CAPÍTULO 2
En cuanto Renato despertó, cumplió su casi religioso ritual de buscar alguna canción que expresara sus sentimientos y dejarla en la lista de reproducción que, en realidad ya no sabía si compartía con Samira, porque era evidente que solo él la mantenía actualizada.
Aunque sabía que no obtendría ninguna respuesta; se negaba a perder las esperanzas de que ella le diera algún indicio de que por lo menos no lo había olvidado, que el tiempo compartido con él no fue tan insignificante y que por lo menos atesoraba algún bonito recuerdo.
Salió de la cama y se fue a la ducha, pero para cuando salió, sus emociones, que estaban en un cambio constante debido a la incertidumbre con la que vivía, habían mutado, ahora ya no sentía nostalgia ni se compadecía de sí mismo, estaba molesto e irritable, por lo que se vistió con movimientos enérgicos y el ceño fruncido.
En su camino a la salida tomó la caja de pastillas, donde la había dejado la noche anterior y la guardó en el bolsillo interno de la chaqueta. Sabía que debía tomar el control de sus emociones, hacerse dueño de la situación y terminar de aceptar de una vez por todas que Samira ya no volvería con él. Ella había cambiado su destino quién sabe a dónde, quizá decidió volver a Rio y casarse con Adonay.
Entonces él también empezaría a hacer cambios para erradicarla de su vida, subió a la SUV y mientras esperaba a que el ascensor bajara, buscó su móvil y le envió un mensaje a Aline, para ver si podían reunirse durante el almuerzo, estaba decidido a hacer algo que pudiera llevarse el recuerdo de Samira.
Aline no le respondió de inmediato ni esperaba que lo hiciera, por lo que lanzó el móvil al asiento del copiloto y puso en marcha el auto, se despidió del hombre de seguridad con un gesto de la mano a través del cristal delantero, como siempre solía hacerlo, una conducta que se hizo costumbre sin importar que su estado de ánimo estuviese totalmente desequilibrado, pero había aprendido a llevar muy bien una mascara con la cual ocultar sus emociones.
Estuvo a punto de entrar en el estacionamiento del café al que siempre llegaba a por un capuchino, pero cada vez que volvía con vaso en mano, inevitablemente miraba a través del retrovisor al asiento trasero, rememorando aquel instante en que vio ahí a Samira. Apretó fuertemente el volante y siguió de largo, obligándose a hacer esos cambios que se había prometido, solo esperaba que esa resolución fuese definitiva y no producto de una rabia efímera.
Prefirió desviarse al autoservicio de Starbucks y conformarse con el capuchino de ahí, que, a sus gustos, no era el mejor; sin embargo, todo cambio traía consigo algún sacrificio.
Agradeció a la joven que le tendió el café a través de la taquilla, lo dejó en el portavasos y siguió con su camino, en ese momento no tenía ganas de escuchar música ni sumergirse en cualquier historia de un audiolibro, mucho menos practicar su pronunciación de coreano, apenas si le daba pequeños sorbos al café y cuando se veía atascado en algún semáforo, miraba a las demás personas en sus vehículos, intentado descifrar cómo era la vida de ese desconocido.
El conductor de al lado derecho tenía un aspecto bastante casando y lo confirmaba el gran bostezo que lo llevó a abrir exageradamente la boca y cerrar los ojos.
A su lado izquierdo, otro hombre cantaba a viva voz, mientras movía los hombros, sin duda estaba mucho más animado; al verlo volverse a mirar sobre su hombro, descubrió que el motivo de su buen humor era una niña de unos tres años en el asiento trasero que, también cantaba y meneaba la cabeza, lo que hizo que él sonriera.
Una sonrisa genuina en seis semanas; no obstante, su leve animosidad se esfumó casi enseguida, dando paso a la desolación, al recordar que en algún momento mientras duró su corta relación con Samira, se imaginó conformando su propia familia, con niños incluidos, a pesar de sus temores que, estaba seguro se harían más intensos por el simple hecho de tener bajo su responsabilidad la vida de un pequeño e indefenso ser humano, pero ahora, ni siquiera eso tenía, estaba seguro de que jamás conseguiría a nadie más, nadie iba a soportarlo, estaba convencido de que su futuro iba a ser tan solitario y triste como era su presente.
