23
Valentina era una niña muy lista y bonita.
Demasiado.
Imaginar a Rodrigo celoso de su hija, cuando creciera, le quitó a Emma un suspiro emocionado. Mientras la criatura hablaba, sus gestos y ademanes, delataban el vínculo sanguíneo con su padre. Aunque una vida los separase, siempre estarían ligados.
Hilda permaneció por un instante más con Valentina, en tanto que la trabajadora social, salió por un momento al toilette. Una vez fuera, vio de reojo que el matrimonio permanecía, de mala gana, sentado. Mientras la mujer leía una revista de modas, Vladimir no abandonaba su reloj y su celular ni por un segundo.
Respirando tensión, se arriesgó a pasar por al lado de ellos, cuando, casualmente, Diego Bellenger y Lila aparecieron en escena junto a Rodrigo.
El trío ingresó a la sala de espera para ser atendidos en primera instancia por Marta, la secretaria de la terapeuta.
Siendo testigo de aquel incómodo pero vital momento, Emma se mantuvo de pie, observándolo todo. Rodrigo, avanzaba por detrás de sus patrocinadores, en tanto que su ex suegro se puso de pie como un resorte, para increparlo directamente.
— ¡Si serás hijo de puta! — masticó manteniendo el tono pero no así las formas. Diego intercedió, colocándose entre medio de ambos — ¡Primero me arrebataste a mi hija, y ahora querés hacer lo mismo con mi nieta! — sus ojos inyectados en odio, disparaban.
Condescendiente, pero con las ganas intactas de romperle la mandíbula a aquel viejo traicionero, Rodrigo pensó inteligentemente: permaneció estático quedando al margen de la provocación, evitando roces y respuestas desagradables.
Emma mordisqueó sus uñas rogando porque se mantuviera a raya. Cualquier actitud, podría derivar en una catástrofe aun mayor. Matilde sostenía a su marido por el codo, calmándolo. Diego y Lila, se mantenían alertas.
— Hombres, por favor, no es momento ni lugar para reproches. Confiemos en que la justicia hace lo correcto — conciliador, Bellenger ganaba la batalla, impartiendo disciplina.
Vladimir tomó asiento contra su voluntad, sosteniendo un vaso de agua que Marta le acercó gentilmente.
Tanto Lila como Diego, finalmente y tras el álgido momento, se acercaron a saludar a Emma, estática y sin haber concurrido al baño.
— ¿Cómo está todo? — le susurró la abogada.
— ¡Valentina es hermosa! — cristalizando sus ojos, no pudo evitar que una pizca de emoción los usurpara —, pero muestra un claro respeto hacia su abuelo. Evidentemente, su rectitud la apabulla.
— No me extraña. Es un viejo de mierda — abandonando los modales, cosa extraña en ella, siseó frunciendo la boca de lado.
Respondiendo a la vibración de su teléfono se apartó, dejándolos de pie a Rodrigo y a ella. La situación los encontraba allí, removiéndose casi compulsivamente en sus lugares.
— Hola — dijo ella sentenciando la conversación a un monólogo formal.
— Hola, Emma — posando un beso gentil en su mejilla, él renació al oler su perfume. La vio pálida, demacrada. No obstante, mantenía su encanto.
— Tenemos que hablar con respecto a lo que encontrarás allí dentro — susurró tapando su boca ligeramente cubierta con laca brillosa. El matrimonio Krauss no se perdía detalle de sus gestos y cotilleos, de seguro, regodeándose por la ventaja de las fotografías comprometedoras en su haber.
— ¿Está ella ahí dentro? — Rodrigo nunca estaría más emocionado. Ni siquiera, cuando salió de la cárcel, semanas pasadas.
— Sí,¡y es fantástica!— uniéndose a su expectativa paternal le tomó sus manos —. Hoy estamos aquí por ustedes dos. Que nada te impida decirle lo mucho que la querés.
Rodrigo miró las manos de Emma, delicadas y serviciales, aferrándose a ellas. Dejando de lado los reproches de la semana anterior, sacaban flote lo verdaderamente importante. Creyó en su emoción, en la sinceridad de sus palabras. Y en la posibilidad de que en algún momento lo había querido. No amado, pero sí estimado mucho.
Rorro intuyó que algo atrás de esa mirada color canela se ocultaba; la magia entre ellos había estado presente, y no sólo en materia sexual.
