5
"¿Estás muy ocupada esta tarde? Antes de entrar al restaurante, me gustaría verte"
Colgada del pasamanos del colectivo de la línea 24, Emma iría en camino al bar Plaza Dorrego, lugar de encuentro con Rodrigo, antes de su trabajo y despues del de ella. Tendrían casi 45 minutos para hablar.
Nada le quitaba la sonrisa tonta de los labios como la de una nena boba con juguete nuevo. La diferencia radicaba es que si tuviese un juguete, ahora se encontraría leyendo el manual para comprenderlo, en tanto que a Rodrigo era más dificultoso descífrarlo.
Recordándose hasta el cansancio aquel mensaje de texto, ella se relamía de expectación porque ella también deseaba verlo. ¿Con qué propósito? Sin dudas, hablar de trabajo; no era ni más ni menos que el único vínculo existente entre ambos. Entonces, ¿por qué siendo algo obvio y razonable, le causaba tanta emoción?¿por qué verlo le gustaba tanto o más de lo previsto?
Quizás la ausencia de vida propia, era un indicio.
Su vorágine laboral nunca tenía horario fijo. Pocas veces salía a algun boliche a tomar una cerveza y mover el esqueleto inconexamente, siendo su única diversión juntarse con Camila en Hunton House algún que otro sábado a la noche cuando se hacía el arqueo de caja.
Guardándose para sí la información que el matrimonio Krauss había pedido la adopción definitiva de Valentina y la ausencia de actualización de domicilio por parte de ellos, Emma no deseaba enturbiar el asunto. Lo concreto, es que conjuntamente con Lila se mantenían en plena investigación, creyendo que sería de mayor utilidad decirlo cuando tuvieran información más firme.
No obstante, Rodrigo estaba un poco nervioso sin saber si aquel mensaje de texto, redactado unas diez veces y borrado otras nueve, reflejaría la verdadera ansiedad que lo tenía sometido. Esperaba que no. Emma podría asustarse si resultaba avasallante. Y él quería tenerla de su lado...cerca...tal vez más de lo pensado.
Emma bajó del colectivo sobre la calle Bolivar, caminó una cuadra y entró al bar para tomar asiento en una mesa que casualmente, estaba bajo un ventilador de techo que arrojaba un poco de aire.
¡Bendito Dios! Ese calor no daba tregua.
El sitio de encuentro era un antiguo y coqueto local en pleno corazón porteño; con mobiliario original, cuidado y de madera, grandes celebridades de la cultura local habrían tenido a aquel bar de antaño como sede para grandes reuniones.
Carpeta en mano, se apantalló dándose aire. Aun no eran las 6 de la tarde y su puntualidad era extrema. Una chica a paso cansado, se le acercaría con la carta, la cual tomó gustosamente, al menos como para ganar tiempo.
Una cerveza fría sería ideal, pero la hora y el día, le jugaban en contra.
Para cuando la abrió de par en par, Rodrigo asomaba por la puerta; con un gesto desmedido, Emma lo invitaría a que se acercara.
— Hola — dijo ella con una exagerada sonrisa a cuestas.
— Hola Emma, ¿como estás? — amable, tomaba asiento tras posarle un suave beso en la mejilla.
— Un poco aplastada, hace mucho calor — replicó sin dejar de abanicarse, ahora, con su mano. — ¿Vos no sentís la humedad pegada al cuerpo?
— Este tipo de calor es un lujo al que aun no me acostumbro — perspicaz, acestó un golpe que la dejaría contra las cuerdas y a él en falta.
— Uy...si...bueno — dubitativa, se refugiaba en su ignorancia.
— Emma, no hace falta que estés a la defensiva. Lo que hacés no es más ni menos que lo que hace todo el mundo: hablar de lo que conoce. No pretendo que nadie se ponga en mi lugar ni me tilde de "pobrecito". No me agrada la lástima ni la condescendencia — serio pero sin sonar aleccionador, exponía su punto de vista de forma clara y concreta de antemano.
— ¿Qué es lo que más extrañabas allá adentro? — Emma bajó la mirada, un tanto culposa. Rodrigo notó que ese tipo de conducta era persistente en ella.
