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CAPÍTULO 21


Hacía mucho tiempo que Renato había limitado sus relaciones interpersonales solo a laborales y familiares; no obstante, desde que conoció a Vera, había vencido la barrera del temor que significaba crear lazos afectivos con extraños.

Aunque solo se habían visto pocas veces en el gimnasio, mantenían conversaciones casuales por mensajes, estaba claro que no quería ningún tipo de relación amorosa, apenas estaba reponiéndose al desastre emocional que le causó la partida de Samira como para arriesgarse a algo meramente parecido.

Por otra parte, opinaba que Vera era atractiva e inteligente con la madurez de una mujer de poco más de treinta años, poseía buen sentido del humor y una seguridad aplastante, extrañamente, hasta ahora no lo había hecho sentir intimidado.

Más de una vez se recriminó cuando estando con ella, buscó compararla con Samira, para llegar a la triste conclusión de que la gitana aún le hacía latir fuertemente el corazón, pero no por eso, se privaba de vivir la experiencia de tener una amiga. Incluso, Danilo aprobó que interactuara con ella, porque necesitaba expandir su círculo social y así tener otras perspectivas que le ayudaran a comprender lo que sentía por Samira.

Esa fue la razón por la cual invitó a Vera a almorzar, habían pasado un rato agradable, mientras conversaban de temas afines y más relacionados con sus ámbitos laborales.

—Todo estuvo riquísimo —dijo Vera, volviendo a mirar la fachada negra y roja del restaurante Mr. Lam.

—Sí, sirven buena comida. —Estuvo de acuerdo Renato, que ya sabía que era la primera vez de su acompañante en el sitio—. Me tranquiliza saber que acerté con la elección —sonrió y volvió su mirada a la derecha.

Conversaban mientras esperaba a que trajeran el auto; llevaría a Vera al edificio donde funcionaba la sede principal de Oracle, luego él volvería a sus funciones en la compañía.

Su sonrisa se congeló y el corazón se le agitó violentamente cuando vio venir a Vadoma por la acera, traía algunas bolsas de lo que parecía ser alguna tienda de ropa. Ella, al verlo se detuvo y se volvió hacia la carretera.

A Renato se le secó la garganta y sus pies protestaban de ganas por salir corriendo, pero al mismo tiempo sus músculos estaban rígidos, imposibilitándole cualquier reacción, solo sentía su pecho doler por su respiración forzada. No estaba a punto de un ataque de pánico, solo se trataba de puro nervio, sabía identificarlo.

Antes de que pudiera ser dueño de sus impulsos, la mujer mandó a parar un taxi y subió, era evidente que lo había hecho para evitarlo, incluso cuando el auto pasó frente a él, la gitana miró a otro lado.

Con un sabor metálico invadiéndole la boca y la palmas de las manos sudorosas, vio el taxi alejarse, de inmediato pensó que quizá lo había evitado tan descaradamente porque Samira había vuelto con ellos y no podían permitir que él se le acercara de nuevo.

Su corazón no bajaban el intenso latido que arremetía contra su pecho y sienes, se trataba del deseo febril de querer seguirla, pero su auto aun no llegaba y como una negativa del destino o lo que fuera, su amigo Bruno llegó justo en ese momento para retenerlo un poco más ahí.

A pesar del aturdimiento en el que se encontraba, atendió al saludo de su amigo.

—Hermano, que bueno verte —dijo Bruno mientras le estrechaba una mano y con la otra le apretaba el hombro.

—También me alegra verte, ¿cuándo llegaste? —preguntó Renato, porque Bruno llevaba un tiempo de vacaciones en Mykonos.

—Anoche, pensaba reintegrarme en el trabajo mañana pero mi padre necesita que me haga cargo de unos contratos de obras públicas.

Bruno era uno de los herederos de un conglomerado de empresas en los campos de la ingeniería y la construcción, su padre y abuelo siempre habían sido amigos de Reinhard Garnett, incluso, compartían acciones en algunos negocios.

—Obligaciones de las que no puedes escapar —comentó Renato con una ligera sonrisa y se volvió hacia su acompañante que había permanecido en silencio—. Bruno, te presento a Vera, una amiga... Vera, Bruno, mi mejor amigo.

—Hola, es un placer. —La mujer se acercó y le dio un beso en cada mejilla.

—El placer es mío —correspondió al saludo.

Le fue imposible no apreciar lo atractiva que era la acompañante de Renato, pero de inmediato alejó cualquier pensamiento que le permitiera verla como algo más que una amiga. No obstante, sintió la necesidad de saber cómo se habían conocido.

Aunque Renato quisiera seguir hablando con Bruno, de momento no podía, acaban de traer su auto y en media hora tenía una reunión.