— Valentina sabe que estuviste preso, pero no el motivo. No entres en detalles, no es necesario. Ella es consciente que la prisión es un lugar donde uno cumple sus condenas. Hacé hincapié en el amor que le profesaste a Ornella y en el cariño enorme que sentís por ella.
— No haré más que decirle la verdad.
— Entonces, tenemos el éxito asegurado.
Por un instante, sus miradas se cruzaron en el aire, sostenidas por un gran afecto. Emma lo amaba. Y las heridas de la flagelación, sería profundas y eternas.
— Gracias — sin sucumbir a la necesidad de besarla profundamente a pesar del dolor en su alma, Rodrigo no escatimaba.
— No tenés nada que agradecer. Este premio te lo supiste ganar en buena ley — ella guiñó su ojo, devolviéndole la gratitud. Él la había despertado del letargo.
Hilda salió de la puerta contigua a la que se apoyaban Rodrigo y ella para saludar al dúo de abogados y al padre de la niña.
— Voy a explicarles el procedimiento, ¿de acuerdo? — firme y segura, Hilda se colocaba en medio de la sala, con la atenta mirada de todos los presentes en ella — Montero Viedma pasará conmigo y con uno de sus abogados, conjuntamente con la Licenciada Valente. Posteriormente, se los dejará a solas con la menor y por último, tendremos un encuentro final con la niña a solas. Ella y yo — Vladimir meneaba su cabeza, disconforme.
— Todo va a estar bien— aquietando sus nervios, Emma susurró al oído de Rodrigo, quien retribuyó con una sonrisa complacida. — Ella te va a amar tanto como yo— presa de sus emociones, dijo sin medir.
El silencio bastaría para condenar esa frase, a una segunda parte. Rodrigo permaneció duro, y la lengua de Emma, quieta. Siendo atrapado en su telaraña de contradicciones, la miró fijo. Y reconoció el amor a pesar del despecho.
Emma aclaró su garganta, sabiendo que no había hecho lo correcto. Refregó sus sienes, comprendiendo el peso cruel de sus palabras. Cruel para ambos.
— Ahora, pensá en ella...— suplicó con un dejo de voz.
— ¿Me amás? Pero...— balbuceó en voz demasiado baja.
— No lo entenderías. Concentrá tus fuerzas en Valentina. Ella te necesita más que yo. — levantando sus hombros, Emma acababa de incendiarse en pleno maremoto.
Rodrigo no dejó de mirarla por un segundo; ella era un mar de confusiones y él, naufragaba en su oleaje.
— ¿Entramos? — la figura de Hilda disolvió el idilio, obligándolos a adentrarse a la sala, donde el milagro, estaba próximo a consumarse.
La terapeuta pasó en primer lugar, luego era momento de Emma, Diego y Lila seguirían detrás de ella, para dejar, en último turno, al interesado: Rodrigo Montero Viedma.
Valentina vagaba por la zona de libros pre adolescentes, con sus manos por detrás de su espalda; se hamacaba mirando una sección en particular sin percatarse de la invasión a su alrededor.
Su rostro pequeño, de asombro, les daría la pauta de su falta de preparación. Temerosa, permaneció rígida contra la biblioteca. Identificando en sus ojos oscuros la niña que alguna vez Emma sería, supo que el miedo era avasallante. Sobreprotectora, Emma se abalanzó sobre la pequeña, que estaba a punto de llorar.
— Shhh, Valentina... ¿qué pasa? — acunó su carita triste ante los ojos de todos.
— ¿Por qué toda esta gente está acá? — vacilante, pedía explicaciones simples.
— A Hilda y a mí ya nos conocés; vení que te voy a presentar a los restantes — sujetándola por su mano, caminaron lentamente.
Retraída, dos pasos por detrás de Emma, se escondía bajo la sombra de la licenciada.
— Nadie va a hacerte daño, Valen — dijo la joven con ternura. La terapeuta permanecía de pie, estudiosa de la situación.
— Ella es Lila — señaló a la abogada — y él es Diego — inclinándose, Bellenger extendía su palma intentando "chocar los cinco". Emma roleó los ojos; el abogado era un niño por dentro.
Finalmente, el momento que todos aguardaban veía su luz destellante. Rodrigo escuchaba la dulce voz de su hija; intentó no llorar. La había visto a lo lejos, enredando su mirada en libros de aspecto chillón, y de espaldas. El mismo cabello oscuro que Ornella, la misma afición por la lectura que él.