— A mi hija — sin vueltas, su respuesta era lógica. Aún así, no sería lo único en su lista — También añoraba las milanesas de mi vieja. — leyendo de la misma carta que la camarera le acercaría a Emma minutos atrás, no despegaba sus ojos.
Rodrigo se escondía en las hojas, evitando emocionarse y quedar en clara evidencia. Su orgullo varonil, deseaba sobresaltar por sobre la sensibilería.
— Podrías pedirle que te las cocine algún día de estos.
— El domingo me invitó a almorzar. Acepté con la condición de que ese fuese el menú— sonrió recordando el momento del pedido a su madre — ¿Y vos?
— ¿Yo qué? — Emma parpadeó sin entender.
— ¿Que extrañas de tu cárcel? — Rodrigo deseaba saber cosas de su vida privada; interesándose quizás más de lo debido.
Boquiabierta, Emma no comprendía el alcance de la pregunta.
— Todos somos prisioneros de nuestra propia cárcel. La prisión no sólo se limita al espacio físico...también nuestra cabeza puede funcionar como una — reflexivo, Rodrigo lograba hundirse en las garras del monstruo interior que fagocitaba a la licenciada de ojos juveniles.
— Me tomás desprevenida...no sé — vacilante, jugueteaba con la cadena en su cuello — quizás echo de menos encontrarme con amigos más a menudo, vivir la edad que tengo con mayor libertad...— sincera, evadía la mirada de Montero que la acechaba con la suya inconscientemente, ansiando medir el dolor de su cuerpo, reconocer a través de su mirada las cosas que la lastimaban.
— La cuestión radica en conocer tus condenas para saber cuáles son las cosas que no debes hacer.
— ¿En prisión te dieron clases de psicología? — escéptica, no quería asumir que muchas cosas la sentenciaban a una vida aburrida y sinsentido y que Rodrigo la enfrentaba a aceptarlas ante él. Un desconocido cada vez más conocido.
— No, pero escuchar a tantos terapeutas, asesores y asistentes sociales charlatanes, te enseña — moderado, su comentario era sarcástico pero no grosero.
Emma relamió sus labios admitiendo el punto perdido. Sosteniéndole la mirada, ella seguía luchando con sus miedos internos.
— Una Seven Up, por favor— dijo a la rubia que moría de ganas por hincar sus dientes en el cuello de su compañero de mesa.
— Yo, una Pepsi — sin dudas, las gaseosas se pagarían gracias a la sonrisa que Rodrigo le entregó a la camarera.
— Supongo que todavía no te acostumbraste a que las chicas te miren tanto — Emma sonaba celosa y se regañó por aquello.
— Sinceramente, no me fijo quién me mira y quién no — desinteresado, inclinaba su torso hacia Emma apoyando el peso de su cuerpo sobre sus antebrazos firmes.
Rodrigo sólo deseaba que Emma lo mirase. Ella y solo ella. Pero no como un bicho raro o un especímen de estudio sociológico, sino como un hombre que había aprendido de sus errores y necesitaba redimirse y superarse. ¿Pero por qué tanto interés en que ella lo supiese?
— Egocéntrico — mascullaría la muchacha entre risas, provocando un cosquilleo inquieto en el pecho de Rodrigo.
— No es eso Emma, es que aprendí a ignorar muchas cosas.
— ¿Cómo cuales?
— Como mis sentimientos hacia las personas — cometiendo un acto suicida, reconocía que le costaría mucho trabajo volver al circuito, rodearse de gente e interactuar.
— Eso es muy duro.
— Lo sé y espero que el tiempo me ayude a reconsiderarlo como parte vital de mi manejo con la gente. Si pretendo insertarme en la sociedad, no puedo andar con cara de ogro gritoneando todo el día.
— Me resulta difícil imaginarte con mal genio. — dulcemente, dijo para regocijo del ex convicto.
— Es el beneficio que te otorga el desconocimiento — curvando sus labios de lado, afirmaba con un dejo de padecimiento.
