Capítulo 3
Los días siguientes a la visita del matrimonio desconocido tuve problemas midiendo el tiempo transcurrido. Mientras estaba en el colegio sentía que la jornada era eterna, como si de pronto los segundos tuvieran mayor duración o como si los relojes se hubiesen detenido a una hora específica de la que no salían en un buen rato. Sin embargo, a pesar de esa sensación, llegado un momento en que miré hacia atrás fue como si los días hubiesen pasado en menos de un parpadeo sin que me diera cuenta. Porque con todos las preocupaciones y mis problemas de percepción, finalmente terminaba sin hacer nada productivo que no me fuera obligado. Y terminaba realizándolo a medias debido a que mi concentración de repente se desviaba a mis pensamientos, llevándome a seguir rumiando las mismas ideas. En este contexto, una tarde volvieron Antonio y Lorena, esta última con la misma actitud autoritaria que su marido intentaba apaciguar. Cuando mamá los recibió de mala gana, la mujer le mostró los papeles de diferentes clínicas, la orden del examen, las consultas que realizaron y las horas tomadas sin antes preguntar por nuestra disponibilidad.
—Había muy pocas horas disponibles y no queríamos perderlas, así que nos tomamos la libertad de pedirla, si no les molesta —se disculpó Antonio cuando nos tendió el comprobante, aunque por su mirada supe que no lo sentía realmente. Al fin y al cabo, por muy conciliador que se mostrara, sus intenciones eran las mismas que las de su mujer.
—Amaia es mi hija, no hace falta comprobarlo —sentenció mamá sin aceptar el papel que le tendieron y dispuesta a mantener su postura hasta el final.
—Entiendo su posición, señora, pero nosotros sí necesitamos comprobarlo. Es posible que ella sea nuestra hija y que su lugar en el mundo no sea este, sino que a nuestro lado —habló firme Lorena mientras analizaba mi hogar a nuestra espalda. Yo tenía muy claro que la casa en que vivía no era firme, al contrario, era una vivienda bastante humilde que seguramente no se comparaba a la edificación que ellos debían tener. Sin embargo, por muy pobre que fuéramos, yo mantenía cierto orgullo, por lo que me sentí ofendida por la mirada que Lorena le dio al lugar que siempre fue mi hogar.
—¿Y se puede saber de dónde sacaron tales ideas? ¿Por qué justo mi hija? —Cuestionó mi madre por primera vez.
—Señora, no es que queramos justo a su hija o que se nos haya ocurrido de la nada —empezó a explicar Antonio—. Nosotros también teníamos una niña, Paola, y creíamos que era nuestra hija. No se confunda, nosotros la amamos como tal, pero hace unos meses, por una situación que no explicaré ahora, nos enteramos que no era realmente de nuestra sangre. Nosotros no adoptamos, Lorena estuvo embarazada, dio a luz a la niña en un hospital, no tiene sentido que el ADN de Paola fuera distinto al nuestro. Por eso hicimos averiguaciones de qué niñas nacieron el mismo día en el mismo hospital que Paolita, y Amaia es la única que encaja con nuestra búsqueda.
Con aquella información ya podía ponerle nombre a la niña por la que me cambiaron, sin embargo me faltaba su rostro, poder compararlo con el de mi madre para saber si sus dudas son o no fundadas. Siendo sincera, yo nunca me sentí parecida a mamá, la gente nunca nos dijo nada así, pero siempre me consolé pensando que yo tenía algún parecido con la familia de mi padre, a quienes no conocía. Quería seguir creyendo aquel consuelo que yo misma me di y conservarlo hasta el día de mi muerte, pero con la llegada de esos desconocidos no pude evitar compararme con ellos. Mi cabello castaño como el de Antonio, mi estatura mayor a la de mi madre que se caracterizaba por ser bajita, mientras yo destacaba entre mis compañeras por ser la más alta. Y por mucho que me disgustara, al mirar a Lorena lograba reconocer en ella algunas facciones que miraba en mí todos los días en el espejo. ¿Sería solo coincidencia?
