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4

Por primera vez en varios meses, Emma conseguiría dormir más de 6 horas sin despertarse con pesadillas o transpirada. Su piel lucía relajada, sedosa y fresca. Casi nada de maquillaje haría falta para cubir sus ojeras y eso, a su criterio, valía un aplauso. O varios.

Eran las 8:30 am, y ya habría notificado a Rita su ausencia durante la mañana con la excusa de acompañar a Rodrigo a realizar unos trámites judiciales. Lógicamente, ir de compras no calificaba como tal.

De pie frente a su guardarropas, solo vestida con ropa interior, puso sus manos en jarra.

¿Qué ropa usar lo suficientemente liviana para caminar como una enajenada por Microcentro en búsqueda de un atuendo para Rodrigo?

¿Un short? No, demasiada carne a la vista y no era apropiado para regresar a la oficina.

¿Un jean? No, muy grueso e incómodo para afrontar el calor.

¿Una pollera? Quizás...tenía una falda negra a mitad de pierna que se ajustaba a sus caderas y le permitía moverse con libertad.

Solucionado el tema de la prenda inferior, pasaría a la superior: sin mucho debatir, la elegida sería una bulsa amplia de gasa semi transparente color blanca, con unas flores labradas en azul oscuro y un lazo a modo de corbatín en la parte trasera.

Posando frente al espejo, todo parecía estar en su lugar. Excepto por el cabello: la humedad hacía estragos en su pelo, como si fuese el Rey Leon en su peor momento.

Sin tiempo para alisados con plancha, entrecruzaría sus hebras en una trenza espiga algo desalineada justificándose que estaban de moda los peinados DIY.

Apresurada, no encontraba las llaves, haciendo gala de su desorden habitual.

Su habitación era la sede argentina de Kosovo; las cajas de la mudanza seguían dando vueltas aun después de dos meses de estar instalada allí. El living no se quedaría atrás: los muebles aun tenían el plástico covertor puesto por la gente de la mudadora. Excepto por un pesado y gran sillón, nada parecía desembalado.

Aquel PH en Belgrano era hermoso, pero sin fuerza de voluntad, no había belleza que valiese. Sólo contratando un mago terminaría de acomodar las cosas en su sitio.

Cartera en una mano, manojo de llaves en la otra, caminaría por el tráfico peatonal de la calle Juramento, rumbo a la estación de subterráneos cercana a su casa.

Si todo funcionaba correctamente, estaría a la hora señalada en la estación Tribunales de la linea D. Una vez en el subte, haciendo malabares para no caer, capturó su celular desde el fondo de la cartera para poner sobreaviso a Rodrigo, quien ya estaba en camino.

"Buenos días, estoy yendo a nuestro punto de encuentro... ¿sabés llegar?   Emma"

Presionó enviar. La repuesta no se haría esperar, lo que significaba que estaba despierto.

"Buenos días Emma. Sí, sé llegar. Por suerte en el mundo exterior existen taxis con choferes que conocen la Capital como la palma de su mano. Nos estamos viendo en un rato. Rorro"

Rodrigo festejó su sobreprotección en tanto que Emma haría lo propio por la sutileza y el encanto que pondría al ridicudizarla.

Saliendo eyectada del vagón, respiraría aire puro (al menos lo intentaría) al subir las escaleras que la conectaban con la zona de Tribunales. El día ya se presentaba agobiante aun siendo las 9:45am.

Ventilándose con la carpeta que llevaba en su mano, no existía modo de refrescarse. Cruzando a un kiosco, compró una gaseosa, convirtiéndola en su desayuno junto a un turrón de maní. Con los papeles bajo el brazo, una mano sosteniendo la botella y la otra desarmando el envoltorio de la golosina, esperaba de pie en la intersección de Lavalle y Libertad por el taxi que condujese a Rodrigo hasta su sitio clave. Aún estaba dentro del horario estipulado, siendo lo importante, llegar a tiempo a la entrevista en San Telmo.

Rodrigo miraba sorprendido por la ventanilla del taxi; los locales comerciales, la cantidad de gente caminando por la avenida, todo aquello representaban un gran cambio desde la última vez que habría visto aquella zona, en el día de su juicio, bastante renombrado en ese entonces.

