CAPÍTULO 5
Los viernes, Romina y Víctor solían llegar un poco más tarde, por lo que después de las clases de inglés, Samira se servía una gran taza de chocolate caliente, se sentaba en la butaca junto al ventanal con vistas a la calle y se cubría el regazo con una manta mientras disfrutaba de un par de horas de lectura, llevaba una semana atrapada en el maravilloso mundo de fantasía cargado de amor y acción que había creado Sarah J. Maas.
Ya estaba en el último de la saga, que recién empezó hacía un par de semanas. Tenía sentimientos encontrados, deseaba llegar al final de la historia para saber cómo terminaba pero tampoco quería hacerlo, porque que no estaba preparada para despedirse de los personajes. Aprovecharía que al día siguiente no tenía que trabajar el turno de la mañana para darse el gusto de desvelarse.
Escuchó los pasos en el pasillo y las risas de Romina, luego la voz de Víctor, le gustaba las maneras en que él se las ingeniaba siempre para hacerla reír. Dejó el libro de lado, apartó la manta y se levantó para recibirlos con chocolate caliente, como siempre solía hacer.
Corrió a la cocina y empezó a servir en las tazas, mientras escuchaba las llaves.
—Buenas tardes —saludó con bandeja en mano.
Romina que se quitaba el abrigo para colgarlo en el perchero de la entrada se mostró sorprendida.
—¿Por qué aún no estás lista? —preguntó al ver a Samira con unos vaqueros, camiseta y cárdigan que solía usar para estar en casa. Además el rodete en su cabeza no era la mejor muestra de que se estuviese preparando para asistir a su cita de esa noche.
—Es que he decidido no ir. —Puso la bandeja en el mueble blanco junto a la entrada, en el que dejaban las llaves sobre una bandeja dorada y estaba decorado con un gran jarrón con unas ramas de pampa grass, que Romina estuvo a punto de echar a la basura por las pelusas que desprendían y que ya la tenían harta; sin embargo, Samira sabía un buen truco para que dejaran de ser una pesadilla, les roció fijador de cabello y fue el mejor remedio.
—¿Cómo que no vas? —preguntaron al unísono Romina y Víctor.
—Es que la verdad, no estoy de ánimos, solo estoy esperando el momento exacto para escribirle a Lena e inventar cualquier excusa —respondió con la mirada esquiva, al tiempo que se hacía de una de las tazas para ofrecérsela a Romina.
—Samira, sabes que puedes salir a divertirte, conocer gente o fortalecer el vínculo con tu jefa y tus compañeros de trabajo, más allá del horario laboral —comentó Víctor, que también dejaba su abrigo en el perchero—. Ve, comparte con ellos y vuelve a la hora que quieras, para eso tienes llaves.
—Sí, Samira, no te cohíbas de salir solo porque te estés quedando aquí, tienes total libertad para ir venir cuando desees —intervino Romina, recibió la taza, pero enseguida la devolvió a la bandeja.
—Lo sé, y agradezco la confianza que me brindan. —Se metió las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros y se encogió de hombros—. Pero no me entusiasma la idea. —Hizo una mueca con la boca que a Romina y Víctor le pareció encantadora.
Fue la gitana la que decidió tomar el control de la decisión, así que acortó la distancia, la sujetó por un brazo y se la llevó a la habitación. Sabía que era un tema para tratar mejor entre mujeres y también por la confianza que Samira puso en ella al contarle su verdadero motivo de por qué tomó la decisión de venirse a Madrid.
Cerró la puerta de la habitación y pudo notar que Samira estaba tensa, su intención no era hacerla sentir incomoda, sino ayudarle a que rompiera esa coraza de desamor con la que se había blindado.
—Samira, cariño... sé que no estás pasando por el mejor momento emocional, pero ya es hora de que hagas algo para salir de ese estado. —La sujetó por los hombros y se acercó al rostro de la chica para mirarla a los ojos—. Han pasado tres meses, debes dejar de lamerte las heridas, déjalas cicatrizar, cierra ese capítulo doloroso y sigue adelante. Si sigues encerrándote en ti misma, evitando cualquier cosa que te distraiga de la desilusión que vives, no vas a superarlo y viniste aquí con esa intención, ¿cierto? —Vio cómo los ojos de Samira rebosaron en lágrimas y ella rápidamente le acunó el rostro y se las limpió cuando apenas iniciaban el descenso por sus mejillas.
