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CAPÍTULO 7


Samira, esperó, esperó y esperó.

Cada treinta segundos iluminaba la pantalla del móvil, revisó varias veces si tenía el wifi conectado, incluso, le preguntó a Javier y a Pablo si a ellos les funcionaba el internet, a pesar de que le dijeron que sí, ella optó por usar los datos móviles.

El corazón le latía lento, su respiración era casi arrítmica, se mordía constantemente la parte interna de la mejilla izquierda o se mordisqueaba las uñas, aunque bien sabía que no debía hacerlo, mucho menos estando en el trabajo, pero no podía controlar su estado ansioso.

Cuando se cumplieron dos horas de no haber recibido ninguna notificación que anunciara la actualización de la lista de reproducción, las lágrimas empezaron a agolpársele en la garganta y ya cuando se cumplió la quinta hora y se cambiaba para volver al apartamento, ya las lágrimas quemaban al filo de sus párpados.

Le era imposible no sentirse abatida, se despidió de Lena y los chicos y emprendió su camino hacia su hogar provisional.

Caminaba por la acera, cabizbaja, intentando que sus emociones no la gobernaran, pero por más que quiso retener su desilusión no pudo y las lágrimas terminaron fluyendo; aún así, se las limpiaba con los puños de su jersey. Así no podía llegar a casa, no en el estado en el que se encontraba; por ser domingo, Romina y Víctor esperaban por ella para ir por ahí a tomarse un café o quizá ir a ver alguna película, todavía no habían hecho planes. Así que, llegó a un parque y se sentó en una banca a la espera de encontrar un poco de calma. Ahí sentada con la mirada en sus rodillas siguió pensando que Renato olvidó dedicarle una canción o quizá no lo olvidó, simplemente dejó de hacerlo y eso le dio paso a la desesperanza en ella. Una pequeña parte abrigaba la ilusión de que lo hubiese olvidado y que en algún momento le llegara la notificación, pero no era más que su parte más masoquista.

Cuando por fin llegó al apartamento paso directa a la ducha, ahí pudo llorar sin contenciones, no sabía por cuánto tiempo seguiría así, jamás pensó que enamorarse traería como consecuencia tanto sufrimiento, de haberlo sabido lo habría evitado por todos los medios.

La familia Garnett, llevaba cuarenta y ocho horas viviendo un infierno, a pesar de que estaban haciendo uso de todo el poder del que disponía y estaban moviendo todas las fuerzas policiales y militares en la búsqueda de Elizabeth, aún no tenían resultados; todavía no sabían si se trataba de un secuestro, porque no se habían puesto en contacto con ellos por ningún medio para solicitar algún tipo de rescate.

Por mucho que intentaron mantener en secreto por lo que estaban pasando, no pudieron, la información se filtró y era noticia no solo nacional, sino también internacional. Sobre todo, porque más que ser la nieta de uno de los empresarios más importantes del país y del mundo, era la hija del fiscal general de Nueva York, razón por la cual una comitiva del FBI viajó a Rio para formar parte del proceso de investigación.

Desde que los medios empezaron a rotar la noticia del secuestro de Elizabeth, los teléfonos y redes sociales de todos no pararon de ser bombardeados por amigos, conocidos o curiosos, todos queriendo saber un poco más o tratando de dar consuelo como si su prima no fuese a regresar con ellos.

Esa fue la razón por la que Renato apagó su teléfono personal y decidió dejarlo en el cajón de la mesa de noche, no sin antes dar de baja a la única red social que tenía. Ya que debido a eso su ansiedad se había disparado y no era el mejor momento para que miembros de su familia dirigieran su atención a él, además, debía estar bien por Elizabeth.

Era poco loque había dormido, en realidad, ningún miembro de su familia se había tomado un descanso, su padre y tío, apenas llegaron para ducharse y volver a salir.

Su tío Thor llegó desde Nueva York esa mañana, todo era un caos, había policías en la casa haciendo preguntas a todos, su tía Rachell intentaba no desesperar, pero fallaba olímpicamente. Llegó un punto en el que él necesitó unos minutos de desahogo de todo eso porque se sentía a punto de colapsar.