Focalizándose en los aspectos buenos, dejaría de lado aquel recuerdo doloroso para pensar en la joven que lo esperaba por allí. Abordando la calle Libertad, el taxi se detendría para permitirle el descenso.

Desde dentro, ya podía ver a Emma luchando con una botella, su cartera y unos documentos. Compenetrada, no dejaba de mirar un papel entre sus manos. Ver su actitud inocente, trabajosa y concienzuda, llenó de alegría a Rodrigo, que sintió fuego recorriendo sus venas.

Las palpitaciones le aumentaron a medida que sus pasos acortaban la distancia hacia ella. Con la extrañeza de no saber bien por qué todo su organismo se comportaba así, se colocó, en silencio por detrás de la licenciada.

— Quiero suponer que este no es tu desayuno — su voz gruesa, aterciopelada, se colaba por la espalda de la muchacha.

Emma experimentó la sensación de un escalofrío a lo largo de su cuerpo, dejándola diezmada de reacción. Por suerte para ella, el protagonista masculino de esa escena se movería más rápido, para ponerse de frente y no dejarla pensar más de la cuenta.

— Buenos días, Emma — recibiendo un cálido beso en la mejilla, ella recuperaría el habla.

— Hola...— respondió parpadeando, desconcertada y acalorada por la proximidad.

— ¿Y?

— ¿Y qué?

— ¿Ese es tu desayuno?

Los colores subirían a sus pómulos altos tras las palabras potentes y regañonas de Rodrigo.

— Es una colación — se justificó escondiendo su mirada con vergüenza.

— O sea, tu desayuno — replicó Rodrigo, enarcando una ceja, sintiéndose absurdamente paternal.

— No.... — obstinada, Emma no cedía y fruncía la boca en una letra "o" diminuta.

— Sí...— retrucó él, autoritario — Aceptálo y listo.

— ¡Bueno...sí...!— con un exagerado revoleo de ojos, dijo admitiendo la derrota verbal.

— ¿Viste que esta bueno decir la verdad? — nadie más que él comprendía aquella paradoja.

Aunque en su caso, ni la mismísima verdad lo alejaría de la cárcel.

— ¿Querés que vayamos a tomar un café a algun lado? — ofreció Rodrigo, para entonces con unos mates y dos medialunas de manteca en el estómago.

— No hace falta, me queda poco del turrón. Lo termino mientras vamos a comprar. — mirándolo por sobre sus pestañas, Emma le acariciaba sus terminaciones nerviosas con aquel simple gesto.

Emma avanzaba un paso por delante, siendo su guía, su faro. Caminando hacia la calle Corrientes, donde se encontraban la mayoría de los de locales de ropa, entrarían a uno en particular; sobre esa avenida.

La fachada era amplia, de doble vidriera y repletas de opciones: de un lado, trajes de fiesta, camisas y corbatas elegantes. Del otro, prendas informales.

— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlos? — esa simple pregunta por parte de aquel hombre mayor, demostraría a su rol de trabajadora social, la capacidad de Rodrigo por interactuar con sus pares dentro de un ambiente no explorado recientemente.

— Hola, buenos días — frotando sus manos, lucía nervioso y algo tenso. Con dificultad para abordar al vendedor con total naturalidad, resultaría tarea de Emma tomar la delatera, ayudándolo. Rodrigo notó esa maniobra, agradeciéndole en silencio por su intervención.

— ¿Qué tal? —sonrió abiertamente— Queríamos ver unas camisas como las de vidriera —pidió ante la atenta mirada de su compañero de aventuras, que respiraba con algo más de alivio.

— Indíqueme cuáles, por favor.

Rodrigo miró a Emma, quien sumamente decidida, se dirigió hasta la vidriera para marcarle al vendedor algunos modelos lisos y otros a cuadros. Por un instante, la sombra de Ornella vino a la mente de su esposo. Ella era estricta, determinada, quien solía comprarle ropa y la escogía al momento de salir juntos. Tragó fuerte, abordado por la nostalgia. Debía soltar el pasado, para abrazarse al presente.

— ¿Qué talle? —la voz gruesa del vendedor lo sacó de sus pensamientos.

— Como para él – señalándolo, Emma recurrió al modelo in situ.

Seleccionando conjuntamente, Rodrigo llevó al probador varias prendas, entre las cuales se destacaba una camisa negra lisa, de mangas largas y otra blanca, con una sutil filigrana en toda su extensión. Minutos después, corriendo la cortina de paño de lado, él salió del cubículo, abrochándose los puños.

