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CAPÍTULO 24

Después de un par de días de que a Elizabeth le dieran el alta, fue cuando Renato decidió ir a visitarla, comprendía que debía sentirse abrumada con tanta atención.

Cuando llegó al apartamento donde vivía fue recibido por Alexandre, quien estaba en el salón principal en compañía de sus padres Guilherme y Arlenne, también estaba Jonas, su tío Samuel y su abuelo Reinhard.

Aunque el espacio era bastante amplio, con la presencia de todos ellos lo hacían lucir pequeño. Se acercó y saludó a cada uno de los presentes, incluso se acuclilló para saludar a Jonas sentado en las piernas de su bisabuela. Ya que el niño, con una gran sonrisa, no paraba de decirle que su "papi Alex" como solía llamar a su abuelo, tenía un bebé.

En Samuel Garnett se podía notar claramente el pecho hinchado de orgullo por haberse convertido en abuelo, la dicha le salía por los poros y sus ojos color mostaza brillaban intensamente.

Alexandre, que tenía macadas una profundas ojeras y los rizos bastante desordenados, fue el encargado de guiarlo hasta la habitación en la que estaba Elizabeth.

—Es aquí —dijo abriendo la puerta.

—Muchas gracias, Alex... —Le sonrió y le apretó un hombro para reconfortar al pobre hombre, que aunque se notaba inmensamente feliz, también era evidente que sus horas de sueños eran mínimas.

Sonrió sintiéndose entre emocionado y nervioso, al ver a Elizabeth en la cama, a pesar de su ligera palidez y las ojeras, lucía radiante.

En una esquina estaba Rachell, Sophia y Megan, mientras conversaban. Las saludó con la mano y siguió hasta Elizabeth.

—Pensé que jamás vendrías a conocer a tu prima —dijo ella sonriéndole.

—Quise estar contigo desde que Hera me avisó que habías entrado en labor de parto —comentó avanzando hacia ella—, pero estaba seguro de que lo menos que querías era sentirte abrumada. —Con mucho cuidado se acercó para darle un abrazo y un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás? Cómo te sientes?

—Eres el primero, además de mami y tía Sophie, que pregunta cómo me siento antes de lanzarse a ver a Alexandra —dijo palmeando en el colchón para que se sentara.

—No es que no me importé la niña, es que imagino que ella se está robando toda la atención. —Señaló donde Elizabeth le había indicado que se sentara—. ¿Estás segura? Puedo traer la butaca.

—Siéntate Renatinho, que no estoy tan dolorida.

Él obedeció y con mucho cuidado se sentó.

—¿A quién se parece? —preguntó por fin echando un vistazo donde Luana llegaba con un bultito envuelto en una manta blanca.

—A su abuela —dijo Rachell tan orgullosa como Samuel.

Megan y Sophia rieron mientras negaban con la cabeza.

—Ay mami, aún es muy pronto para saber a quién se parece; solo nació tres días antes de tu cumple, no creo que eso la convierta en tu gemela —comentó divertida mirando a Rachell y luego se volvió hacia Renato—. Creo que tendrá el cabello rizado del padre.

—Sí, una motita de pelo así tenía Jonas —dijo Luana admirando a la niña. Se la ofreció a Renato.

—Ay no, no sé cómo cargarla. —De inmediato sintió una presión en el pecho, era de nervios y emoción.

—No es nada difícil, solo tienes que asegurarte de sostenerle la cabeza —dijo Elizabeth.

—Te ayudo. —Luana procedió a explicarle.

Renato sintió a su prima segunda, cálida y pequeña entre sus brazos, de verdad que era hermosa, parecía una muñeca bastante sonrojada. Sintió el corazón latirle demasiado fuerte y un gran vacío en el estómago, pero era una experiencia agradable.

Era primera vez que tenía a un recién nacido en brazos, pues siempre se había negado a cargar a sus demás primos, le daba mucha agonía hacerlo y como nadie lo obligaba a hacer cosas que lo incomodaban, nunca le insistieron; por lo que a los quintillizos de su tío Thor, no los cargó sino hasta que cumplieron el año.

—Hola Alexandra... ¿Te dijo tu madre que me gusta mucho tu nombre? —le preguntó a la pequeña que sacaba ligeramente la lengua y abría a medias los ojos para volver a cerrarlos. Renato pudo notar que iba a tener los ojos claros, probablemente grises como sus padres.

—Sí, a ella también le gusta mucho —dijo Elizabeth.

Cuando Elizabeth cumplió el sexto mes de embarazo. Le pidió a sus padres y a los de Alexandre que enviaran listas de nombres y tanto ella como su marido se sorprendieron cuando Samuel Garnett, solo envió: Alexandra.

No lo pensaron ni un segundo, porque de inmediato el padre se sintió feliz de que su bebé pudiera llamarse como él.

A pesar de la inicial actitud rehacía de Samuel Garnett en aceptar a Alexandre como el marido de Elizabeth, con el tiempo comprendió que él sí merecía a su hija, ya que Alexandre le había demostrado con creces que era un buen hombre y que por Elizabeth estaba dispuesto a dar la vida si era preciso.

Renato estaba perdido en lo hermosa que era Alexandra, cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse para dejar pasar a Luck, que acababa de llegar de París. Él hizo una pausa en su muy ocupada agenda de la semana de la moda para venir a ver a Elizabeth y por supuesto conocer a Alexandra.

Renato se levantó para que el modelo pudiera saludar a su prima, ella grito emocionada al verlo, por lo que la bebé se estremeció en los brazos de Renato, eso lo puso más nervioso y de inmediato se la devolvió a Luana.

Mientras Elizabeth y Luck se abrazaban fuertemente y se decían lo mucho que se habían echado de menos.

**********

Samira se encontraba en el café de Lena, donde más personas de las que había imaginado estaban celebrando su cumpleaños, se habían reunido ahí, sus amigos y algunos compañeros de clases.

Un gran pastel violeta y azul estaba coronado por un par de velas que sumaban veintitrés, aunque en realidad estuviese cumpliendo veintidós; no obstante, el secreto de su verdadera edad era algo que muy pocos sabían.

Ya le dolían los pies de todo lo que había bailado y su estómago estaba inflamado de lo mucho que había comido, aun así, se aseguró de dejar un poco de espacio para una rebanada de su pastel.

Había sido un buen día, desde muy temprano empezó a recibir mensajes de felicitaciones de sus amigos en Chile, también de su abuela, su cuñada Glenda y de Adonay, que a pesar de que estaba en los preparativos de su pedimento, se hizo unos minutos para hacerle una video llamada, no solo la felicitó, sino que también le pidió su opinión sobre el traje azul marino que debía usar esa noche.

Le gustó mucho verlo un poco más animado con su compromiso, ya que al principio estaba bastante renuente, porque había sido un imposición de su padre. Según si tío Bavol, consideraba que era hora de que Adonay formara su familia y estrechara lazos con una familia gitana tan importante como para que le quitara la mancha que ella había dejado con su huida.

Lo único que sabía de la prometida de su primo, era que la chica vivía en São Paulo y que hasta ahora solo se habían visto un par de veces, quizá fue en el segundo encuentro donde Adonay se sintió atraído por ella.

A pesar de que estaban en pleno otoño, se sentía acalorada, no sabía si se debía a la cantidad de presentes en un lugar tan pequeño, a todo el esfuerzo físico de haber bailado o al clericó que estaba bebiendo, por lo que decidió salir para refrescarse.

—Necesito un poco de aire —le dijo a Lena, mientras que con una mano se alzaba el cabello dejando expuesta su nuca y con la otra se abanicaba.

—Si quieres te acompaño —ofreció la peliazul.

Samira asintió y en su camino a la salida recibió un abrazo de Raissa, que la felicitaba una vez más, se mostraba bastante emocionada, probablemente producto de todos los mojitos que se había tomado.

—Te quiero reina —le dio como media docena de besos sin despegarle los labios de la mejilla.

—Yo también, yo también —aseguró Samira, sonriente mientras correspondía al abrazo de su compañera de clases.

Lena intervino para liberarla de esa explosiva muestra de afecto y logró llevarla fuera.

A Samira el viento frío le pellizco las mejillas, pero fue bastante agradable que la refrescara por lo que respiró profundo y luego exhaló largamente.

Mientras Lena sacaba del bolsillo de su chaqueta de gamuza marrón, la cajetilla de cigarros.

—¿Te importa? —preguntó mostrándole la caja.

—No, para nada —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Te ha gustado la fiesta sorpresa? —siguió al tiempo que sacaba un cigarro y se lo llevaba a los labios.

Samira se volvió a mirar por encima del hombro para ver a través de los cristales a tantas caras conocidas disfrutando de la música que en ese momento llegaba atenuada a sus oídos, sonrió y sus ojos se cristalizaron de genuina emoción.

—Sí, no esperaba nada como esto —confesó. Jamás se imaginó en un ambiente así, con tantos amigos y conocidos. Ella que creció con la idea preconcebida de que siempre sería marginada por el origen de su etnia.

Sí, en algún momento fue blanco de ofensas de ciertas personas, pero estaba segura de que solo se trataba de gente que no podían entender que lo mejor de la vida era vivirla sin las ataduras de los prejuicios.

Podía contar con los dedos de una mano esos desagradables episodios en los que tanto creía su padre. Esas ideas de discriminación hacia los gitanos que solo existía en la mente de unos pocos.

En el ambiente donde estaba ahora no había diferencias, no existían gitanos y payos, europeos y latinos, blancos y negros, todos eran seres humanos que disfrutaban de vivir la vida sin complicaciones.

—Fue idea de Julio César, él te adora —aseguró Lena, sonreía y expulsaba el humo de su segunda calada.

—Y no sé qué sería de mí sin él. —Samira sonrió nostálgica, era consciente de lo mucho que significaba el chico para ella.

Conversaron por otro rato hasta que Lena dijo algo que a Samira le encogió el estómago.

—¿Cómo que venderlo? —preguntó parpadeando muy rápido a causa de la sorpresa.

—Sí, quiero irme a Tailandia, tener una vida más relajada, el caos de la ciudad ya no es para mí, necesito vivir en unas eternas vacaciones...

—¿Incluso el café te tiene agotada? —preguntó Samira, ella adoraba ese lugar, tenía un encanto único.

—No, el café ha sido mi sueño materializado por más de diez años, pero Hacienda está haciendo que se convierta en una pesadilla —expuso con una risa y luego le dio una calada más al cigarro.

—Te entiendo. —Samira estaba de acuerdo, ella misma le parecía irrisorio todo lo que tenía que pagar en impuestos al año—. Supongo que te llevarás a Gatsby.

—Es mi hijo, no lo dejaré por nada del mundo —hablaba con orgullo de su adorado gato—. Lo llevaré a donde vaya.

Fue en ese momento que Samira pensó en que muy pronto Julio, Javier y Pablo iban a quedarse sin trabajo. No sabía si quien compraría el lugar seguiría manteniendo esa esencia bohemia que tanto le gustaba.

—Sé que jamás dejarías a Gatsby, voy a extrañarlo, y a ti también, por supuesto...

—Siempre podrás visitarme una vez esté instalada. No será un problema para ti.

—Seguro que lo haré... ¿Ya tienes algún cliente?

—Aún no, el martes vendrá un agente de bienes raíces para hacer el avalúo comercial y así poder ponerlo en el mercado.

—No lo hagas, yo te lo compraré. —Samira sabía que no era idóneo que tomara esta decisión sin antes consultar con su abogado y contador, pero le gustaba mucho el café, era un lugar en el que se sentía bien.

—¿Qué? —La reacción de Lena era de sorpresa. Sí, ella estaba al tanto de que Samira se había ganado un premio y que fácilmente podría pagar por el local, pero también era consciente de que con sus estudios no contaba con tiempo para administrarlo—. ¿Cómo harás? ¿Y las clases?

—Siempre me ha gustado este lugar y todo lo que tenga que ver con gastronomía me fascina... Ciertamente, no dejaré de estudiar, sin embargo, ahora que solo tengo clases por las tardes, podré administrarlo por las mañanas y estoy segura de que Julio podrá hacerlo perfectamente por las tardes... ¿Qué dices?

—Creo que no podría dejarlo en mejores manos. —Los ojos de Lena destellaron de emoción—. Sé que lo harás más reconocido...

—Pero tendrás que darme el ingrediente secreto de la masa de los churros —comentó Samira.

Había empezado su tercer año de carrera en septiembre y con un horario menos exigente, sentía que por ahora sus estudios no acabarían con ella. Si las cosas se le complicaban, bien podría recurrir a buscar a alguien que le ayudara a Julio a administrarlo.

—Por supuesto, necesitarás mantener la clientela...

—Te prometo que no dejaré que muera este lugar que fue tu sueño.

Lena le ofreció los brazos para estrecharla y Samira no dudó en abrazarla con fuerza. Acordaron no decir nada durante la fiesta; aunque esa noche, Samira hablaría con Julio para saber si él estaba dispuesto a aceptar la responsabilidad de administrar el lugar.

Entraron para seguir festejando a la gitana. Tras un par de horas más, decidieron que era momento de partir la tarta; así que todos los presentes corearon: "Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz".

Samira los admiraba con un nudo de felicidad en la garganta, no quería llorar como ya lo había hecho otras veces, sobre todo por la nostalgia que le provocaba no estar con su familia a la que a pesar del rechazo de la mayoría de sus miembros seguía queriendo, desvió la mirada a las velas que flameaban intensamente y tragó el obstinado nudo.

Una vez pidió su deseo, que se repitió como lo había hecho en los últimos años. Su deseo era, algún día ser perdonada por sus padres para que le permitieran ir aunque solo fuese de visita.

Sopló fuerte y las velas se apagaron dando el paso a una lluvia de aplausos y silbidos, volvió a recibir besos, abrazos, buenos deseos y también algunos tirones de oreja, tradición que le hacía recordar lo poco que le agradaba esa parte de su cuerpo. 

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