—Lo intento, voy todos los días al trabajo, camino e intento distraerme, pero nada da resultado... No creo que salir a cenar con la misma gente que comparto mis días haga alguna diferencia —sollozó, bajando la mirada, le avergonzaba mostrarse así de vulnerable por alguien que no merecía la pena—. No puedo superarlo y no es quiera alagar innecesariamente este periodo de sufrimiento...
—Sé que estás esforzándote para superarlo. —Ella como profesional en psicopedagogía y psicología sabía que a Samira le llevaría tiempo encontrar la resiliencia—. Sé que en este momento es muy difícil para ti tener el control de tus actitudes, tus hábitos y te sientes totalmente incapaz de hacer otra cosa que no sea intentar resignarte... Sé que dedicaste mucha energía y sacrificaste mucho para encontrar la tranquilidad de un mar en calma, cuando te marchaste de tu casa quisiste predecir como pasarían exactamente las cosas, pero suceden cosas que hacen variar el rumbo o que destruyen no solo lo construido sino lo que tenías cimentado, incluso sientes haber perdido eso que te mantenía con ilusión y te motivaba a levantarte cada día por la mañana. —Samira asentía mientras Romina seguía limpiándole las lágrimas—. Sé que estás preguntándote, ¿qué debes hacer? ¿Cómo puedes atravesar este mal momento?
—No sé cómo hacerlo, ni siquiera sé si merece la pena que siga intentándolo o simplemente resignarme a seguir así, ya no luchar por olvidar o por dejar de sentir.
—Samira, la alternativa es tan simple que puede resultarte cruel, la única solución es que sigas viviendo, porque vivir también es sufrir, es avanzar sin ganas, es desconcierto, miedo, rabia... Hasta que encuentres alivio... ¿Pregúntate qué harías en este momento sino te sintieras así? Lo más seguro es que estarías entusiasmada con ir y conocer ese lugar al que te invitaron, ¿cierto?
Samira chilló pero asintió con la cabeza, agradeció la mirada comprensiva y la sonrisa dulce que Romina le regalaba.
—Entonces ve, aunque pienses que no es la mejor idea, ve y no te sientas mal por querer disfrutar del momento... Si te quedas aquí solo estarás permitiéndole al pesimismo que te arrastre y bajo ninguna circunstancias debes permitir eso.
—Es que no estoy segura de que vaya a sentirme cómoda.
—No lo sabrás si no vas, me has dicho que Lena y los chicos son de tu agrado, que te sientes bien trabajando con ellos, date la oportunidad de saber si también te agradan como amigos en los que no se rigen por ninguna jerarquía.
Samira resopló y se pasó las manos por la cara.
—Está bien, lo intentaré, iré. —Asintió con la cabeza más que por reafirmar su respuesta era un mecanismo de convencimiento para sí misma.
—Este es el primer paso y el más importante. —Romina sonrió satisfecha—. Tu temple es de acero, Samira. Estoy segura de que pronto vas a superar este bache, ahora, no pierdas tiempo, te dejo para que empieces a vestirte, ponte muy guapa —le sugirió y le dio un beso en la frente.
Samira una vez sola, volvió a llorar, deseaba con todas sus fuerzas salir de ese estado en el que estaba, no quería seguir sufriendo, pero aún no encontraba la forma, solo esperaba que Romina tuviese razón y que este tipo de actividades le ayudaran a olvidar a Renato o por lo menos a no sentir rencor y dolor cada vez que pensaba él.
Los estados de ánimo de Renato estaban en un cambio constante, no era más que una marioneta de sus emociones; la mayoría del tiempo quería ahogarse en trabajo para no pensar y cuando tenía sus días libres, solo se quedaba en la cama, se levantaba cuando el hambre le hacía doler el estómago e iba a la cocina a por agua, alguna fruta o yogurt, luego volvía y se dormía o simplemente encendía el televisor, ponía una película y no le prestaba atención.
