Esa noche no dormí. Mi mente estaba ocupada, llena de palabras que no lograba procesar por completo y de miedo. Miedo a un futuro, miedo al resultado del examen si es que me lo realizaban, miedo a lo que pasará con mi madre si diera positivo y lo que sucedería conmigo en aquella situación. Con todo ese peso sobre mí, estuve dando vueltas en mi cama buscando alguna parte de la almohada que no estuviera húmeda por mis lágrimas, mientras en la habitación de al lado, si agudizaba mi oído lograba escuchar a mamá sollozar. Estaba segura de que lo hacía lo más bajo que podía para no preocuparme ni despertarme, sin saber que yo estaba igual o peor que ella en ese mismo instante. Pudimos habernos consolado la una a la otra, compartir nuestros temores y darnos ánimos y esperanza de un futuro a nuestro favor, sin embargo cada una se quedó en su lugar buscando la calma dentro de una misma.
Mi pequeño mundo rutinario de pronto fue sacudido con una noticia que preferiría haber desconocido por siempre, porque el conocimiento no siempre trae consigo la felicidad. Era peor que la noche del terremoto, en la que me sentía desorientada, angustiada y temerosa de que viniera un remezón más fuerte aún, sobretodo cuando empezaba a anochecer y se acercaba la hora en la que se produjo el sismo principal. ¿Podría haber algo que empeorara la sospecha de ese matrimonio? Plantearon sus ideas y planes de manera muy clara, no dejaron lugar a dudas. Querían comprobar sus sospechas a como diera lugar y si el examen sale positivo lucharán por mi custodia hasta obtenerla. No les importaba mi opinión y deseos o que mamá me hubiese criado sin ayuda durante todos esos años, durante los cuales se sacrificó de varias maneras por mi bienestar. Si ellos lograban lo que querían, yo tendría que dejar a mi madre sola en esa casa que tal vez no sería tan firme durante otro sismo. Iría a vivir con dos desconocidos, los cuales podían tener más hijos molestosos, costumbres diferentes y expectativas demasiado grandes para mí. Cambiarían mi vida por completo.
Mi futuro no presagiaba ser tan bueno. A pesar de todo, si de algo estaba segura, era que no permitiría que me llevaran con ellos tan fácilmente.
***
Me levanté a la mañana siguiente luego de la cuarta alarma programada en mi celular, la cual solo llegaba a sonar las pocas veces que mamá se quedaba dormida. La desactivé y con más pereza que de costumbre caminé arrastrando los pies hasta el dormitorio de al lado. Mi madre dormía aún, en sus mejillas quedaban rastros de lágrimas y su almohada se veía húmeda todavía. La tristeza volvió, dolorosa, amenazó con poseerme de nuevo, pero supe controlarme frente a ella para no preocuparla más de lo que ya debía estar.
—Mami, mami...
—¿Qué? —susurró adormilada.
—Te quedaste dormida.
—Ah... ya voy.
Pese a su afirmación no se movió. No quise molestarla con apuros, sus jefes eran comprensivos y mamá nunca llegaba atrasada. No creí que pondrían mayores problemas por ser primera vez en todos los años que llevaba trabajándoles. Por mi parte, yo me preparé para el colegio como de costumbre y salí de casa sin desayunar, cuando mamá se preparaba su café tan perdida en sus pensamientos que no me dijo chao ni me reprendió por no comer nada. Caminé a paso lento sin desear llegar a mi destino, pensando en lo sucedido la tarde anterior, analizándolo con algo más de calma. Llegué media hora tarde, lo que causó cierta sorpresa en los directivos que me conocían. Aunque sabían que mi comportamiento era bueno y nunca llegaba atrasada, no me permitieron entrar a clases, por lo que tuve que esperar en la biblioteca a que tocaran la campana del recreo para poder dirigirme a mi sala.
Algo que me disgusta, es que cuando una está acostumbrada a hacer las cosas bien y comete un error, todos lo notan y te miran sorprendidos, en cambio, cuando alguien habituado a errar se equivoca en algo, pasa desapercibido. Esa mañana no solo vi qué imagen tenían de mí los directivos, también pude notar la impresión que tenían mis compañeros de mí. En el momento que pisé la sala de clases más de veinte pares de ojos se posaron en mí, algunos más abiertos que otros. No hicieron más que molestarme, nunca había odiado tanto a mi clase como esa mañana en la que con sus miradas me recordaban lo atrasada que había llegado, como si fuera el peor de los pecados. Quise gritarles que lo que yo hice no era tan terrible como lo que quería hacer aquel matrimonio desconocido conmigo. Hacerles ver que no deberían juzgarme por un error, porque detrás de él había todo un drama en pleno desarrollo, a punto de hacerme estallar.
Recuerdo que simplemente me senté en mi silla sin mirar a mis amigas, en vez de poner mi mochila en el puesto de al lado la posé sobre mi mesa como barrera, para ocultarme de mis compañeros aunque fuera un poco. Tuve el valor, si se le puede llamar así, de esperar a que todos dejaran de mirarme para luego echarme sobre mis cosas a llorar como una niña pequeña, como si la noche anterior no hubiese llorado lo suficiente para quitarme todo el estrés e inquietudes. Causé la preocupación de Babi y Tati, quienes se pararon de sus sillas para pararse a mi lado mientras preguntaban qué me sucedía, si alguien me había hecho algo durante el trayecto al colegio. En la posición que estaba, no veía a los que permanecían en la sala sin querer salir al patio, pero podría jurar que los que quedaban miraban en mi dirección queriendo averiguar qué me pasaba, como si se tratara de un chisme que conversar con la tía que asea los baños.
