¿No la conoces?
Daniela
A la mañana siguiente, me cambié y preparé tranquilamente un típico desayuno chapín para dar tiempo a que abrieran el consultorio dental. Luego de terminar el desayuno, alrededor de las nueve de la mañana, llamé y fue la recepcionista la que me atendió, informándome que el doctor estaba ocupado con un cliente. Pero me dijo que él me devolvería la llamada, así que, sentada en el comedor, la vida me estaba dando unos minutos para repensarlo. En el pasado, había tomado varias decisiones importantes, pero ninguna me había causado tanta ansiedad e inseguridad como esa. Mi pulso se aceleraba a cada segundo más cerca de la llamada que no me permitía quedarme quieta, moviendo mi pierna incesantemente de arriba a abajo, y mi estómago parecía una montaña rusa que daba giros y saltos bruscos sin previo aviso.
No cabía duda de que se debía a la incertidumbre de la situación y a ese sentimiento de que estaba a punto de hacer algo indebido. Al menos, lo era para mis propios principios o "reglas" que había decidió seguir a partir de mis desastrosas experiencias del pasado, como la de no acercarse a ningún chico si él no lo hacía. Además, no sabía que tanto duraría el engaño, ya que mis habilidades como actriz eran nulas. Y si a eso le sumábamos el hecho de que era pésima tratando con chicos, el plan estaba destinado a fracasar. Era irónico, considerando que tenía un hermano mayor. Yo hacía parte de ese grupo de chicas que se limitaba a observar a chicos atractivos a la distancia y a evitar cualquier tipo de contacto visual para no demostrar el mínimo interés, aunque se estuviera muriendo de ganas de conocerlo. De las que, cuando se les cerca un pretendiente, prefieren ignorar todas sus ilusiones o escenarios futuros a su lado en su imaginación para que sus nervios pasen desapercibidos y ponerles un freno a sus sentimientos. Así que más le valía a ese niño de mami ser todo menos atractivo.
La parte cuerda de mí me rogaba que no lo hiciera, pero la otra lo necesitaba desesperadamente. Media hora más tarde, me devolvieron la llamada. Respiré profundamente antes de tomar el teléfono. «Lo que sea por una buena historia», me animé.
—¿Buenos días? —atendí, colocando el aparato, en altavoz, sobre la mesa.
—¡Buenos días! —deseó el doctor—. ¿Cómo estás?
—Bien, gracias.
—Cuéntame, ¿en qué te puedo ayudar?
—Quería comentarle que estuve pensando lo del trato y... acepto, pero no lo haré por dinero.
—Mira, ayer me dejé llevar por la desesperación y no pensé bien lo que te estaba pidiendo. Fue un pedido muy inapropiado para una señorita bien educada y decente como tú. Perdón.
—Necesito hacer nuevos amigos y conocidos aquí en Guatemala y, si cree que conocer a su hijo puede serle de ayuda, por qué no hacerlo.
—¿Estás segura? No quiero que lo hagas por pena.
—No, no, no, para nada. De verdad necesito conocer a más personas de mi edad.
El doctor exhaló aliviado.
—Muchas gracias.
—A usted.
—Mi hijo saldrá hoy por la noche con unos amigos. Te mandaré su ubicación y una foto suya para que puedas reconocerlo.
—Perfecto.
—Mejor te doy mi número personal por cualquier cosa. ¿Tienes en dónde anotar?
—Sí —respondí, abriendo la aplicación de notas en el teléfono.
—Es el doce, treintena y tres, cuarenta, cincuenta y uno. Te estaré escribiendo por si necesitas cualquier otra indicación.
—Perfecto. Estaré atenta a cualquier cosa entonces.
—Si te causa problemas, me puedes llamar sin pena.
—Muy bien.
—Que tengas una feliz tarde.
—Gracias, igualmente.
