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Capítulo 12

¿Cómo le explicas al corazón qué es real y qué un juego?

Delany

—Para colocar la máscara, primero presiónenla en sus ojos, cuidando que quede bien en la nariz. Tiene que tener un efecto de succión ligero. —Cuando el joven vio que ya todos habíamos completado ese paso, continuó—: ahora tiren la cinta para la cabeza y ajústenla con las correas del lateral, con cuidado de que sus orejas no queden debajo de estas —indicó a la vez que recorría nuestro grupo y se cercioraba de que todo se encontrara en orden.

»Las gafas no pueden estar demasiado apretadas, deben ser cómodas. Coloquen la boquilla detrás de los labios y delante de sus dientes, no la muerdan —El joven comenzó a auxiliar aquellos que lo necesitaban, mientras que yo seguía contemplando a Ethan en busca de cualquier señal que me indicara que él comenzaba a sentir el mismo cosquilleo en el pecho y sí, también entre las piernas—. Bien. Ahora nos internaremos hasta que el agua llegue a nuestro ombligo y sumergiremos el rostro para comprobar que la máscara se encuentre en perfectas condiciones.

Después de varias pruebas y de realizar snorkel en las zonas de seguridad, comenzamos a internarnos a lugares más profundos. Cuando todo el grupo dominó la técnica, nos dirigimos en ferri al sitio acordado y pronto nos zambullimos para ver las hermosas estrellas de mar. ¡Madre mía! Eran preciosas, la vista más espectacular que había visto hasta ese momento. La hermosa naturaleza regalándonos paisajes únicos y majestuosos.

Me hubiese encantado tocarlas, sin embargo, estaba prohibido por el alto riesgo que eso conllevaba para ellas: las estrellas eran muy propensas a estresarse por su manipulación y morían, además de que sacarlas del agua les garantizaba una muerte segura por intoxicación de monóxido de carbono.

Subí a la superficie un momento y no tardó en aparecer Ethan. Ninguno de los dos había mencionado la conversación de hacía unas horas y por alguna extraña razón, sentía que no queríamos hacerlo, porque sabíamos que algo podía joderse y lo cierto era que queríamos seguir jugando, no obstante, ¿cómo le explicas al corazón qué es real y qué un juego?

Ethan tomó mi mano y me condujo con él bajo el agua, donde las tonalidades rojizas y naranjas de las estrellas nos saludaron. «El cielo», eso fue lo primero que pensé al ver las hermosas criaturas, no obstante, fue hasta que nuestras miradas se encontraron, cuando estuve más que convencida de estar en él.

Una pequeña parte de mí creía que Ethan sentía algo más allá del deseo, aunque me temía que solo se tratase de una ilusión para mitigar el dolor que comenzaba a sentir mi corazón.

En las siguientes horas conocimos de cerca los fantásticos arrecifes y museo subacuático en conjunto con la fauna que vivía entre ellos, lugares sin duda asombrosos y espectaculares si te encontrabas con la compañía adecuada.

¿Alguna vez has sentido la necesidad de gritar aquello que te asfixia, aquello que amenaza con carcomer tus entrañas, pero lo callas porque sabes que ante la primera palabra todo se joderá? Bueno, pues justo así era como me sentía, y era una mierda.

Estaba en el ferri, sentada junto a Ethan con dirección a una isla donde nos llevarían a comer. Contemple cómo miraba el infinito en el respaldo del asiento y sus piernas se movían con nerviosismo por lo que sea que su cabeza le mostraba.

Alargué la mano y tomé la suya en intento de calmar su agobiado interior. Sus ojos se clavaron en mi agarre y con lentitud ascendieron hasta mi rostro. Dolor. Terror. Anhelo. Deseo. Amor. Eso fue lo vi en aquellos pozos en los que se libraba una batalla épica, no sabía cómo ni por qué, aunque estaba segura de que le dolía.

Con delicadeza tomó mi mano y la besó para redireccionarla a mi pierna y un segundo después se levantó y se fue, dejando en mí una sensación amarga. No comprendía muy bien lo que pasaba, mas estaba segura de que me había rechazado de la manera más dulce y dolorosa que alguna vez experimenté.

Sabía que necesitaba espacio y con todo y eso, me puse de pie para dirigirme a la estancia continua, donde vislumbré a Elaine hablando con Ethan. «¿Por qué nos encanta escuchar conversaciones ajenas?», pensé mientras me escondía tras una pared.

—Es por ella, ¿cierto? —inquirió Elaine.

—No sé de qué hablas —exclamó Ethan.

—¿En serio quieres fingir que me engañas? Te conozco desde niño, Ethan y esos ojos solo los he visto en una ocasión y fue hace siete años.

—Ese es el problema, Ela.

—Esto es muy diferente.

—El inicio, pero, ¿quién me asegura que el desenlace también sea distinto? —su voz se escuchó forzada—. Ela, aunque así fuera, es imposible: sabes que tengo deberes y... acuerdos que debo cumplir.

—Así que volverás.

—Quizás.

«¿Volver? ¿A dónde?».

—¿Has pensado que tal vez nada de esto sea casualidad?

—Por favor no me digas eso, que suficiente tengo ya en la cabeza como para creer que esto es una señal divina —Soltó un largo suspiro.

