Capítulo 12
Al cortar la llamada contuvo el grito y el nudo que se formó en su garganta. Desde un principio sabía que sería difícil para ellos como para ella adaptarse a esa nueva vida, con personas diferentes, pero nunca imaginó que fuera así de imposible. Por un tiempo se negó a buscar a su hija biológica, Paola había sido su hija y sería la última. Sin embargo, cuando la conoció el deseo de tenerla con él fue más grande que la voz sabia de su cerebro. Tenía tanto parecido con Lorena y con él que antes de hacer el examen ya estaba seguro del parentesco que compartía.
Se sentía culpable, recordó todas las veces que trató de ver a Paola en Amaia, incitándola a compartir con él como hacía la niña de sus ojos. Fueron varias las ocasiones en las que, sentado a la mesa, frente a él no veía a la chica de ojos grises, veía a la de ojos café con pelo tan largo por el que era llamada Rapuncel. Los recuerdos lo herían, pero más lo lastimaba dejarlos en el olvido porque le generaba una sensación de culpa al continuar él con su vida mientras Paola estaba enterrada luego de una vida que apenas alcanzó a comenzar. Se suponía que él debería haber muerto primero, lo normal es que los niños no se encuentren con la parca y continúen su camino hasta ser adultos.
El sentimiento que tenía era como si le hubiera robado vida a su hija y la estuviera viviendo injustamente por ella. Y la historia se estaba repitiendo al quitarle su vida a Amaia y obligarla a vivir como Paola.
***
Los días de frío, mamá me preparaba un chocolate caliente y colocaba mi ropa cerca de la estufa mientras me bañaba para que entrara en calor, a veces dormíamos juntas en una cama durante las noches heladas. Recordaba todo mientras me abrigaba a mí misma con mis brazos, frotándome con las manos sin tener éxito. Corría un viento que me calaba los huesos, haciéndome tiritar en mi lugar, mis dientes castañeaban y el aire salía de mi boca como el humo de los trenes.
Mis pies dolían por la larga caminata en busca de un paradero en el que se detuviera un bus que me sirviera. Quería volver a mi hogar y, con esa mentalidad, recorrí varias calles de Santiago sin saber con exactitud a dónde dirigirme, razón por la que terminé sentándome en una banca de plaza a llorar. No cargaba conmigo nada más que una mochila con una muda de ropa y zapatillas, mi celular lo dejé en casa para que no lograran encontrarme, pero en ese momento lo único que quería era ser hallada, no importaba por quién.
Derramé lágrimas mientras maldecía mi vida y el momento en el que se truncó todo, sintiéndome más sola que nunca. Esa noche habría dado todo por un abrazo. Era solo una chica pronta a cumplir diecisiete con una historia compleja y, si bien recordaba a mamá diciéndome que siempre hay alguien peor que uno mismo, estaba segura que en ese instante no existía ser más miserable que yo misma. Sentía culpa por el estado de Lorena, desesperación por no tener conocimiento de cómo se encontraba mamá, asco de mí misma por el olor del que se quejaban mis compañeras aunque yo no lograra sentirlo y un autoestima deplorable.
Una voz masculina me sacó de mis pensamientos, aunque preferí no alzar mi vista, la dejé clavada en mis pies como estaba. La voz repitió lo dicho anteriormente: ¿estás bien? Me parecía conocida y, más por curiosidad, decidí mirar a la fuente, encontrándome con la sorpresa de que se trataba de Lucas.
—Sí —mentí sin poder ocultar los temblores en mi voz como en el resto de mi cuerpo.
—¿Qué te pasó? ¿Estás perdida?
—No te preocupes, estoy bien.
—No parece —me contradijo—. Estás temblando y llorando en medio de la calle. Si no tienes a dónde ir, ven conmigo, vivo cerca.
—No...
—¿Acaso quieres morir de hipotermia? —Preguntó acercándose a mí con su típica cojera.
Por un momento pensé que la muerte tal vez no era tan mala idea, quizá sería mejor quedarme y esperar a que la naturaleza hiciera lo suyo, así acabarían todos mis problemas y los que le causaba a los que me rodeaban. Tal vez así Lorena mejoraría. Estuve a punto de decirle que sí cuando él tomó mi mano y me jaló para ponerme de pie. Si yo quería rendirme, él no lo permitiría, al menos no en ese momento.
Así como la idea llegó, se esfumó, dejándome sin las agallas para discutirle y exigirle que me soltara. Era una cobarde que aunque quisiera morir no se atrevía a dar el paso para lograrlo, por lo que me dejé llevar como una niña pequeña, caminando con mis piernas tiesas y sintiendo cómo el escalofrío me recorría de pies a cabeza. Mis dedos ya rojos de frío comenzaron a dolerme y sentir raro el contacto con la mano de Lucas. Me guio por una cuadra hasta que se detuvo en una reja.
—¿Dónde estamos?
—En el sité donde vivo.
Abrió la reja y entró conmigo para luego volver a juntarla, mientras yo me preguntaba qué hora sería como para ya cerrar aquel lugar. No pude evitar un intento por calcular el tiempo que llevaba vagando por las calles, llegando a sorprenderme al ser consciente de que debían ser más de las 9 o 10 de la noche. Todavía tomando mi mano me llevó por el pasaje, caminábamos a paso lento por su cojera sin decir nada, pero el silencio no me molestaba, más me habría incomodado tener que hablar y explicarle porqué estaba sola en una plaza.
No fui consciente de nada hasta que se detuvo frente a una puerta, solo entonces formulé cientos de preguntas en mi mente y me embargó la desconfianza. Después de todo no éramos amigos, solo un par de desconocidos que estaba a punto de entrar a una casa en la que nunca había estado. Jalé de mi mano, a lo que él se giró para mirarme confundido.
—¿Sucede algo?
—¿Por qué haces todo esto?
—¿Qué cosa? —Preguntó confundido, como si fuera totalmente normal el hecho de que me estuviese guiando al interior de su hogar.
—Esto... Lucas, no sé nada más que tu nombre, y ni siquiera lo sé gracias a ti, y estoy a punto de entrar a tu casa sin haber avisado antes a tus padres o alguien. No corresponde no...
—No confías en mí.
Me miró expectante, esperando a que yo respondiera negándolo, pero ¿para qué contradecirlo si estaba en lo cierto? Sí, él me llamaba la atención y lo notaba en el colegio más de lo que yo quisiera, pero eso no era sinónimo de amistad.
—Está bien, no esperaba que lo negaras. Pero tranquila, no te haré nada, adentro está mi abuela, no vivo solo. Y aunque viviera solo, no te haría nada.
—No has respondido a mi pregunta.
—Porque no sé qué decir, no hay una razón concreta. Simplemente no todo el mundo está en tu contra, todavía hay gente que podría tratarte bien y ser tu amiga.
Aquel fue el primerrayito de esperanza que pude ver en medio de la tormenta que era mi vida en eseentonces.
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