—¿Te parece si nos vemos el viernes?

—Bien, vayamos a comer a algún lugar...

—¿Te gustaría acompañarnos? —Se volvió hacia Vera, creyó prudente extenderle la invitación, ya que estaba presente.

—Sí, me parece bien. —Ella asintió estando de acuerdo y le sonrió a Bruno.

—Entonces nos vemos el viernes, luego acordamos el lugar. —Bruno le tendió la mano a Renato, comprendía que su amigo debía marcharse.

—Está bien, te llamo por la noche —dijo Renato, dándole un apretón a la mano de Bruno.

—Un placer Vera, nos vemos el viernes. —Se despidió de la chica.

—Hasta el viernes. —Asintió y también levantó la mano a modo de despedida.

Sin perder más tiempo Renato y Vera subieron a la SUV, mientras que Bruno entró al restaurante que fungía en una suntuosa y moderna mansión con vistas a la laguna Rodrigo de Freitas, especialista en cocina china de alta calidad, que lo había hecho acreedor de un par de estrellas Michelin.

Durante el trayecto Renato no hizo más que pensar en Vadoma. ¿Por qué lo ignoró de esa forma? A pesar de la pequeña confrontación que habían tenido la última vez que se vieron, consideraba que no fue tan grosero con ella como para que se comportara de esa manera.

La única razón que consideraba plausible, era que Samira estaba de vuelta en Río con su familia y como no quería saber nada de él, le habría dicho algo a su abuela que hizo que esa aversión que sentía por él se intensificara.

—Renato, nos hemos pasado —anunció Vera.

—Disculpa, si tienes razón... Es que estaba pensando en la reunión —dijo al tiempo que activaba la luces intermitentes para retroceder hasta la entrada del edificio en el que trabajaba Vera.

—Lo he notado, has estado muy callado durante el camino —dijo sonriente.

—Lo siento. —Se sonrojó de vergüenza.

—No te disculpes, te entiendo perfectamente. Cuando tengo asuntos importantes pendientes me roban toda la atención.

—Nos vemos esta noche —anunció él al tiempo que estacionaba.

—Sí. Que todo vaya bien con tu reunión.

—Gracias.

Se despidieron con un beso en la mejilla y ella bajó.

Renato volvió a poner la SUV en marcha y siguió martirizándose con las posibles razones de por qué Vadoma lo había ignorado, solo si hubiese podido seguirla.

Ese apasionamiento lo acompañó toda la tarde y parte de la noche, porque después de mucho tiempo volvió a sufrir de insomnio, lo que no era una buena señal, no podía permitirse una recaída, había avanzado mucho, creía haber superado a Samira y se sentía bien consigo mismo, lo menos que deseaba era volver al círculo vicioso del sufrimiento.

Aunque le costó mucho quedarse dormido, lo primero que hizo apenas el despertador sonó por la mañana, fue escribirle a Danilo, necesitaba que evitara que volviera a hundirse.

*******

Muchas personas le habían dicho que estudiar Medicina era difícil, que debía dar el ciento diez por ciento, Samira se enfrentó a eso con la mejor actitud, con todas sus energías, pero tras tres meses de asistir a clases y a punto de terminar el primer curso, sentía el cansancio hasta la médula, llevaba semanas sin poder dormir lo suficiente y como muestra de ello eran las profundas ojeras que no podía ocultar con nada.

Se pasaba todo el día en la universidad, apenas si veía a Julio Cesar en las noches cuando llegaba y se iba directa a la ducha y de ahí a dormir.

Los fines de semanas, sus únicos días libres los pasaba encerrada en su piso, estudiando. Tan solo se permitía ver una película en compañía de su amigo o conversaban sobre cómo eran sus días.

Julio se sentía muy bien trabajando en el café de Lena, incluso, le contó sobre un chico que había conocido y con el solía salir a pasear por las tardes, aunque decía que solo eran amigos, la verdad era que a Julio se le iluminaba la mirada cada vez que hablaba de Amaury.

Le contaba tantas cosas, de todo lo que hacían y a dónde iban, que le fue imposible a Samira no sentir que la espina de la envidia se le incrustaba en el corazón.

Le parecía que estaba olvidando lo que era vivir para algo que no fuera la Medicina, que sus estudios le adsorbían todo el tiempo y energías. No era que no amara todo lo que estaba aprendiendo, solo que le gustaría tener un equilibro entre su vida personal y su carrera.

Sentía que aburría a Julio César porque sus únicos temas de conversación eran referente a anatomía, genética, bioquímica entre otras materias... Y alguna que otra anécdota sobre sus compañeros de clases. Sí, durante su tiempo en la universidad compartía con Yesenia y Esther, pero sus conversaciones en su mayoría se centraban en lo mismo.

