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Capítulo 10

Todos tenemos un deporte y una posición favorita, ¿cuáles son los tuyos?

Delany

—No te pueden despedir —aseguró Ethan después de un largo silencio.

—Por si no te has dado cuenta, ya lo han hecho.

—Corrección: te han chantajeado. Quiere que firmes la carta de renuncia con fecha de hace quince días y a cambio se compromete a darte una carta de recomendación... La cuestión es que le he dicho que eso no va a suceder.

—¿De qué hablas? —exigí saber.

—El proyecto que ha mencionado es de igual manera tuyo, ¿cierto? —Asentí—. Bueno, también es verdad que ese video... Lo lamento. La cuestión es que, no te pueden excluir tan fácil de tu proyecto, así que te quedan tres opciones.

—¿Tres?, ¿qué por lo regular no son dos? —repliqué con el fin liberar la tensión.

—Puedes hacerte a un lado y quedarte sin nada, como justo estás haciendo ahora —explicó mientras me señalaba. Sonreí—. También tienes la oportunidad de pelear los derechos de ese proyecto, sin embargo, eso requiere capital y estarías jodiéndolo no solo a él, sino a la empresa por los convenios...

—Ya entendí, ¿cuál es mi tercera opción?

—Pedir una remuneración a cambio de tus derechos y renunciar voluntariamente con oportunidad a una carta de recomendación. Todos ganan; aunque si decides pelear los derechos, lo entenderé. Yo mismo te recomendare un abogado y ten por seguro que yo cubriré esos gastos; es lo menos que puedo hacer.

—Gracias, Ethan, pero no hace falta —dije al tiempo que sopesaba las opciones que me había dado—. Tienes razón: la tercera es mi mejor opción, además, no eres el único responsable de todo esto —Solté un largo suspiro—. Mañana hablaremos y...

—No es necesario, el pago debe reflejarse entre hoy por la noche y mañana antes de las 4:00 de la tarde.

—¿Cómo dices?

—Del, no iba a permitir que un estúpido quisiera intimidarte y manipularte de esa manera —Estuve a punto de reclamarle por meterse en lo que no le incumbía, en cambio...

—Gracias.

—Un placer —Ethan jugaba con la arena entre sus piernas y mantuvo la vista clavada en las imponentes olas

«La llamada, debes decirle ahora».

—Hoy llamó una tal Emma —apenas pronuncié ese nombre, su rostro se contrajo—. Ha preguntado por tu ubicación. Dijo que tu madre está muy preocupada y tu padre furioso.

—¿Qué le dijiste? —inquirió con voz forzada.

—Que tenía que colgar —Ethan asintió sin siquiera apartar la vista de las olas.

—Si vuelven a llamar, no contestes.

—Ethan...

—Solo no respondas, ¿quieres? —Su rostro perdió todo rastro de ese típico buen humor que se cargaba diario—. Es noche, creo que será mejor que vayamos a descansar, mañana el grupo turístico sale después del almuerzo y la verdad es que estoy agotado.

Asentí y continuamos en silencio ante el cambio de su actitud. Nos pusimos de pie y caminamos por la orilla del mar hasta alcanzar los escalones que daban a los restaurantes.

Para llegar a nuestro edificio existían distintos caminos que podíamos tomar y, aunque nadie lo dijo, ambos comenzamos a avanzar por la vía entre la pequeña extensión de selva que se había respetado a modo de área verde.

—Eres una mujer hermosa, Gretta. —Nos detuvimos en seco al escuchar a Zoe.

Se encontraban sentadas en una banca al otro lado de la pared de enredaderas que, era justo lo que nos separaba. Intercambiamos una mirada y supimos que debíamos permanecer quietos y callados, ya que para llegar al edificio era necesario cruzar por donde estaban y parecía que era un momento demasiado íntimo entre ellas que no debía ser interrumpido; sin embargo, tampoco podíamos regresar: desde su posición nos verían y podrían pensar que las habíamos estado espiando y eso solo empeoraría la situación con Gretta y por ende, con Zoe, no obstante, teníamos que ser sinceros: nos quedamos también porque Ethan sentía curiosidad por lo que podía responder la hermana de su mejor amigo, y yo por ver hasta dónde era capaz de llegar Zoe con ella.

