8
Entre porción y porción, las risas crecían. Rodrigo tenía una capacidad increíble de contar hasta el relato más desagradable con un tacto especial. De a poco, Emma se sentía a gusto, considerándolo como un simple cuento y nada más. Él intentaba todos sus esfuerzos no caer en el morbo ni ella, en la pregunta capciosa que lo disparase.
— Ahora entiendo por qué te tendrían entre algodones — reflexionó, en la mitad de una mordida.
— Las cosas fueron complicadas. Nadie me aceptaba. Yo era muy reservado con mi vida privada, pero allí dentro todo se conoce aun siendo mudo. Los rumores aumentaban y la distorsión de la realidad también. — rigidizando los hombros, dejaba la porción de lado — Una de las mil millones de tardes que pasábamos en el patio del penal, Carlos, uno de los capos del otro bando, empezó a hablar más de la cuenta, dando detalles escabrosos de la situación en la que yo habría encontrado a Ornella y a Italo — sus ojos eran casi negros, con la indignación anidando en ellos — lógicamente todo era mentira — aclaró abstrayéndose de la perversidad del rumor — y no me pude aguantar.
La confesión le era necesaria como trabajadora social. Deseando agarrar una lapicera y papel, quiso escribir cada detalle que fuese capaz de enumerar. Sin embargo se contendría, optando por un clima de confort y no pretendiendo que fuese un momento de estudio de su conducta.
— Me fui al humo, dándole una trompada en su nariz. Yo jamás habia lastimado a nadie. A excepción de Italo, claro está. Carlos no la vio venir; yo siempre fui un hombre sumiso y pacífico, por lo que le era impensado que fuese capaz de reaccionar. Le quebré el tabique y de ese modo, no hice más que encender su furia. Junto a dos tipos más, que eran sus lacayos, me agarraron contra una pared. Me lastimaron el bazo, tuve varias contusiones y una fisura en la costilla izquierda — Rodrigo instintivamente llevó su mano al sitio de impacto. Los ojos de Emma permanecían abiertos, sin siquiera parpadear.
— ¿Y qué pasó después? — atravesando la angustia por imaginar aquel momento que tendría casi 10 años de sucedido, preguntó con la voz débil y quejumbrosa.
— Acá estoy...vivito y coleando — bromeó guiñándole el ojo.
— No me refiero a después de ahora...sino a después de antes — jugando dialécticamente, enredó su explicación.
— Pasé varios días en enfermería. El único que venía a verme era Pica Pica. Sabiamente, me dijo que la venganza era un plato que se come frío. La frase era trillada, por lo que la dejé pasar como un simple comentario.
— Pero...— Emma suscitó obteniendo una mirada atrevida de Rodrigo. Algo escondía y ella lo estaba descubriendo.
— Pero...una noche necesitaron un pibe que ayudara en la cocina. Pica Pica se encargó de ablandar al encargado para que me den la posibilidad de estar ahí, junto a él. Finalmente, me dejaron fijo. Yo tenía un perfil bajo; era rápido y gracias a la experiencia por darle una mano a mi viejo en su panadería y en algún que otro trabajo, me aceptaron de buena gana.
Sin perderse una palabra de su relato, Emma apoyó la cabeza en sus manos, concentrada en sus gestos, en su lengua moverse en el interior de su boca y en sus ojos inquietos y vivaces.
— Una noche preparamos albóndigas de carne, la especialidad de Pica Pica — un leve escalofrío sumado a una idea permanente, surcó la mente de ella.
— ¿Por casualidad él hizo albóndigas de su suegra? — espantada, solo sería testigo de una carcajada desmedida de parte de Rodrigo.
— ¡Eso pasa en las películas, Emma! — abrazando su estómago, él se doblaba de risa por la ingenuidad de su tutora. — Pica pica la trozó, pero no hizo albóndigas...aunque creo que si hubiera tenido un cuchillo más filoso y su esposa no lo hubiera encontrado, quizás —bromeó, esquivando, instantes después, el repasador que le arrojó Emma con fuerza.