Creí que esa llamada le daría fin al sufrimiento de mis nervios, pero fue totalmente lo contrario. Mi cabeza intentaba centrarse en las traducciones en las que tenía que avanzar, pero intentaba predecir lo que pasaría y qué haría para tomar contacto con él. Mi mano tanteaba la pantalla del teléfono vada diez minutos de manera involuntaria, esperando el mensaje del doctor. Una hora después, me mandó la fotografía junto con su nombre: Sebastián. Parecía ser justo el tipo de chico que tenía tanto dinero como nada de madurez ni de inteligencia. Lo presentía por su estilo de camisa abierta sobre camiseta, su anillo en el pulgar, sus lentes de sol negros y su desordenado cabello lacio. Incluso, podía apostar que su colonia mentolada se olía a metros de distancia, dejando una estela poderosa al pasar. Sin embargo, no contenta con la poca información, me tomé la libertad de buscarlo en las redes sociales. Por fortuna y por alguna extraña razón, su Instagram era público, y pude encontrar fácilmente su Facebook desde el de su padre. Así, constaté que mis suposiciones estaban cerca de ser una realidad. Al chico le gustaba presumir su cuerpo de "comer todo lo que se me antoja sin engordar un kilo", así como sus únicos dos viajes a Paris. Además, parecía tener mucho tiempo libre debido al montón de fotografías que publicaba con sus amigos en reuniones o salidas. El lado bueno de todo esto, era que ya no sentía ningún tipo de atracción hacia él, aunque no sabía si podría soportarlo. Mis pensamientos sonaron demasiado envidiosos y prejuiciosos en mi cabeza, y nunca he sido fanática de criticar a los demás o afirmar que ya conozco a alguien con tan solo verlo. Sin embargo, siempre he sido de la idea de que la primera impresión causa un gran impacto. Me da el placer de refutar o confirmar mis sospechas, provenientes de mis observaciones y las opiniones de los demás.
Caída la tarde, me preparé para salir y esperé a que el doctor me enviara la hora exacta y la ubicación de Sebastián: el restaurante Tre-Fratelli en Fontabella. Como acostumbraba, llegué diez minutos antes y, a pesar de estar rebosante de gente, aún había espacio. Tomé asiento en una esquina estratégica, cerca de la entrada, desde donde tenía una amplia vista del lugar. Pedí únicamente un fruit punch, ya que no planeaba ordenar un platillo si el problemático retoño no se dignaba en aparecer. Para amenizar la espera, saqué mi tableta para revisar mi email y terminar con unos pendientes. Quince minutos después, unos chicos, sin vergüenza alguna, y seguramente con la intención de llamar la atención, entraron carcajeándose por una tontería que solo ellos sabían. «Allí están us amigos». No tenía nada que me lo confirmara, pero tampoco algo que me lo refutara. Optaron por sentarse a dos mesas de distancia de la mía. No me entretuve en observarlos, y mucho menos en escucharlos; seguramente es que me daría dolor de estómago o una terrible migraña. Continué con mi trabajo y, otros quince minutos más tarde, apareció Sebastián. Se acercó al grupo de amigos para saludarlos, estampando la palma de su mano contra la de cada uno antes de tomar asiento. Vestido similarmente a la fotografía, elevé disimuladamente la mirada de la pantalla para observarlo.
Por lo que pude ver a distancia, elevé disimuladamente condenado era físicamente atrayente. Su altura era considerable, al menos para el promedio usual en el país. Parecía que se hubiera saltado la pubertad, ya que su piel era tersa y con apenas los rastros de un bigote y una barba. Todos sus cabellos eran gruesos, por lo cual tenía una prominentes cejas y pestañas que escondían un poco sus ojos nada extraordinarios. Tanto su nariz, delgada, recta y puntiaguda, como su sonrisa, eran envidiables. No cabía duda de que estas últimas cualidades las había heredado de su padre, quien se había encargado de que cada uno de los dientes de su hijo se mantuvieran en el mejor estado y en su debido lugar. Estas "perlas" era enmarcadas por unos labios bien definidos y de tamaño regular. Sin embargo, se necesitaba más que una cara bonita para evocar profundos sentimientos en mí. Respecto a su forma de ser, me sorprendió ver que era demasiado callado en comparación con sus amigos, lo cual ni sabía si era su estado natural o por el hecho de estar rodeado de personas en las que no confiaba.