Se fue a su apartamento, se duchó por un largo rato, y con medicamentos se ayudó a dormir; de otra manera, la ansiedad no lo dejaría ni siquiera cerrar los ojos.

Despertó con un terrible dolor de no sabía si era porque había dormido muy poco o fueron muchas las horas, se sentía desorientado, no estaba seguro si era de día o de noche, le tomó un par de minutos desperezarse y regresar a la realidad. Tenía la boca seca.

—No puede ser —masculló con la voz ronca y la saliva pastosa. Olvidó llevar una botella de agua a la habitación. Apartó las sábanas, se levantó y se quedó sentado al borde del colchón.

Le fue imposible que la preocupación por Elizabeth no lo embargara de golpe como una avalancha, se llevó las manos a la cabeza y se peinó los cabellos.

Sacudió la cabeza para apartar los malos pensamientos, tenía que ser positivo, encontrarse con Liam para ver si tenía alguna otra idea de cómo ser útil en la búsqueda de su prima. Pasaron un par de días analizando el comportamiento de sus fanáticos en las redes sociales, investigaron algunos, aunque su padre dijo que ya de eso se estaba encargando el departamento de inteligencia cibernética de la policía federal, quienes tenían los equipos tecnológicos de Elizabeth.

En medio de un lánguido suspiro se levantó y salió de su habitación, necesitaba agua con urgencia, en cuanto abrió la puerta, escuchó murmullos que lo pusieron alerta. Sabía que debía tratarse de sus padres o hermano, pues eran los únicos que tenían acceso a su apartamento; de inmediato, se puso alerta y el corazón emprendió un latido frenético, porque la noche anterior dejó la caja de pastillas sobre la isla de la cocina.

Los nervios se le detonaron, por lo que el estómago empezó a dolerle y las palmas de las manos a sudarle, estudió la posibilidad de encerrarse y esperar a que se marcharan, pero sabía que no se irían hasta enfrentarlo.

Lo mejor era mentirles y decir que Danilo se las recetó por toda la situación que estaba viviendo, pero que lo tenía controlado; aunque, lo mejor que podía pasarle era que no se hubiesen dado cuenta del medicamento.

Debía parecer casual, por lo que casi de puntillas regresó a su habitación, cerró la puerta con cuidado y se fue al baño, no se duchó, pero sí fue a lavarse la cara y a cepillarse los dientes. Tenía la garganta tan seca que no pudo controlar la sed y bebió agua de la llave, algo que jamás había hecho y que probablemente le caería mal, pero prefería eso a mostrarle a sus invasores los estragos de los ansiolíticos.

Con un mejor aspecto salió de la habitación; no obstante, todas sus teorías se precipitaron aparatosamente cuando vio en el salón no a sus padres sino a Liam en compañía de Danilo.

¡Palideció!

El corazón se le saltó un latido, pero la necesidad de levantar las barreras y ponerse a la defensiva, se activó. De manera inevitable su rabia se dirigió a su hermano, pero por más que quisiera no podía mostrarse iracundo delante de Danilo, el respeto que sentía por él, no se lo permitía.

—Bueno. —Liam se frotó las rodillas por encima de los vaqueros, soltó un sonoro suspiro y se levantó de ese sofá nuevo. De verdad le impresionó cuando entró y se topó con un ambiente completamente distinto—. Yo me voy... un placer hablar contigo Danilo. —Le ofreció la mano y le dio un apretón.

—Igual, espero volvamos a vernos pronto —dijo, seguro de que Liam también necesitaba un poco de orientación, pero él era un hueso duro de roer.

Liam solo ladeó la cabeza y frunció la boca en media luna, un gesto totalmente ambiguo, luego caminó hasta Renato, que se había quedado en la entrada del pasillo que conducía a las habitaciones.

—Te dejo en buena compañía —comentó, con la intención de palmearle el rostro en un gesto cariñoso, pero Renato lo esquivó, tenía las fosas nasales dilatadas y su mirada no podía esconder la ira interna. Estuvo seguro de que si su hermano pudiera incinerarlo tan solo con una mirada lo habría hecho.