Emma pensó entonces que el Rodrigo sensato, buen cocinero e inteligente que tenía delante suyo, era una pizca de quién realmente profesaba. Aquel lado violento que lo arrastró hacia la peor oscuridad, también formaba parte de su personalidad y eso era algo a considerar.
Ambos aceptaban inconsciente y abiertamente ser la brisa y el huracán bajo su propia piel. ¿Pero quién acaso no lo era?
Abandonando ese cuestionamiento en el aire, Emma agradeció a la camarera por las gaseosas.
— Te quedaste callada de golpe — caballeroso, le sirvió un poco de bebida en el vaso alto para repetir procedimiento en el suyo.
— A veces me detengo a pensar más de la cuenta.
— ¿En qué?
"No, Rodrigo, no me lleves a ese lugar..."
— En nada.
— ¿Pensás...en nada?
— ¿Nunca te pasó de quedarte tildado?
— Sí, pero generalmente me ocurre por lo opuesto. Me quedo pensando en mucho y al mismo tiempo, por eso me taro. Porque no sé por dónde arrancar.
Otro punto a favor de su razonamiento.
— Antes que se haga más tarde y tengamos que seguir con nuestros caminos, el motivo de llamado fue para agradecerte todo lo que estas haciendo por mí. No he tenido tiempo de hacerlo hasta entonces— amable, sus ojos mostraban agradecimiento. Emma recogió su siembra con una sonrisa abierta la cual cautivó los sentidos de quien la citaba.
— Es mi trabajo Rodrigo. — jugueteando con el sorbete en el vaso, replicó gratificada.
— Ojalá muchas personas puedan tener a lo largo de su vida gente como vos para que puedan ser ayudadas.
— Estudié para esto: para detectar las fortalezas, las debilidades, las oportunidades y las amenazas de cada persona y así, actuar en consecuencia.
— Muchos preferirían ayudar del otro lado del escritorio.
— Yo no soy así, me gusta estar en el campo de acción.
— Sos una mujer valiente.
— Soy una mujer obstinada que cree en que los sueños pueden cumplirse.
— ¿Obstinada o cabeza dura? — retrucó con ingenio mientras bebía un sorbo de su bebida.
— A veces una, a veces otra. A veces, las dos juntas —ella admitió con cordura.
— Sin ánimos de ser indiscreto... ¿cómo hacés para llevar una vida privada adelante? —Rodrigo se acercaba peligrosamente a la cornisa pero los ojos de Emma querían hablar y él detectaba aquello — Estás todo el día yendo y viniendo, atenta a los juzgados, a clientes que te llaman para tomar una gaseosa a cualquier hora — pícaro, sus ojos verdes revoloteaban divertidos, buscando respuestas que no sabía si quería escuchar.
Emma pensó por un segundo en cómo decirle que simplemente esa vida privada no existía. Fingir, su verbo preferido de los últimos días, la salvaría de este incendio.
— Es cuestión de organizarse — mintió descaradamente — los fines de semana me los tomo para mi.
— Tu novio debe de tenerte mucha paciencia...— una reflexión incómoda que pretendía una respuesta. De ambos lados.
Sin embargo, Emma no diría nada, dejando al libre albedrío las conclusiones de su compañero de mesa.
"No tengo vida, no tengo novio, no tengo tiempo. Soy patética" bufó para su interior.
— Me dijo Diego que tenés una maestría en Derechos Humanos— rememoró Rodrigo, con la incomodidad a cuestas de que notar que Bautista Hunton, un hombre inteligente, elegante y empresario, tuviera intactas sus pretensiones para con ella. Y sea correspondido.
— Sí, la terminé en diciembre. Aun estoy esperando que me entreguen el diploma. — explicó nuevamente en el centro de atención, lugar odiado por ella.
— ¡Sos todo un cerebrito! — "bonita, inteligente....jamás se fijaría en un perdedor como yo"
— O quizás muy aburrida — solapó a su conclusión.
— A mí me hubiese gustado ser algo más que un panadero o empleado de cocina.
— ¿Qué carrera te hubiese gustado estudiar, por ejemplo?
Rodrigo sostuvo su mirada en la de Emma, poniéndola nerviosa. Esa chispa que emanaban sus ojos, le encendía su sangre arbitrariamente.