— ¡No es gracioso!
— ¡Pero tu cara sí!
En efecto, su boca rosada enmarcaba un O enorme, tan grande como el festejo desatado dentro de su propio cuerpo. Hacía mucho tiempo que Emma no la pasaba tan bien tampoco; aunque eso incluyera anécdotas escabrosas.
— ¿Te parece caballeroso reírte de mí?
— Me la dejaste picando... — reconoció, escondiéndose bajo sus pestañas. Estaba sonrojado, ella lo había avergonzado. — ¿Más?— ofreció pizza; obtuvo un no agradecido.
— Estoy llena —dijo desobedeciendo cualquier frase propia de protocolo y ceremonial. — ¿Y? —Retomando el relato, la incertidumbre hacía mella en la dulce Emma — ¿Les salieron ricas las albóndigas?
— Demasiado. Las condimentamos mucho y las hicimos fritas. Todos se chuparon los dedos. Excepto los de la cocina.
— ¿Omar y vos?
— No solo Omar y yo, sino los 6 integrantes de la cocina.
— ¿Por qué? — frunció el ceño, sin comprender del todo.
— Aprovechando que no estaba el encargado, nos tomamos ciertas atribuciones en cuanto al menú — entrecomilló la palabra atribuciones. Nada bueno podía venir después de esa confesión.
— ¿A quién hicieron picadillo? — recayó Emma en la pregunta recurrente.
— ¡A nadie, mujer! — meneando su cabeza, la miraba con cierta incomodidad— Simplemente, utilizamos condimentos no convencionales.
— ¿Cómo...cuáles? — lo incentivó a completar la pregunta.
— Como...vidrio molido.
— ¿Envenenaron a un pabellón entero con vidrio molido? — dio un grito histérico y contundente.
— ¡No! — se apresuró en su defensa — Solamente introdujimos un poco de preparación en un par de albóndigas que identificamos para que sean especialmente dirigidas al Urzo Carlos y a sus dos secuaces.
— ¿No se murieron?
— La intención no era matarlos, Emma. Era simplemente asustarlos y hacerles saber que nosotros también teníamos poder desde nuestro lado.
— Muy astutos... ¡y perversos!
— A la madrugada cayeron en la enfermería, con unos retortijones insoportables y una revolución gástrica de la puta madre. — conteniendo una carcajada, recordaba.
— ¡Eso no es para risa, tampoco!
— Se llevaron un susto terrible. Y rápidamente se dieron cuenta que con nosotros, tampoco les convenía meterse. — replicó ignorando el regaño de Emma.
— Lo único que hicieron fue apagar el fuego con kerosene — ella frunció el ceño, siendo más que nadie, partidaria del pacifismo....aunque con su compañera Andrea, no lo tuviese en cuenta.
— Nos ganamos respeto. Es un gran valor allí dentro.
Los códigos carcelarios eran distintos. Los valores, también. Era cuestión de sobrevivir a como diese lugar y en ese aspecto, Rodrigo era un sobreviviente. No se mostraba orgulloso, por el contrario, mantenía el mismo semblante de un niño que acababa de cometer una travesura.
— ¿Cómo lograste cultivar toda esa mesura interior y no morir en el intento? — las palmas de Emma sostuvieron su quijada embelesada, atraída por su relato.
Rodrigo sostuvo su mirada, divagando en ella, conmovido por su voz acaramelada y por las diminutas pecas revoloteando en su delicada nariz. Limpiando su propia boca de alguna miga perezosa y reprimiendo los sentimientos subyacentes, meditó la respuesta por un instante.
— Llamále versatilidad. — dijo convincente.
— "La evolución de las especies" según Darwin — por primera vez durante su discurso, la mano derecha de Emma salió de su mandíbula para recorrer el vaso alto con gaseosa.
