Capítulo 10
Llevaba siete meses viviendo con los Valenzuela y, si bien extrañaba a mamá hasta que me desgarraba el alma, esa fue la primera noche que soñé con ella y no con mi vida en el colegio, la cual me estaba volviendo loca, atormentándome con pesadillas durante la noche que se volvían realidad en la mañana.
En mi sueño con mamá, ella vestía de negro de pies a cabeza. Su cabello del mismo color, estaba oculto por un sombrero con velo que le cubría el rostro, dándole un aspecto de dama antigua y aterradora. En la realidad jamás me habría acercado a alguien así, pero yo sabía quién estaba escondida detrás de esa extraña vestimenta, lo cual me calmaba y daba paz en ese escenario poco alentador. Me encontraba en la esquina de mi calle caminando hacia mi casa, mi verdadero hogar. Llovía, pero no veía las gotas al caer, solo agua en el suelo con círculos expandiéndose, el cielo se veía nublado, el barrio desolado. Ya no estaban los niños jugando a la pelota como antes, en vez de ellos solo había tierra mojada embarrando mis pies descalzos. Aceleraba mi paso para llegar rápido a mamá, llevaba mucho tiempo deseando abrazarla que ya no podía esperar más, pero tal parecía que por cada paso que me acercaba ella se alejaba dos o tres, transformando aquella hazaña en un imposible. Aquel hecho me desesperaba, alguien a quien no veía me seguía, podía sentir una mano rozando mi espalda para jalarme hacia atrás.
—Mamá —le gritaba para que se detuviera, mas sus pasos nunca se detenían.
Poco a poco el cielo se oscureció, yo seguía corriendo hasta que tropecé y con mi visión nublada vi cómo mi madre se alejaba cada vez más. Quise gritar de nuevo, pero mi voz no salía. La mano que antes me rozaba la espalda me hizo girar en el suelo para quedar frente a frente, eran mis compañeras burlándose de mí y mi situación. Ya había anochecido y poco lograba ver en la oscuridad, solo escuchaba las risas y los insultos, pero a pesar de todo logré ver algo, una silueta cojeando por el lado de nosotras sin mirarme. Era el estudiante de la otra vez, me dio una mirada de lástima y continuó con su camino.
Desperté sudada, con lágrimas cayendo por mis mejillas y mi corazón arrancándose de mi pecho. Por un momento creí que me encontraba en mi antigua casa y con movimientos torpes me dirigí a donde, se suponía, se encontraba la puerta, tropezándome así con mi escritorio. Sobándome la rodilla volví a la cama, tumbándome en ella para llorar en silencio entre la oscuridad de la noche.
Esos meses habían sido eternos, el colegio nunca me había parecido un lugar tan desagradable con materias tan difíciles. Yo era consciente de mi timidez y lo reacia que era para relacionarme con gente nueva, lo que me dificultaba entablar amistad con alguien, mas nunca me fue imposible hacerlo. Volví a maldecir a los Valenzuela por lo que me hicieron, a mis compañeros, los empleados, a todo el mundo que de un día para otro se volvió en mi contra y hacía de mi vida un infierno en la tierra.
Entonces recordaba a Sonia y sus palabras recalcándome lo malagradecida que yo era. Tenía todo lo que necesitaba, educación de calidad y exigente, una casa grande, una parcela de patio, celular, auto con chofer, dinero, objetos caros y si decía que quería alguna cosa me la comprarían, pero me faltaba algo. Ese algo era el cariño que mamá me daba.
***
Pasé un fin de semana más aburrido que de costumbre, encerrada en mi dormitorio sin permiso para ver televisión o escuchar música en el celular. Solo tenía permitido hacer mis tareas en el computador, y con supervisión de alguna de las empleadas, desde que llegó a manos de Lorena y Antonio mi informe de notas. Con gran sorpresa y escándalo se enteraron de mis dos promedios rojos, otros tres bordeando el cuatro, peligro de repetir el curso y una gran anotación negativa de media plana por la bofetada que le di a Vania en mi informe de conducta. Me mandaron a llamar a mi dormitorio con Carlos y en el livig, frente a algunas sirvientas, me regañaron por mi bajo rendimiento.
—Esto es inaceptable —decía Antonio dando vueltas por la sala—. Nos tienes muy decepcionados, jovencita. Aquí tienes todo, no te hace falta nada y no tienes que pagar por lo que te damos o perder el tiempo trabajando en la casa, lo único que debes hacer es estudiar, es tu única obligación. ¿Cómo es posible que teniendo todas esas facilidades rindas de este modo tan inepto, incompetente?
—Nos habían dicho que eras buena alumna, los informes de notas de años anteriores que presentamos así lo decían, pero parece que allá te regalaban las calificaciones o hacías algo trucho para conseguir esos promedios—comentó Lorena sentada frente a mí—. Supongo que pasaba lo mismo con la conducta, aunque ¿qué más se puede esperar de un colegio como ese en el que estuviste? —Tomó aire para luego soltarlo en un pesado suspiro, como si se hubiese cansado de regañarme aun estando sentada y no dando vueltas como su marido—. Tendrás que subir esas notas si no quieres repetir el curso.
—Paola nunca nos daba estos problemas.