—Gracias —susurró la hermana de Santiago—. Tú... —balbuceó a la vez que soltaba una risita nerviosa—. Eres muy diferente al resto.

—Gretta yo...

No necesité verlo con mis propios ojos para saber que la chica a la que pretendía Zoe, se había lanzado a sus labios.

Comenzaba a creer que Gretta sufría de un problema de autoestima y por un momento sentí lastima por ella: estaba tan ansiosa por calentar su corazón junto a una llama ajena que, no era consciente del combustible en ella para arder con resplandor propio. Gretta tenía una hermosa piel clara al igual que su hermano y unos bellos y grandes ojos verdes; se le podía definir como menuda, aunque eso era indirectamente proporcional a su belleza.

«Pobre chica, ni siquiera el dinero, que es evidente que tiene, logra llenar ese vacío».

Eso era incómodo y estaba a punto de salir de ahí cuando la voz de Samuel a cargo de mi amiga, volvió a escucharse:

—Gretta, no soy quien crees... —Jamás esa frase pudo ser tan literal como en esos instantes—, pero tienes que saber que me gustaste desde la primera vez que te vi y me encantaría conocerte.

—Entonces conozcámonos —Zoe río por lo bajo y suspiró.

—Créeme que me encantaría, mas no es posible... en este momento.

—Confío en ti —le aseguró Gretta. «Mierda». No tardaron en levantarse y seguir su camino, por lo que nosotros las imitamos.

Zoe había salido con muchas personas, mas nunca escuché que se expresara con tanta sinceridad y... vehemencia. Eso me preocupó.

Seis parejas: seis hombres y seis mujeres éramos los únicos que habíamos decidido participar en ese dichoso concurso. Me sentía un poco mareada, por lo que aferré con más fuerza la mano de Ethan con la esperanza de que me sostuviera si llegaba a perder el equilibrio.

—¡Bien! Les voy a explicar de qué va esto —anunció el conductor, haciendo un ademan a algunas personas que, al parecer le ayudaban en la dinámica—: las seis parejas sobre este escenario serán las responsables de la ebriedad de sus equipos. —se escucharon exclamaciones de júbilo y protesta—. Habrá seis fases, las cuales estarán regidas por una pregunta, por lo que serán tres preguntas para las mujeres y tres para los hombres. Solo habrá una pareja ganadora y eso lo decidirá la audiencia. Los equipos de las parejas perdedoras tendrán que beber un shot de nuestra bebida especial —explicó. Su voz fue superada por los gritos y risas del público.

—Esto será divertido —aseguró Ethan a mi lado mientras me guiñaba, poniéndome a tono—. Y vamos a ganar.

—¡De acuerdo, de acuerdo! Vamos a comenzar —señaló el sujeto al frente—. Pero recuerden que tenemos una regla: tienen que interpretar la respuesta en tan solo cinco segundos —indicó—. Muy bien, entonces comencemos. Primera pregunta y es para los hombres: en un primer encuentro con una mujer, ¿cuál crees que es la mejor posición, o manera con la que le declararías tu deseo?

Apenas terminó de hacer la pregunta el conductor, cuando Ethan me susurró:

—Brinca hacia mí —ordenó. Dudé por un momento, sin embargo, recordé que los segundos habían comenzado a correr, así que hice lo que me indicó. Mis piernas rodearon su cintura, al tiempo que me llevaba hasta la pared y sus caderas me mantenían firme contra la fría estructura a mis espaldas. Con una mano acarició mi trasero y con la otra aprisionó mis manos por encima de mi cabeza. Su aliento me hacía cosquillas en mi cuello y sentí cómo el calor recorrió todo mi cuerpo hasta que la excitación me embargó y mi vientre reclamó en su honor—. No te muevas o provocaras que el deseo se haga evidente en mi cremallera —jadeó y eso solo intensificó el calambre en mi sexo.