— Algo así. Era eso o vivir en enfermería —admitió el relator principal— Supongo que por eso me he ganado el mote de "Camaleón".
— ¿Camaleón?
— Exacto —en un susurro jocoso inclinaba su cabeza quedando a una distancia breve del perfil de su compañera de cena.
Para Emma, estar cerca de él, tomar el oxígeno de la misma atomosfera que la suya, era fácil. Todo parecía ser sencillo; era como caminar sobre un prado de hierba húmeda sin siquiera mojarse los pies. Nada era preocupante ni urgente; su calma al hablar y su sapiencia ante la vida, la perdían en tiempo y espacio.
Pasaría horas de su vida leyendo sus labios moverse al compás de sus historias, escuchando su voz ronca y fuerte salir de las profundidades de su garganta. Rodrigo era un hombre interesante. No poseía aristas filosas que representaran amenaza alguna; simplemente, había sido un hombre abatido que tras cometer un atroz y gran error, sería ajusticiado por la ley.
Admitir su simpatía para con él la preocupaba. Demasiado.
Pero, ¿por qué?
Él no era un catedrático de la Universidad o un empresario exitoso que se jactaba de su fortuna. Por el contrario, el único patrimonio con el que contaba, era su bondad, su don de buena gente y su perseverancia para sobreponerse ante la adversidad.
Rodrigo se reinventaba a sí mismo. Una y mil veces.
Lejos de sumergirse en la hostilidad propia de una experiencia traumática como la vivida, él renacía de sus cenizas como el Ave Fénix...o bien, se adaptaba a las realidades que el destino le imponía.
Era un típico Camaleón.
Su risa era un remanso, porque nada exagerada, poseía la gracia justa. Sus bromas eran sagaces, nada abusivas ni de mal gusto, generando un extraño reconforte para Emma.
— Creo que ya hablé demasiado por hoy — arrinconándola al centro de la escena, la envolvía en su encanto para colocarla en ese incómodo sitio nuevamente.
— Nunca me cansaría de escucharte — admitió ella con sinceridad, batiendo las pestañas como niña.
— Ni yo de mirarte.
El silencio como anfitrión, los dejaba a su merced.
Ninguno se daba tregua, ninguno claudicaba ante lo que parecía evidente. Una nube estática los enredaba trasportándolos a una realidad alterna; sobrevolando sus miedos, no abandonaban el mutismo. Rodrigo fijó sus ojos chispeantes en los de ella, para citar una extensa frase de memoria.
— "Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso, y esmérate en seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad" — era un intento por escapar de esa bruma en la que se hundían — Es un versículo de Timoteo.
Emma parpadeó con la incertidumbre aun golpeando las puertas de su cabeza.
— Mi educación cristiana ha tenido mucho que ver en mi propia búsqueda de la justicia. Creo en la justicia divina; aunque los hombres que la imparten de este lado se equivoquen al implementarla.
Justificando aun más su temple de acero, Rodrigo tomaba distancia física y real. Rápido de reflejos, con el instinto de superviviencia a flor de piel, giró sobre su taburete en dirección a la mesada de cocina, despejando fantasma, sembrando (y sembrándose) dudas.
— Creo que lo mejor será que te llame un taxi. Mañana trabajás temprano y no quiero que llegues hecha una piltrafa. — Rodrigo deseaba pasar más tiempo a su lado; pero no estaba seguro de lo que sería capaz de hacer si permanecían con esa conexión un tiempo más. Cerró los puños, con el autocontrol como armadura medieval.
— Estás en lo cierto —rechazando las extrañas sensaciones que la abrumaban desde hacía un instante atrás, admitió — ¡Ya son las 11!— como un globo, se desinfló.
Rodrigo permanecía de espaldas a ella; sus brazos abiertos, sostenían el peso de su cuerpo sobre la mesada de granito. Su cabeza, gacha, miraba la vajilla sucia relegada a la pileta de lavado.