Tras evaluar mi objetivo, solo me faltaba una cosa: acercarme de una manera sutil. En lo que se me ocurría una buena idea para establecer contacto, llamé al mesero para pedir un carpaccio de res. Intenté concentrarme en mi trabajo, pero me era inevitable alternar la mirada entre el chico y la tableta. Era un deleite verlo y oírlo sonreír, aunque fuera a causa de chistes estúpidos. Mis ojos se entretenían en un juego de amor y odio: tenían miedo a ser descubiertos, pero querían seguir observándolo. «Genial, ahora cómo me acerco sin ser tan obvia ni actuar como una tonta». Bocado tras bocado, terminé mi comida y, tras pedir el postre, por fin se me ocurrió una idea que, aunque fuera la menos brillante que he tenido en toda mi vida, era la única.
Sebastián - Air, Johan Sebastian Bach
—Bro, ¿ya hiciste el trabajo de estadística? —preguntó Samuel.
—N'hombre, fíjate que...
Siempre me sentía incómodo cuando mis amigos o, mejor dicho, mis ex-compañeros de la universidad empezaban a hablar de trabajos, prácticas y cosas así. No era solo porque me recordaba que estaba de vago en la casa de mi papá y que no tendría un futuro, sino porque también me recordaba lo cobarde que era. Nunca me decidía a hacer lo que más me gustaba ni a esforzarme para dejar de pensar en que nunca sería tan bueno para tener éxito. Así que solo dejaba de escucharlos y fingía que no me mataba por dentro. Al fin de cuentas, salir con ellos era una de las pocas cosas que me permitían olvidarme de mis problemas y calmarme. Observaba mi copa de vino tinto casi vacía y, antes de que pudiera agarrarla para acabármela, la bolsa de una chica pasando lo empujó. La bebida se derramó sobre la mesa y me salpicó los pantalones, por lo que agarré la servilleta rápidamente para secarme.
—¡Perdón! —se disculpó la desconocida.
—No pasa nada —aseguré mientras me limpiaba.
—Déjame comprarte otra.
Sonreí y, al levantar la mirada para verla, mi corazón saltó dentro de mi pecho. Era hermosísima, y si cálida y dulce voz tampoco ayudaban.
—Eh.. No, no te preocupés —dije a medias mientras desviaba la mirada para fingir que seguía limpiándome y disimular el impacto de su belleza sobre mis nervios.
—Qué vergüenza, al menos déjame darte dinero para que te compres otra —ofreció antes de abrir su bolsa con la mano libre.
—No, no, no —la detuve, sacudiendo la mano en el aire—. Está bien, de veras —insistí mientras le dedicaba una sonrisa temblorosa.
—Bueno —dijo, con los labios encogidos—. De verdad, lo siento. Que tengan buena tarde —les deseó a mis acompañantes.
—Buenas tardes —contestaron casi al unísono.
La chica se fue y exhalé pesadamente mientras colocaba la servilleta de regreso sobre la mesa. Volteé a ver a mis ex-compañeros, que interrumpieron su conversación para prestar atención a la escena de hace unos segundos, con un mínimo interés. Pero el que parecía más impresionado era Samuel.
—¿Sabés quién es? —preguntó este último antes de inclinarse sobre la mesa, con los ojos bien abiertos.
—No... —respondí.
—Es Daniela Beltrán, la autora de "¡Tu estúpido rostro!"
—¿La película?
—O sea, ella escribió el libro y lo hicieron película.
—¿Y vos cómo sabés eso? —se interesó Martín.