Se sentía abrumado por las ganas de hacer nada, de no querer salir a respirar aire fresco, solo se quedaba ahí en ese aire viciado de la soledad y los recuerdos de sus momentos vividos junto a Samira, sobre los que no tenía control, porque por más que se obligaba a no pensarla, no podía ganarle a batalla a su mente y terminaba sintiéndose como un despojo humano.
En algún momento de la noche se quedó dormido solo para soñarla, ahí, en su cama, desnuda, mientras leía y él se llenaba los oídos con el maravilloso sonido de su voz; la admiraba, no, en realidad la veneraba.
Seguía el movimiento de las pupilas de los ojos de Samira recorriendo las líneas de un libro al cual no podía distinguir, disfrutaba de las espesas pestañas negras que tanta fascinación le causaba. Su dulce perfil, la exuberante boca y su nariz respingada. El corazón se le aceleró de tal manera que apenas fue capaz de seguir respirando.
Siguió con su mirada hasta los pechos coronados por los pezones rosa oscuro. Tragó saliva queriendo ignorar la tensión en su ingle, pero que ella dejara de lado el libro y se volviera para seducirlo con su encantadora sonrisa, hizo todo más fácil y con una mansa sonrisa se rindió ante su gitana.
Ella se subió encima de él, mientras se miraban a los ojos y la apresaba por las caderas, sintió cómo descendía consumiendo cada centímetro de su pene. Sí, la vio oscilar sobre él, con su pelo largo y abundante fluyendo sobre ellos, con la cara contraída por el placer.
Subió su caricia por los costados, escalando por las costillas e hizo que bajara el torso, le acunó la cara y con la punta de su nariz podía rozar la de ella, se bebía su aliento, disfrutaba de su olor y de sus pupilas dilatadas, mientras se aferraba con ambas manos al rostro sonrojado.
—Nunca querré a nadie más que a ti. Podría hacer esto durante toda la noche y seguir al día siguiente... y todos los días que me quedan por vivir, te amo, Samira... te amo —le susurró y la besó.
Pero el sonido de unos fuegos artificiales lo alertó haciendo que Samira se disipara de entre sus brazos. Despertó con el pecho agitado y empalmado. Fue la primera noche que se masturbó pensando en ella, su alivió fue realmente momentáneo, porque terminó llorando, sintiendo que en casi tres meses no había avanzado una mierda, no conseguía superarla, seguía a la orilla de la oscura carretera, cuando tuvo que detenerse para poder vomitar producto de un ataque de pánico.
Tras llorar un buen rato, se levantó porque seguía en medio de las sábanas viscosas llenas de semen. Con enérgicos tirones producto de la rabia y frustración las lanzó al suelo, se quitó el pantalón del pijama que apenas había bajado para liberar su erección, también lo dejó arremolinado sobre la alfombra y volvió a acostarse.
Sentía que su pecho empezaba a llenarse de rabia en contra de Samira, esa necesidad de quererla y no tenerla lo frustraba al punto de que esa jovencita adorable que lo enamoró hasta la médula, empezaba a desdibujarse dándole paso a una villana que no merecía su sufrimiento.
Más juegos artificiales estallaron y con todos sus colores brillantes se reflejaban en los cristales de las puertas del balcón. Era la última noche de carnavales y eso era algo positivo porque el bullicio y el aglutinamiento en la ciudad menguaría un poco, se hizo de su móvil que estaba sobre la mesita al lado de la cama, eran las diez y cinco de la noche.
Con un suspiro lánguido se dedicó a buscar otra canción con la que pudiera hacerle algún reproche a Samira. No sabía si ella algún día las escucharía, pero no le importaba, era una manera de hacer catarsis o la impotencia que anidaba en su pecho se lo terminaría consumiendo. Lo más irónico, fue que encontró una que era de uno de sus cantantes favoritos, quizá si veía en la notificación de quién se trataba, le picara la curiosidad de querer escucharla, así podría arrojar sobre ella un poco de luz, sobre cómo se sentía.
