CAPÍTULO 8
Lo único positivo para Samira en la última semana era que los días habían sido bastante soleados y la temperatura mejoró considerablemente, por lo que se desviaba en su caminata a casa para hacerla más larga.
Le agradaba mucho sentir cómo el sol picaba en la piel de su rostro, esos momentos de introspección mientras escuchaba un audio libro, le generaba una paz que verdaderamente necesitaba, pero para poder disfrutar de ese momento aún faltaba un par de horas, mientras tenía que seguir trabajando.
Al tercer día de que Renato no actualizara la lista de reproducción, entendió que él ya había dejado de pretender que sentía algún tipo de remordimiento por la manera en que la engañó.
Ella; por su parte, con mucho dolor, intentaba coser sus heridas para seguir adelante, dejar a Renato en el pasado, tomar lo positivo de todo lo aprendido junto a él y reforzar sus planes.
Se acercó al mostrador donde Pablo estaba poniendo el pedido de la mesa tres. Se hizo de una bandeja y acomodó los platos y tazas, luego se lo llevó a la pareja que esperaba por sus alimentos.
—Permiso —dijo llegando con una sonrisa servicial—. Ensalada camberra para la señorita y focaccia Caprese para el señor —comentó al tiempo que acomodaba los platos frente a ellos. Además, puso para ella el té matcha y para él un cortado.
—Muchas gracias, se ve riquísimo —comentó la joven de unos veinte años, de cabello castaño y ojos oscuros.
—Gracias —comentó el hombre que debía estar por los treinta, era rubio de ojos azules y por la pronunciación de su español, parecía ser de Estados Unidos.
—Espero que lo disfruten —sonrió e hizo una reverencia y se fue a limpiar la mesa que estaba justo detrás de ellos y que acababa de desocuparse.
Casi nunca ponía atención a las conversaciones de los clientes; no obstante, cuando la chica le preguntó al hombre si se sabía algo más del secuestro de la hija del fiscal general de Nueva York y él respondió que no. A Samira se le encogió el estómago y el corazón le dio un vuelco. Bien sabía de quién estaban hablando, era la prima de Renato, si eso era verdad, él debía estar pasando por un muy mal momento.
No podía quedarse con la duda, debía averiguar si eso era verdad, si no era un simple rumor del que hablaban los de la mesa contigua. Se apresuró a limpiar, recogió todo y lo llevó a la cocina; al salir de vuelta al mostrador se acercó a Javier.
—Necesito ir al baño, ¿podrías estar pendiente de la mesa tres? Te prometo que no tardaré.
—Sí, no te preocupes, ve... —le dijo el chico que acomodaba algunos postres en las vitrinas exhibidoras.
Samira se fue rauda al baño; en cuanto entró buscó su móvil en el bolsillo del delantal. Enseguida puso en el buscador «Secuestro de Elizabeth Garnett»
Le arrojó muchísimos resultados; al parecer, era la noticia del momento y ella no se había enterado. Abrió el primer articulo y empezó a leer, se tambaleó hacia atrás y notó que se le secaban la boca y la piel, como si hubiera perdido de repente toda la humedad del cuerpo. Se quedó en blanco y, acto seguido, sintió que la invadían unas corrientes veloces, como una torrente de emociones fuera de control.
El reportaje era encabezado por una foto de Elizabeth en el carnaval. El texto en la pantalla se le hacía cada vez más pequeño y le temblaban tanto las manos que no estaba segura de poder seguir sosteniendo el teléfono.
Se sentó en el retrete, respiró hondo y trató de tranquilizarse, aunque creía que todo lo que le rodeaba giraba sin parar. Apretó los párpados fuertemente, sin poder creer todavía en la noticia de la que recién se enteraba.
Elizabeth Garnett llevaba ocho días desaparecida y hasta ahora el móvil que cobraba más fuerza era el secuestro; a pesar de que los posibles secuestradores no se habían puesto en contacto con la familia.