—¡Tiempo! —gritó el conductor y yo ahogué un jadeo como protesta al comentario de ese sensual hombre entre mis piernas—. ¡Público, por favor ayúdenme a decidir! ¡Aplausos para la pareja uno! —Se escucharon algunas ovaciones aisladas, aunque no volteé si quiera a ver a mis contrincantes, estaba demasiado concentrada en sentir el cuerpo firme de Ethan, no obstante, ansiaba tenerlo más cerca, así que empujé mis caderas contra él.

—No hagas eso —gruñó con sus labios a solo milímetros de mi cuello.

Nuestros alientos se volvieron entrecortados mientras el tiempo avanzaba.

—¡Aplausos para la pareja seis! —exclamó por fin el conductor junto a nosotros. Los aplausos, gritos, chiflidos y risas que nos dieron la victoria, resonaron en el salón—. ¿Todo bien ahí abajo, amigo? —le preguntó a Ethan en tono burlón—. ¿Necesitan un momento? —insistió. Más risas se escucharon por toda la estancia y Ethan se les unió. Con lentitud y resignación me bajó al suelo nuevamente y se apartó de mí con las pupilas dilatadas por el deseo que nos recorría a ambos—. Bien. ¡Tenemos a los primeros ganadores! ¡Los equipos perdedores, a beber! —Quince shots azules se alzaron entre el público y pronto quedaron bocabajo sobre la mesa—. Vamos con la segunda pregunta que, es para las mujeres: ¿cuál es la posición sexual preferida por los hombres?

¡Carajo!

El rubor aumentó en mis mejillas cuando hice que Ethan se arrodillara y yo me coloqué a gatas frente a él al tiempo que mordía mi labio inferior con nerviosismo. No necesité hacer más para que él supiera lo que tenía qué hacer: con sus manos tomó mis caderas y de manera brusca se pegó a mi trasero, «maldición». Bajé el pecho al suelo y extendí mis brazos. No tardaron en escucharse los gritos y vítores.

Sentí cómo Ethan aferró con firmeza mis caderas y en respuesta yo busqué sentirlo más. Un jadeo de su parte llegó hasta mis oídos, humedeciéndome al borde de la locura. Entonces recordé que nos observaban alrededor de cincuenta personas. Apreté mis manos en tensos puños y suspiré en un intento de controlarme. No tardamos en volver a ganar esa ronda.

—¡Así se hace, nena, estás a punto de hacer que se rinda a los pies de tu cama! —gritó Zoe desde el centro de las mesas.

Nos pusimos en pie y Ethan me tomó de la cintura para colocarme frente a él. Al instante sentí su imponente erección en mi cadera y comprendí el porqué de su acción: era su escudo, brindándole la poca privacidad que se podía en una situación como esa. Sonreí llena de satisfacción: había logrado que se excitara y aún tenía la ropa puesta... Esa idea hizo que mi deseo creciera.

Aún no perdía el toque, solo me encontraba en estado sexual latente y ese ejemplar masculino resultó ser el activador.

Mi respiración era agitada en medio de las sombras de la habitación. Otra parte de aquella noche llegó hasta mí y... el recuerdo de Ethan solo ocasionó que las ganas de ir a su cuarto en este mismo instante aumentaran, carajo, lo deseaba.

Él pegado a mi cuerpo, eso es lo que quería. Me pregunté qué era lo que Ethan recordaba en concreto de esa noche y lo más importante: si yo le deseaba tanto y claramente él a mí, ¿por qué despertó con Karla aquella mañana?

Las horas sin poder conciliar el sueño pasaron y al final terminé por levantarme para mojar mi rostro en un intento de despejar la mente, aunque no sirvió de nada porque ese no era problema y no tenía respuesta para el verdadero. ¿Cómo se despeja el deseo de pecar por lujuria?, pecando.