—¿Quién mierda te crees para tomar decisiones por mí? —reclamó en susurros con el ceño fruncido. Danilo no tenía por qué enterarse de lo molesto que estaba.

—También te quiero hermano, sé que algún día me lo agradecerás. —Afirmó con la cabeza y le sonrió ligeramente—. No puedes seguir haciendo lo que tú y yo sabemos que estás haciendo, esa mierda no es buena, no lo es... No quiero verte como un jodido adicto.

No le dejó tiempo para que siguiera protestando, lo más importante era que hablara con el terapeuta, ya después dejaría que descargara toda esa rabia que ahora sentía por lo que había hecho.

Liam se marchó dejando a Renato en una situación bastante incómoda. No sabía cómo actuar o qué decir, ni siquiera podía mirar a Danilo, solo quería pedirle de la manera más amable que se marchara o en el peor de los casos huir a su habitación y encerrarse hasta que él mismo tomara la decisión de irse.

—Buenos días, Renato —saludó Danilo y se levantó, se tomó el atrevimiento de ir a la cocina—. Sé que debes estar muy molesto con Liam, y tienes toda la razón para estarlo; no obstante, ha sido prudente de su parte contactarme. —Abrió el refrigerador y sacó una botella de agua, regresó a donde estaba Renato todavía de pie en total tensión y se la ofreció.

Renato tragó grueso y recibió la botella, a pesar de que tenía sed, decidió que no bebería, porque probablemente solo se trataba de una prueba. Aunque, no tenía nada que demostrarle, porque su mirada se escapó a la isla de la cocina y no vio ahí la caja de medicamentos.

Danilo no quiso decirle que después de que Liam se las mostrara y le hiciera comprobar de que se trataba, las sacó una a una y las dejó ir por el desagüe.

Le preocupaba que Renato supiera cómo adquirir esos medicamentos sin la necesidad de que él se las prescribiera.

—No has desayunado, debes estar hambriento, ¿te parece si comemos juntos? Aquí traje un par de sándwich, son de una maquina dispensadora, así que no aseguro que estén buenos —habló, tratando de que Renato se relajara un poco, que dejara de verlo como una amenaza a pesar de que estaba invadiendo su espacio.

—No lo sé... En realidad, no tengo apetito. —Se alzó de hombros y su tono fue bastante indiferente.

Danilo que lo había estado observando atentamente, pero de manera discreta, sí, se había dado cuenta de que desde hacía meses su apetito no debía ser el mejor, un evidente síntoma de depresión. Liam tenía razón, lo que sea que le estaba afectando, lo venía haciendo desde hacía mucho antes del rapto de Elizabeth.

—El desayuno es el alimento más importante del día.

—Eso lo sé —comentó con la mirada esquiva.

—Ya sé, no quieres sándwich, ¿te parece si pedimos otra cosa?

—No se trata de la comida, Danilo... No tengo hambre, ahora me preparo un café, con eso será suficiente. Sé que no es un secreto para ti, por todo lo que estoy pasando...

—¿Por qué estás pasando? —interrogó.

—Ya sabes, lo de Elizabeth... y todo lo demás...

—Sí, imagino que no es facial para ti ni para ninguno en tu familia... ¿Quieres decirme qué es todo lo demás? Renato, desde hace meses que estás postergando nuestras reuniones... ¿Qué sucede?

—Lo de Elizabeth, no lo estoy llevando bien. —Ya empezaba a dolerle el estómago, no quería llegar al punto que más lo lastimaba. Necesitaba a como diera lugar evitar ese tema, tenía mucho encima con lo de su prima como para también sacar a flote el abandono de Samira. Se rascó una ceja en un gesto de nerviosismo—. Sabes qué, sí... sí voy a comer ese sándwich. —Quería como último recurso tratar de convencer a Danilo de que estaba bien y que lo que le pasaba solo se trataba de la preocupación generada por lo de Elizabeth.

—Bien, no me negaría si me ofreces un café.