Habló tan bajo que pensó que nadie escucharía, pero yo lo hice. Volvía a compararme con esa chica que nunca conocí, pero que tal parece que era la hija perfecta, soñada por cualquier padre o madre. Siempre salían a relucir todas las cosas que ella hacía bien y yo no, lo linda que era y cómo disfrutaría de algunas actividades que yo realizaba. Mientras yo me quedaba atrás como la escoria que decepcionaba a un par de personas que poco me importaban, pero que decían comentarios tan fuertes que igualmente me herían. A esas alturas me había convertido en su oveja negra descarrilada.
—Desde ahora te concentrarás en tus estudios como debiste haber hecho desde un principio. Lo tienes todo, no te hace falta nada y por lo mismo, no logro comprender cómo pudiste tener este rendimiento. Tan difícil no es si tienes tiempo para todo —continuó Antonio, sin darse cuenta de que había oído su último comentario.
Lo escuché atentamente, asintiendo a lo que decían sin atreverme a decir algo que pueda ser usado luego en mi contra, como si me encontrara frente a dos policías y no mis padres biológicos. Justamente el problema era lo que él mencionaba como aspecto positivo, con todo lo que me daban para estudiar y leer en el colegio sentía que no tenía tiempo para nada. Aprovechar un recreo para estudiar era un lindo sueño truncado por las bromas de mis compañeras y sus burlas, y los patios no eran buena opción de ambiente de estudio por el ruido de fondo. A eso se sumaba que al chico que había sido molestado la otra vez cada vez lo veía más seguido, siempre cojeando en su caminar. Aparecía en los pasillos, en el patio, en la cafetería, la biblioteca, allá donde fuera estaba él sin darse cuenta de mis miradas furtivas en su dirección.
—Dios, esto no me da más que un gran dolor de cabeza —confesó Lorena llevándose una mano a su sien derecha, como si aquello lograra apaciguar la molestia.
—Te daré una pastilla —se relajó Antonio y se dirigió a la cocina, no sin antes darme una mirada seria que me hizo temblar en mi lugar.
Con el recuerdo del castigo que tenía que seguir en casa y esos ojos furiosos, en el colegio me refugié en la biblioteca durante un recreo, esperando poder concentrarme en mi repaso de las materias ya vistas. Se acercaban las pruebas globales y, si bien no subiría absolutamente todos mis promedios abruptamente, podía evitar bajarlos aún más. Así tal vez lograría salvar el año y pasar a mi último curso, luego de lo cual podría marcharme de casa si así lo quería y la suerte lo permitía.
Me senté con el libro de biología a estudiar para la evaluación más cercana y compleja, ayudándome de los apuntes que había tomado durante las clases, tratando de comprender todo lo que no había entendido durante el semestre. En eso me encontraba cuando escuché una especie de golpe, cuando me giré noté que era un libro que se le cayó a aquel chico que aún era un misterio para mí. Con dificultad trataba de agacharse para cogerlo, razón por la cual me paré de mi asiento y lo recogí yo por él. Aquel era nuestro primer contacto luego de aquel día en la fuente, la primera vez que me acerqué a él después de tantas veces de avistarlo.
—Gracias —dijo en apenas un murmullo, evitando mi mirada.
—No es nada.
Estando más cerca logré analizarlo a la rápida, su piel lucía más pálida de lo que ya era por el contraste con su cabello negro. Sus ojos, si bien permanecían bajos, logré notar que eran café y en estatura me llevaba casi una cabeza.
—Lucas, ¿me ayudas con esto? —escuché que llamó la voz de la encargada de la biblioteca, llamado al que él se giró rápidamente.
—Ya voy —respondió alzando un poco la voz, lo suficiente como para no molestar a quienes leían.
—¿Eres ayudante? —Pregunté con curiosidad, dándome cuenta al instante de mi estupidez, pues la respuesta parecía bastante obvia.
—Sí... debo irme.
Lo miré dirigirse al mesón con el libro en su mano, inclinándose a su lado derecho por la cojera. Ya sabía su nombre, pero no me parecía información suficiente para conformarme. Aquel chico seguía siendo un misterio y seguía sin comprender por qué me llamaba tanto la atención, al fin y al cabo no habíamos tenido nunca una conversación como tal aparte de lo que acababa de pasar. Éramos un par de desconocidos, nada más.
Regresé a mi asiento regañándome a mí misma por todo el tiempo que estuve pegada mirándolo tratar con la bibliotecaria, mas no pude volver a concentrarme en la materia que pretendía estudiar. Finalmente decidí dejar el estudio para la casa, sin imaginarme que allá tampoco lo lograría, pues Antonio se había llevado a Lorena de urgencia al médico esa misma tarde, antes de que llegara del colegio.
—¿Le sucedió algo? —Traté de sacarle información a Sonia con sincera preocupación.
—Esperemos que no. Hace poco llamó el señor, dijo que llegarán tarde, así que tú ve a estudiar, que no por estar ellos ausentes el castigo ha sido levantado.
Al ver que no conseguiría más detalles de lo acontecido y no contar con mi celular por el castigo, me rendí y dirigí a mi cuarto, donde nuevamente me fue imposible concentrarme. No solo era el preguntarme repetidamente qué le podría haber pasado a Lorena, imaginándome cientos de escenarios posibles, también era el chico de la cojera. Finalmente terminé sentada en mi silla mirando al techo, mientras repetía una y otra vez el nombre de Lucas en mi cabeza.
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