¿Cómo había hecho para sobrevivir 10 años sin su hija adorada?¿Cómo no se había vuelto loco en el intento?¿Cómo había hecho para no matar a su suegro minutos atrás?
— ¿Él es mi papá? — sin presentaciones mediante, Valentina miró a Emma, inquisitiva.
— Sí, Valentina. Yo soy tu papá — visiblemente emocionado Rodrigo avanzó sin intimidarla. Extendió su mano temblorosa con el afán de acariciar el cabello de su hija, quien se aferraba fuertemente al brazo de Emma.
El cuerpo pequeño pero lánguido de la niña permanecía estático, todo lo contrario a sus ojos, que recorrían a su padre de punta a punta. Rodrigo temió por el rechazo.
— Sos muy joven para ser mi papá — dijo simpáticamente, aflojando la tensión de todos.
— ¿Sí?¿Te parece? — le arrebató una sonrisa. Ni en sueños, Rorro se había imaginado este momento junto a ella.
— Los padres de mis amigas están gordos o usan anteojos gruesos...vos...sos...más lindo — haciendo un mohín gracioso con su boca, una carcajada de alegría salió desde el fondo de las costillas de Emma.
— Vamos a sentarnos Valentina, tenés mucho que hablar con tu papá — Hilda intercedió tomando las riendas del asunto.
Sujetando a la pequeña de 11 años, la terapeuta se sentó junto a ella en la mesa, mientras que Rodrigo y Emma, iban en la misma dirección. Los abogados, relegarían su ubicación a unos sillones cercanos.
Reunidos los cuatro en la mesa, Valentina relamía sus labios. En silencio, enredaba sus dedos unos con otros.
— ¿No quisieras preguntarle nada a tu papá? — Hilda encaminó la situación con sutileza.
Removiéndose en su silla, la niña hizo unas muecas pensativas durante un instante. Rorro sintió que el corazón se le salía por el pecho; quería abrazarla, decirle cuanto la amaba, hablarle de lo mucho que amaba a su madre...y de lo mucho que amaba a Emma.
— ¿Es necesario que estén todos ustedes oyendo? — Rodrigo se mantuvo alerta, Hilda y Emma, también.
— Querida, es necesario que sepas que tu papá está dispuesto a compartir tu custodia con tus abuelos. Para ello, es indispensable que veamos que él puede cuidar bien de vos — explicó la psicóloga, serena y pausada. Valentina asintió poniendo la boca de lado, pensativa.
— ¿Fue muy malo lo que hiciste en el pasado? — adulta, mordaz, la niña dejaba de lado sus más de 11 años para jugar a ser mayor.
Rodrigo lució incómodo, pero no se resistiría a responder. Era parte del proceso de sanación social y emocional al que se exponía. Tensos, el aire se cortaba con un papel.
— Sí, cariño. Hice algo que nadie debería hacer. Pero yo ya pagué.
— ¿Robaste?
— No.
— ¿Mataste?
Tragando saliva, Rodrigo afirmaría sutilmente con la cabeza. ¡Cuán duro resultaba para él!
Qué complejo resultaba para Emma ser testigo de aquel momento y no poder interceder.
— Eso no está bien...— dijo su hija, parpadeando con fuerza y velozmente.
— Lo sé. Por eso estuve en la cárcel.— y más de la cuenta por culpa de tu abuelo...
— ¿Por qué mataste a alguien? — preguntó, dulce. No obstante, Hilda analizaba todo mirando ceñudamente.
— Porque esa persona fue muy mala conmigo. — orillando la confesión real, todos esperaban más de aquel diálogo tan atrapante como necesitado.
— ¿Lo fue con mamá también? — por primera vez, la voz delicada de Valentina fue un susurro quebrado. Emma quiso cobijarla entre sus brazos y mecerla hasta que dejara de sufrir.
— Sí — él extendió sus antebrazos en la mesa, intentando atrapar las manitas de su hija. Valentina encogió los dedos, con algo de miedo —, pero quiero que sepas que nada justifica mi conducta. No debí hacerlo porque esta mal matar a alguien, haga lo que haga.
Valentina lo miró fijo por un instante, procesando la información a su modo. Rodrigo soportó su escrutinio, con la ansiedad presionando cada hueso de su cuerpo.