El miembro de Ethan rugía, no importó cuanto respiré para controlar las imágenes en mi cabeza, siempre volvían a mí. Ethan pegado a mi trasero, entre mis piernas... duro contra mí...

Necesitaba verlo, solo había un problema: en mi cabeza Ethan, era Ethan, no yo. Pensar en tener sexo conmigo misma era... extraño.

Tomé el primer conjunto que encontré y unas gafas de sol para cubrir mis ojeras. Maldita sea su cuerpo se veía tan sexy, tan provocador, tan deseable...

Los primeros rayos del sol comenzaban a divisarse en el horizonte cuando no soporté más estar en esa habitación. Santiago dormía profundamente y no notó en qué momento me fui. Necesitaba respirar, calmarme un poco y con suerte, controlar el impulso de un deseo ilícito que mi cuerpo buscaba cometer.

Durante mi caminata entre la fresca mañana vislumbré el área deportiva. Había canchas de voleibol, fútbol, tenis... baloncesto. «Ethan». Jugué baloncesto en secundaria y sí, también en el bachillerato y universidad. ¡Maldición, estuve en la selección de la universidad! Reí al recordar aquellos buenos tiempos.

Pedí un balón al encargado y me paré frente al aro recordando cómo era preocuparse por ganar las malditas finales, no por pagar el alquiler del departamento o la mensualidad para la maestría... Jugar baloncesto fue mi acto de rebeldía más grande contra mis padres y también muy excitante.

Era más fuerte que en mi anterior cuerpo y en igual manera más ágil. Comencé a tirar, a driblar, a dejarme llevar por lo que mi mente recordaba y mi cuerpo disfrutaba. El sudor comenzó a correr por mi rostro hasta acumularse en pequeñas gotas que terminaron por estrellarse contra el suelo bajo mis pies y entonces lo vi, recargado en la pared y con los ojos fijo en mí. Incluso con esa nueva anatomía me hacía estremecer y ni siquiera había dicho palabra alguna.

—No sabía que jugabas baloncesto.

—Eso fue hace mucho —aclaré y detuve el balón entre mis manos nerviosas que deseaban recorrer cada recoveco de su cuerpo.

—¿Me invitarías a jugar? —inquirió acercándose a mí.

—Si quieres perder...

—¿Es una apuesta, señorita Brambila?

—¿Conoce alguna otra manera de hacer esto interesante, señor Urreiztieta? —asintió con una enorme sonrisa y enarcó una ceja en una mueca burlona.

—¿Qué ganaré?

—¿Qué quieres perder? —contraataqué.

—Un beso —dijo de pronto. Mi sonrisa se esfumó para darle paso a ese revoloteo exquisito no en el estómago, sino en mi entrepierna.

—¿Quieres ganar o perder un beso? —me atreví a preguntar.

—Me da igual, pero quiero uno.

—¿Solo uno?

—Sí, solo uno es el que necesito para enamorarte.

Mi boca se secó, mis ojos se oscurecieron y el deseo se intensificó. Quería asegurarse de que tendría un beso y yo quería que así fuera, mas aceptar esa apuesta no hubiese sido divertido.

—Bueno. Si yo gano, me haces el amor aquí mismo.

Su ardiente sonrisa se extinguió ante mis palabras húmedas, y estaba segura de que no era lo único que se había mojado. Solo existía un detalle: yo no planeaba ganar y él no estaría dispuesto a vencerme.

—Echo. A las tres canastas.

—Las mujeres van primero —exclamé arrojándole el balón. Su sonrisa creció mientras yo me ponía en posición de defensa y lo retaba a enfrentarme. En cuanto botó el balón volvió a tomarlo y tiro de un metro y medio antes de la línea de tres. Seguí el esférico con la mirada y contemplé como entró sin dificultad en el aro a mis espaldas.