— ¡Wau! — la voz de Emma saldría más exaltada de lo deseado — te queda...bien... — evitando quedar como una sexópata, levantó un pulgar en señal de aprobación. Rodrigo miró congraciado. Ella permanecía sentada, sobre un banco bajo forrado de pana azul oscuro. Cruzada de piernas, lo miraba asombrada. Rodrigo recordó visualmente la postura adoptada por su compañera; sus piernas eran largas y torneadas. Lucía muy bella con esa camisa y esa pollera, la cual destacaba su figura estilizada.

Respirando con fuerza, Rodrigo hizo una mueca, conteniendo las ganas de arrebatarle un beso. Luchando con su fiera interna, debía calmar su ansiedad y confusión.

Tras la prueba de otras camisas más informales, llegaría el turno de unos pantalones de vestir y unos jeans. Graciosamente, más liberado, caminaba frente al espejo, brindándole a Emma involuntariamente una vista estupenda de su trasero redondo. Ella quedó con la boca seca y Rodrigo, con la mirada femenina, clavada en su espalda como un estigma de Jesucristo.

Ambos agradecieron que en el local hubiese suficiente refrigeración. Aquel momento de solidaridad, no haría más que convertirse en un calvario.

— Quizás a estos haya que tomarlos de largo — dijo el vendedor, apareciendo imprevistamente — No obstante, el jean le ha sentado perfectamente.

Sonriendo como una infante, Emma pestañeó pretendiendo olvidar lo bien que se veia con cada una de las prendas que modelaba, relamiéndose con disimulo.

Usando el vestidor a su favor, finalmente Rodrigo se dejaría puesta una camisa color bordó oscura y ese par de vaqueros que tan bien se ceñían a sus piernas musculosas.

"Dejá ya de babearte Emma, parecés una gata en celo", tosió limpiándose la garganta, en plan de olvido.

Sonriente, resguardándose tras la batalla mental de su cabeza consigo misma, llegaría el momento de pagar la cuenta. Para entonces, Rodrigo sacó su billetera repleta de papeles de 100 pesos.

— ¿Saliste con toda esa plata junta? — siseó Emma entre dientes abriendo grandes sus ojos castaños.

— Sí... ¿por qué?

— Muchas cosas cambiaron en estos diez años, entre ellas, que ahora los chorros están al acecho en cualquier lado. — contestó notando una leve sonrisa del hombre que recibía el dinero en la caja de la tienda.

— ¿Y? ¿qué tiene?

— ¿Cómo vas a salir con todo eso?— insistió la joven recurriendo a su instinto protector. En el fondo, Emma sentía que necesitaba cuidarlo de la jungla de cemento.

— La plata va y viene, Emma; despreocupáte — levantando su hombro, al mejor estilo "qué me importa" de los chicos, la dejaba sin palabras y con la boca abierta.

Rodrigo se mostraba desinteresado absolutamente por los bienes materiales, respondiendo al comentario de Lila Beltrán del día anterior. Emma experimentó una sensación reconfortante para sí misma, como si necesitase convencerse que Rodrigo era un hombre bueno a pesar de su terrible pasado.

— Ahora vamos por un par de zapatos... ¿sí? — apelando a su carisma, Emma tomaba un par de bolsas de la mano de Rodrigo, para, a la rastra, continuar sometiéndolo a su frenesí de compras.

___

— Me duelen un poco — asumió Rodrigo saliendo del local. Era lógico, aun debía ablandar la horma de aquellos zapatos elegantes y lustrosos color negro.

— La belleza duele — replicaría ella con el semblante de una colegiala.

— No me interesa la belleza si a cambio obtengo unas ampollas que no tolero — frunció cada músculo de su cara quejumbrosamente.

— No seas blandito, son para ir a la entrevista. Cuando llegues a tu casa, quedate descalzo si querés —  frente a Tribunales, Emma extendió la mano ante la aparición de un taxi libre con las bolsas colgando de su antebrazo y haciendo equilibrio en las angostas veredas repletas de transeúntes.

Para las 11 de la mañana el tráfico indicaba que no les sobraría ni un minuto para llegar a "Hunton House", el restaurante de los hermanos Camila y Bautista.