Los ojos se le llenaron de lágrimas que no derramó, volvió la mirada al frente, al tiempo que apretaba fuertemente el volante, obligándose a contener sus emociones. Sabía que estaba a punto de entrar en un nuevo episodio depresivo en el que solo buscaría regresar a su apartamento y meterse en la cama, para quedarse días ahí en medio de la penumbra, hasta que se le pasara o que se hiciera tan intenso al punto de no encontrar la forma de superarlo, esa era una idea que después de mucho tiempo, volvía a seducirlo, la única salida que muchas veces estimó a sus desbordadas emociones que tanto lo hacían sufrir.
Al llegar al edificio se quedó varios minutos en su plaza en el estacionamiento, haciendo hondas respiraciones, preparándose para no exponerse vulnerable delante de los demás, porque le aterraba ser merecedor de compasión. No quería palabras que no le ayudarían en nada, no necesitaba el típico "te comprendo" porque estaba seguro de que nadie podría entenderlo, nadie podría luchar sus batallas, ni ponerse en sus zapatos.
Tomó de la guantera un par de pañuelos desechables y se los pasó por la frente y nuca, a pesar de que tenía el aire acondicionado a tope, sentía que el sudor no le daba tregua, probablemente ni siquiera estaba sudando, pero ese era el mal de sus manías, sentir todo demasiado real.
Luego tomó su maletín, su móvil, lo que quedaba del café y bajó de la SUV, de camino a la oficina tuvo que dar los buenos días, por lo menos a una veintena de personas con las que se cruzó.
—Buenos días, Drica —saludó a su asistente que lo esperaba ya de pie con tabla electrónica en mano.
—Buen día, Renato... Alguien te espera en la oficina —dijo con una de esas sonrisas tan francas que él envidiaba.
A Renato el corazón se le alteró, la esperanza más cruel le pintó el panorama de que una vez abriera la puerta se encontraría a Samira sentada en el sofá, con una de sus más adorables sonrisas, ni siquiera le dejó cabida a la razón de que jamás podría pasar el filtro de seguridad para poder estar ahí, solo ansiaba verla una vez más, por lo que avanzó rápidamente y conteniendo el aliento entró.
Sí, lo recibió una maravillosa sonrisa, pero no fue la de su gitanita, se trataba de Elizabeth, aunque la decepción de no ver a Samira le pellizcaba el corazón, se sintió gratamente sorprendido de ver a su prima ahí.
—¡Hola Renatinho! —saludó abriendo los brazos y caminando hacia él.
—No... no te esperaba, ¿a qué se debe tu sorpresiva visita? —preguntó dándole un rápido abrazo en la medida de lo posible ya que tenía las manos ocupadas, luego caminó al escritorio y dejó ahí el maletín y el vaso de café, mientras hacía todo lo posible por no encarar a Elizabeth, porque ella solía ser muy persuasiva.
—Quise venir a recordarte que tienes un compromiso muy importante el domingo y que no puedes eludir. —Se sentó en el escritorio y se quedó ahí sin importar la mirada reprobatoria de su primo que no le gustaba que se sentara ahí, pero ella siempre lo hacía, por el simple placer de ver cómo cambiaba su gesto—. Sabes a lo que me refiero, ¿cierto?
—Tu desfile —masculló—. Cómo podría olvidarlo, eso sería imperdonable...
—Sé que no te gustan ese tipo de eventos —comentó Elizabeth, ante el tono de voz casi hastiado que usó Renato—. Entiendo que te agobien, pero ¿puedes hacerlo por mí? —Batió sus pestañas, usando su encanto para convencer a su primo.
—¿Cuándo no te he apoyado en todas tus locuras? Si ya te acompañé a una favela, ¿qué otra cosa no podría hacer por ti? —dijo alzándose de hombros a pesar de no estar pasando por el mejor momento; de verdad, quería estar ahí para Elizabeth, porque sabía cuan importante era eso para ella, solo esperaba que a último momento su depresión no fuese más fuerte que su voluntad y lo obligara a romper esa promesa, como ya había hecho con muchas más.
Elizabeth soltó un chillido de emoción y se fue contra él, abrazándolo fuertemente, a Renato le tomó algunos segundos reaccionar, pero a fin de cuentas correspondió cohibido, dándole palmaditas en la espalda a pesar de que sentía que lo estaba asfixiando.