Imaginaba cómo debía sentirse Renato, seguramente estaba destrozado, porque sabía que le tenía especial cariño a Elizabeth, siempre que hablaba de ella lo hacía con un entusiasmo particular. Cayó en la cuenta que justamente, desde ese día fue que dejó de actualizar la lista de reproducción, enseguida empezó a sentirse muy mal, como la persona más mala del mundo. Lo juzgó duramente, pensando lo peor de él cuando en realidad estaba pasando por una situación demasiado difícil.
«¿Y si lo he juzgado mal todo este tiempo? ¿Si me equivoqué?» se dijo en pensamientos, mientras el remordimiento empezaba a anidarle en el pecho; no obstante, su voz interna le recordó aquel mensaje de voz que escuchó. No estaba loca, no lo imaginó porque bastante que se torturó con aquel maldito mensaje hasta que por dignidad lo borró.
No tenía dudas de que Renato la había engañado; aún así, él ni nadie merecía pasar por la terrible angustia e incertidumbre de saber a un ser querido desaparecido, eso le pellizcaba el corazón y le humedecía los ojos.
Sintió la imperiosa necesidad de hacerle saber que sentía mucho todo por lo que estaba pasando y que deseaba de todo corazón que Elizabeth pudiera regresar con su familia, sana y salva.
Ni siquiera era consciente de que empezó a marcar el número de Renato; aunque lo borró e intento con todas sus ganas olvidarlo, lo cierto era que lo tenía grabado a fuego en su memoria.
Estaba a punto de marcar cuando escuchó la voz de Lena, inmediatamente entró en tensión. Era cierto que su jefa era una chica extraordinariamente comprensiva, pero todo tenía un límite de tolerancia y, por muy buena persona que fuera, no iba a aceptar que su empleada se la pasara encerrada en el baño. Lo único que podía conseguir con eso era que Lena prohibiera el uso de los teléfonos y los que se verían más afectado serían sus compañeros de trabajo. Así que, desistió de una llamada que requería de toda su voluntad emocional y que además ni siquiera tenía idea de cómo empezar, porque muy seguramente Renato iniciaría exigiendo explicaciones y ella no estaba en el mejor lugar ni contaba con el tiempo suficiente para enfrentarlo, si se daba el caso.
Se levantó del retrete, guardó el móvil en el bolsillo del delantal y se lavó las manos mientras se miraba al espejo; aún estaba conmocionada con la noticia del secuestro de Elizabeth, pero también sentía la adrenalina inundando sus venas ante la posibilidad de volver a escuchar la voz de Renato, esas emociones que él despertaba en ella, eran tan intensas que la desestabilizaban, incluso un molesto zumbido inundaba sus oídos.
Se pasó las manos mojadas por el cabello para aplacar algunos mechones que se habían escapado de su coleta, la cual se rehízo apretándola más. Luego volvió a lavarse las manos, se las secó y salió del baño fingiendo una sonrisa entusiasta, se acercó a la mesa dónde estaba la pareja que recién había atendido y le preguntó si estaban disfrutando de los alimentos.
—Sí, todo está muy rico, gracias —dijo la chica sonriendo ligeramente.
—Sí, todo... ¿podría traerme otra de estas? —solicitó el hombre, que sin duda era norteamericano.
—Por supuesto, enseguida el traigo otra focaccia, ¿la desea igualmente de caprese?
—La de sabores mediterráneos es riquísima —le recomendó su acompañante.
—Así es. —Samira estuvo de acuerdo con un asentimiento enérgico.
—Bueno, me convencieron, que sea una de sabores mediterráneos.
—¿Desea algo más? —preguntó al tiempo que ordenaba el pedido en la tableta para que Pablo ya fuera trabajando en él.
—Una botella de agua, por favor.
—Enseguida traigo su pedido. —Fue a por la bebida, pero en su camino llegó a la caja para saludar a Lena, quien ya había recibido el puesto que Javier estuvo cubriendo.
Durante las siguientes dos horas que restaron a su horario laboral, no pudo sacarse ni un minuto de la cabeza a Renato, imaginaba lo mal que debía sentirse y en consecuencia a ella le dolía. Suponía que no debía sentir nada, pero ahí estaba sufriendo por el sufrimiento de él.
