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CAPÍTULO 14

No fue sino hasta varios meses después, cuando aún intentaban reponerse a lo que significó el secuestro de Elizabeth, cuando Ian decidió contarle a su padre sobre la crisis que Renato había sufrido; sobre todo que el detonante había sido previo al suceso que impactó a toda la familia.

Fue Reinhard quien arrojó luz sobre sus suposiciones al contarle lo de la separación con Samira, pero hasta ese entonces no era mucho lo que sabía de la ruptura; no obstante, le dijo que haría lo posible por averiguarlo.

—Encontré a la chica, está en Madrid —comentó Reinhard. Contarle a Ian sobre su avance había sido la razón por la que decidió visitarlo, consideraba que era un tema que debía ser tratado personalmente y que no podía esperar.

—¿Quién está en Madrid? —preguntó Thais de buen agrado, que llegó en ese momento y logró escuchar la última parte.

—Samira —respondió Ian.

Ya había puesto al tanto a su mujer de toda la situación, incluida la relación que Renato tuvo con la chica, ya que no podía seguirle ocultando cosas que eran importantes. Ella también merecía estar al tanto de la evolución de su hijo y las circunstancias por las que había pasado para que consiguiera comprenderlo mejor, incluso, volvió a ir a terapia para no equivocarse una vez más en su forma de acercarse a él.

—¿Y cómo está ella? —curioseó sentándose al lado de su marido y le puso una mano en la pierna, donde empezó a trazar pequeños círculos con las yemas de sus dedos en un gesto de cariño.

—Bien, por el día trabaja en un café en Malasaña y por las noches limpia oficinas en el distrito financiero... Estoy pensando en una manera de hacer que Renato vaya a Madrid, creo que es necesario un encuentro para que hablen, él merece una explicación...

Ian y Thais compartieron una mirada mientras Reinhard seguía exponiendo con ellos la información que recientemente había recibido.

—Padre —lo interrumpió Ian—. Sé que tus intenciones son las mejores y también pienso que Renato merece la explicación de porque esa chica lo abandonó, pero él mismo dijo que no quería buscarla, pienso que es mejor respetar eso...

—Estoy de acuerdo —Intervino Thais—. Renato ha avanzado mucho en el proceso. —Desvió la mirada hacia su hijo que correteaba detrás de Keops, en ese instante se volvió a mirarla y ella lo saludó con la mano, en respuesta, él le sonrió, lucía adorable sonrojado por el esfuerzo de jugar con las mascotas—. Se ve mucho más tranquilo consigo mismo, es más participativo con todos e incluso está empezando a abrirse emocionalmente, creo que lo mejor es dejarlo seguir sanando...

—Estoy seguro de que ponerlo en una situación como esa, en la que tenga que enfrentarse con la jovencita, solo lo hará retroceder... Quizás ella tuvo sus razones para dejarlo, tampoco considero necesario ponerla en la posición de tener que hablar con Renato si no quiere... porque las oportunidades las tiene, debe tener el número de Renato, incluso le di mi número de teléfono y si no se ha comunicado es porque evidentemente no quiere hablar con mi hijo... Lo siento, padre, pero no voy a exponer a Renato a una humillación ni mucho menos a una desestabilización emocional... Sí, me tranquiliza saber que ella está bien, espero que logre sus objetivos y tenga éxito en su vida, pero prefiero que lo haga lejos de mi hijo.

—Tienes razón, no lo había visto así... —se disculpó Reinhard—. No sé, pensé que quizá todo podría tratarse de un malentendido. Es mi afán de querer ayudar a los demás, pero ahora que lo dices, es cierto, ella cuenta con los medios necesarios para comunicarse con Renato y si no lo ha hecho es porque no desea hacerlo. Desistiré de mi papel de cupido —sonrió con tristeza—. Y dejaré todo en manos del destino o en el momento en que alguno de los dos decida enfrentar la situación.