Recogiendo su abrigo liviano y el bolso, Emma se acercó a él, a paso firme pero muy lento, a expensas de su tardía reacción.
En silencio, el dueño de casa sacó el celular de su bolsillo dispuesto a marcar un número y pedir que un radiotaxi conocido de sus padres y ahora de él, la recogiese.
— En quince minutos estará el auto por acá. — afirmó, distante, al finalizar el breve diálogo.
— Perfecto — Emma asintió con sus pertenencias arremolinadas en sus manos inquietas.
— De no ser porque aun no tramité la licencia de conducir, te llevaría hasta tu casa.
— Tampoco tenés auto para hacerlo — vociferó, capciosa, enarcando una ceja.
— ¿Y quién dijo que la utilizaría para manejar autos?
La sorpresa de sus ojos castaños sería mayúscula. ¿Si no conducía autos, qué entonces?
— Vení — él extendió su mano con la intención de atrapar la de Emma apaciguando un ligero temblor nervioso — Aun tenemos trece minutos por delante —aceptando sus palabras y su gesto, ella posó su palma sobre la de Rodrigo.
Caminando por el pasillo de acceso, una puerta ignorada por Emma las veces anteriores (incluso la de esa tarde/ noche) fue abierta por una llave que Rodrigo sacó del bolsillo de delante de su jean. Un galpón, con espesa oscuridad, los introducía en sus fauces.
— No tengas miedo. No tengo cuchillos acá. — presionando la tecla de luz, retomaba el turno de recaer en la broma pesada.
Iluminados sólo con una lámpara que colgaba desde la cima del techo, pasaron esquivando algunos tachos de pintura blanca, unos viejos muebles sin tapizado y con los resortes a la vista y un par de herramientas; al fondo, una manta algo polvorienta cubría una silueta de un metro de altura.
— Tampoco es un cuerpo — levantando los hombros, su buen humor no se perdía a pesar de la tensión de la cercanía. Ahora, todo parecía nuevamente estar en su cauce. —No es cuerpo, al menos, no uno humano. —arrastrando la cubierta de lado, con las chispas del polvo destellando, una bella motocicleta los saludaba.
Se mantenía radiante a pesar del tiempo; el tapizado de su asiento estaba impecable y el cromado de sus partes, intacto.
— Es una Honda Shadow Spirit. Fue el último regalo de Ornella. — con la nostalgia envolviendo su tono de voz, pasaba sus manos sobre el tanque de nafta pintado de azul intenso. — A ella le encantaba sentir el viento de frente, a pesar de que era un tanto temerosa.
Un nudo ajustó la garganta de Emma. Contuvo la respiración, evitando un gemido de dolor.
— Nunca anduve en moto — confesaría algo avergonzada.
"Veintiséis años y ninguna emoción a cuestas....¡sos una patética!"
— ¿Nunca? ¿Ningún noviecito tuyo tenía moto? — sorprendido, Rodrigo tapaba nuevamente su juguete de niño mayor.
— No. El único con movilidad propia era Bautista. — hablando más de la cuenta, las palabras brotaron antes de ser tamizadas por su cerebro.
— ¿Bautista? — preguntó, inquieto y confirmando sus sospechas del día de su presentación en lo de los Hunton — ¿El hermano de tu amiga? — insistió para no dejar margen a dudas.
— Sí, Bautista Hunton, tu jefe.— bufó con desagrado, pasando el dedo por una mesa con tierra. Soplándoselo a posteriori, ganó tiempo para sí misma.
— Tu confesión me toma por sorpresa. — aceptó sin mirarla, colocando con meticulosidad innecesaria la manta sobre la moto. Acto seguido tragó en seco, disimulando su descontento. Bautista Hunton era el prototipo de hombre que cualquier mujer desearía tener como novio. ¿Cómo no pensar que Emma merecía un tipo culto, buenmozo y con dinero como él? Sin embargo, una punzada en su pecho le decía que ella no respondía al común del público femenino. Simplemente, porque ella era especial y distinta al resto.