— ¿Cómo murió mamá? — curioseó, letal. Lila bajó la mirada, conteniendo un posible llanto; Diego, exhaló fuerte y Emma...Emma era pura lágrima. Con un pañuelo desechable, daba golpecitos a su rostro para secarse las mejillas.
— ¿Tus abuelos no te lo contaron? —Rorro se sorprendió. Para bien. Quizás contaban con algo de decencia después de tanto daño.
— No.
— ¿Qué es lo que te dijeron al respecto? — fue cauto. Hilda asintió con la cabeza, dando su venia.
— La abuela se hace la tonta y el abuelo dice que mamá murió por tu culpa. Pero nunca me aclaró por qué— con la inocencia perpetrada en su rostro angelical, Valentina sostenía aquella deuda pendiente.
Guardando la rabia en el fondo de su mandíbula, retrayendo sus manos para hacer de ellas dos duros puños, Rodrigo masculló improperios para sí mismo.
Emma quiso salir corriendo y gritar que Vladimir Krauss era un viejo maldito y perturbador. No sólo la dejaría a su nieta con el dolor incrustado de la duda, sino que además, lo culpaba de modo cobarde.
— Ya tengo once años y no soy una nena para que me anden ocultando cosas — con sabiduría, deslizó su semblante hacia la mesa. Rodrigo buscó la mirada de la especialista en psicología, necesitando de su autorización y ayuda para hablar del delicado tema.
Hilda enarcó sus cejas, dejando en sus manos la decisión. Terapéuticamente, parecía no existir reparos.
— Tú mamá murió por culpa de un hombre que entró a casa y la atacó. — el relato, conciso era simplemente para no asustarla y ganar su confianza — Yo quise defenderla, pero las cosas salieron mal y maté a ese hombre. — lejos de horrorizarse, Valentina mantenía una mirada petrificada en su padre, pensativa.
Rodrigo, por el contrario, respiraba con dificultad, exponiéndose por primera vez en más de diez años, al juicio de su propia hija, acaso el que más le importaba.
— ¿Mataste por amor? — acudiendo a una extraña distorsión de la realidad, Valentina buscaba en su mente la lógica a todo el asunto que rodeaba la muerte de su madre.
— Sí, digamos que sí. — contundente, Rodrigo afirmaba las predicciones secretas de Emma.
Valentina se recostó en el respaldo de la silla, inquieta. Cruzó sus brazos en el pecho y miró a su alrededor. Diego y Lila parecían dos estatuas, Hilda posaba su barbilla en su mano de perfecta manicura y la dupla de enamoradas, se miraban de reojo ingenuamente.
La niña, hizo una mueca complacida.
— ¿Tenés novia?— desde su posición, elevó una ceja en actitud graciosa.
Desestabilizándolos por completo, todos emitieron una risa casi al unísono, excepto por Rodrigo, que levantó sus ojos verdes, en paz consigo mismo, en búsqueda de una mirada díscola de color canela.
Emma se ruborizó un poco, deseando que el piso la tragase.
— ¿Quisieras que la tuviera? — inteligente, él persuadió. Emma agradeció.
— Me gustaría tener una mamá.
— Ya la tenés...— dijo Rorro.
— Lo sé. Pero no me acuerdo de ella. Era demasiado chica cuando murió. — con la sagacidad que demostraba minuto a minuto, cerraría la boca de propios y extraños.
— No, no tengo novia — Emma deseó morir, pero no era ni más ni menos que la respuesta a la que ella lo había arrinconado a decir. Un agujero dijo presente en el pecho de Rodrigo, y era la extraña sensación de saber que la historia vivida hasta entonces con la joven de pelo y ojos color canela, era una ilusión.
Queriendo olvidar su dolor a partir de aquel súbito desarraigo, pero sin poder, se dedicó a tomar las manos de su hija, que esta vez, las aceptaba. Se estudiaron, primero con recelo, luego con gracia. Valentina le sacó la lengua, y su padre creyó tocar el cielo con sus manos.
En pocas semanas, pasaría de conocer la trastienda del infierno a las nubes del paraíso gracias a Emma. A su trabajo, a su bondad, a su cuerpo...
— ¿Y vos Emma? ¿Tenés novio? — tomándola por sorpresa, la niña tomó el timón del barco, cambiando el eje de la pregunta.