—Sí, es mejor olvidarlo, ya ha pasado mucho tiempo —dijo Thais—. Lo ideal es que Renato siga adelante, ya conocerá a alguna chica que lo aprecie por quien es, él necesita alguien que le dé tranquilidad... Además, a pesar de que la jovencita es hermosa, muy educada y trabajadora, es gitana, no creo que su familia esté de acuerdo con que se relacione con un hombre que no sea de su cultura, a la larga iban a ser más problemas para mi hijo —aunque no quiso su voz se vio teñida de celos maternales.

********

Los olores y sonidos inundaban la cocina del piso en el que vivía Samira, había pasado toda la mañana cocinando las viandas para toda la semana, normalmente eso lo hacía los domingos por la tarde pero no pudo porque tuvo que trabajar hasta las nueve de la noche en un evento que se llevó a cabo en el café de Lena, por lo que ella decidió no abrir ese día para que pudieran descansar.

Aunque algunas veces se cansaba de comer el mismo menú casi toda la semana, le resultaba más económico y también le ahorraba mucho tiempo; sin embargo, ese día decidió hacer tres tipos de comida, por lo que en una sartén salteaba finas tiras de lomo con vegetales, mientras en otra hornilla se cocinaba el arroz, en el horno tenía bacalao con verduras y en la nevera había envasados tres túper con ensalada de guisantes, tomatitos y huevo duro.

En cuanto terminó, limpió todo y se sentó a comer, un poco de cada cosa, mientras pensaba que sería bueno dedicarse a planchar la ropa que estaba esperando en la cesta desde el sábado por la noche.

Se llevaba el último bocado cuando su teléfono vibró y se iluminó la pantalla con un mensaje de Daniela.

Seguramente acababa de despertar para ir a trabajar. Sin perder tiempo y tragando grueso lo que masticó a medias, se dispuso a leer el mensaje.

Chama, ya hablé con Carlos, no fue fácil, pero lo comprendió.

Samira de inmediato empezó a teclear la respuesta.

¿Quieres hablar? ¿Tienes tiempo para una llamada?

No quiero molestarse, sé que estás trabajando.

No, hoy me lo dieron libre.

Daniela que había esperado que Carlos se fuera al instituto, enseguida le marcó a Samira a pesar de que contaba con poco tiempo para ir al trabajo, necesitaba hablar, compartir su pena.

Samira sintió el corazón oprimido cuando la vio, sin duda, su amiga estaba pasando por un momento terrible, su semblante tan demacrado y alterado lo dejaba en total evidencia.

—Cuéntame cariño, ¿cómo fue? ¿Qué te dijo? —preguntó Samira, su tono estaba cargado de compasión, imposible no sentirse muy mal por ella.

Daniela empezó a relatarle, le dijo que la reacción de Carlos, primero fue de miedo, luego de sorpresa y por último de alegría; no obstante, se mostró devastado cuando ella muy en contra de sus verdaderos deseos, le dijo que no quería tener al bebé y le dio unas razones que no eran del todo ciertas, pero era que necesitaba quitar ese peso de encima de los hombros de su prometido, no podía dejarle a él tomar una decisión que sabía no tendría el valor de hacer.

Carlos insistió en todas las soluciones que se le ocurrieron, por supuesto, todas significaban sacrificar algo muy importante para ambos, ajustar presupuestos de los que ni siquiera disponían, pero ella estaba determinada a no seguir adelante con ese embarazo porque no podría brindarle una calidad de vida ese bebé, no podía jugar con una decisión que era irreversible.

A fin de cuentas, Carlos terminó apoyándola, aunque la tristeza se podía ver en sus ojos, estuvo de acuerdo con ella, dejando claro que si eso era lo que quería, porque por él no había problemas.

—Ya llamé y pedí la cita, me atenderán el viernes... Carlos me acompañará —dijo limpiándose las lágrimas que no dejaban de correr por sus mejillas.