— ¿Cómo es el lugar? — aliviado por estar sentado, preguntó Rodrigo una vez dentro del ambiente fresco del vehiculo.

— ¿El restaurante?

— Sí.

— Es bastante moderno.

— ¿Moderno? ¿a qué te referís?

— Tiene un sector de mesas y sillas para cenar, nada fuera de lo común pero también resguarda una zona vip para los días en que funciona para alguna cena show.

— ¿Cena show?

— Hasta cierta hora funciona el restaurante propiamente dicho. Uno abona lo que consumió y se va, o bien, paga un adicional por quedarse a lo que viene después. A veces hay un disk jockey, a veces alguien hace stand up...

— ¿Qué es eso? — su ceño formó un frunce extrañado. A Emma aquel gesto de sorpresa la doblegó sutilmente.

— Son monólogos que tienen como objetivo hacer reir a la gente.

Rodrigo asentía, estudiando los rasgos de aquella muchacha parlanchina con detenimiento; persiguió el movimiento de sus labios y la estaticidad de sus pecas decorando su bello rostro en contraposición a su cabello desordenado en una trenza rebelde. Emma era frescura y suavidad en ese verano infernal.

— ¿Vos creés que voy a encajar en ese ámbito?

— Lo importante es que sepas desenvolverte; no creo que tengas mayores problemas.— ordenando las numerosas bolsas sobre su regazo, Emma no se quedaba quieta.

— Agradezco tu confianza. — y vaya que sí. Era un salto al vacío...sólo por él.

— ¡No me defraudes! —ella guiñó su ojo, entregándole quizás su valor más preciado: una sonrisa franca y sincera.

Una puntada de emoción sacudió su pecho. Tantos años de hostilidad y de dura supervivencia parecían quedar atrás gracias a la personalidad de esa muchacha corajuda y sentimental que lo ayudaba sin pedir nada a cambio.

No obstante, no debía confundir caridad con interés personal.

Estacionando sobre la calle Humberto Primo, era extraño para Emma ver el restaurante sin las luces y la impronta de la noche. Asimismo, era un bonito lugar, con mesas en el exterior, que hoy por hoy y ante la ausencia de un responsable de cocina, se encontraban arrumbadas sobre la pared exterior de ladrillo visto y resguardadas con una cadena gruesa y gran candado.

— ¿Se puede? — golpeando la chapa de la persiana metálica baja, pero con la puerta entreabierta, Emma se agachó pasando su cuerpo hacia el interior del local gastronómico. Rodrigo la seguía un tanto vergonzoso; por un instante debió desviar la vista de la falda simple pero sensual que se ajustaba a las sumisas curvas de su guía.

— ¡Amiga! — el grito desmedido de Camila, les daba la bienvenida. Acto seguido, con un abrazo muy fuerte, le decia "Hola" a su compinche.

— Cami, él es Rodrigo, el muchacho del que te hablé — la dueña, de grandes ojos oscuros, lo examinaba boquiabierta.

"¡Desvergonzada! ¡Mantené la cordura, por favor!" Emma pensó con un revoleo de ojos interno.

— Rodrigo, ella es mi amiga Camila Hunton, dueña del restaurante – comenzó la licenciada con las presentaciones oficiales.

— Buenos días— respondió educadamente su tutelado, extendiendo la mano ante la mirada pasiva de Camila, que parecía comerlo de a poco, como un postre exquisito — Gusto en conocerte. —finalizó antes que la menor de los Hunton se cociese en sus propios jugos.

— El gusto es mío, Rodrigo. Me alegra que hayas considerado nuestra propuesta.

— Por el contrario, a mí me alegra que me convoquen.

— Bueno...bueno — abriría las manos Emma, intercediendo algo quisquillosa — Todos nos alegramos que nos alegremos — interrumpió con un juego de palabras sesgando el magnetismo de las presentaciones. El aire no solo estaba caliente por la temperatura, sino por los cuerpos de todos los presentes — ¿Dónde se encuentra Bautista? — aun faltaba el otro socio, parte más que importante de esa jugarreta.

— Está en la cocina...si quieren, podemos ir hacia allá. Después de todo, quizás termine siendo tu segundo hogar— sonriendo atrevidamente a Rodrigo, la rubia se contorneaba caminando a su lado. Camila no disimulaba en absoluto lo atractivo que le parecía él; sus pestañas pivotantes, su sonrisa exagerada y sus ademanes, daban cuenta de lo mucho que le agradaba.