—Si ya tienen a Paolita y la quieren tanto como dicen, quédense con ella —dijo mamá con brusquedad, devolviéndome al presente— No importa que sea de mi sangre, ella los ve a ustedes como sus progenitores, nunca me verá a mí de la misma forma ¿Qué clase de padres quieren deshacerse de la niña que han cuidado? ¿Cómo pretenden cuidar de mi hija si van a abandonar a la que ustedes ya tienen? Amaia es mi hija, yo la he criado sola desde que era un bebé hasta ahora, no pueden venir de la nada y quitarme ese derecho que he tenido por dieciséis años.
—Paola... murió hace unos meses —comentó Lorena en tono bajo y con tristeza.
—Lamento su pérdida de todo corazón, una nunca quisiera perder a un hijo. Pero mi Amaia no es el reemplazo ni el premio de consuelo de nadie —sentenció mamá con tono firme.
Ante sus declaraciones sentí pena por ellos, pero no por eso me dejaría convencer y llevar tan fácilmente. Finalmente aceptamos el papel únicamente para que se marcharan lo antes posible y cuando lo tuve en mis manos lo leí con detenimiento. La hora estaba pedida para dos semanas más tarde, periodo en el que mamá me cuidó en todos los sentidos posibles por temor a perderme en cualquier momento. Estaba más atenta a mis horarios, al momento en que me iba y no se calmaba hasta que me veía volver en la tarde. Cuidaba que siguiera comiendo como debía y me preguntaba si había visto en algún lugar a Lorena y Antonio o cualquier persona sospechosa, pues temía que se aparecieran en mi camino por sorpresa y me llevaran antes de tiempo, antes de aclarar las cosas. Trataba de parecer fuerte, pero la escuchaba llorar por las noches en su habitación, creyendo que yo no oía sus sollozos.
—Mami, no llores por mí, que yo no iré a ningún lado —le dije una mañana de sábado mientras la abrazaba fuertemente, tratando de memorizar su olor, la forma de su cuerpo y la sensación de estar así.
—No, no te irás porque no lo permitiré —respondió acariciando mi cabello—. No te dejaré ir, eres mi niñita, todo lo que tengo... no quiero perderte.
—No me perderás.
Esa fue la primera vez en la vida que lloramos juntas de forma sincera. No lo habíamos hecho ni siquiera cuando papá se fue diez años antes y nos dejó solas a nuestra suerte. De algún modo siempre nos guardamos nuestras penas cuando la otra estaba bajoneada, una era fuerte por la otra y así manteníamos el ánimo en la casa.
Cuando finalmente llegó el día que tanto queríamos evitar, nos dirigimos por nuestra propia cuenta a la clínica que ellos eligieron. Mamá tuvo que hablar con sus jefes para pedir permiso y avisar a mi colegio que me ausentaría por ese día por motivos familiares. Yo casi nunca iba a Santiago, mucho menos a los barrios altos de la capital, pero ese día conocí un poco de las calles donde residen las personas más acaudaladas. La clínica se ubicaba en el barrio alto, tardamos más de dos horas en llegar desde nuestra casa en una comuna periférica y cuando lo hicimos quedé sorprendida, porque el recinto era completamente diferente a los hospitales públicos que yo acostumbraba a visitar cuando estaba enferma. Ahí nos reunimos con Antonio y Lorena y juntos los cuatro en silencio incómodo esperamos a que nos llamaran para tomar las muestras de sangre. Compararían mi ADN con el de mamá y el de Lorena y para ello tendríamos que esperar tres días más para que nos dieran el resultado correspondiente. Cuando ya todo estuvo listo, por alguna razón a los tres adultos les entraron las ganas de conversar mientras nos dirigíamos a la salida de la clínica para regresar a nuestras respectivas vidas.
—¿Quieren que las llevemos? —Preguntó amablemente Antonio.
—No, gracias, tenemos que hacer —respondió mamá arisca.
—Sé que no les agrada tanto nuestra presencia, pero quiéralo o no, nos tendremos que volver a ver —le advirtió Lorena a mi madre, casi como si estuviera declarando la guerra.
—Sí, lo haremos para ver los exámenes que dirán que Amaia es mi hija y siempre lo ha sido.
—O lo contrario.
—Es imposible, una sabe quién es su hijo y quién no. Esta niña es mi hija. Punto.