Samira intentó brindarle muchas palabras de consuelo, asegurándole que el hecho de que hiciera eso no la convertía en una asesina ni mucho menos en una mala mujer, que no podía entender su sufrimiento porque no había pasado por esa situación, pero que igualmente le dolía verla sufrir y que si en sus manos existiera la posibilidad de ayudarle, sin dudarlo lo haría.

Daniela hubiese querido seguir hablando con Samira, porque de cierta manera ella conseguía darle consuelo, pero debía ir a trabajar para que pudieran darle el permiso para el viernes. Así que se despidió y le agradeció que estuviese para ella en un momento tan difícil.

Samira totalmente acongojada por toda la situación, se tomó algunos minutos para calmarse, luego se levantó y fue a lavar el plato en el que había comido, limpió y secó muy bien la encimera. Luego encendió la aspiradora robot para ir adelantando con la limpieza.

Ya no podía dilatar más el momento de planchar la ropa. Ella amaba hacer cualquier oficio del hogar incluso le relajaba, pero lo único que verdaderamente odiaba era planchar; algunas veces prescindía de hacerlo, solo que las camisas de sus uniformes eran necearías quitarle las arrugas.

Como Magela aún dormía, no podía poner música en el parlante, así que se puso los auriculares y se fue a la zona de lavado con teléfono en mano.

Tan solo llevaba un par de prendas planchadas cuando Comiéndote a besos de Rozalén fue interrumpida por una llamada entrante, dejó de cantar y al mirar la pantalla se dio cuenta de que era Romina.

—Hola. —Le extrañaba que su amiga le estuviese llamando, prácticamente a esa hora, cuando apenas contaba con tiempo para descansar un poco antes de regresar al trabajo.

—Samira... cariño, necesito que vengas enseguida... —Romina gimoteaba al teléfono—. Sé que debes estar traba...

—Romina, ¿qué sucede? —Los nervios de Samira se dispararon y sentía cómo si el corazón se le hubiese detenido o quizá era que no estaba respirando—. ¿Te sientes mal? ¿Pasó algo con el bebé?

—No, no... pero tienes que venir, tienes que venir, pide permiso...

—Está bien, sí, sí... enseguida voy. —Samira tenía las piernas debilitadas y era toda temblores—. Pero trata de calmarte, no es bueno para el bebé que estés así... Ya voy... —Con el corazón martillándole contra el pecho, apagó la plancha, terminó la llamada y corrió a ponerse cualquier cosa porque aún llevaba puesto el pijama.

Se puso unos vaqueros, un jersey, unas botas de media caña, cogió su mochila y corrió a la salida, no abandonó el lugar sin antes hacerse de la chaqueta de cuero que estaba en el perchero.

Al llegar a la acera pensó si irse en metro, corriendo o en taxi, se decidió por este último cuando vio que se acercaba y le metió la mano.

Cuando le dio la dirección al chofer pudo notar que su voz temblaba tanto como sus manos. Entretanto por la cabeza le pasaban mil y un escenarios desastroso que no hacían más que alterar aún más su emociones.

Para empeorar la situación el infernal tráfico estaba en su contra, por lo que faltando un par de calles decidió bajarse y corrió el tramo que faltaba. Sin aliento y con el corazón en un puño, apretó el botón del intercomunicador, le extrañó que fuese Víctor quien le atendiera y la invitara a pasar, ya que él debía estar en el trabajo.

Samira empujó la reja y aunque estaba casi sin aliento y con las extremidades debilitadas corrió escaleras arriba, a punto de sufrir un ataque al corazón tocó el timbre. De inmediato le abrió Víctor.

—Romina, ¿qué pasó? —lo que le salió fue un silbido, tragó grueso y respiró profundo.

—Cálmate Samira, todo está bien. Siento que Romina te haya asustado, ella está muy nerviosa... —explicó mientras seguía a Samira que avanzaba envalentonada por el pasillo, sin siquiera quitarse la chaqueta.