—Está bien, puedes sentarte, por favor —pidió haciendo un ademán hacia el comedor, bien pudo haberle ofrecido una de las butacas de la isla, pero sabía que al momento de él sentarse quedarían más cerca—. ¿Qué deseas? ¿Capuchino, expreso, café moca?

—Capuchino.

Renato asintió, se volvió hacia la cafetera, la encendió y buscó un par de cápsulas, se hizo de un par de platos y los llevó hasta el comedor; al regresar a la cocina sirvió en dos tazas los cafés, sabía que Danilo al igual que él no consumía azúcar. Y menos mal, porque se había desechó del mínimo grano que tenía.

—Aquí tienes —dijo en cuanto le puso la taza de café al lado del plato.

—Gracias. —Danilo le hizo un gesto para que se sentara en la silla frente a él.

Renato obedeció como era su naturaleza. Él bebió un sorbo del café, luego destapó la botella de agua y tomó lo suficiente para hidratar su garganta. Miraba el pan, pero estaba seguro de que no iba a pasar bocado, solo se quedó ahí mirando cómo sobresalían algunas hebras de brotes de alfalfa.

Danilo tampoco se atrevía a comer, tan solo había dado un par de sorbos al café.

—Renato, te gustaría contarme ¿qué sucede? ¿Cómo te sientes respecto a lo que estás viviendo? —Esperó más de un minuto, podía notar la tensión en los hombros del chico que no se atrevía a levantar la cabeza.

—Creo que me siento como todos en casa... Perdido, angustiado, preocupado... No sé cómo puede sentirse uno ante esta cruel incertidumbre, es Elizabeth... Sabes que ella es... es de las pocas personas con las que tengo una buena relación, natural...

—Lo sé, debemos ser positivo, ella regresará a casa, están haciendo lo posible por dar con su paradero, tienen todos los medios e influencias para conseguirla y traerla de vuelta sana y salva... Sé que en un momento como este no quieres que la atención se desvié hacia ti, nunca lo has querido, no quieres empeorar las cosas, es normal que pienses así, pero puedes buscar apoyo en alguien fuera el núcleo familiar... ¿Samira te está apoyando? —Encontró la manera de llegar al punto que intuía le dolía más al joven.

Renato volvió a quedarse en silencio, apartó el plato o vomitaría, se permitió negar con la cabeza y las lágrimas se empeñaron en nublarle la visión.

—Ya no estoy con ella... Todo se fue a la mierda Danilo, y me gustaría ser como todos los demás, echarle la culpa alguien, culparla a ella, a ti... a quien fuera, con tal de no asumir mis errores, pero sé que hice algo que llevó a Samira a tomar esa decisión. —Apoyó los codos en la mesa y se llevó las manos a la cara, se atrevió a mirar al terapeuta a través del espacio entre sus dedos.

—¿Por qué no me dijiste que terminaron la relación?

—¡Porque no la terminamos, Danilo! —se exasperó, pero no se atrevió a quitarse las manos de la cara, se sentía avergonzando—. No la terminamos, ella me dejó, se fue, no sé a dónde mierda se fue... se fue, solo eso... se fue, ya sabes la causa, yo, mi comportamiento... Lo que soy, es que no puedo gustarle a alguien, no puedo merecer más que compasión o indiferencia, todo es a extremo conmigo, no hay más... —La voz se le quebró, se descubrió la cara solo para apoyar los brazos cruzados sobre la mesa y dejar descansar la frente en el antebrazo, aprovechando eso como un refugio—. Estoy cansado, Danilo... La verdad, ya no quiero seguir con esto, no pierdas tu tiempo conmigo, porque nada de lo que hagas me ayudará, por eso no quiero seguir con las terapias, ahora que lo sabes, no tengo que seguir posponiendo las consultas...

—Renato...

—Ya no más Danilo, no quiero, no quiero... —sollozó interrumpiendo al terapeuta.

—Renato, escúchame, Renato. No voy a dejarte, ¿lo entiendes? Tú no me haces perder el tiempo, sé que no estabas preparado para esto y que es doloroso, porque el desamor duele, duele mucho, pero estoy aquí para ayudarte a sobrellevarlo, por favor, confía en mí.