—Sabes que te quiero muchísimo, eres mi primo favorito, pero que esto quede entre los dos, no se lo digas a Matt ni mucho menos a Liam —confesó, haciendo más apretado el abrazo. Confirmando así que no era una absurda idea suya, Renato estaba mucho más delgado, su aspecto se notaba bastante decaído. ¿Cuándo fue la última vez que se vieron? ¿Hacía cuatro, cinco semanas? Podía asegurar que había bajado por lo menos unos siete u ocho kilos.
De manera inevitable eso la preocupó, se moría por decirle sobre su muy evidente aspecto desgarbado, pero con Renato siempre era complicado, no sabía si lo que pudiera decirle sobre su semblante terminaría haciéndolo sentir muy mal.
—Es bueno saberlo —respondió al romper el abrazo y retrocedió un paso con una sonrisa que intentó fuese animada—. Supongo que ya tienes la fantasía que usarás.
—Sí, ayer me hicieron la última prueba... ¿Quieres verla? —preguntó animada, buscando el móvil en su cartera.
—Bueno, está bien. —Imposible negarse al ver la ilusión brillando con tanta intensidad en los ojos plomizos de Elizabeth—. ¿No es muy reveladora o sí? Porque si lo es, corres el riesgo de que te quedes sin padre... A tío Sam podría darle un infarto.
—Es preciosa, sí... Estoy segura de que papá pondrá el grito al cielo —hablaba mientras buscaba en su móvil las fotografías que recién se había hecho el día anterior—. Pero ya sabes que hace sus rabietas y luego se le pasa, igual, como está tan molesto conmigo, al punto de no dirigirme la palabra, me ahorraré el sermón... —su tono se pintó de melancolía, pero volvió a sonreír al mirar en la pantalla lo hermosa que era la fantasía que usaría para el desfile del carnaval—. Mira —dijo mostrándole con una amplia sonrisa las fotos a su primo.
—¡Woao! ¡Oh! —exclamó Renato verdaderamente sorprendido, sus parpadeos se intensificaron mientras se rascaba la nunca con una mano y con la otra tomaba el móvil que Elizabeth le ofrecía—. Es... es bonita... —contestó, sí que es arriesgada, pero Elizabeth se cotizaba en el mercado por ser una de las mejores modelos pagadas por desfilar ropa interior; así que, verla en ropas mínimas era una constante, sin embargo, eso era otro nivel de exhibición, era puro arte, pero también provocador.
—Cierto que lo es —dijo con una gran sonrisa.
—Sí, son pegadas una a una —dijo admirando las pocas mariposas que le cubrirían el cuerpo—. ¿O están unidas por algún tipo de transparencia?
—Son pegadas, una a una... me lleva seis horas, en realidad casi siete pegarme todo eso.
Renato silbó impresionado.
—El tocado parece pesado.
—Lo es, es muy pesado, pero sé que valdrá la pena...
—Sé que ese día serás la más hermosa.
—También lo sé —dijo guiñándole un ojo.
Renato sonrió y negó con la cabeza al tiempo que le devolvía el teléfono. Elizabeth jamás había sido partidaria de la falsa modestia, se sabía hermosa y alardeaba de ello, pero sin llegar a ser pretenciosa.
—Bueno, bueno... Ya hemos hablado mucho de mí. Tú, ¿cómo estás? —Ladeó la cabeza buscando la mirada de Renato, pero él se la esquivó al rodar la silla—. ¿Cómo van tus cosas? Sé que la semana pasada terminaste el máster, deberíamos ir a almorzar para celebrarlo.
Renato aprovechó para sentarse y desviar la mirada a la pantalla de la computadora que con un ligero movimiento del ratón sacó del estado de reposo.
—Bien, igual que siempre, hasta el cuello de ocupaciones. —No tuvo que pensar mucho la respuesta, a fin de cuentas, era la que siempre daba, le salía natural, aunque un obstinado nudo de lágrimas se le atorara en la garganta, por lo que tragó para pasarlo, lo menos que deseaba en ese momento era que su voz se viera afectada por sus reales emociones.