—Hola cariño, buenas noches —le saludó Julio Cesar.

—Buenas noches. —Caminó casi arrastrando los pies, esta vez no solo se sentía agotada física y mentalmente, sino que también, durante el trayecto recibió una llamada que le ratificaba que no importara cuanto tiempo pasara, su corazón seguía sufriendo por Renato.

—Preparé tacos para cenar, hice de carne y de pollo...

—Gracias, seguro quedaron riquísimos. —Se acercó a él y le saludó con un beso en la mejilla—. Voy a ducharme y vengo a ayudarte a poner la mesa.

—Tranquila amor, dúchate, que yo me encargo del resto.

—Te quiero —dijo con una leve sonrisa pero con el cansancio y la tristeza fijada en sus pupilas.

—Yo más... ve, ve a ducharte.

Samira asintió y se fue a su habitación, el agua caliente le ayudó con el frío terrible que le calaba los huesos, suponía que eso tendría que relajarla, pero terminó llorando una vez más.

Hacía casi dos años que se había venido de Chile, dos años que su relación con Renato terminó y que sintió su mundo desmoronarse; incluso, algunas veces cuando empezaba a creer que el tiempo iba borrando de su memoria el tono de su voz. Llegaba a ella una noticia, una foto o lo que fuera que le hacía recordarlo, sintiendo cómo Renato aún estaba aferrado a los rincones de su alma.

Su abuela le llamó para decirle que había comprado unas hermosas telas infantiles para confeccionar ropa de cuna para su nuevo sobrino. Su cuñada Glenda, estaba a pocas semanas de tener su cuarto hijo, otro varón que llenaría de orgullo a su hermano Kavi.

Aunque no podía ayudarles de la forma en que quería, su abuela y Glenda sí aceptaban el dinero que enviaba y lo usaban de manera discreta para que los demás miembros de la familia no se enteraran.

Esa felicidad de saber que su sobrino iba a tener un hermoso y colorido ajuar de nacimiento, se evaporó cuando su abuela le dijo que había visto a Renato en compañía de una mujer muy guapa, pero que como estaba algo apurada prefirió no llegar a saludarle.

A pesar de que el corazón se le contrajo primero de felicidad y luego de dolor, decidió cambiar de tema, porque bien sabía que se trataba de Lara, no dejó que su abuela entrara en detalles porque eso para ella era una puñalada en el nervio más sensible.

Le preguntó cómo iban los preparativos para el pedimento de Sahira, que iba a hacer una semana antes de Navidad. El traje de novia ella se lo había mandado a confeccionar con una reconocida diseñadora en Río.

Era tan hermoso como el de una princesa. Se sentía muy feliz con su hermana porque estaba enamorada de su prometido, aunque ella tan solo tuviese diecisiete años y el veintiuno, estaban muy seguros de que querían formar una familia.

Le gustaría muchísimo poder estar ahí, compartir con ella un momento tan importante, poder darle la mano y decirle palabras de aliento que le ayudaran a relajar durante la prueba del pañuelo. Para ella había sido algo traumático, deseaba con todo su corazón que para Sahira no lo fuera.

En cuanto se calmó, cerró al alcachofa y salió de la ducha. Estaba segura de que en cuanto terminara de cenar se iría a la cama, por lo que decidió ponerse de una vez el pijama.

Cuando se encontró con Julio César en un comedor que era para diez personas y que solo usaban ellos, él se dio cuenta de que había estado llorando.

—¿Quieres contarme qué pasa? Sabes que puedes contar conmigo... Estoy aquí para ti mi gitanilla. —Le apretó la mano con infinito cariño.

—Nada...

—Nadie llora por nada.

—Bueno, es que estoy un poco triste, mi hermana pronto se casará, tendré un nuevo sobrino...

—Ay, cariño... te entiendo. —Se acercó a ella y la abrazó—. Se cuán difícil es perder momentos lindos de la familia. También me pasa. —Él se sentía identificado con Samira, también había sido rechazado por sus padres en cuanto decidió salir del clóset, pensó que las preferencias sexuales ya no deberían ser un tabú, pero cuando se trataba de personas mayores sobre todo pueblerinos, seguían viviendo en épocas pasadas.

Samira quería también contarle de Renato, pero temía que si le confesaba que aún le dolía y que lo seguía amando, pensara que era una estúpida por seguir sufriendo por un hombre que la engañó, jugando de la forma más vil con sus sentimientos.

Le avergonzaba que la creyera débil y con tan poco amor propio como para no olvidarse de él.

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