—¿Qué pasó, Amaia? —preguntó nuevamente Babi ante mi silencio.
—¿Te hicieron algo? ¿Estás bien? —continuó el interrogatorio Tati.
—¡No! —respondí alzando mi voz lo poco que podía.
Habría abofeteado a mi amiga por su pregunta. Era obvio que no estaba bien, de hecho nada estaba bien y no sabía cómo explicar aquel complejo problema en el que me vi envuelta sin previo aviso. El recreo terminó antes de que pudiera calmarme, por lo que el profesor al llegar y verme en ese estado me permitió salir a lavarme la cara al baño. Estuve más del tiempo necesario encerrada. Poco a poco me serené, aunque no tenía deseos de volver a clases. Una tía del aseo me encontró y charlé con ella de temas al azar, sin querer sacar aún mis problemas. Y es que al final, ¿cómo se le explica a alguien que después de dieciséis años un desconocido se dio cuenta de que probablemente le cambiaron a su hija cuando recién nació? ¿qué clase de padres tienen esas dudas cuando su hija ya es una adolescente, estando dispuesto a encontrar a su hija original y cambiarla por la que criaron? Porque si tienen esa duda, es porque ellos tienen a otra niña de mi misma edad, aunque hasta el momento no la hubiesen mencionado. La chica a quien no conocía aún me dio lástima, porque no si para mí era difícil aceptar que dos personas vienen a arrancarme de mi hogar, no quería ni imaginar lo que ella estaría sintiendo al ver cómo sus padres sospechan la ausencia de parentesco biológico.
Sin darme cuenta, ya era hora del segundo recreo del día y entonces supe que ya no podría escapar del interrogatorio de mis amigas. Cuidando no volver a llorar les expliqué lo sucedido sentadas al fondo de la sala de clases, en voz baja y dándole la espalda al resto de mis compañeros para evitar entrometidos. Nos debimos haber visto como si estuviéramos planeando el robo del siglo cuando en realidad se trataba de una conversación seria de problemas que van más allá de lo esperado.
—Esto... es... wau —trató de expresarse Babi en búsqueda de algo correcto que decir—. Estas cosas ya no deberían pasar, es raro. ¿No que son varias personas las que asisten un parto? ¿Cómo van a cambiar un bebé?
—Lo es, pero aunque es muy extraño, es posible que haya pasado y justo conmigo —seguí yo sintiendo que volvía a formarse ese molesto nudo en la garganta— ¿Por qué justo yo y no otro?
—Tranquila, ¿qué tal si es un error y te estás atormentando por una confusión sin fundamento? —trató de consolarme Tati—. Ellos deben tener también a una niña a la que van a cambiar contigo, no creo que sean lo suficientemente fríos como para dar su hija, la que han criado, a una desconocida para quedarse contigo, si ni siquiera te conocen.
Aquello coincidía con lo que yo reflexioné mientras estuve sola y volvió a hacerme pensar profundamente. ¿Dónde estaba la otra, la niña con la que me cambiaron? Porque Tati tenía razón, para haber cambio, tiene que haber existido otro bebé y ellos no lo habían presentado aún ni habían dado a entender siquiera qué harían con ella, solo se referían a mí y mi custodia por la que pelearían. ¿Pretenderán quedarse con ambas mientras mi madre se queda sola?
—¿Y si están en lo cierto? —Pregunté con todo el miedo y angustia que me embargaba en ese momento. Tenía miedo de que me alejaran de mamá, de no volver a verla, tenía miedo de cómo serían ellos conmigo si lograban conseguir mi custodia.
—Tu mamá siempre será quien tú consideres como tal —continuó Tati con el mismo tono serio que la hacía lucir madura.
—Es que no entiendes...
Y nadie lo haría, pues nadie estaba en mi lugar pasando por lo mismo, nadie ahí se cuestionaba si sus padres lo eran realmente, ni se atormentaba pensando que tal vez una enfermera cometió un error cuando nacieron y los pusieron en la cuna de la madre de al lado. Con esos pensamientos en mente no pude concentrarme en las clases siguientes. Fue la jornada escolar más larga de toda mi vida a pesar de que duró lo mismo de siempre, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Al volver a casa mamá no estaba, como siempre llegué a un hogar vacío en el que tenía compañía después de las ocho de la noche los días laborales y todo el día los fines de semana. Si bien estaba acostumbrada a pasar los días así, aquella tarde me sentí más sola que nunca, el peso de la soledad llegó a mi alma con fuerza y la incertidumbre de mi futuro no hacía más que empeorar la situación. Deseaba más que nunca estar con mi madre, cualquiera que me hubiese visto ese día habría pensado que lloraba a un muerto por la forma que me aferraba a un retrato de mi mamá en busca de consuelo. Entre lágrimas y súplicas al cielo me quedé dormida en el sofá.
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