"Focalizate, Emma, no te interesa ver el modo en que Camila le tira los galgos, sino cómo Rodrigo es capaz de insertarse en un trabajo", inspiró profundo manteniendo sus opiniones vagando en su subconsciente.

Atravesando las puertas vaivén que los conectaba con la enorme cocina, finalmente Bautista salía por detrás de las ollas y las mesadas, para saludarlos.

— ¡Emma! — abriendo los brazos, la sujetaba por los codos, colocando un beso suave y algo posesivo en sus mejillas. Lucía tan bien como siempre: con su permanente estirpe de empresario correcto y agradable en sus modales.

— Bauti...¿cómo estás? — con la piel un tanto sonrojada por la confianza entre ambos, Emma aceptó el contacto.

Rodrigo estudió cautelosamente la escena; algo en la mirada de Emma y ese hombre le generaba cierto escozor. ¿Celos? Nunca había experimentado aquella sensación, a pesar de ser acusado de un rapto pasional que terminaría con la muerte de Ornella. ¡Vaya paradoja!

— Muy bien...y ahora que te veo, mucho mejor — galante, los cumplidos del dueño la sonrojaban aun más a su ex pareja — Así que él es el famoso Rodrigo — extendiendo su mano en dirección a la estrella del día, se estrechaban en un apretón.

— Mucho gusto, Sr. Hunton —Rodrigo fue considerado. Sin descubrir aun el vínculo que lo unía con Emma, por fuera de la amistad, no debía ser descortés con el hombre que le daba la oportunidad de demostrar sus conocimientos gastronómicos.

— No me digas señor, che. El señor está en el cielo — atrapado por una corriente humorística, Bautista intentaba ser chistoso. No era uno de sus atributos, pero debía admtir que su broma era lograda. Rodrigo sonreiría; a su formación católica le causaba cierta molestia aquella comparación que prefirió obviar — Decime Bautista, a secas.

Rorro asintió con la cabeza, abrumado, pero satisfecho.

— Supongo que Emma te habrá comentado nuestro modo de trabajo, lo que pretendemos de vos y lo que estamos necesitando hoy en día — comenzaría Hunton en plan de jefe yendo al punto.

— Por supuesto.

— Entonces, resta por decirte simplemente, que este es un negocio con ambiciones, con proyectos de crecimiento. Necesitamos alguien que sea capaz darnos una mano y que dé lo mejor de sí. Que se ponga la camiseta — resumió hábilmente.

Sin despegar los ojos de Bautista, Rodrigo respiraba entrecortadamente. Nunca había ido a una entrevista formal y el nerviosismo era un poco notorio.

— Sabemos de tu...experiencia — con cuidado, Bautista bordeaba el pasado de Rodrigo con cintura. Emma agradecería su buen tacto ante esa situación. Ella también estaba un tanto inquieta, repiqueteando la punta de su zapato en el piso.— Deseamos que, salvando las distancias del caso, nos demuestres todo tu potencial.

Con una grata sonrisa, Bautista palmeaba el hombro de Rodrigo, dándole ánimos y sumergiéndolo en la responsabilidad que significaba un puesto como ese.

— Ahora, una pequeña pruebita. ¿Te parece? — Bautista era la voz cantante, en tanto que su hermana, junto a Emma aguardaban del otro lado de la barra, con las numerosas bolsas de compras de lado, observando el diálogo entre ambos hombres.

El risotto, debilidad del mayor de los Hunton, se transformaría ni más ni menos que en la prueba de fuego de Rodrigo, que sumido en una tranquilidad absoluta, se movería con gran destreza por la cocina impoluta del restaurante. Enfundado en un delantal blanco, higienizaría sus manos, se haría la señal de la cruz y se encomendaría al cielo mismo. Tenía en sus narices una gran oportunidad y era consciente que debía provecharla al máximo.

— Se mueve como si hace años trabajara en una cocina — suspiró Camila sin dejar de posar sus ojos en él, con ambas manos sosteniendo su quijada.

— ¿Me estás cargando? — Emma preguntó extrañada por el comentario poco inteligente de su amiga — Durante 10 años cocinó a los presos del servicio penitenciario, ¡boluda!