— Fuera de lo que es gastronomía, quizás algo relacionado con la medicina.
— ¿Sí? ¡Eso es todo un descubrimiento!
— Tener la posibilidad de salvar vidas, debe ser excepcional — tiñéndose de niebla, su vista se alteraba de dolor — Cuando tuve a Ornella en brazos, no sabía qué hacer. Tal vez, si hubiese tenido los conocimientos mínimos de medicina...— su voz se entrecortó. Jamás olvidaría su cuerpo inerte entre sus brazos mientras los aullidos de dolor de Ítalo Insúa se apagaban tras las puñaladas certeras de su cuchillo.
Era inevitable que su expresión de congoja no atravesase su coraza para recalar hondo en la de Emma, quien posó su mano en la de Rodrigo. Inesperadamente para ambos, el cuerpo de ella tenía autonomía; acarició sus nudillos con el pulgar, brindándole alivio y sincera compasión.
— Ornella murió al instante, Rodrigo. No había modo en que pudieras salvarla — ahondando por primera vez en el asesinato dudoso de su esposa, lo enfrentó con la opinión formada a partir de la lectura del expediente.
— Yo no la maté, Emma...te lo juro por mi hija — sus gestos, sus músculos, la totalidad de esa máscara de autosuperación parecía desvanecerse cuando hablaba de aquel pesado tema.
Rodrigo tragó fuerte. Mil veces habría repetido su inocencia; millones de veces, nadie le habría creído contrariamente a lo que aquella pequeña mujer fuerte y bella, comentaría.
— Te creo, Rodrigo...yo te creo — en el fondo de su ser, Emma no confiaba en la justicia ordinaria aplicada a este hombre que se desmembraba de sufrimiento.
Ella confiaba en su pesar, en la sensación intransferible de la pérdida. Sin soltar su mano, se entregó al contacto tibio que los mantenía unidos; persistente por unos instantes más.
El sol se escabullía por las espaldas de los edificios de mediana altura sobre Humberto Primo. Una tenue brisa veraniega arrastraba las hojarascas al centro de la calle empedrada que bordeaba la plaza Dorrego. Emma y Rodrigo se mantendrían tiesos, sin dedicarse una mínima palabra.
No existía consuelo. No existía palabra de aliento para paliar tanta angustia.
Él había perdido todo en un instante y estaba de vuelta, para recuperar acaso lo único que lo motivaría a no flaquear. Rodrigo estaba sumido en el sopor de la nostalgia.
— Muchas veces pensé en el suicidio estando dentro de la cárcel — alejando su mano de la de Emma, se recostaría sobre el respaldo de su silla de madera curvada. — Pero el recuerdo de Valentina, con sus ojitos oscuros, grandes y redondos, me daba las fuerzas para seguir adelante. Cada vez que me estaba por mandar alguna cagada en el penal, su imagen venía a mi mente. Quise salir pura y exclusivamente para tener la oportunidad de verla y que me conociera. Quiero ser el padre que por tanto tiempo no pude ser.
— No dudes que lo lograrás — las lágrimas de ella se acumularon en torno a sus ojos.
— Soy consciente que la situación no es nada fácil. Indistintamente de los términos legales y burocráticos, mis suegros no son accesibles. Va a ser un arduo trabajo que recapaciten y me den la posibilidad, aunque sea, de hablar con ella, de contarle mi verdad.
— ¿Vos pensás que ellos no le han hablado de vos?
Rodrigo dio un resoplido por su nariz, descreído. Conocía lo suficiente a los Krauss, sobre todo a Vladimir, como para creer lo contrario.
— Le habrán dicho que su padre es un hijo de puta malnacido que mató a su mujer de 8 puñaladas por un estúpido ataque de celos.
— ¿Por qué perjudicarte con una mentira? — la versión de Lila, parecía no ser suficiente para ella.
— Porque yo fui la manzana prohibida, Emma.
Delineando sus rasgos por un instante, ella pudo ver tensión en su mandíbula; su ceño adusto y su mirada, vagaban por la ventana.
