murmuré a su oído, alargando su agonía.
—¡Por favor, Delany!
Escucharlo decir mi nombre bastó para hacerme enloquecer, sin embargo, me recordé que era a él al que debía volver loco. Me aparté de Ethan y vi como la frustración se apoderó de su cuerpo ante mi abrupta interrupción de lo que estaba a punto de ser el inicio de un orgasmo.
Tomé el condón y me lo coloqué lo más rápido que pude para volver a mi misión: hacerlo gemir mi nombre, otra vez.
Volví a colocar el juguete entre sus piernas e introduje un dedo en su sexo para comenzar a trazar círculos lentos. Mi caricia tuvo resultados al instante, y no solo en él.
—¡Delany! —chilló al instante en que la humedad acudía a su llamado.
Aparté el juguete y lo dejé a un lado para entrar en él.
Un gemido resonó en la estancia cuando entré en su cálida y húmeda cavidad. A pesar del deseo de acelerar el ritmo, me reprimí en un intento de hacer que la experiencia fuera tan placentera y duradera como fuese posible.
Fue hasta que sentí cómo se contrajo su sexo, que comencé a aumentar la velocidad y la delicadeza quedó en el olvido.
—¿Te gusta? —gruñí al borde de la locura.
—¡Sí, sí! —chilló, haciéndome alcanzar aquella sensación tan común en los últimos días.
—¡Maldita sea, Ethan! —gemí al aferrarme a sus caderas.
Mis embestidas se volvieron brutales en un intento de penetrarlo todo lo posible.
—¡Delany! —gritó y entonces fue imposible alargar más aquel viaje a la cima.
Nuestras caderas imitaron las olas salvajes que chocaban entre ellas hasta que el tiempo se detuvo y con ello la ferocidad, para dar paso a unos segundos donde nuestros cuerpos se fusionaron mientras nos veníamos.
Nuestras respiraciones aceleradas decayeron hasta normalizarse. Su espalda sudorosa y su cabello pegado a su cuello me recordaron que, aunque parecíamos uno solo en ese momento, en realidad éramos dos cuerpos, así que salí de él con cuidado.
Me retiré el preservativo, lo amarré, y lo deposité en el cesto de basura.
Cuando contemplé a Ethan sentí como el rubor ascendió a mis mejillas: la parte ruda y autoritaria que se había apoderado de mí hacía unos momentos, se esfumó.
Mi usurpador sonrió y bajó la mirada ante el silencio incomodo a nuestro alrededor.
—Necesito un baño —anuncié después de unos segundos.
—Sí, me parece que yo también, ¿me dejarías tomarlo contigo? —Ante su petición levanté la vista y una sonrisa pícara surcó mi rostro—. Solo busco cuidar el planeta, ahorrar el agua.
—Ya. En ese caso, no puedo negarme: sería una negligencia de mi parte.
Entramos en la bañera llena de espuma con ese relajante olor a lavanda. El agua era tibia, perfecta para combatir las temperaturas que habían alcanzado nuestros cuerpos.
Tomé un poco de gel de baño que encontré en las cosas de Ethan, aquel con un embriagante olor a menta y masculinidad... ¡Mmm! Recorrí mi cuerpo con aquella magnifica loción y observé como se frotaba mi acompañante, pasando sus manos por cada rincón de mi antigua anatomía.
Nuestros ojos se encontraron mientras nuestras manos navegaban por cada poro de nuestra piel. La tensión aumentó, aunque de una manera más profunda en comparación a cualquier otro momento entre nosotros.
—Del... —lo contemplé con atención—. En estos días he podido conocerte en muchos aspectos, mas me temo que no en los más simples.
—¿A qué te refieres? —inquirí.
—Que conozco muchas cosas sobre ti que, seguramente nadie más conoce, sin embargo, no sé cuál es tu libro favorito, tu color o, cualquier otra de esas... cosas —dijo pestañeando con nerviosismo—. A lo que me refiero es que...
—Orgullo y prejuicio y el color morado.
—¿En serio?
—Adoro las flores, pero solo en imágenes porque soy alérgica a las abejas; me gusta el helado de vainilla con el chocolate y las chispas a un lado, no encima y aún no soy capaz de mirar debajo de la cama en las noches —confesé sin perder la conexión con sus ojos.
Ethan río ante esto último, más no dijo nada. Pronto su risa se apagó y en su lugar, las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa tierna y me arrepentí al instante por haber dicho eso.
«Patética. He sido demasiado infantil...».
—No he leído un libro fuera de lo académico o en referencia a mi perfil, mi padre lo consideraba pérdida de tiempo; me encanta el color azul marino; nunca me han regalado flores —confesó en una mueca divertida—; me gusta el helado de fresa, sin chocolate y... no soy capaz de verme al espejo por las noches porque temo que en medio de la soledad y el silencio mi reflejo me recuerde lo frágil que soy.
Un peso en mi pecho fue lo que se instaló cuando Ethan dijo eso último.
—Humm...
Me disponía a decirle que estaba equivocado, que no era en absoluto frágil, no obstante, pareció ser consciente de lo que acaba de decir, así que carraspeó, volviendo a tomar el control de la conversación.
—Te propongo algo —me cortó con rapidez—: una cita.
—¿Una cita? —repetí, mientras enarcaba una ceja y sonreía confundida.
—Sí. Regálame tu compañía esta noche.
—¿Aún no te cansas? —inquirí al recordar el día tan ajetreado que tuvimos hoy y sí, también del sexo—. Ethan, no estoy segura de que este miembro pueda pararse otra vez hoy.
