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Una casualidad planificada

Sebastián - Jesus bleibet meine Freude from Cantata BWV 147, Johan Sebastian Bach

Asistimos a misa en Cayalá y fuimos a Altuna a almorzar como lo acordamos.

—Gracias —le dije al mesero después de ordenar y antes de devolverle el menú.

—Cuéntame, ¿qué tal has estado? —preguntó mi papá.

—Bieeeen.

Por cómo me miraba, con esa sonrisa de cachetes medio levantados, sabía lo que me iba a preguntar después. Pero me hice el desentendido, como siempre.

—Qué bueno. ¿Y has pensado en qué harás a futuro?

—Papa —respondí, en un resoplido, antes de inclinar la cabeza y bajar la mirada.

—Es que me preocupas, mijo. No has hecho nada ni decidido nada en un año.

—Yo sé... —dije mientras jugaba con el individual.

—¿Qué te pasa? ¿No encuentras algo que te guste?

—Algo así.

—¿Y la música? Recuerdo que te encantaba.

—No, ya te dije que es solo un hobby

—Está bien, pero más de algo ha de haber por allí que te guste.

—Sabés, mejor voy a buscar un trabajo mientras encuentro algo. ¿Te parece? —propuse, con media sonrisa. 

—Es que no se trata de que me parezca, o que me quede más tranquilo. Se trata de que hagas lo que más te gusta. Ya sabes que yo siempre te voy a apoyar, decidas lo que decidas.

—Yo sé, gracias, papa. Te prometo que me voy a poner a buscar algo.

Sabía que mi papá me quería mucho y por eso se preocupaba mucho por mí, por lo que era la milésima vez que hablábamos del tema. Pero, si a él le causaba ansiedad y nervios no saber qué sería de su hijo en el futuro, a mí el doble. Quería que se sintiera orgulloso de mí y que nunca más tuviera que preocuparse o hacerse responsable de mí. Eso estaba muy lejos de pasar, y yo todavía no sabía qué hacer. Por lo menos, el buscar y el encontrar trabajo, lo mantendrían tranquilito por un tiempo.

Después de almorzar, fuimos a pasear. Paramos frente a Café Barista porque mi papá quería ir al baño y aprovechar para pedirse un cafecito. Él entró y yo me quedé en la entrada a esperarlo. Saqué mi teléfono para ver Instagram, pero, al darle una rápida mirada a la ventana, allí estaba Daniela. Me le quedé viendo, mientras estaba concentrada en su tablet. No podía ser que, entre todos los lugares de Guatemala y entre las veinticuatro horas del día, habíamos coincidido. Nunca pensé que la volvería a ver, pero parecía que el destino tenía otros planes. Estaba pasando por muchísimas cosas en mi vida como para tener tiempo y estabilidad parar hacerme de una novia. Pero, si todo estaba yendo o iría mal, por lo menos en eso podría ir bien. Si todo me traía desesperación y tristeza, por lo menos merecía un poco de alegría. No estaba seguro si conocerla o enamorarme de ella me traería más problemas, pero ya estaba acostumbrado a ellos como para no arriesgarme. Encime, era como si Dios mismos me estuviera insistiendo en conocerla al ponerme todo en bandeja.

Entré y me acerqué a su mesa, pero todavía no notaba mi presencia.

—Daniela Beltrán —llamé su atención.

Levantó la mirada hacia mí y me dirigió una leve sonrisa al reconocerme. 

—El chico del vino. ¿Vienes a cobrar venganza?

Reí con timidez. 

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó antes de cruzare de brazos.

—Sos Daniela Beltrán, la escritora famosísima. 

—¿Entonces, por qué parecía que no me reconociste? —cuestionó, con el ceño fruncido.

—Ah, es que no te conocía. Un amigo me dijo quién eras. 

—Bueno, entonces no soy tan famosa que digamos. Tú no sabías quién era —dijo mientras rodaba los ojos. 

Reí otra vez. 

—¿Me puedo sentar? —pedí al poner la mano sobre la silla. 