— ¿Yo?— se señaló exageradamente.
— ¿Hay alguien más que se llame Emma acá dentro? — Valentina fue sarcástica.
— No, no tengo novio. — resopló por la nariz, otorgándole el punto.
La pequeña Montero salió del refugio de las manos de su padre para quedarse sólo con una y ponerla sobre la de Emma.
— Ustedes dos harían linda pareja — sonriendo, atrevida, dictaminaba jocosa.
Rodrigo emitió una sonrisa nerviosa pero cuidada, en tanto que Emma mantuvo silencio. Diego tosió por detrás y Lila golpeó su brazo, deteniendo su falta de tacto.
— Bueno, creo que es momento de que los dejemos a solas al padre y a su hija. — Hilda se puso de pie, invitando a hacer lo mismo a Diego, Lila y a Emma.
Inclinando el torso para salir de escena, en un hábil movimiento, Rodrigo sujetó con más fuerza la mano de Emma, deteniendo su marcha. Ignorando la presencia de los restantes, posó un beso en el dorso, sobre la palma derecha.
Valentina miró azorada, festejando con sus ojos vivaces aquel contacto por parte de su padre para con la muchacha. Emma sintió un cosquilleo intenso en su barriga; pero debía marcharse de allí, y pronto, también de sus vidas. Bajando con el dedo su párpado inferior, hizo la mueca con la palabra "ojito", señalando a ambos, que rieron cómplices.
Fuera de la sala, lo único que se respiraba, seguía siendo tensión en tanto que adentro, la magia se producía.
— ¿Desean un café? — Marta ofreció con eficiencia; Hilda en tanto, los citaba en la sala contigua a su consultorio.
Ubicándolos alrededor de una enorme mesa de ébano con una bella filigrana tallada a su alrededor, las cosas abordarían un tinte menos sentimental y tierno.
— Ustedes saben que a partir de esta visita, tanto la Licenciada Valente como yo estamos en condiciones de dar nuestro dictamen, del cual dependerá el régimen de visitas que Rodrigo tendrá con su nieta. — desde luego, Predigger ignoraba las amenazas, el secuestro extorsivo y la inmolación cardíaca de Emma.
— ¿Régimen de visitas? ¡No estoy de acuerdo de ningún modo! — hostil Vladimir Krauss, recriminaba con tozudez. Sus ojos gélidos, sin brillo y oscuros, se clavaron en los de Emma, con ánimos de intimidar.
— Dejá que nos expliquen, por favor — algo menos reticente, Matilde abría el juego de la conversación adulta elevando su mano desde la silla ocupada, deteniendo la postura de su esposo.
— Aquí existe un claro conflicto entre adultos, en este caso ustedes y Montero Viedma. Pero, no debemos olvidarnos de que hay una menor y es quien se encuentra en situación de vulnerabilidad extrema — detalló la terapeuta.
— Si se queda más tiempo con ese animal, será aun más vulnerable.— arrojó el hombre.
— Disculpe que lo corrija, Sr.Krauss — intercedió Diego — pero mi cliente ha dado claras demostraciones de su integridad como persona. La justicia le ha concedido el beneficio del 2x1, ha mantenido una conducta intachable y hoy por hoy, se encuentra trabajando de modo estable. ¿Me equivoco licenciada Valente?
— Por supuesto que no, Doctor— asintió convincente, con el recuerdo del olor pestilente de la sala en donde la mantuvieron cautiva.
— ¿Justo vos vas a hablar, nena? — en un tono despreciativo y machista, Vladimir se mofaba de la afirmación reciente.
— ¿Perdón? — Lila, preparaba sus garras.
— Esta nena no puede hablar de lo que mi nieta necesita o no y mucho menos, decir que Rodrigo esta rehabilitado. ¡Su firma no vale, no sirve!— estallando de furia, su voz subía decibeles.
— ¿Por qué dice eso, señor? — con la vena palpitándole en el cuello, Emma mantuvo cordura unos instantes más tras preguntar aquello. Solo, se ajusticiaba con esa conducta desdeñosa y alterada.
— ¡Porque anduvo de gran revolcada con mi yernito!¡No se haga la tonta! — con el dedo en alto, con tono violento, todo parecía migrar de contexto.