— Yo era el pobretón de un barrio bajo de la Capital que la enamoró con sus engaños y su chamuyo haciéndola abandonar sus sueños, sus estudios, sus posibilidades de progreso.
— Ella se enamoró de vos genuinamente. — confiando en su historia de amor, exhaló.
— Pero sus padres nunca lo entendieron así. Creyeron que yo me enganché con ella para vivir de su fortuna.
"No hay nadie más generoso que Rodrigo...no le interesa el dinero en absoluto"
Rodrigo llevó sus manos a su rostro; refregándose con ellas, rozaba su escasa barba. Emma permanecía consternada por la profundidad del relato; por primera vez, lo escuchaba de la boca de Rodrigo.
— Tengo que irme. — respirando profundo, estampó sus palmas grandes sobre la mesa del bar — Tu amiga y su hermano me deben estar esperando, no quiero llegar tarde a mi segundo día de trabajo.
— ¡En absoluto! — dijo Emma poniéndose de pie, sacando la billetera de la cartera.
— ¿Qué haces? — ¿ella va a pagar? ¿acaso está loca?
— Voy a pagar — con naturalidad, adivinó sus pensamientos.
— De ningún modo. ¡Invito yo! — colocando unos billetes bajo el servilletero metálico, Rodrigo era autoritario.
— ¡Es una gaseosa! – rebelde, Emma insistía.
— Por eso mismo.
Molestándose por su obstinación, Emma desafió:
— Acepto que pagues pero con una condición. — dijo sobre sus pestañas y con el dedo índice en alto.
— ¿Cuál?
— Que la próxima, pago yo — con el contento raptando sus labios, extendió su mano, sellando el pacto con un simple apretón.
Haciendo una serie de pasos cortos; Emma se rehusaba a marcharse. Pero cada uno estaba comprometido con sus trabajos. Mientras que a él lo esperaba otra noche en "Hunton House", a ella, una parva de papeles inconclusos la asediaban en la mesa del living de su casa.
— Buena suerte esta noche — deteniéndose sobre el cordón de la vereda, una vez fuera del bar, se balanceaba sobre sus sandalias equiparando la altura de esos ojos verdes cautivantes.
Rodrigo resguardaba sus manos en los bolsillos de su jean, uno de los que habrían comprado el día anterior, conteniendo además, sus ganas por conocer el sabor de los labios de su tutora social.
— Gracias. Anoche fue una noche muy inquieta.— apartando su debate corporal, dijo.
— Eso quiere decir que hubo clientes.
— A tu amiga se le ocurrió escribir algo bastante histriónico en la pizarra de la calle— sonrió con el ridículo recuerdo en su cabeza.
— ¿Mi amiga?¿Histriónica? ¡No lo creería! — exageró en una sola carcajada, resumiendo su incredulidad.
— Escribió algo así como "Hoy nuevo chef en Hunton House, donde las veladas son más románticas..."
— ¡Toda una poetisa!
— ¡Toda una mentirosa!
Ambos rieron al unísono, compaginando su buen humor, enfatizando su simbiosis.
— No te entretengo más — dijo Emma recuperando el aliento, luciendo jovial y atractiva a los ojos de Rodrigo — Una montaña de trabajo me espera.
— ¿Cómo te vas de acá? — consultó, preocupado.
— Voy hasta la 9 de julio a tomar el 67. Podría hacer combinaciones con el subte, pero hace mucho calor para estar encerrada bajo tierra. —miró su reloj, con suerte aún llegaría de día. — Creo que antes de seguir trabajando, tendré tiempo para una pequeña siestita.
— Que sueñes lindo, entonces — posándole un beso suave sobre su mejilla derecha, Rodrigo saludaba, aromatizando los sentidos de Emma.
Rozándole la piel de un modo más íntimo, regodeándose de aquella victoria, sería para él, el combustible necesario para continuar toda la noche. Emma haría una mueca sorpresiva y tímida, incapaz de responder; estaba sumida en una nube de sensaciones encontradas y deseos reprimidos.