—¿Para qué?

—Conocerte.

Me vio con una sonrisa arqueada hacia abajo.

—Sí, claro.

Me senté y ella puso de lado sus cosas del centro de la mesa para recostarse. Vi que estaba leyendo un libro.

—¿Qué leés?

Lo agarró y me lo enseñó en el aire.

El mercader de Venecia de Shakespeare. 

—Ah, lo conozco.

—¿Qué has leído de Shakespeare? —preguntó antes de volver a dejar el libro sobre la mesa. 

—Nada; solo lo he oído medio al y sé que existe.

—Entonces no lo conoces, y , aún si leyeras todas sus obras y todas sus biografías, nunca llegaría a conocerlo completamente.

—Tenés razón. O sea que, para conocerte mejor, tendría que leer tus libros.

Rio, y mi corazón comenzó a saltar. «Ay, por Dios, qué hermosa sonrisa». Tenía los dientes de abajo un apiñados, pero era una de esas sonrisas imperfectas y con hoyuelos que encantaban a cualquiera. 

—La verdad, sí —contestó, con los hombros encogidos. 

—Yo no soy de leer mucho. 

—No me extraña. Últimamente, a nadie le gusta leer.

Mi papá se apareció, con su café en la mano, antes de que pudiera seguir platicando con ella. 

—¡Hola, Daniela! —la saludó, antes de que ella se levantara para devolverle el saludo de beso—. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias.

«¡¿Qué está pasando aquí?!» Me paré de golpe.

—¿Ustedes se conocen? —pregunté, con los ojos bien abiertos. 

—Sí, es mi paciente —respondió mi papá, sin la más mínima pizca de sorpresa—. ¿Tú la conoces?

—Es la chica del vino. 

—¿Es tu papá? —preguntó Daniela, con el ceño fruncido. 

—Sí.

—Entonces tú eres Sebastián —supuso, con una sonrisa suave. 

—Sí, es mi hijo, del que te hablé —contestó mi papá antes de ponerme la mano sobre el hombro.

—Mucho gusto —dijo, con otra sonrisa de hoyuelos bonitos. 

Le devolví la sonrisa. 

—¿Andas paseando? —le preguntó mi papá.

—Sí, y aprovechando para terminar unas cosas del trabajo. 

—Ah, bueno. Entonces ya no te distraemos más. Qué tengas un buen día —le deseó antes de despedirse de beso.

—Gracias, igualmente.

Después, se me acercó para despedirse, y sacudí un poco la cabeza para salir del shock. «Qué rico huele...» Mi corazón comenzó a moverse al acelerado ritmo de Jesus bleibet meine Freude al sentir su cachete sobre el mío, y pude oler su suave perfume de rosas. Después, me aparté y unos pelos me rozaron la cara. Era suavecitos y tenían un sabroso olor a coco.

—Adiós —se despidió.

—Adiós, nos vemos.

Salimos de la cafetería para seguir paseando.

—¿Qué le has contado a Daniela sobre mí? —pregunté.

—No mucho. Solo tu nombre, tu edad y algunas cosas más.

—Ya... —dije mientras miraba el piso—. ¿Sabes si hay una liberaría aquí?

—Sí, ¿por qué?

—Es que quería ir a comprar unos libros.

—¿De?

—Los de Daniela. Es que me dieron curiosidad.

Mi papá rio.

—Está bien. Vamos. Puedes comprar todos los que quieras.

Daniela
Me quedé trabajando un rato más en la cafetería y regresé al departamento. De no haber sido por el plan del doctor, nunca habría vuelto a ver a Sebastián, o, seguramente, mi incompetencia con los varones lo habría ahuyentado. Parecía que había funcionado, ya que el chico demostró cierto interés. Me dio la impresión de tener buenas intenciones, ocultas detrás de su aparente timidez. No sabía si, en el fondo, sus redes sociales le servían de fachada, o si era lo suficientemente experimentado para pretender ser alguien más. Sin embargo, a juzgar por las pocas palabras y miradas que intercambiamos, sentía que estaba siendo honesto. Ahora, el que acabara de conocerlo, dependía completamente de él.

