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20

A trompicones, salió de la oficina y posteriormente, de aquel monumental edificio de más de cien años.

Caminando por sobre Av. Colón desde los colectivos, los autos hasa la gente, parecían pasar a su lado con celeridad absoluta. Inmersa en sus pensamientos, dos veces se chocaría con transeuntes que como ella, nadaban en su propio mundo.

Aproximandose a la bocacalle, dispuesta a esperar que el semáforo cambiase de rojo a verde, un hombre de alrededor de 50 años y aspecto desarreglado, se acercó a ella con la excusa de pedir la hora. Era muy común ver indigentes por esa avenida, por lo cual, poco se asombró.

— Son las 18:25 — contestó sin mayores ganas, por sobre su hombro.

— La hora perfecta para dar un paseo — bruscamente, pero con profesional disimulo, el hombre le tomó el codo con fuerza, clavándole sus dedos en la unión de sus huesos, provocando un incómodo y fastidioso dolor. Forcejeando con él, caminaron un par de metros por la vereda ante la mirada inerte de la gente que no accedía a ayudarla a pesar de mis gritos. — Calláte o sos boleta — cerca de su oído, con un olor pestilente e inmundo, consiguió silencio súbito.

¡Las amenezas telefónicas!

Con aquellas conjeturas tomando forma, pensó en los numerosos mensajes a cualquier hora. No eran casuales sino que ella y solo ella era la destinataria.

Introduciéndola contra su voluntad a un auto oscuro y de vidrios polarizados, la cabeza daría solo giros cuando un pañuelo de tela fue apoyado en su nariz...

___

Aturdida, como cuando despertaba de sus resacas matutinas, quiso restregar sus ojos al sentir un desagradable picor en ellos y por su nariz. Pero en ese momentos, ua venda cubría sus ojos y una cinta maniataba sus manos por detrás de su espalda.

— ¡Por fin te despertás! — una voz gruesa daba no una muy agradable bienvenida.

— ¿Dónde estoy? — preguntó, sollozante.

— No te importa. Lo único que tiene quedarte clarito es por qué estás acá — sentada en el piso de cemento, sucio, extendió sus piernas.

Un olor rancio quemaba sus fosas nasales; el piso frio debajo de ella, era duro.

¿Estaba secuestrada? Su corazon palpitó con inverosímil temor.

— ¿Quién sos?¿Por qué estoy aca? — con una lágrima asustadiza brotando por sus ojos ardidos, intentó incorporarme, en vano, ya que el sedante aplicado por sus vías respiratorias, aun tenía la potencia suficiente como para mantenerla groogui.

— Esto es simple. Si te abrís del caso, te dejamos en paz. No más mensajes ni avisitos. ¿Estamos? — la voz repercutiría en aquel cuartucho repugnante, sin dueño.

— ¿De qué caso hablás?— algo confundida, o quizás sin poder dar crédito a lo que escuchaba, dijo sin pensar.

— ¡No te hagas la idiota, mocosa de mierda! — grave, aturdidor, los gritos eran secos, intimidantes.

Agitada, nerviosa y con mucho miedo, miraba en falso: el paño en sus ojos era grueso y no permitía el paso de un ápice de luz.

— ¿No sé de qué me hablás? — repitió, como si aquello le diese inmunidad.

Algo oculto se vislumbraba detrás de esta amenaza hostil y arriesgada.

— Rodrigo Montero e hija...¿te suenan ahora?

Como una inyección de adrenalina intravenosa, el nombre de Rorro sacudió su mente y cuerpo.

Alguien la quería fuera del caso, y como si las fotografías no hubieran sido suficientes para amedrentarla, asestaban su golpe de gracia, privándola de su libertad.

— ¿Qué pasa con él y con su hija?¡No entiendo qué tengo que ver yo en esto! — ganando tiempo, ordenando ideas, gritó.

— No es difícil, nena. Salí del medio. No estorbes más. La nena está con quien tiene que estar y punto.

Ese era "el" punto: el informe sociológico que Emma haría de Rodrigo, sobre sus aptitudes y condiciones, era lo realmente peligroso.

Y ese alguien que ordenaba qué debía hacer, de a poco, comenzaba a tener rostro, imaginario, al igual que un nombre, no imaginario.