— ¿Por qué te sorprende? Es bastante cliché que un chico se enganche con la mejor amiga de su hermana.
— Quizás que por que los veo...diferentes...
— ¿Diferentes? ¿A qué te referís?
La bocina del taxi retumbó en sus oídos, abandonando la pregunta a su mera suerte al igual que la respuesta.
Presurosos, salieron del galpón; con él de guía hacia la salida de su casa, inconscientemente, también le daba entrada a la vida de Emma.
Haciendo señas al chofer, Rodrigo le pidió que aguardase tan sólo por un momento más.
— Gracias por la cena. Ahora estoy en deuda con vos por partida triple — sonrió ella, y la luna brillante se vio eclipsada por su belleza.
— ¿Partida triple?
— La merienda de la semana pasada, el desayuno del domingo y la cena de esta noche.— enumeró quitando varios ladrillos de las murallas construídas por Rodrigo.
Frunciendo la boca de lado, él refregó su barbilla para simular qué pensaba.
— Tendrías que saldarlo con un almuerzo. Es la única comida que nos resta por compartir. — guiñando su ojo cómplice, respondió con sagacidad.
Sus manos grandes se posarían vacilantes en los delgados antebrazos de Emma junto con un beso suave, en su sien izquierda. Sus ojos se entrelazaron en un laberinto de dudas y en una despedida breve pero teñida de un hasta luego.
— Me encantó que hayas venido. Ha sido un desafío cocinar para dos personas únicamente — admitió, sincerándose.
Ella sonrió con ganas, comprendiendo el gran significado que conllevaba aquel detalle.
— A mí me gustó mucho ser tu invitada esta noche. —Emma bajó la mirada, perdiéndose en las baldosas flojas de la vereda. Alejándose, en dirección al taxi, giraría la cabeza tan solo un segundo, para retener la mirada complaciente de aquel hombre de fuerte impronta y noble corazón la cual se desdibujaba con la lejanía.
Con el corazón desbordante de un extraño sentimiento, Emma saludó a través del vidrio, obteniendo un gesto similar. Incorporando aire dentro del taxi, finalmente, exhaló.
— A O'Higgins y Olazábal, por favor.
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El desvelo la acompañaría aquella noche y las subsiguientes; lejos de las pesadillas pero cerca de los sueños, boca arriba, con la almohada ceñida a sus vísceras, pensaba en Rodrigo ininterrumpidamente, como un enigma de intrínseca resolución.
¿Cuáles habrían sido sus sensaciones al matar? ¿De qué modo habría sentido el impulso de asesinar al homicida de su esposa? ¿Qué sentimientos surcarían su afiebrada mente al ver morir al amor de su vida entre sus popios brazos?
Las lágrimas rodaban sin tregua por sus sienes, estampándose en las sábanas.
"La mente de Rodrigo no era oscura, por el contrario, gozaba de una luz inmaculada" pensaba entre las tinieblas de sus deducciones. ¿Qué daño podría hacer a la sociedad un hombre que habría reaccionado como el común de la gente ante una situación similar?
Su lado ético, dictaba que nadie en su sano juicio asesinaría a otra persona. El lado sentimental, por otro, acompañaba aquel rapto de locura impura.
Él había matado por amor. ¿Era eso condenable?
Para la justicia de los mortales; sí.
Para la justicia divina; también.
Para Emma...lo ponía en duda, resultando realmente preocupante.
Su formación académica no concebía la posibilidad de privar de la vida a otro ser humano, aunque más no fuese por defensa propia. Confrontada ante un dilema moral consigo misma, las conclusiones no hacían más que agolparse en su cabeza y perturbar su cordura.