—Ethan... no tengas miedo a intentarlo.

—Arde, Ela, carajo duele, duele mucho y... no quiero quemarme otra vez.

—¡Eh! No tengas miedo de arder, aquí entre nos, fui a un curso de bomberos el verano pasado —dijo en tono cómplice. 

Risas tristes resonaron en la estancia.

—Gracias, Ela.

Volví a mi asiento y los dejé para que siguieran hablando, a fin de cuentas, ya había escuchado demasiado. Las preguntas rebotaron en mi cabeza y se multiplicaron. Mi corazón no logró determinar cómo debía sentirme y la curiosidad creció exponencialmente, carcomiendo mi interior.

El ferri redujo la velocidad hasta detenerse y entonces todo el mundo se puso en pie y comenzó a salir, menos yo. ¿Ethan sentía algo por mí? Esa era la cuestión que ocupaba más espacio en mi cabeza y mi mayor temor: si la respuesta era si, mi ingenuo corazón se abriría a él sin importar cuanto le rogara mi cabeza por ser consciente; le iba a mostrar el punto exacto al cuál podía disparar y matarme. Si la respuesta era no... Ni siquiera era capaz de pensar en esa posibilidad.

—Joven, debe bajar junto con el resto del grupo —indicó una linda chica que al parecer era parte del equipo turístico.

—Sí, lo lamentó.

Me puse en pie y me dirigí a la salida. Mi pequeño grupo de amigos esperaba en el muelle, llamando a mi móvil que no me molesté en responder desde hacía diez minutos.

—Ahí viene —anunció Gretta.

Seis pares de ojos estaban pendientes de cada uno de mis movimientos y a mí... a mí solo me importaban aquellos de color miel que se desviaron de los míos al instante.

—Eh, viejo, ¿dónde estabas? Te hemos buscado...

—Estoy algo cansado, lo lamento.

Todos me escudriñaron en medio del silencio.

—Avancen, enseguida vamos —indicó Santiago. Ethan me dedicó una última mirada y esa vez fui yo quien la apartó—. ¿Qué está sucediendo?

—Ya lo he dicho: estoy cansado.

—Claro. ¿Estás seguro que no es por ella? —dijo mientras señalaba con su pulgar a nuestro grupo de amigos.

—Viejo, no he dormido bien, eso es todo. Además, me he levantado mucho antes que tú.

—Sí, bueno, esa chica me deja agotado.

Una estruendosa risotada surgió desde lo más profundo de mi interior. «Esa chica es mi amigo», pensé, recordándome que la próxima vez que estuviera a solas con Samuel, debía decirle que era toda una fiera en la cama.

—Creo que necesitas un trago.

—Sí, necesito unos tragos.

Después de una deliciosa comida a base de mariscos en una pequeña isla, deshicimos el camino hasta el hotel. Teníamos dos horas de descanso para arreglarnos y abordar el turibus en punto de las 8:00.

Ethan y yo no habíamos intercambiado gran cantidad de palabras, aunque su sonrisa nunca flaqueó y eso me cabreó por completo. Yo también podía jugar y lo demostré. Sonreí, bebí y me divertí con las estupideces de Zoe, quien no le quitaba los ojos a Gretta.

El ascensor llegó y entramos todos. Ethan se colocó frente a mí y con disimulo pegó su trasero a mi pelvis, sobresaltándome. Sonreí, incrédula. ¿A qué estaba jugando? Cuando el elevador se detuvo salió sin inmutarse lo más mínimo.

—¡Eh, viejo! —me llamó Santiago al llegar a nuestra al cuarto—. Sé que es mucho pedir, pero... ¿podrías prestarme la habitación?

«Así que después de todo Samuel sí que se lo comerá hasta los huesos», ese pensamiento me hizo sonreír.

Asentí. Tomé mis cosas y salí del cuarto. No pensaba ir con Gretta, así que me dirigí a la habitación treinta y seis. No solo porque no tenía otra opción. Bien. Sí la tenía, no obstante, fingí que no porque quería demostrarle que no me había afectado su actitud.

Llamé a la puerta y en seguida apareció Ethan desde mi cuerpo.

—Vaya. ¿En qué puedo ayudarte, Del? —preguntó sonriente.

—Santiago me ha corrido y necesito darme un baño —expliqué.

—Adelante.

Entré a la habitación y sin esperar su permiso me dirigí al baño, abrí la regadera, y comencé a desnudarme. El agua tibia le sentó de maravilla a mi cuerpo acalorado, así que me quedé bajo el chorro, disfrutando de cada gota que recorría todos los recovecos de mi anatomía.

La puerta de la regadera se corrió y mi cuerpo desnudo se acercó en mi dirección.

—Tranquila, no hay nada que no haya visto ya —aseguró con una sonrisa pícara y, aunque eran mis labios los que la enmarcaban, el deseo se incendió en mi cuerpo. Me endurecí al instante y con las ansias de tenerlo que dejó el recuerdo de aquella noche y todo lo que sucedió esa mañana...

¡A la mierda las consecuencias! ¡Al demonio el corazón! Me lancé en su dirección y lo besé acorralándolo contra la puerta de vidrio. 

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