—A eso se le llama matar dos pájaros de un tiro. —Sonrió con tristeza y preocupación porque notó cómo él tragó y la manera tan categórica en que la rechazaba—. Renato, los días de mierda también existen, está bien, si no estás pasando por un buen momento, puedes decirlo, aquí estoy para escucharte. —Se aventuró al tomarle la mano y apretársela.
Renato se quedó en silencio, estudiando la posibilidad de confesarle a Elizabeth lo que le estaba sucediendo, pero después de varios segundos, llegó a la conclusión de que no quería empañar la felicidad que ella estaba experimentando con todo lo del desfile con sus problemas que, a fin de cuentas, no tenían solución.
—Estoy bien, en serio...apenas empieza el día, imposible que vaya mal; aunque si piensas que tener cada punto de la agenda ocupado, lo convierte en un día de mierda, sin duda, estoy hundido hasta el cuello —comentó sin atreverse a mirarla, aprovechó para entrar en su correo electrónico.
Elizabeth soltó una de esas carcajadas tan características de ellas, de esas que hacía temblar todo el edificio y que disentía de su apariencia, imposible que él no sonriera cuando siempre lo contagiaba.
—¡Vaya día de mierda que tienes por delante! Pero podrías escaparte para almorzar conmigo. Y me encargaré de hacerte sonreír como acabas de hacerlo ¬—dijo pellizcándole una mejilla, adoraba los hoyuelos que se le hacían en las mejillas.
—Si pudiera hacerlo no lo dudaría, pero tengo un almuerzo de negocios —notificó sonrojado por el jugueteo de Elizabeth. No quería comprometerse con ella, porque estaba a la espera de la respuesta de Aline.
En ese momento, el teléfono sonó, Renato sabía que era Drica, para informarle sobre su compromiso, aunque no le había dado tiempo de revisar los primeros puntos de su agenda, bien sabía que tenía una reunión pautada.
—Acaba de llegar Martín Regueiro —anunció la asistente en cuanto Renato le atendió.
—Está bien, hazlo pasar. —Colgó el teléfono y miró a Elizabeth que bajaba del escritorio—. Lo siento, no quiero echarte, pero tengo...
—Tranquilo, sé que debes cumplir con los horarios. —Se acercó y le plantó un beso en la mejilla—. Ya me dijiste que tienes ocupado el almuerzo, pero si quieres puedes invitarme a cenar.
—Está bien, veré si tengo tiempo...
Elizabeth negó con la cabeza mientras sonreía, bien sabía que Renato encontraría cualquier excusa para no ir a cenar con ella. Y no porque no le agradara su compañía sino porque esa era su manera de evitar cualquier conversación. Caminó a la salida y antes de abrir la puerta se volvió a mirarlo.
—Renato, estoy aquí para escucharte, sabes que cuentas conmigo para lo que sea...
—Lo sé, gracias... Nos vemos luego. —Bajó la mirada en busca del valor que necesitaba para romper la coraza que mantenía resguardadas sus emociones—. Elizabeth. —La detuvo antes de que se marchara, ella se volvió a mirarlo por encima del hombro—. Gracias, de verdad, aprecio que te preocupes por mí...
«Creo que necesito ayuda», se quedó con las palabras atoradas en el nudo de impotencia y dolor que se había fijado en su garganta.
Ella le sonrió y asintió, sin más demoras abrió la puerta y se marchó, dándole paso a Drica que escoltaba al contador.
La asistente les ofreció una amplia variedad de bebidas. Renato le solicitó solo agua mientras que Martín prefirió un café americano; Drica salió en busca del pedido; mientras ellos esperaban, prefirieron entablar una conversación vagamente personal antes de entrar en materia profesional.
Tras cuarenta minutos, Renato no podía dilatar más la reunión, así que con un apretón de manos despidió al contador y se dedicó a buscar los documentos que debía llevar a la sala donde se reuniría con la junta directiva.
Mientras su tía Helena lideraba la conversación, desvió la mirada a la pantalla de su móvil que acaba de iluminarse con una notificación entrante, era la respuesta de Aline.
Esperó hasta que terminó el compromiso para revisar el mensaje, en el cual la compradora personal, le decía que tenía la tarde ocupada, pero que lo invitaba a su casa a cenar, así podrían conversar tranquilamente sobre sus requerimientos.
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