—Romina, ¿qué paso? ¿Está todo bien con el bebé? —preguntó llegando hasta la gitana que estaba sentada en la mesa del comedor, toda temblorosa.

—Ay Samira. —En cuanto la vio se levantó y la abrazo, en medio de un ataque de risa y llanto.

—Dime que estás bien —suplicó Samira frotándole la espada, podía sentir que ambas estaban temblando—. Será mejor que te sientes, te daré agua... —Soltó el abrazo y cuando le ayudó a sentarla vio que en la mesa ya había un vaso con agua, seguramente Víctor se lo había acercado.

—Estoy bien, pero mira, estoy temblando... —Volvió a soltar una carcajada.

—¿Quieres contarme qué sucede? —preguntó acuclillándose frente a ella, ver que aparentemente estaba bien físicamente, la estaba tranquilizando un poco. Pensó que quizá la habían echado del trabajo, lo que no era para nada conveniente con la hipoteca que estaban pagando.

—Cariño, necesitas calmarte, recuerda que estas emociones no le hacen bien al bebé —intervino Víctor, él también se notaba muy nervioso.

—Sí, sí tienes razón... —inspiró y expiró, lo hizo varias veces, hasta que consiguió que sus emociones menguaran un poco—. Es que llegué del trabajo y mientras comía, me di cuenta de que el apartamento era un desastre —empezó Romina a contar, mientras Samira asentía con toda su atención puesta en ella—. Entonces me puse a ordenarlo un poco...

—Resume cariño... ¿O prefieres que yo se lo diga? —propuso Víctor.

—Ya, ya... yo se lo digo... —insistió Romina mientras la mirada de Samira saltaba del uno al otro, ya que Víctor se había puesto detrás de su mujer y le apretaba de manera reconfortante los hombros—. ¿Recuerdas el boleto de lotería que se te cayó el martes? ¿El que dejaste en la bandeja de las llaves? —preguntó y la emoción le cortaba la voz. Samira asintió en un par de oportunidades y Romina no pudo seguir con el suspenso—. ¡Resultó ganador!

—¿Cómo? —Preguntó Samira con una sonrisa incrédula.

—Sí, resultó ganador —ratificó Romina con un chillido—. Estuve a punto de echarlo a la basura, pero de repente, un impulso desconocido me llevó a revisar los resultado... ¡Has ganado, Samira! —grito eufórica.

Samira levantó la mirada para ver a Víctor y él le asentía sonriente. Ella no sabía que decir, estaba emocionada, no esperaba algo como eso.

—¿Y cuánto fue, cinco mil, diez mil? Sin duda eso me ayudará con algunos meses de alquiler.

Sobre todo porque la semana pasada había gastado parte de sus ahorros para pagar al abogado que le ayudaba con lo de la renovación del permiso de residencia.

Romina y Vitor rieron enternecidos.

—¡Samira, ya no tendrás que preocuparte nunca más por pagar el alquiler! —Romina estalló emocionada y le apretaba las manos.

—¿Cuánto fue? —preguntó intentando tragar el nudo que se le hizo en la garganta. Pensó que quizá unos cien mil euros, aunque no lo creía, era demasiado, mejor no hacerse falsas ilusiones ni mucho menos ser ambiciosa.

—¡Ciento setenta millones! —Fue Víctor quien dio la cifra.

—C-c-c-Ciento... —tartamudeó Samira, segura de que si el corazón no le había estallado en su carrera mientras subía las escaleras, ahora sí, su cuerpo se debilitó y la mirada se le nubló.

—¡Ciento setenta millones de euros! —reafirmaron los dos al mismo tiempo.

En ese momento a Samira se le fueron todos los colores del rostro y perdió el conocimiento. 


Nota: Este capítulo es una de las razones por la que la historia se llama: Cambia mi suerte. 

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