—¡Uf!, buen tiro —admití—. Aunque creo que ha sido suerte.

Ethan río. Recuperé el balón y volví a pasárselo. Esta vez ni siquiera se molestó en botar, solo acomodó sus pies y tiró. El esférico volvió a ser encestado. «¿A caso quiere ganar?», esa idea me decepcionó un poco.

—Tranquila, creo que ha sido solo suerte.

—Bien, ya entendí, quizás sí sabes algo de esto.

Sabía que él había pertenecido al equipo universitario y que era bueno. Le devolví el esférico a la espera de que encestara, sin embargo, botó el balón, se acercó a mí y en la primera oportunidad que encontró, tiró.

—¡Uy! Creo que se me ha acabado la suerte.

Ni loca me iba a tragar eso. El maldito balón pasó a metros del aro, eso tenía que haber sido intencional.

—Sí, claro —solté con sarcasmo.

—Vamos, preciosa, muéstrame lo que tienes —Me arrojó el balón.

No planeaba ganar, aunque tampoco iba perder con tanta facilidad, era algo... competitiva.

Boté el balón, me acomodé y tiré desde el mismo sitio desde el cual había tirado él. No aparté los ojos de los suyos e incluso así supe que la canasta fue perfecta.

—Ha sido suerte, tranquilo, campeón —exclamé y un segundo después le regalé una mueca burlona y un guiño.

Ethan me obsequió una sensual sonrisa de lado y me devolvió el balón. Al igual que él, volví a encestar, quería dejar muy en claro con quien trataba y como respuesta mordió su labio inferior. Maldición, ansiaba saborear ese labio.

—De acuerdo, ha quedado claro —dijo a la vez que me mostraba las palmas en señal de rendición.

—Bien. En ese caso, juguemos de verdad.

Lo admito: fue divertido. A partir de ese momento las jugadas aparecieron, los dribles sedujeron y los tiros fallaron. Ninguno de los dos estaba dispuesto a ganar. Cuando llevábamos un buen rato de jugadas muy buenas y sin encestar, Ethan se dispuso a realizar una entrada, no obstante, el fin no era meter el balón y fui consciente de ello hasta que mi cuerpo terminó en el suelo con él encima.

El golpe me dejó sin aliento y sentir su cuerpo contra el mío solo acrecentó mi incapacidad de respirar.

—Creo que es un empate —susurró al mismo tiempo que pasaba una pierna a cada lado, pegando su centro contra mi miembro.

¡Carajo!

—Entonces... ¿cómo lo resolvemos? —pregunté sin aliento. No tardé en endurecerme bajo la presión que comenzaban a ejercer sus caderas. Mis manos no se resistieron a él y fueron directo a su trasero.

—Con la mitad del premio.

—Ah, ¿y cómo haríamos eso?

No pude evitar dejar de ver su boca y saborear ese grueso labio inferior...

—Cuidado, preciosa, si me besas no te dejaré escapar —aseguró con complicidad a milímetros de mis labios. Mis manos navegaron hasta su cintura y buscaron abrirse paso por debajo de aquel sensual short y él en respuesta roso su cuerpo contra el mío, arrancándome un leve gemido.

—¡Ejem! —Nos importó una mierda que el encargado del área deportiva estuviera a dos metros de nosotros, Ethan no se apartó y yo ni siquiera me molesté en prestarle atención—. Lo siento, pero no pueden hacer eso aquí.

—Sí... lo lamento —dijo Ethan mientras se erguía y daba un ligero sentón sobre mí. Apreté la mandíbula en un intento de no emitir ningún ruido, aunque lo cierto era que, quería desnudarlo ahí mismo, sin importar la presencia de ese sujeto.

—Me temo que debo pedirles que se retiren.

—Sí, creo que será lo mejor. ¿Quieres ir a nadar un rato? —preguntó.

¿A caso se trataba de una propuesta indecente? Esperaba que sí.

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