Vuelves, en cada sueño que tengo caigo de nuevo en tu red
Sé que tarda un tiempo curarme de ti de una vez
Tuve tantos momentos felices, que olvido lo triste que fue
Darte de mi alma, lo que tú echaste a perder...
https://youtu.be/5Ipg_Aof1SM
Tras escucharla una vez más decidió agregarla a la lista de reproducción y se quedó observando la pantalla, esperando esta vez contar con la suerte de ver que Samira la escuchaba. Los minutos pasaban, no pasaba nada, ningún indicio de que ella escuchara la canción, llegó a la conclusión de que seguramente desinstaló la aplicación.
Dejó caer el móvil sobre su pecho con la mirada en el techo sintió las lágrimas calientes bajar por sus sienes. No obstante, la vibración de una notificación hizo que el corazón le diera un vuelco, no se dio tiempo a saber si era de emoción o miedo, porque sus manos fueron más rápidas.
La esperanza de que se tratara de Samira se precipitó a tierra cuando se dio cuenta de que era un mensaje de Oscar.
«Hey, primo, ¿vendrás? Recuerda el favor que te pedí.»
Apretó fuertemente los párpados y resopló, a pesar de que le había dicho a Elizabeth que no iría a ver el mismo desfile de hacía ocho días, porque odiaba ese tipo de celebraciones donde todo era descontrol y aglomeraciones. Cedió a la petición de Oscar, que casi le suplicó que fuera porque quería aprovechar la oportunidad para hablar con Luana, sabía que ella no aceptaría reunirse a solas con él, entonces la función de Renato era alejarla del grupo familiar y luego dejarla con Oscar.
No tenía idea de qué pasaba entre ellos, sobre todo porque su primo seguía su noviazgo con Melissa a pesar de que la chica se había vuelto bastante exigente y lo tenía algo cansado.
Quería zafarse de ese compromiso, se maldijo por haber dicho que sí.
«Creo que es mejor que hables con Melissa. Si te gusta Luana, termina a Melissa primero»
Escribió y le envió el mensaje.
Se sentó al tiempo que con la mano libre se apretaba los cabellos, los tenía bastante largo, no había ido a cortárselo desde diciembre, lo mismo pasaba con su barba, la tenía descuidada, solo se pasaba la maquina sin importar si le quedaba prolija o no. Ya Drica había reparado en su apariencia y aunque no le había dicho directamente que estaba como la mierda, porque sabía lo que le afectaba las opiniones de los demás y lo autocritico que era, se lo hizo saber de forma sutil, cuando le dijo que, si quería, ella se encargaba de programar la visita al estilista o le haría unos minutos en su agenda para pedirle a Fabio que fuera a la oficina. A las dos opciones se negó y ella no insistió.
No pasó ni un minuto para que Oscar lo llamara, chasqueó los labios pensando en no responderle pero su primo lo necesitaba. Le contestó y sintió la agonía en su voz, por lo que en contra de toda su voluntad aceptó ir y secundarlo en la conquista de la hija de Alexandre.
Ya le había dicho que hacer eso era una locura, que no podía tener un noviazgo con la jovencita, porque no era cualquier chica, era la hija del marido de su hermana, además, ella ya tenía un hijo de un año. Luana necesitaba de alguien que no solo la llenara de promesas sino de alguien con la madurez y el compromiso suficiente para aceptarla con la responsabilidad que traía a cuesta, le costaba creer que Oscar pudiera ser el indicado.
Una vez que terminó la llamada se levantó, recogió el nudo de sábanas sucias y las llevó al cuarto de lavado, las metió a la lavadora y ahí las dejó, luego se fue a la ducha.
Después de media hora abandonaba su apartamento, el cual, había sufrido un cambio drástico, apenas intentaba familiarizarse con los muebles y los colores, ya que pasó del gris y beige que le daba un aspecto austero a una explosiva paleta de colores verde, blanco, negro y naranja.
Nota: por aquí el nuevo capítulo, espero que lo disfruten o mejor dicho que sigan sufriendo con nuestros niños.
¡Abrazos!
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