Sin darme cuenta mordí mi labio inferior al recordar esos momentos en específico.
—Solo tienes que decir sí o no—exclamó sonriente.
Me lo pensé por un momento, aunque decir no hubiese sido absurdo después de todo lo que había ocurrido entre nosotros.
«No he tenido ninguna otra cita oficial después de... Josh», me recordó una vocecilla interna. «Es momento de seguir, me lo merezco», me animé.
—Vale.
—Bien, entonces... —comenzó a decir al tiempo que salía de la tina y se cubría con la bata—. Ponte algo cómodo, regreso en una hora.
—¿Cómo que regresas en una...
Mis palabras quedaron flotando en el aire, porque Ethan salió de la estancia antes de que pudiera terminar de formular mi pregunta.
Para cuando salí del baño, ya no estaba.
El reloj de la pared marcó las 10:40 de la noche.
«¿A dónde carajos ha ido?».
Desconocía lo que planeaba, aun así, hice lo que me dijo: me puse unas bermudas y una playera de algodón; justo en el momento en que me colocaba las deportivas, Ethan atravesó la puerta empujando un gueridón con un doce de cervezas, un tazón de papas fritas, una pizza mediana y un plato de nachos con queso amarillo y jalapeños
—¿Qué significa todo esto? —curioseé.
—Bueno, te he invitado a una cita, ¿cierto?
—Cierto —dije lentamente.
No lo negaré, creí que cuando había dicho cita se refería a llevarme a algún lugar.
—Pero no pienso arriesgarme a salir y que nos vuelvan a arrestar porque no logramos resistirnos —Ethan me regaló un guiño y una sonrisa pícara.
—Ya —dije, al recordar nuestro momento en la playa y la comisaria.
«Sí, creo que es mejor quedarnos aquí».
—Así que he pensado que, como yo no he leído el libro del Orgullo y prejuicio, podríamos ver la película juntos.
Una sonrisa se abrió paso en mi semblante confundido, parecía que trataba de remediar el error de la mañana.
Ethan colocó todo sobre la cama y se acomodó en ella para tomar el control de la pantalla plasma y buscar la película.
—De acuerdo —Me dirigí al otro lado del colchón y lo imité.
Con un doble aplauso Ethan apagó las luces y sin decir más, dio comienzo la película.
Estaba... confundida, sin embargo, Ethan no se percató de ello o, hizo lo posible por fingir no hacerlo.
Su actitud había cambiado. Liberar la presión que lo atormentaba le permitió respirar y relajarse un poco.
Él sabía muy bien que tenía que ponerse en contacto con su familia y arreglar la situación, no obstante, en ese preciso instante la estabilidad en su interior era lo más importante, porque pensar en nosotros mismos debía ser la prioridad, sin importar que se considerara egoísta. Necesitábamos sanar antes de ayudar.
Aunque la película que se reproducía frente a mí pertenecía a mi libro favorito, yo... yo no logré centrar mi atención en ella, sino en cada minúsculo movimiento de mi acompañante.
Sus expresiones de confusión, diversión y desconcierto solo provocaron una sonrisa de mi parte. Debíamos llevar algún par de cervezas cuando aprecié como frunció el ceño ante la declaración del señor Darcy y el rechazo del Elizabeth.
Ethan tomó el control y pausó la película.
—¿Qué?, ¿por qué no la besó?, ellos se aman —exclamó confundido ante la escena.
—¿A sí? —dije, intentando atraer su atención.
—Por supuesto, solo tenía que besarla...
—Ella lo ha rechazado —le recordé.
—Sí, pero eso no significa que no lo ame.
—¿No?
—No, solo... solo espera que le demuestre y le confirme que el sentimiento no es volátil.
No pude evitar sonreír.
—Creo que deberías dejar de beber —opiné entre risas. Ethan sonrió nervioso y cuando levanté la mirada un torbellino fue lo único que distinguí—. ¿Qué es lo que pasa, Ethan?, ¿por qué estás haciendo esto? —inquirí al abrir los brazos para enfatizar mis palabras.
—Me temo que no tengo el libro para leerlo en este instante, así que la película ha resultado la mejor...
—¿Por qué haces esto, Ethan? —repetí.
Su respiración se aceleró y sus ojos danzaron de un lado a otro mientras buscaba las palabras adecuadas.
—Eres la imperfección perfecta reprimida en un corazón roto y... —Inspiró al tiempo que pestañeaba con nerviosismo—. Solo trato de entender.
—¿Entender qué?
—Cómo sanarlo.
—Ethan...
—Lo siento, no soy un señor Darcy —me cortó al instante—. Odio que se compliquen las cosas, por ello no me involucro con nadie más allá de lo físico; segundo: al igual que él, temo ser el que se encariñe más —confesó y no fue necesario que lo dijera, supe que por su cabeza cruzó la imagen de esa joven que tanto quiso en el pasado, de aquella que me habló Elaine.
»No pienso complicar la situación, así que solo debes saber que estoy dispuesto a enfrentar a mis demonios por ti; si eso no es amor, entonces me temo que he perdido la cordura.
Creí que el ruido de mi corazón era tal que no había logrado escuchar bien.
«¿Está asegurando que el sentimiento hacia mí es genuino?».
—Yo... —reí ante los nervios que me provocó y por el miedo de que fuera el alcohol el que lo hacía delirar—. Creo que has bebido mucho y comienzas a decir...
—Permíteme conocerte. Muero por explorar tu cuerpo, no lo negaré, pero el anhelo que había perdido ha regresado rogándome que acaricie tu alma.
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