— Estoy cumpliendo órdenes — se excusó intentando, nuevamente, ponerse en pie. Con gran equilibrio, un poco acalambrada y a los tumbos, logró ponerse de pie y seguir la voz desde el sitio en que suponía, provenía.

Consciente que todo podía empeorar, la única solución era acatar lo que pedían y alejarse de todo.

— Vos sos la que ponés el gancho, así que mejor que dejes las cosas en manos de otro. Mantenéte al margen, y nada le pasará a Valentina. ¿Me oíste? ¾ alguien le tomó un mechón de pelo, jalando de él. Chilló del dolor, pero tampoco pudo ni ver si golpear a quien lo hacía.

— ¿Valentina? ¡Ella es una criatura, no la metan en sus asuntos!

— Todo siempre ha sido cuestión de Valentina, ¡estúpida! — retumbándole en los oídos, sus palabras eran hirientes.

— ¿Qué quiere tu jefe? — se expuso a su merced. No cabía otra salida. Al menos no de momento.

— Es simple: que dejes tus informes idiotas. Que te abras. Que vueles del medio.

— ¡Si no soy yo, otro hará lo mismo! Fallarán a favor de Rodrigo; ¿secuestrarán a todos lo que lo hagan hasta que nadie agarre el caso y se caiga todo? — provocó sin real conciencia de estar metiéndose en la boca del lobo.

— ¿Secuestrar? No tenés idea de lo que es un verdadero secuestro...esto solo una advertencia.

Bien parecía un secuestro, se dijo a sí misma, pero silenció sin ánimos de retrucar nada.

— Ya sabés nena. ¡Ah! Y no digas nada a nadie...acordáte que la nena está en juego. ¾ el frío filo de un cuchillo pasó por su mejilla. Quédose quieta, con la indefensión como herramienta.

Extorsionándola, vulgar y vilmente, estaba allí, indefensa, obligada a tomar una decisión absurda pero contundente. ¿De qué serían capaces si renunciaba a aceptar su trato?

Emma contaba con poco tiempo, la cabeza le giraba en trompos y las náuseas por el fármaco subían y bajaba por su tracto digestivo.

Todo parecía sacado de un thriller cinematográfico: Emma vagando contra un rincón de la habitación, con el sofoco del verano y siendo amenazada por alguien que pretendía hacer las cosas por izquierda.

— ¿Y qué pasará si no acepto? — desafió con la boca pastosa y la sangre agolpada en su pecho.

— No serán fotos tuyas las que mandaremos a tu jefa, la próxima vez....¿Sabes por qué? Porque los nenes son muy torpes, suelen tener accidentes domésticos a menudo...

— ¿Qué? — estridente, un grito salió de las profundidades de su garganta.

— En tus manos está el futuro de esa nena. Te alejás y ella sigue vivita y coleando.

Brutal, el pensamiento que cruzaba su mente era desgarrador. Pensar en la niña siendo víctima de una atrocidad semejante, volcó la balanza a favor de la renuncia, aunque fuera inexplicable para Emma y mucho más para Rodrigo.

— Está bien — afligida, su voz reverberaba con angustia— ¿Me quería fuera?¡Pues estoy afuera! ¾ dictó ¾ Pero esto no se terminará con mi renuncia, se los aseguro.

— Gracias por el consejo, pero no te preocupes que del resto, nos ocupamos nosotros — amenazante y triunfalista, aquella voz destilaba victoria.

— Ahora...por favor, quiero irme — susurró con un dejo de voz. Aturdida, cayó desplomada con las rodillas resonando en el cemento.

Una puerta lateral chirrió provocándole estupor. Sin reaccionar, indefensa, alguien presumiblemente de gran contextura física, jalaría de su brazo para ponerla de pie, de golpe.

Forcejeando en la medida de lo posible, ella no pudo siquiera darse el gusto de escupirlo. La falta de saliva por el calor y el sofocamiento, eran notoria.

— ¡Soltame! — gritando, aullando a su oído, nada parecía detener al gigantón de mal aliento y olor a transpiración.

— ¡Callate, putita! — con otra cuerda, amarró sus pies para proseguir con su boca; una venda pasó de comisura a comisura.

Emma se mantendría reticente, estando a expensas de lo que quisieran hacerle. Su imaginación vagó por todos lados. Ida y vuelta.