Ya de regreso, me senté en el sillón para leer durante el resto de la tarde. A las siete de la noche, me dirigí hacia la cocina para hacer la cena. Estaba sacando las cosas de la refrigeradora para prepararme un sándwich, hasta que me llegó un mensaje por teléfono. No esperaba ningún mensaje y nadie nunca me escribía; era triste, pero cierto. Así que solo podía suponer que era de mi hermano, de mi prima o, posiblemente, de Sebastián. Tomé el aparato y vi que venía de un número desconocido. «Sebastián...»

"Hola"

Entré a WhatApp para responderle.

"Hola."
"¿Sebastián?"

"Sí 😄"
"Le pedí a mi papá tu número para que estemos en contacto"

"¡Genial! 😊"

Me apoyé sobre la encimera, al constatar que no escribía nada, esperando a ver cuanta creatividad tenía para escribir algo que rompiera con la incomodidad de seguir viendo mi pantalla como una estúpida.

"Qué haces?"

«¿Es en serio?»

"Me preparo un sándwich."

"A"
"Okey"
"Entonces te dejo comer tranquila"
"Ya te comentaré y te preguntaré cosas cuando termine de leer tus libros 😉"

"Bueno 😊"

"Provecho"
"Y que tengas una buena noche"

"Buenas noches"

Bloqueé el teléfono, lo coloqué sobre la encimera, esbocé una sonrisa y tomé la bolsa de pan para sacar una rodaja. «Todo un Casanova...»

***

Dos días pasaron desde el reencuentro con Sebastián, y no había vuelto a saber de él. Así que me era más fácil suponer que había perdido el interés completamente, considerando que no trabajaba ni estudiaba. «No sería la primera vez...» ¿Sería mi miopía? ¿Mi pronunciadas ojeras? ¿Mi dientes opacos y torcidos? ¿O mi personalidad reservada y un tanto asocial? Si exceptuamos el hecho de que los chicos nunca me notaban, no lograba comprender por qué no se me acercaban ni hacían el intento. Sus opiniones sobre mí nunca afectaban mi autoestima ni mi confianza en mí misma, pero segurísimo siendo un gran misterio.

De mañana y después del desayuno, me dirigí hacia la zona 15 para distraerme un poco y planificar bien mis pseudo vacaciones. Caminaba por las calles hasta que me llegó una llamada de mi hermano.

—Hola —lo saludé. 

—Hola. ¿Cómo estás? ¿Recibiste la invitación?

—Sí, gracias.

—¿Vas a venir?

Exhalé pesadamente.

—Van a estar allí, ¿verdad?

—¿En serio no va a venir a la boda por eso?

—No sabes lo que pasó ni todo lo que sufrí.

—No, pero ya pasaron cinco años, y no podrás seguir así toda la vida.

Rodé los ojos.

—Lo voy a pensar, ¿sí? Aún así, te mandaré un regalo.

—Bueno, gracias. Allí te acuerdas de reservar si venís, sino ya no te va a quedar espacio. 

—Bueno. 

—¿Qué tal todo por allá?

—No estoy en Madrid. Estoy en Guate.

—¿Y eso? 

—Digamos que se me acabaron las ideas, y mi asesor me aconsejó que me tomara unas vacaciones. 

—¿Cuándo volvés?

—Me quedaré seis meses. 

—¿Me podés traer frijoles cuando regresés?

—Sí, claro. Te llevaré Tortrix y dulces del Sombrerón también.

—Ay, gracias.

—¿Tú qué tal allá? ¿Cómo está Céline?

Conversé por largo rato con Gonzálo hasta que llegué a la plaza principal de Cayalá. Paré para colgar, pero habría deseado dar unos cuantos pasos más si hubiera sabido lo que vendría después.

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cachetes: mejillas
mijo: mi hijo
hobby: pasatiempo
shock: conmoción

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