El viejo zorro demostraba inconscientemente sus deseos por apartarla de la causa, siendo el enredo con Rodrigo, su comidilla. ¿De qué le serviría retirarla de la causa? Cómo bien había supuesto, cualquier otro profesional que tomase el caso de Rodrigo, concluiría en el mismo reporte: Montero Viedma estaba calificado para pedir una custodia compartida.
— ¿Qué está diciendo este hombre? — confundida, Hilda pidió explicaciones que vendrían, no de parte de la acusada, sino de la de Lila, que aventajándola, detendría el asedio al que la exponían:
— La vida privada de Emma no está en discusión, Señor Krauss. Además, no hay pruebas contundentes que indiquen que ella mantiene una relación personal con nuestro cliente.
— ¡Hay fotos! — confirmó, quedando en evidencia desprolijamente.
— ¿Fotografías?¿Y qué muestran? — agazapada, Lila daba el zarpazo, irónica — ¿Están en una cama?¿Están compartiendo un fin de semana en Ibiza?
— No me subestime, doctora.— furibundo, Krauss apretaba sus puños con violencia.
— Usted no lo haga con nosotros. Rodrigo ha demostrado ser un ciudadano ejemplar dentro y fuera del penal. Ha cumplido estoicamente con su deber como recluso y el juez falló a su favor. ¿De qué tiene miedo? ¿De que se den a conocer sus chanchullos en Paraná? — furiosa, fuera de sí, Lila aumentaba el tono.
— ¡No me provoque! — aplastando ambas palmas en la mesa, Krauss inclinaba su cuerpo, amenazante.
— Les recuerdo que tienen la custodia de una menor cuyo padre vive y a quien el Juez le permitió su pedido de restitución. No le conviene montar un espectáculo del que pueda salir perjudicado.
El padre de Ornella masculló maldiciones. Lila lo había atrapado en su propia red.
— Les recuerdo, nuevamente y por si es necesario, que necesitamos fortalecer el vínculo perdido entre un padre y su hija.
— ¡Un padre asesino!
— ¡Su abuelo es un estafador!— replicó hostil, la nueva abogada defensora de Emma, que se mantenía estupefacta — ¡Usted ha comprado a Dios y a María Santísima para que lo acusen a Rodrigo del crimen de su hija, cuando bien sabemos que eso no es verdad!— sin amedrentarse, acusaba abiertamente.
— ¡Basta ya por favor! — sin soportar mas agravios, Emma dijo por encima del murmullo; le dolía la cabeza y esto no los llevaba a ningún lado. — Lo importante es que Rodrigo pueda ser el padre que Valentina necesita. Y no me cabe la menor duda que así será. ¡Ella quiere tener un padre, por Dios, señores! Ya perdió a su mamá...¿por qué negarle la posibilidad de acercarse a la otra persona que dio su vida por ella?¿Por qué impedirle crecer junto a él?— corrompida por la emoción, se mostró vulnerable y temperamental, igualitariamente. — Yo sé lo que es crecer si una madre que te acaricie por las noches, con la angustia de no poder contarle si me siento bien o mal. No la priven de disfrutar de su papá. Rodrigo la ama, más que a su vida, más que a nada en el mundo — traicionada por sí misma, un llanto voraz se apoderó de sus ojos. — ¡No sean necios! — rogó dirigiéndose al matrimonio— Si tanto aman a su nieta, no la lastimen de este modo.
Vladimir mantenía su mirada altiva, desafiante, en tanto que su esposa, sacudía su cabeza, con un visible llanto atrapado en sus lagrimales.
— Matilde — apelando a su sensibilidad, a su creciente llanto, Emma murmuró — ¿Por qué nunca le dijo a Valentina el modo en que falleció su madre?
El silencio se apoderó de su garganta, pero la respuesta de quien preguntaba, saldría como tiro.
— Niégueme que no lo hizo porque sabe que Rodrigo no podría haber asesinado a Ornella. Usted sabe que él siempre la amó y calla porque su esposo la tiene amedrentada.
— ¡Mocosa insolente no te voy a permitir...! — elevando la voz, poniéndose de pie violentamente, levantó su mano ante la mirada inquisidora de los dos abogados, de su esposa y la psicóloga. Al borde del colapso, solo la mesa interrumpía sus ansias por presionarle el cuello con sus gruesas manos.