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"Qué sorpresa tan agradable ha sido recibir tu mensaje, Canela! Amaré juntarme con vos a tomar algo...y si eso incluye shopping, mejor aún! Te quiero mucho, hija. Besos grandes"
Repiqueteando sus dedos en la mesa de la confitería, Emma aguardaba por la llegada de su madrastra. Habían pasado muchas semanas sin verla. El trabajo, su obsesión llamada Rodrigo, su interminable mudanza y el poco descanso, relegarían sus compromisos familiares con Ruth Cubillas.
Asomando por entre la gente, la mujer mayor avanzaba con su porte tan particular: su metro setenta, su cabellera platinada, corta por debajo de sus orejas y perfectamente peinada, y su figura de reloj de arena, la convertían en una mujer muy interesante a la vista de cualquier hombre.
— ¡Canela, hija mía! — emocionadas, se fundieron en un abrazo. Su perfume singular, sin embargo, la devolvía a su pasado egoísta. — ¡Te extrañaba mucho!— acunando el rostro de Emma entre sus manos, la estudiaba minuciosamente. Ruth tenía la virtud de anticipar cómo se encontraba con sólo verle el aspecto. — Estás un poco delgada y ojerosa, mi amor — preocupada, tomaba asiento. — No te veo muy bien — hizo un chasquido con la lengua. Dejando su cartera de lado y sus anteojos colgados en el escote de su camisa, se amarraba a los dedos de su hijastra, para no perder contacto.
— Mucho trabajo, poco descanso...pero solo eso— Emma levantó los hombros, mezclando resignación con poca efusividad.
— ¿Ya pudiste terminar con la mudanza?
— No, estoy demorándome más de la cuenta. Sinceramente pensé que podría sola – resumió jugueteando con un sobre de azúcar.
— A veces la autosuficiencia es engañosa – reflexionó con acierto y experiencia.
— Si, sé de esos temas — aceptó a regañadientes.
— Contame de ese caso especial del que me hablaste. — Ruth la conocía lo suficiente como para saber cuándo era necesario virar el timón. Emma agradeció ese giro.
— Es un caso complicado. – comenzó a explicar removiéndose en la silla — Se trata de un hombre sentenciado a 20 años de prisión por doble homicidio pero que ha recuperado la libertad por buena conducta antes de lo previsto. – su madrastra escuchaba atenta – Ahora que está libre, pretende conseguir la custodia de su pequeña hija.
— ¿Y la madre de la criatura?
— Fue una de las víctimas de esa tragedia. — dijo sin mencionar su visión personal con respecto a la sentencia.
— ¡Oh! — Ruth se mostraba consternada – Suena escalofriante. — frunció su nariz.
— Sí, lo es. Sin embargo, su lucha es loable y atrapante.
— ¿Atrapante? — abriendo los ojos, parecía no dar crédito a las palabras de su niña — ¿Mató a la esposa y pretende tener una criatura bajo su custodia? Disculpame, pero no le veo nada de interesante — parpadeando muchas veces, no le encontraba lógica.
— Él, en sí mismo, lo es — con calma, aunque nerviosa, bajaba el tono a las acusaciones.
— Explicate, linda...porque sigo sin comprender el punto de abordo — confundida, Ruth a veces podía resultar un tanto ansiosa.
— Fue condenado por la muerte de su esposa, pero él no la mató.
— ¿Pero la justicia así lo determinó?
— Sí.
— ¿Entonces...?
— Entonces creemos que fue una trampa.
— Querida, eso pasa en las novelas — ¿por qué todos la trataban de inocente palomita, creyendo que todo lo que aseveraba era producto de la ficción o de una realidad de mundo de muñecas?
— Ajustándome a su relato, él encontró a su mujer siendo apuñalada por un conocido de la familia. Bajo emoción violenta, lo mató al tipo; pero la policía al llegar al lugar y verlo con los dos cadáveres, hizo dos más dos. — explicó Emma sintetizando a la fuerza.
— ¿Vos me decís que le creés más a un convicto que a la propia policía y a un juez que evaluó mil pruebas?