De más estaba decir que el viaje en el colectivo no serviría más que de distracción; con la ventanilla abierta de par en par, el viento de las avenidas refrescaba su cara. Ella cerraba los ojos absorbiendo la tibia atmósfera, cargada de pensamientos e ilusiones.
Había transcurrido menos de un mes desde que había conocido a Rodrigo, un ex convicto condenado a 20 años de prisión por un doble homicidio. Un hombre de pasado lúgubre, presente esperanzador y futuro incierto.
Su única motivación en la vida era demostrarle a su hija que jamás había dejado de amarla y conjuntamente con aquello, que supiese que su condena habría sido injusta. Él amaba a su madre, a pesar de haber asesinado a un hombre.
Creando en su mente imágenes de su posible encuentro, Emma se emocionó. Pensar en la niña abrazándolo, diciéndole lo mucho que añoraba conocerlo, desataría un mar calmo de lágrimas en sus ojos.
Rodrigo tenía un corazón noble; ella podía verlo a través de su escudo protector. Un error malintencionado de la justicia de los hombres, lo sentenciaría a vivir en las penumbras, alejándolo de sus afectos, privándolo de su vida.
Arribando a su casa exhausta física y mentalmente; arrojó su cartera sobre el sillón, liberó sus pies del calzado bajo para caer de pecho, rendida sobre el colchón de su cama. Pasajes de su tarde con Rodrigo recorrían su cabeza a paso de hombre; sus risas, las de ella, su confesión profunda y sentida...
Todo había hecho de aquel breve momento, una tarde para la memoria.
Sonriendo para sí misma giró boca arriba, mirando el ventilador de techo inactivo, con las manos entrecruzadas sobre su ombligo.
"Él no asesinó a su esposa...no pudo haberlo hecho"
Fragmentos de su detención, del horror, de su bebita siendo arrancada de su vida...todo aquello le provocaba náuseas.
La falta de responsabilidad que presuponía su encierro, no se traducía en el mundo exterior; por el contrario, lejos de la actitud pasiva que los individuos privados de su libertad acusan, Rodrigo se mostraba activo y con ánimos de integrarse a la vida social que le brindaban solidariamente los hermanos Hunton y Emma.
Emma comprendía, a su vez, que resultaba lógico que no se desenvolviera con la naturalidad que ofrecía el día a día, como por ejemplo, ante algo tan simple como ir a comprar ropa. Sin embargo, no se dejaba abatir por la posible frustración de saber que todo había cambiado.
El plano sexual sin dudas, sería un tema complejo de abordar y tratar. Lila era quien lidiaría con la búsqueda de un profesional que lo apoyara mentalmente.
Era sabido que los presos, en su estado, pierden la capacidad de sentir que tienen relaciones íntimas, porque el sexo es utilizado como un mero método de liberación física y mental. Probablemente su inserción en el plano afectivo sería una barrera difícil de soslayar: Rodrigo era un hombre pleno, activo y con un potencial enorme para la conquista, pero con la confianza derruida por la estanqueidad de las emociones románticas.
La posibilidad de rehacer su vida con una pareja estable, bien podía ser considerada como una mejoría. Sin embargo, el peso de saber que su condena incluía el homicidio de Ornella, reduciría sus intentos de conseguir a una persona que no lo juzgase por lo acontecido.
Muchas mujeres quizás, ni siquiera le darían la oportunidad de contar su verdad.
Muchas mujeres sólo lo querrían por su físico dotado y su mirada seductora.
Muchas mujeres lo ignorarían al saber que era un ex presidiario.
Considerar esas opciones, posibles y cercanas, le generaban a Emma un incómodo malestar.
El parpadeo de su teléfono celular, daba cuenta de un mensaje de la abogada especialista en derecho del menor y la familiar, cortando de cuajo sus debates.
"Tengo información para que trabajemos. Llamáme mañana. Besos. Lila"
*Arqueo de caja: recuento de dinero obtenido.
*Gaseosas: sodas
*Quedarse tildado: expresión que denota quedarse sin reacción.
*Mandarse una cagada: expresión que indica "hacer algo malo"
*Chamuyo: charlatanería
*Vereda: acera
*Cordón: pieza de hormigón que da fin a la vereda y comienzo a la calle.
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