Después de pensarlo mucho, llegó a la conclusión de que no lo llamaría, no conseguiría nada más que humillarse un poco más, porque muy probablemente tendría a Lara a su lado, brindándole el consuelo que ella tanto se moría por darle. Intentar algún tipo de comunicación solo empeoraría las cosas, él sabría cómo y dónde ubicarla, ya no quería sufrir más o, mejor dicho, no quería hacerse falsas ilusiones que más adelante harían polvo a los pobres pedazos de su corazón, porque si se comunicaba con Renato y él no mostraba ningún interés en ella, eso era lo que iba a pasar.
Se despidió de sus compañeros de trabajo y como cada domingo, le dejaría más tiempo a Romina y a Víctor para que compartieran de su intimidad como pareja. Les había dicho que su horario de trabajo terminaba un par de horas más tarde, cuando en realidad, solo se dedicaba a caminar, tomaba fotos a ciertas cosas que tuvieran que ver con su cultura, las editaba lo mejor posible y las subía a ese perfil, llamado "Alma Gitana" que había creado, eso se había convertido para ella en una pequeña válvula de escape.
Por más que intentaba distraerse perdida entre las calles de Madrid, no lo conseguía, no podía simplemente ignorar que más allá de su amor por Renato, estaba su sentido de amistad y cómo él estuvo para ella en los momentos más difíciles.
Caminó y caminó hasta llegar a la Plaza de España, aún con un remolino de pensamientos caóticos, se sentó en un banco, pausó la música que estaba escuchando y volvió a buscar en noticias más recientes si se sabía algo de la prima de Renato; nada había actualizado, seguían sin saber de ella.
No tenía dudas, quería hacerle saber que estaba enterada y que lo sentía muchísimo, pero temía que al momento de iniciar la conversación perder el valor y querer desistir. Sabía que una vez dado ese paso, no había marcha atrás, Renato podría localizarla, a menos que cambiara de número.
Apoyó los codos en las rodillas y dejó descansar la cabeza entre las manos, odiaba sentirse tan mortificada, no sabía por qué no podía ser indiferente. Después de casi un minuto con los ojos cerrados, presionando a su cerebro en busca de la mejor decisión, fue que cedió a sus deseos y le marcó a Renato.
Saber que iba a escuchar su voz, hizo que algo explotara en su interior, sintió una mezcla de frío y calor, ruido y silencio, con el saludo quemándole los labios y el corazón a punto de estallar; no obstante, la llamada se le fue directamente al buzón, sintió ganas de llorar, quizá de tristeza o decepción, no lo sabía; aún así, no desistió, pensó que así sería más fácil e hizo acopio de calma de algún lugar de su interior que no sabía que tenía.
—Renato, intenté... quise hablar contigo, sé que esta no es la mejor manera... No sé qué decir, no tengo palabras. —Quería ser más concisa pero las emociones revueltas no se lo permitían, estaba temblando vergonzosamente y hasta su voz vibraba—. Solo quiero que sepas que siento mucho por lo que estás pasando, sé cuan es importante Elizabeth para ti... Deseo, de verdad, deseo de todo corazón que vuelva con ustedes, que puedan encontrarla... olvidé decirte, soy Samira, aunque quizá reconozcas mi... —No pudo terminar su mensaje, el tiempo no se lo permitió, pensó en volver a llamar, pero la sola idea de que esta vez sí le contestara le aterraba, porque sabía que con solo escucharlo, todas las tiritas con las que había intentado reparar su corazón se reventarían, iba a querer echar por tierra lo conseguido hasta ahora y no podía hacerlo, se prometió a sí misma enforcarse en sus metas y dejar las distracciones de lado.
También le había prometido a Romina seguir el proceso de sanación, ella le estaba ayudando a superar la ruptura, solo le pidió tres cosas principales. La primera, cortar todo contacto con Renato o de lo contrario sería como estar echándole sal a la herida en su corazón y eso no la iba a dejar sanar; lo segundo que le pidió, fue salir y socializar aunque no tuviera ganas, que era necesario que volviera a conectar con personas, porque lo peor que podía hacer era aislarse lo que seguramente la terminaría conduciendo a una depresión; por ultimo, que siguiera con su rutina de caminar o que hiciera deporte, algo que le ayudara a crear una distracción.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro