CAPÍTULO 22
Fue durante la cena de fin de año cuando Liam sorprendió a la familia, al anunciarles que a partir de la segunda semana de enero, se iría a vivir a Singapur.
—Mi padre necesita un gerente en esa sucursal, así que me ofrecí —comentó mientras picaba un trozo del pernil de cerdo horneado.
—¿Por qué no me habías dicho nada? —preguntó Reinhard en voz baja a Ian que lo tenía a su lado izquierdo.
—Fue mi decisión que no les dijera. —Liam levantó la mirada hacia su abuelo, luego vio a su madre que se había quedado muda y podía notar cómo se le cristalizaban los ojos.
—No entiendo, pero si en la sede principal estás bien... haces lo que quieres... —Thais sentía un nudo apretando su garganta, buscó la mirada de su marido que lo tenía en frente—. ¿Por qué tomar esa decisión de irte tan lejos?
—Es una decisión muy personal... —intentaba explicar Liam pero su madre atacó de inmediato a su padre.
—¿Por qué lo permitiste? —interrogó Thais a Ian, olvidando que estaban en una cena familiar.
—Fue mi decisión, agradezco que padre la respetara y que haya puesto su confianza en mí para llevar las riendas de una sede tan importante...
—Pero puedes hacerte cargo de otra sede, más cerca...
—Madre, es mi decisión, quiero irme a Singapur, ¿puedes respetar eso?
Ian necesitaba responder a la exigencia que su mujer le hacía con la mirada.
—No pude negarle eso, sé que está capacitado —respondió, él mejor que nadie conocía las razones de por qué Liam quería marcharse, razones más poderosas que la responsabilidad de gerenciar.
—Ian... —Thais se ahogó con el nombre de su marido.
—Esta vez te quedaste sin cómplice madre, puede que le hayas convencido de que retirara los papeles de la academia militar, pero ahora me adelanté a tus manipulaciones... Tengo treinta y cinco años, hace más de dos décadas que dejé de ser un niño. —Cuando su madre intentaba involucrarse en las decisiones que él creía importante para su vida, le era imposible no recordar la forma en que sus padres movieron sus hilos de poder para que no lo aceptaran en la academia militar y ese era un resentimiento que no dejaba de supurar.
—Sé que lo harás bien, pero vendrás para las vacaciones... —comentó Sophia en un intento de hacer que la tensión mermara un poco.
—Sí, prometo venir para las ocasiones especiales.
—Bueno, anota en tus ocasiones especiales mi cumpleaños y el de tu abuelo. —Le sonrió aunque también sentía que las lágrimas le anidaban al filo de los párpados.
—Oh, por fin... nos libramos de ti —dijo emocionada Hera—. Adiós al perro faldero.
—No crean que podrán hacer los que le dé la gana —dijo señalando a cada gemela con el cuchillo—. Dejaré a gente encargada que hará ese trabajo por mí.
Helena refunfuñó y las risas no se hicieron esperar, aunque la tensión de la reciente discusión se había disipado un poco, la nostalgia se podía sentir en el ambiente.
Cuando la cena terminó poco a poco se fueron levantando de la mesa mientras seguían conversando y haciendo planes para ir al Reveillon.
Liam salió una de las terrazas, necesitaba un poco de nicotina que le ayudará a nivelar sus emociones. Antes de que alguien más decidiera ir a hablar con él, fue Reinhard quien quiso acompañar a su nieto.
A Renato también le sorprendió el anuncio de su hermano, tampoco se lo había dicho y eso que la noche anterior se habían reunido con algunos amigos para cenar y luego se fue a dormir en su apartamento.
Quizá no deseaba que pusieran sobre aviso a su madre, porque todos tenían la certeza de que no lo iba a tomar de la mejor manera.
Subió las escaleras para ir a su habitación a cepillarse los dientes, cuando se encontró en el pasillo a Elizabeth.
—Liam siempre busca la manera de sorprendernos —comentó ella sonriente.
—Sí, pero creo que esta vez lo está haciendo porque de verdad necesita alejarse un tiempo de Río —respondió Renato con las manos en los bolsillo del pantalón blanco.
—¿Sabes algo que yo no sé? —preguntó en un tono de secretismo al tiempo que se le acercaba.
Renato podía notar el brillo de picardía en los ojos de Elizabeth, aunque la notaba algo pálida.
—No sé nada —mintió con una ligera sonrisa.
—Sé que sabes algo, pero está bien si se trata de un secreto. —Afirmó con la cabeza y le apoyó las manos en los hombros.
—Soy bueno guardando secretos... Eso debes saberlo.
—Sí, por eso desistí de mi plan de torturarte para poder sacarte un poco de información, buscaré a alguien que se rinda más fácilmente a mis peticiones.
—Papá, estoy seguro de que vas a por él... No quiero desilusionarte, pero creo que tampoco podrás sacarle nada... Mas bien, dime a dónde iremos a celebrar el fin de año.
—Tú, ¿interesado en una celebración? No me lo puedo creer —rio y con una mano le dio una palmadita en el pecho.
—Solo me he adelantado a tu petición.
—Pues, esta vez te has equivocado, primito —suspiró largamente—. Alexandre y yo no vamos a ir a ningún lugar, nos vamos a casa, estoy agotada y no me siento muy bien.
—¿Qué tienes? —De inmediato el tono de su voz se tiñó de preocupación.
—Nada de lo que preocuparse, así que puedes estar tranquilo. —Sintió en la palma de su mano cómo el corazón de Renato se alteró.
—¿Segura? Porque te noto algo pálida... —Le acarició la mejilla—. No está de más que vayas al médico, si Alexandre está muy ocupado con el trabajo, yo puedo acompañarte.
—Eres demasiado adorable, Renatinho... Ya fui al médico y no tengo nada malo.
Renato se quedó mirando a los ojos de Elizabeth que le brillaban mucho más de lo normal y aunque pálida la notaba sonriente, en ese momento cayo en la cuenta de que tampoco la había visto tomar vino durante la cena.
—Estás embarazada. —No era una pregunta, estaba muy seguro de que estaba en lo correcto. La risa nerviosa de ella fue la respuesta más clara—. ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Ya tío Sam y Rachell lo saben? —Esta vez se le aceleró el corazón de emoción.
—Solo lo sabe Alexandre y mamá, se supone que íbamos a dar la noticia durante la cena. —Puso los ojos en blanco—. Pero tras la bomba que lanzó Liam, es mejor dejarlo para otro momento. ¿Me guardarás el secreto?
—Sí, por supuesto —se rio y de inmediato la abrazó—. ¡Muchas felicidades! Imagino que Alexandre debe estar muy feliz.
—Ha llorado más que yo... Sobre todo porque nos tomó por sorpresa, algo falló en el método anticonceptivo, no esperaba salir embarazada ahora que estoy estudiando, pero ya que sabemos que pronto seremos padres nos ha hecho muy feliz.
—Sé que serán buenos padres, supongo que puedes con un trimestre más en la universidad y luego congelas la carrera hasta que puedas retomar.
—En mis planes está hacer un par de trimestres si es que no me afectan los malestares, que hasta ahora han sido terribles... La doctora me ha dicho que pasarán.
—Seguro que sí, me hace muy feliz... No puedo esperar para verte con la panza grande... —dijo tocándole el abdomen.
—Es mi mayor miedo, que crezca mucho, las estrías y todo eso...
—Sé que te verás hermosa. —Volvió a abrazarla y le dio un par de besos en la mejilla—. Con o sin estrías seguirás siendo hermosa y un maravilloso ser humano...
—Pero temo que si salen ya no le guste tanto a Alexandre, ya sabes... —hablaba aferrada al abrazo de Renato.
Él se apartó y le llevó las manos a los hombros, donde emprendió una caricia por las clavículas, ascendió por el cuello hasta acunar su rostro.
—Te amará mucho más; quiero que entiendas algo, los hombres no nos fijamos en eso que ustedes creen que son imperfecciones. —Le guiñó un ojo—. Cuando una mujer nos gusta, nos gusta todo de ella... Puedes preguntárselo a él y verás que te dirá lo mismo.
—Se lo preguntaré, no creas que no —dijo con una sonrisa pícara, mientras apoyaba un dedo índice en el pecho de su primo.
—Bueno, ahora como no tengo la obligación de ir a Copacabana, que debe estar infernal como siempre, me voy a la tranquilidad de mi hogar a continuar con el libro que estoy leyendo.
—Deberías ir con los chicos, divertirte un rato con ellos.
—¿Qué te hace suponer que leer no me divierte?
—No digo lo contrario, Renatinho... Solo que es el último día del año, podrías hacer algo distinto... Ya sé, escríbele a Bruno y vas a su casa, ahí siempre las celebraciones son memorables, también aprovechas para saludar a sus padres. ¿Cuánto hace que no los ves?
—A sus padres hace mucho, a Bruno lo vi la semana pasada... —respondió, Elizabeth tenía razón, los padres de su amigo siempre habían sido incondicional con él y los visitaba muy pocas veces.
—Bueno, ya le digo que vas para allá.
—Yo mismo le aviso —dijo sacando el móvil de uno de los bolsillos del pantalón.
Elizabeth no se movió de ahí, ni siquiera le quitó la mirada de encima hasta que Bruno le respondió y comprobó que se reunirían en su casa en media hora.
—Entonces me despido. —Le dio un beso en la mejilla a su primo—. Quieres que nos veamos uno de estos días para almorzar.
—Está bien, que sea pronto, antes de que empiece en el trabajo.
—Bien, te estaré escribiendo, no cambies de parecer...
—No lo haré, ahora voy a despedirme de mamá.
—Iré a por Jonas y también nos vamos —informó, ya que el niño se había quedado dormido mucho antes de la cena. Había acordado con Luana, su hijastra, que se lo llevaría, para que la chica pudiera ir a divertirse.
Elizabeth siguió hacia la habitación donde estaba el niño, mientras que él tomó el rumbo opuesto para ir a despedirse, en especial de su madre, que sabía debía estar bastante impactada por la noticia de la partida de Liam.
En su búsqueda fue encontrándose con algunos miembros de su familia de los que se despedía, informándoles que se iría a la casa de Bruno.
Cuando por fin vio a su madre, fue a través del cristal de la puerta que daba a una de las terrazas, ahí estaba con Liam, quien la tenía abrazada.
Renato supo inmediatamente que le estaba pidiendo perdón por la forma en que la trató durante la cena, así era el carácter de su hermano, estallaba con reproches cínicos, pero luego se arrepentía y buscaba la forma de encontrar la indulgencia.
A pesar de la poca paciencia que lo caracterizaba adoraba a su madre y ella a él, en realidad, Liam era su mayor debilidad. No era el mejor momento para interferir, por lo que decidió alejarse y fue hasta donde su abuela para pedirle que lo despidiera de su madre.
Luego de un beso y un largo abrazo por parte de Sophia, se dirigió al estacionamiento, subió a la SUV y condujo en silencio hasta la casa de Bruno, solo lo acompañaban sus pensamientos y una sonrisa, porque realmente se sentía muy feliz por Alexandre y Elizabeth. Lo admitía, siempre había admirado la relación amorosa de ellos, porque se enfrentaron a muchas cosas para poder estar juntos, fueron contra viento y marea siempre completamente seguros de su amor.
Hacía tanto tiempo que no visitaba la casa de los padres de Bruno que había olvidado lo largo que era el camino de entrada, cuando por fin divisó la propiedad cálidamente iluminada, sintió que el corazón se le aceleraba, pero con prontitud empezó con respiraciones profundas que le ayudaran a tomar el control de sus emociones.
Se le hizo imposible no revivir el recuerdo de un terrible ataque de pánico que sufrió ahí cuando tenía quince años, pero ahora podía controlarse, sabía cómo hacerlo, tenía el poder sobre sus pensamientos.
Buscó un lugar donde estacionar junto a los muchos vehículos de los demás visitantes a la celebración. Aunque Bruno solo tenía una hermana, su familia era numerosa, pues sus tíos y tías, que eran unos diez o doce, ya no recordaba, habían sido unas fábrica de hijos, lo que le sumaba a su amigo, una cifra casi incalculable de primos.
Se acercaba a la puerta principal cuando Bruno en compañía de Vera salieron a recibirlo, verlos juntos le alegró, sobre todo, porque que ella estuviese ahí con la familia de su amigo, dejaba claro que la relación iba bastante en serio.
Desde hacía un par de semanas que se decidieron a ser más que amigos. Renato pudo notar que la química entre ellos era casi palpable, desde que tuvo la oportunidad de presentarlos en octubre, empezaron a verse bastante seguido.
Sobre todo en Bruno notó un interés porque invitara a Vera a todos los planes que hacían, y le preguntaba disimuladamente sobre sus intenciones con Vera.
Renato sabía que su amigo solo quería asegurarse de no involucrarse con una mujer que posiblemente a él también le gustaba. No pudo mentirle, le dijo que ella le parecía atractiva pero solo eso, no sentía más que cariño fraternal y admiración por Vera.
Era evidente que a Bruno sí le gustaría tener con ella más que una relación amistosa, así que les ayudó a que se dieran la oportunidad de amarse. Ahora, después de dos semanas, se sentía feliz por ellos; en especial por su amigo, que pasó tanto tiempo enamorado de Elizabeth y que jamás se atrevió a confesarle sus sentimientos por temor a ser rechazado y que ella lo viera con lástima o, en el peor de los casos, que terminara arruinando la amistad.
—¡Bienvenido! —Bruno lo estrechó en un fuerte abrazo—. Me alegra mucho que decidieras venir. —Siguió riendo, su felicidad era genuina, porque Renato se involucraba cada vez más en reuniones.
Estaba saliendo de ese caparazón de temores, aunque su timidez con desconocidos se mantenía casi intacta, por lo menos ahora era más participativo en las conversaciones y no se ponía nervioso por tener que relacionarse con otras personas. Incluso, algunas veces lo había sorprendido cuando tomaba la iniciativa.
—También me da gusto estar aquí. —Se apartó del abrazo de Bruno para saludar a Vera—. Hola, ¿todo bien? —le preguntó mientras la abrazaba.
—Hola, sí, todo bien. Qué bueno que estés aquí... Imagino que no esperabas encontrarme en esta reunión familiar —comentó con los dientes apretados en una risita entre tensa y divertida.
—La verdad, me han sorprendido, pero me alegra saber que la relación va en serio. —Una vez que rompió el abrazo, se llevó las manos a los bolsillos del pantalón.
—Eso intentamos —confesó ella y le dedicó una mirada encantadora a Bruno.
La forma en que él le devolvió la mirada y le sonrió, le dejó claro a Renato que se estaban llevando muy bien; inevitablemente sintió celos y después de muchas semanas, el recuerdo de una mirada de Samira esa tarde en el café La Candelaria, mientras ocultaban a sus amigos su relación, volvió como un destello, rápido pero enceguecedor.
—Bueno, entremos, mamá se muere por saludarte —le invitó Bruno, al tiempo que tomaba la mano de Vera y entrelazaban sus dedos.
Renato tragó grueso para pasar el sabor agridulce del recuerdo, sonrió y siguió a la pareja. Dentro se dejaban escuchar los murmullos provenientes de los pequeños grupos que habían formados los miembros de la familia.
Bruno guio a Renato hasta el grupo en el que estaba su madre en compañía de sus tías. En cuanto ella vio los soñadores y hermosos ojos azules del nieto de Reinhard Garnett, sonrió y se disculpó con sus acompañantes para ir al encuentro del joven.
Se sorprendió cuando él tomó la iniciativa de saludarla con un beso en la mejilla y un ligero abrazo, ya que Renato no era muy dado a las muestras de afecto y le abrumaba si lo abordaban de manera brusca, por lo que lo trataba no tan efusivamente.
En cuanto Raoul, su marido, lo vio, también se apartó del grupo en el que estaba para saludarlo, ya que el cariño que sentían por él, era como si se tratara de un hijo más.
Renato fue presentado a todos los miembros de la familia, muchos de ellos, provenientes del exterior. Celebró con ellos la llegada del Nuevo Año y ya bastante entrada la madrugada, se sentía bastante cómodo en el grupo de los más jóvenes, que estaban reunidos en una de las terrazas.
A su lado estaba sentada, Raissa, una de las tantas primas de Bruno y a la que no conocía, la chica debía tener unos veinte y tuvo la habilidad para sacarle un tema de conversación que él pudo seguir tranquilamente.
Llevaban como una hora conversando, le había contado que era parte de la familia de Bruno que vivía en España y que era tercera vez en su vida que visitaba a sus tíos.
Le preguntó qué estudiaba, él dijo que en marzo empezaría un doctorado de Economía y Gestión, pudo notar la sorpresa en sus ojos marrones. Así que prefirió dirigir la conversación hacia ella.
—¿Qué estudias? —le preguntó mientras dejaba el vaso de agua en la mesa auxiliar.
—Medicina, en Madrid.
Esa respuesta hizo que el corazón de Renato se contrajera, pero no podía permitir que una simple profesión lo llevara a pensar en Samira y en dónde estaría o qué estaría haciendo. Sabía que esas preguntas no lo llevarían a ningún lado.
—¿Y cómo lo llevas? ¿Cuánto te falta?
Ella se echó a reír y puso los ojos en blanco.
—No lo llevo muy bien, me gusta la carrera pero me está consumiendo y eso que recién empiezo, apenas estoy en el primer cuatrimestre del primer curso.
—Sí, dicen que Medicina es una de las carreras más exigentes.
—Ya lo creo —volvió a reírse.
Siguieron conversando por varios minutos más, hasta que la luz del alba empezaba a divisarse en el horizonte. Momento adecuado para él despedirse.
Le dijo a Raissa que fue un placer conocerla y que esperaba verla nuevamente antes de que regresara a España.
Ella le dijo que en un par de días se irían, que si deseaba podía venir a cenar esa noche y si no podía, con gusto lo esperaba en Madrid.
Renato aceptó la invitación de esa noche y también le dijo que cuando fuera a Madrid esperaba verla. Ya que, le agradó mucho su compañía, tenía una energía encantadora que lo incitaba a seguir conociéndola.
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