Con la adrenalina a mil por hora y el desagradable sabor de la agresión en su paladar, Emma retrocedió dos pasos, aproximándose a la puerta de salida de la sala.
— Creo que es mejor que me vaya...— temblando, limpiando alguna que otra lágrima suelta, se aferró al picaporte, con un miedo de muerte. Todo estaba descontrolado y el clima era más que adverso.
— Emma, por favor, no hemos terminado — Lila se acercó, sujetándole las manos.
— Creo que yo, por hoy, sí — disculpándose ante los presentes, regresó a la recepción, agitada y con las palpitaciones descontroladas.
Con el malestar estrangulando su cuerpo, tomó asiento en el hermoso sillón de pana turquesa del a recepción; súbitamente, debió tapar su boca ocultando un gemido de indefensión.
Extraviando su mirada en los cuadros dispersos en la sala, deseando estar junto a Rodrigo y su hija, era un manojo de convulsiones internas. Fue para entonces, cuando Diego apareció con ánimos de buscarla; colocándose en cuclillas, se puso frente a ella.
— ¿Qué fue lo que pasó ahí adentro, Emma? — contemplativo, preguntó en voz baja.
— ¿No fue claro?— tomando el pañuelo que le ofrecía, sonó su nariz.
— Soy un poco lento — bromeando, le sacó una sonrisa a desgano — Sos mucho más linda cuando te reís. No me extraña que Rodrigo esté tan perdidamente enamorado de vos.
Con un aturdido golpeteo en el pecho, ella lo miró. Diego había sabido ganarse su confianza a fuerza de malas bromas, perseverancia y sencillez.
— No puedo seguir adelante con esto. El juez no lo permitiría y no haría más que poner en riesgo el pedido de custodia de Valentina— tragó fuerte, mirando al piso. — Además...recibí amenazas...— quebrada, hecha cenizas, confesó.
Diego retrajo su rostro.
— ¿Por qué no nos lo dijiste? — siseó mirando hacia los costados, comprendiendo la gravedad del tema.
— Porque eran bastante elocuentes; la vida de Valentina estaba en riesgo — contestó en tono apenas audible.
Bellenger presionó su mandíbula, conteniendo improperios.
— Despreocupáte — acarició los nudillos de Emma, en un gesto solidario y amistoso — de eso me encargaré más tarde...pero aclaráme el asunto, ¿la cara de culo de Rodrigo durante estos días fue porque te peleaste con él? — buscando complicidad, y hallándola, la miró.
— Le dije que todo lo que pasó entre nosotros fue una estupidez de mi parte.
— ¿Te sacrificaste a cambio de su protección?
— Era eso o tentar a torcer el destino de Valentina.
— Emma, tenías otra alternativa...— suspiró, con malestar.
— ¿Cuál?
— Decirle la verdad, decirle que un idiota te extorsionaba con fotografías y de otros modos que me contarás después. Decirle que de momento tenías que tomar distancia para preservar la causa. Cualquier trabajador social puede constatar que Rodrigo sería un excelente padre, quien te haya amenazado ¿cree que tiene el suficiente poder como para acallar a todo el mundo?
— Lo mismo dije yo...pero dejé sucumbir por el miedo, y abandonarlo todo era lo único que fui capaz de pensar.
— En estos casos, lo mejor es hablar.- poniéndose de pie, ya incómodo por la posición, se acercó una banqueta y se puso al lado — ... con respecto a Rodrigo...
— Supongo que creí que nadie más que yo sería capaz de ver la bondad en su corazón. Era mi...caso.— Emma llevó la mano a su pecho.
— Quisiste ahogarte con el barco, como un capitán.
— Puede ser una buena analogía. — dijo colorada del llanto.
— Emma, no te voy a negar que me dolería que no siguieras adelante con este caso porque confío ciegamente en tu profesionalismo. De hecho, sé que dejaste de lado todos tus sentimientos para ser objetiva.
— Por supuesto que fue así.
— Sin embargo, es un gran reto hacerle entender a un juez que tu trabajo fue realizado en pleno uso de tu conciencia profesional.
— Lo sé...y eso me perturba.
— Lila me dijo que hay otra muchacha que se va a encargar del tema. ¿Puede ser?
— Sí, Rita la designó interinamente hasta que acepten mi desligue profesional.