— ¡Bueno che! ¿Cómo no lo voy a pasar por alto a ese detalle si cuando lo veo me babeo toda y me olvido de dónde viene? — jocosa, se regodeaba las vistas indisimuladamente.

— ¿Podés ser menos evidente? — mascullando molesta, Emma replicaba frunciendo la boca — Tu hermano te va a matar si te ve distrayéndolo en lugar de auxiliarlo y me va a matar a mí por traértelo con moño y todo.

Cortando los hongos en finas láminas mientras preparaba el caldo de pollo, Rodrigo no parecía para nada perturbado. Focalizándose en tener un buen desempeño, intentaba serenarse aun sin poder ignorar que tenía todos los ojos puestos sobre él: Camila estaba inquieta y no dejaba de cuchichear a sus espaldas, Bautista se encontraba detrás de él, con autoridad y sigilo, en tanto que Emma mordía su labio, nerviosa, tanto o más que él. Que él se pusiera al hombro semejante puesto, suponía una movida de piezas peligrosa y arriesgada.

Jamás podría hacer lo suficiente para agradecerle el voto de fe que Emma y los hermanos Hunton depositarían en él.

Encendiendo las hornallas, buscando las sartenes y poniendo a su alcance los utensilios necesarios con gran destreza, la cocina, era su lugar en el mundo.

Emma se felicitaría en silencio por considerarlo como postulante.

Friendo el arroz con la cebolla ya rehogada, Rorro daba movimientos secos y contundentes a la sartén, integrándolo todo con suma conciencia. Su muñeca iba y venía, de adelante hacia atrás, mezclando sabores y texturas.

— Yo ya hubiera tirado todo a la mierda — asumió Emma en voz baja provocando una carcajada descontrolada de su amiga.

Bautista latigueó su cuello para mirarlas repentinamente; por detrás de Rodrigo, lo controlaba todo de brazos cruzados y con un semblante adusto. Su mirada penetrante significaba un llamado de atención para el público allí presente.

Con el arroz listo, Rodrigo incoporaría los hongos y el caldo poco a poco hasta que el líquido se absorbiese y el arroz quedase cremoso. Unos cubos de manteca le agregarían untuosidad a la preparación, que en una presentación digna de un concurso de gastronomía, se complementaría con unas virutas de queso parmesano, sal y pimienta.

Bautista controlaba el tiempo, meneando la cabeza. Para ansiedad de Emma, no emitía sonido ni era posible descubrir lo que le pasaba por la mente; ella lo sabía muy bien.

— Menos de 45 minutos. ¡Muy bien! — al escuchar aquello por parte del dueño, Emma cerró los puños, esperando el veredicto que tenía buena perspectiva. Intranquila, aguardaba por la aprobación de Bautista.

Tenedor en mano, el hermano de Camila desmembraba la porción exquisitamente servida en un plato con forma oval, examinando cada detalle. Él no sabía hacer ni una tostada, pero su ojo clínico y su paladar privilegiado para criticar la gastronomía ajena, eran envidiables.

Probando, finalmente, degustaba cada bocado entregándose al sinfín de sabores.

"Eso tiene que ser un sí...tiene que ser un sí" , Emma cruzaba los dedos figuradamente.

Rodrigo permanecía inmutable. Sin expresión en su rostro, era paciente pero acaso ¿cómo no podría serlo alguien que había permanecido privado de su libertad por tanto tiempo?

Bautista dejaría el plato a medio comer sobre la mesa, ya limpia gracias a la prolijidad de Rodrigo Montero Viedma.

Camila apretaba la mano de su amiga; ella estaba dispuesta a aceptarlo, pero aun faltaba que su hermano diese el visto bueno.

Por último, las ansiadas palabras llegarían a oídos de Emma y la felicidad, al corazón de quien acababa de hacer un plato sabroso.

— Rodrigo... ¿tenés que hacer algo esta noche?

*Cartera: bolso de mano

*Chorros: ladrones.

*Tribunales: edificio ubicado sobre la calle Talcahuano, siendo máximo tribunal de la Nación Argentina.

*Expresión que indica dejar el todo por el todo.

*Cargar: bromear

*Boluda: tonta.

*Hornallas: fogones del artefacto de cocina por donde sale la llamarada.

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