—Su nombre aparece al inicio de la peli. Me dio curiosidad y la busqué. Es súper famosa, escribió dos bestsellers. Y es muy bonita.
—¿Los leíste?
—No, pero la peli es buenísima.
—¿Por qué no la buscás y le pedís su número entonces? —cuestioné mientras esbozaba una sonrisa.
—N'hombre, cómo creés —contestó, antes de dejarse caer sobre el respaldo de la silla y causarle risa a todos los demás—. Le podría escribir por Insta, pero ni balón me pasaría; lo muy menos tiene a un montón de manes mamados que le escriben a diario.
—Vos qué sabés —dijo Mati—. Capaz y te da una oportunidad.
Con la mancha de vino sobre mi camisa blanca, que Samuel sería capaz de comprarme por diez mil dólares, regresé al departamento de mi papá. Cada vez que pensaba en esa chica, casi que cada cinco minutos, sonreía instintivamente. No sabía si era por lo inusual y gracioso de la situación, o porque era definitivamente mi tipo. Siempre me había atraído las chicas con pelo corto, y más si era rizado, e inteligentes, lo que aparentaba por sus lentes y su tablet. Entré al edificio, parqueé y subí. Al entrar, me fui directo a la cocina.
—Hola, mijo —saludó mi papá antes de portarse para acercarse.
—Hola —le devolví el saludo mientras abría un gabinete para sacar un vaso y servirme agua del garrafón.
—¿Qué tal te fue?
—Bien —contesté antes de voltearme y recostarme sobre la encimera.
—¿Qué te pasó? —preguntó, con el entrecejo fruncido.
—Ah —pronuncié antes de bajar la mirada a mi camisa—. Una chica me botó el vino encima por accidente.
—Aaaah.
—Sí, pero con cloro de seguro se quita.
—Sí... Mijo, ¿has ido arriba a visitar a tu mamá?
Me volteé hacia el leve plato, cerré los ojos, exhalé pesadamente y coloqué el vaso encima.
—No.
—Es que me llamó y quiere verte.
—Ya.
—Dice que quiere saber si querías ir a desayunar con ella y Adolfo mañana.
—Mejor —dije antes de voltearme para dedicarle una sonrisa—, vamos solo tú y yo a almorzar después de misa.
—Sebas...
Suspiré.
—Te prometo que la voy a ir a ver, pero mañana no. ¿Va?
—Está bien —contestó, con una sonrisa.
—Okey. Yo ya me voy a dormir. Allí me despertás, porfa.
—Vaya, mijo. Que descanses.
Me fui a mi cuarto, me bañé y agarré mi teléfono para buscar a Daniela en Instagram. La chica era muy hermosa, aparte de exitosa. Su belleza me hacía pensar en la música de Bach. Compleja, desafiantes y estructurada, pero melancólica y llena de emoción. Y si me llegaran a preguntar más en específico, ella era Air de la Suite orquestal número tres en re mayor. No había indicios de que tuviera novio, y me interesaba, pero sabía que no tenía ninguna posibilidad. Chicas como ella no se fijaban en tipos como yo. Encima, si Samuel pensaba que no tenía ninguna probabilidad de atraerla, yo menos. Acepté que Daniela no sería más que una estrella fugaz en mi vida , dejé el teléfono sobre mi mesa de noche, agarré mi cuaderno especial y me senté frente al ventanal a inventar y escapar de la realidad hasta que mi cuerpo ya no diera más.
chapín: guatemalteco
manes: hombres, chicos
mamados: musculosos
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¡Hola, queridos lectores!
Espero que estén bien. Aquí les dejo otro capítulo más que espero les guste. Quería avisarles que estaré escribiendo la definición de algunos términos muy de mi país al final de cada capítulo para que no tengan que buscarlos y entiendan mejor. Como siempre, muchas gracias por animarse a leer eta historia.
Un abrazo y saludos.
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