—No, no voy a hacerlo... —Negaba con la cabeza—. Solo quiero acabar con esto, quiero acabar con todo...

—No hagas esto, Renato... Entiendo que quieres acabar con todo, bien, déjame ayudarte, puedo ayudarte a superarlo.

—¡No, no! Ya lo intenté, intenté no pensar en ella y en la razón que tuvo para dejarme...

—Puedo ayudarte, solo déjame hacerlo. —Danilo tenía ganas de darle un apretón en la mano para reconfortarlo, pero bien sabía que eso lo tomaría como la compasión que él tanto odiaba. Le entristecía muchísimo que las cosas salieran mal para Renato, él era un buen chico, no merecía que perdiera de esa manera la fe en sí mismo que recién estaba encontrando; sin duda, había retrocedido en el proceso.

—Todo está jodido...ni siquiera sé... —Levantó la cabeza y por fin pudo mirar a Danilo, quien lo observaba con atención y asentía ante sus palabras—. Es difícil, ¿por dónde se supone que debo empezar cuando aún ni siquiera sé lo que está pasando? No lo asimilo.

—Tal vez fue mi error, no sé, debí prepararte por si algo como esto que estás viviendo se presentaba...

—¿Cómo preparas a alguien para esto? ¿Cómo lo preparas para que no se derrumbe cuando todo acaba? —cuestionó Renato con los ojos cristalizados por las lágrimas que se empeñaba en no derramar.

—Sí, Renato, el amor acaba, las relaciones acaban, las personas terminan; eso es parte de la vida. Te lo había dicho. Sé que en este momento te parece que estar sin Samira es insoportable, que quizá no puedes vivir sin ella, pero sabes qué... No es así, tú puedes seguir adelante sin ella, puedes hacerlo.

—Me hice dependiente de ella, eso es algo que sabes, lo arruiné todo con mi extrema dependencia, me paralizó el miedo a perderla, el pensamiento constante de perderla... Y así fue, quién va a querer estar con alguien como yo...—Renato hablaba sintiendo la agonía viajar por su torrente sanguíneo.

—Renato, deja de despreciarte, entiendo que estás en una situación vulnerable y poco optimista, pero puedo asegurarte de que...

—Que estoy irremediablemente jodido... —Un poco de sarcasmo se dejó escuchar en su tono de voz.

—Si sigues pensando así, podrías vivir toda tu vida sin darte cuenta de que todo por lo que tú mismo te desprecias, todo eso que tú odias de ti, alguien más lo valorará, alguien amará todas esas cualidades que tú no quieres, te amará por quien eres, te aceptará exactamente por quien eres.

—La verdad, no quiero que nadie me ame, no quiero pasar por esto de nuevo... ¿Vas a ayudarme a olvidar a Samira?

—No, no puedo ayudarte a olvidarla, no tengo la capacidad para borrarte la memoria, pero puedo ayudarte a superar este desamor, a que aceptes que está bien si no funcionó, pensarla y que no duela... pero es algo que tú debes hacer, yo solo te guiaré y brindaré las herramientas, pero lo demás deberás hacerlo tú.

—Creo que no hay nada más patético que lo que estoy haciendo... —Se limpió los ojos con los nudillos, justo cuando las lágrimas se le escaparon.

—Se que lo superarás Renato, honestamente, lo creo. Puedes empezar de nuevo...

—No tengo interés en empezar de nuevo, no siento curiosidad ni tengo motivación... No sabes lo difícil que ha sido para mí enfrentar esto, hacer cómo si nada pasa... tener que ir al trabajo...

—Sé que dices eso por el lugar en el que estás ahora y por todo lo que está pasando...Solo confía en mí, está bien... Confía.

Renato suspiró, como si se diera por vencido.

—Está bien, quiero intentarlo, quiero terminar con mis problemas, dejar mi obsesión por Samira, no quiero volver a pensarla... Necesito concentrarme en mi familia, en Elizabeth.


Nota: Ya vemos luz entre tanta oscuridad para Renato. Esperemos que Danilo pueda ayudarle.  

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