— Perfecto. Pediremos extraoficialmente que seas una suerte de asesora. No firmarás, ni estarás a cargo de la supervisión de las visitas de Rodrigo, pero no te excluiremos del caso. Pediremos una excepción.
— ¿Podrían hacerlo?
— Emma...— rascó su nuca, alterando sus rizos ya bastantes rebeldes por la humedad — Vos y Rodrigo se merecen una segunda oportunidad. Y francamente, creo que después de ver a Valentina el día de hoy, tu aparición fue una bendición en su vida.
Emma hizo puchero; su labio temblaba ante la observación de Bellenger.
— ¿Tan evidente era nuestra atracción?— lastimosa, estaba interesada por conocer su perspectiva.
— ¡Tanto como que yo no soy mudo!
Riendo, como dos viejos amigos, Diego le brindó un abrazo cálido y fraternal.
— Gracias por tus palabras — dijo sonrojada, guardando el pañuelo en el bolsillo trasero de su pantalón — Ya te lo devolveré — lo agitó, sonriente.
— No hay problema — chasqueó su lengua — ahora, tengo que regresar allá adentro. No me fío del viejo de mierda ese ni de que Lila no le arranque la cabeza con una birome. — sacudiéndose los pantalones, extendía sus largas piernas.
— Krauss es un déspota.
— Con esas actitudes se esta cavando su propia tumba. Está siendo rehén de su comportamiento de mierda.
— Diego — inspirando profundo, se preparó a decir lo último que aún guardaba para sí —, creo que él... —tosió...— creo que él tiene algo que ver con las amenazas.
— ¿Con qué?¿Cómo...?
— Bueno...no fue él directamente.
— Está bien — levantó sus palmas, deteniendo el mar de suposiciones — mejor dejámelo a mí, ya lo agararremos de las pelotas...— guiñando su ojo, replicaba con otro abrazo, cuando Emma se incorporó de la silla.
En un mundo paralelo, no se percatarían de la presencia de una voz inocente y aguda, que curiosearía por detrás de ellos.
— ¿Ustedes dos son novios? — frunciendo su nariz pequeña, Valentina reproducía una mueca molesta.
— ¡No! — al mismo tiempo, Emma y Diego se separaron bruscamente.
Valentina exhaló aliviada en tanto que Rodrigo, era testigo de aquella confusión. Más relajado, con la emoción de haber escuchado a su hija hablarle de los libros de Percy Jackson, de sus amiguitos de escuela y lo buena alumna que era, nada podría sacarlo de ese estado de emoción intensa.
— Quería ir al baño. — Rorro levantó los hombros ante el pedido de su hija.
— No sé adónde queda. ¿Me acompañás? — Valentina le extendió la mano a Emma, comandando el andar. Caminando por el pasillo, ambas llegaron a destino.
— Te espero acá afuera. — brindando confianza, Emma le abrió la puerta.
Con la certeza de no verlas cerca, Diego dio una palmada en el omóplato de su defendido.
— No la pierdas. Está muerta por vos — levantando sus dos pulgares al mismo tiempo, Bellenger ingresó a la sala "B". Se escuchaban voces fuertes, pero nada que hiciera presuponer a Rodrigo que algo malo sucedía...o estaba tan absorto en ver a su pequeña mujer junto a él y a Emma, que nada más le interesaba a su alrededor.
Repensando las recientes palabras de su abogado, Rodrigo miro su teléfono por unos segundos. Sin dudar mucho más, y con el extraño modo de Emma de decirle que lo amaba antes de la sesión grupal con la terapeuta, le escribió un breve texto.
Emma ojeaba unas revistas que descansaban en una mesa cercana a la puerta del toilette para cuando la vibración del celular la obligó a revolver el bolsillo de su chaqueta negra.
"Gracias por hacer que mi sueño se haga realidad. Yo también te amo."
Rodrigo era el emisor del mensaje. Sus rodillas flaquearon y como una adolescente, mordió su uña. Dibujando una sonrisa bobalicona en su rostro, no supo qué responder. Desmenuzado en profundidad ese mensaje, acababa de decir que la amaba sin importarle cuánto dolor le había ocasionado. Entregándose a aquellas palabras, abría su pecho para darle su corazón.
Sollozando, los dedos no escribían nada coherente ni inteligente.
¿Sería mejor conservar las distancias o confesarle que había decidido mantenerse al margen por el bien de todos?
____
*Birome: bolígrafo.
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