— En este caso puntual, sí.
Ruth revoleó los ojos, un tanto reticente a aceptar la postura de Emma. Apartándose levemente, se reclinó en el respaldo de su silla.No obstante, permitiría que continuase con la exposición.
— Su beba tenía poco más de un año cuando fue detenido, quedando en custodia de sus abuelos maternos. Hace más de diez años que no la ve...
— ¿Y ella lo reconocerá?
— No creo que sus abuelos le hayan hablado muy bien de él — un poco ofuscada, ocultó su sensación bajo su cara inexpresiva. Emma no deseaba que Ruth leyera su mente, como solía hacer.
— Bueno...y ¿qué es lo que te resulta interesante de este hombre más allá de su historia?
"Todo"
— Aun mantiene intactas sus esperanzas. Es acaso lo más noble en su persona. – afirmó convincente.
— Es cierto...— levantó sus cejas; Ruth no era fácil de persuadir.
— No ha salido de prisión con la sed de venganza o con el resentimiento contra la sociedad a flor de piel; por el contrario, es consciente de que debe acoplarse a ella si pretende reencontrarse con su hija.
— ¿Interesante o inteligente?
— Ambas. Rodrigo es un ser honesto, capaz de transmitir una calma inusitada.
— Pero también es un asesino...— sagaz, su madrastra, retrucaba sus conceptos
— Él habla de su esposa con un amor difícil de encontrar, Ruth. Ver sus ojos brillar de emoción al contar anécdotas de ella me...— traicionándose, su voz se quebraba. Miró hacia la calle, vidrio mediante, para no claudicar. Su frase quedó inconclusa.
— Te... ¿seducen?
Emma fijó sus ojos color canela en su madrastra. Ruth sonrió de lado; unidas mediante una extraña conexión, la mujer mayor adivinaba sus estados de ánimo y la aconsejaba, aun sin que ella se lo pidiese.
— No es seducción, Ruth. Es admiración. Valoro sus ansias por salir adelante a pesar de los obstáculos que ha atravesado; admiro su valentía para reconocer sus errores y no echar culpas.
— Cariño — Ruth tomó sus manos al ver a la joven morderse el labio, un tanto alterada — Quizás estás deslumbrada porque este es tu primer caso importante y presupone una gran carga emocional. Creo que en el fondo, te sentís identificada con esa niña que perdió a su madre de muy pequeña.
Otra vez daba en el clavo. Sin recurrir al golpe bajo, Ruth tenía clara cierta percepción guardada en lo profundo de Emma.
— Tenés que ser fuerte para no permitir que tus sentimientos nublen tu juicio. Debés mantenerte al margen de tus opiniones personales, en pos de hacer las cosas bien a nivel profesional.
— Es inevitable hablar bien de él en mi informe.— reconoció.
— Emma, si realmente considerás que será un buen padre y merece una segunda oportunidad, hazle saber a todos que es así. Si por el contrario, lo que te sucede es que estás confundida, entonces debés tener cuidado. Apartáte por un instante y sé objetiva. Hay hombres que son muy manipuladores, mi vida. Hombres que saben lo que tienen que decir, cómo deben actuar y qué sensaciones generar. Vos sos joven, inexperta y vulnerable; él salió de la carcel, con las enseñanzas que la prisión le dejó para sí — exponiendo crudamente su postura, Ruth le propinaba un cachetazo de realidad. — Esto no significa que Rodrigo sea una mala persona y haga esto adrede. Simplemente, creo que debés recapacitar, meditar qué es lo que te sucede a vos. No te dejes usar; mantenéte alerta, con todos los sentidos en alto.
Emma asintió con la cabeza; abrumada, cada palabra tenía sentido.
— Cuidáte Canela. Te quiero lo suficiente como para no desear verte sufrir — releyendo el menú, la abandonaría en la profundidad de sus propios pensamientos.
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