—Ya lo veremos.
Lorena parecía demasiado segura acerca de las pruebas y eso no hacía más que ponerme los pelos de punta y aumentar mis temores. No hacía falta conocerla profundamente para notar que era una mujer decidida, persistente y con sus objetivos claros. Me quería a mí como su hija y haría todo a su alcance para lograrlo, por algo nos rayó la cancha desde el día uno. Por esas razones en mi interior se comenzaba a formar poco a poco mi odio hacia ella, junto a malos deseos para que no siguiera con este cuento.
Durante el camino a casa y los días siguientes no hablamos mucho con mamá. De hecho yo misma parecía estar sumida en mi interior la mayor parte del tiempo, preocupando a mis amigas acostumbradas a que yo, a veces, hable hasta por los codos. Simplemente no tenía deseos de emitir sonidos o incluso comer. Todos esperábamos que las cosas volvieran a la normalidad el día de los resultados, los cuales yo esperaba que indicaran el error que aquel matrimonio cometía para poder regresar tranquilamente a mi tranquila existencia sin personas que cuestionen mi parentesco con mi madre. Más, las esperanzas no siempre rinden frutos, porque no son suficientes por sí solas. Así el mundo pareció venirse encima de mí cuando le quité los papeles recién impresos a Antonio para leerlos por mi cuenta, sin poder creer lo que acababa él de informarnos a las tres.
—Realmente eres nuestra hija —anunció Lorena con la emoción aproximándose, dejando entrever una sonrisa de satisfacción.
—No... debe haber un error —trató de convencerse mi madre a susurros mientras caminaba en círculos por la sala de espera en la que nos reunimos a leer los papeles, sin poder esperar a llegar a casa—. Amaia no puede ser hija suya, es mi hija, mi niñita, mi...
—No hay tal error, Amaia es nuestra hija y ya está comprobado —la contradijo la mujer—. Es muy difícil que se hayan equivocado si compararon su sangre con las dos, usted y yo.
—Lore, creo que hay que dejar que lo digieran un poco... —intervino Antonio.
—Es que no hay nada que digerir, Amaia es mi hija. Punto —se defendió mi mamá—. ¿Cómo no saberlo si yo la he criado? Claramente tiene más de mí que de ustedes dos juntos.
—Oh, vamos, Valeria. Lo dicen los papeles, Amaia es mi hija —siguió discutiendo Lorena como si se tratara de una pelea de niños.
Desde ese momento en adelante estuve desconectada del mundo real, sin querer escuchar nada, deseando que la tierra de pronto se abriera y me tragara para evitar toda confrontación que se avecinaba. Que sucediera cualquier situación, por muy terrible que fuera para librarme de lo que estaba apunto de acontecer, pues nada podía ser peor en ese momento. Escuchaba mi pulso acelerado como si estuviera dentro de mis oídos, mis manos comenzaban a sudar, las piernas a temblar y mis ojos estaban fijos en el papel, que sin darme cuenta apretaba. Mi visión se volvió borrosa y antes de que fuera consciente de todo, una mano me tomó del brazo y me arrastró por los pasillos de esa clínica. Me dejé llevar, ya nada me importaba, noté que la dueña de esa mano era mi mamá cuando tomamos un taxi sin pensar en cuánto nos saldría la cuenta hasta el terminal donde tomaríamos el bus a casa.
—Tú no te preocupes, mi amor, que no dejaré que te lleven, ¿entendido? —Repetía una y otra vez a lo que yo simplemente asentía—. Tú eres mi hija y nada lo cambiará, ni siquiera ellos con todo su dinero e influencias.
Más que aclaraciones para mí, sentí que fueron más para ella misma, pero no dije nada. Al estar ya en mi hogar una extraña sensación me invadió, como si todo lo que me rodeara fuera desconocido y no me perteneciera, pese a que había vivido toda mi vida en ese lugar. Era como si fuera la primera y última vez que pisaba esa casa. Me dirigí a mi cama en la que me dejé caer con cansancio. Antes de quedarme dormida mamá fue a arroparme y darme un beso en la frente y con ese simple acto no pude evitar pensar: "realmente voy a extrañar todo esto cuando me lleven con ellos".
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