Un golpe en la cabeza certero y duro, acabaría finalmente con cualquier deducción, dando por sentado el comienzo a una nueva etapa: la de su alejamiento forzoso y bajo silencio.

___

Suponiendo por un instante que todo formaría parte de una pesadilla cinematográfica, abrió los ojos. El gran dolor de cráneo era bastante fuerte como para pensar en un mal sueño.

Una marca colorada en sus muñecas y un chichón doloroso y abultado en la cima de la cabeza, daban cuenta de su sospecha. Pero eso no sería lo más curioso, sino que aparecer en el corredor de su casa, sentada contra la puerta de acceso, lo era.

Con el temor de haber sido arrojada allí por los propios secuestradores, con su poco raciocinio mental, dedujo que debería cambiar cada cerradura de la casa. No debía arriesgarse a que la sorprendiesen allí dentro.

Sin abandonar el extraño escozor de lo sucedido, se preguntó cuánto tiempo habría pasado.

Su celular estaba muerto, no sólo por la inexistente señal de la compañía proveedora del servicio, sino que los pedazos se esparcían en su cartera: la pantalla rota, el teclado sin algunas piezas y la batería hecha añicos.

Rodrigo, a esa hora, estaba loco. Casi bordeando el desquicio. No había sabido nada de Emma desde hace horas... ¿le habría pasado algo? Chequeando su propio teléfono, la nada lo intranquilizaba.

Emma ingresó a la propiedad con el temor latente de encontrarse con una mala compañía; por fortuna, el vacío la recibió y nunca estuvo más contenta de la bienvenida de la soledad.

El reloj arrojaba las 11 de la noche. Los muy hijos de puta habrían aprovechado la oscuridad para moverse con total impunidad. Un llanto agudo ocupó su pecho y garganta; se sintió desprotegida, ultrajada y asustada.

Reprimiendo su impulso por llamar a Rodrigo, debía mantenerse en las sombras y callar. Por su bien, el de ella y sobre todo, por el de Valentina.

Esa noche y las que le seguirían, Emma no respondería los mensajes de Rodrigo. Con un nuevo celular, era posible hacerlo. Pero no estaba preparada para enfrentarlo aún.

Sintiéndose en la prisión nuevamente, él era puro dolor y padecer. ¿Por qué hacerle esto? ¿Por qué un día era el sol y al siguiente la noche? Sin respuestas, solo trabajaría, acaso intentando olvidarlo todo. Olvidarla a ella y a sus pecas traicioneras.

Con el corazón quebrado en pequeños pedazos, Emma necesitaba que su cabeza funcionara con algo de lucidez. Cayendo en la cuenta de la gravedad del caso, puso en la balanza todo aquello por lo que luchaba, todo aquello que sentía: por un lado, su carrera y su futuro, la pata fundamental de su estructura mental. Su reputación, el sueño máximo al que aspiraba profesionalmente corría peligro de quebrarse.

No sólo eso estaría en juego: la integridad física de una criatura de menos de 12 años, también.

Del otro lado, además, pondría obre el platillo a la pasión, el afecto, el cariño y el amor que ella jamás había sentido por nadie. Rodrigo le otorgaba la seguridad y confianza que nadie era capaz de entregarle. Con él ella era Emma. No pretendía ser la joven exitosa y de extenso curriculum. Con él se divertía, con él era capaz de escucharse reír a carcajadas.

Él la protegería de sus propios fantasmas, de sus miedos, de sí misma. Era quizás, momento de protegerlo a Rodrigo. Proteger sus metas, sus proyectos, sus sueños.

Estaba dispuesta a jugarse el todo por el todo. Por él. Por Rodrigo Montero Viedma, obteniendo a cambio las trizas de un corazón roto. El propio.

Como un camaleón, debería adaptarse a esta decisión. Él ya había perdido al amor de su vida, no podía perder la única esperanza que lo habría mantenido a flote durante estos diez años.

Rodrigo habría respirado a través de la ilusión de ver a su hija, de conocer sus ojos, de que le dijera algún día: papá. Emma sintió que no era nadie para arrebatarle esa posibilidad. No era justo.

Con el alma desgarrada y diez mensajes pendientes por responder de parte de Rorro, escribió a Rita, aceptando su destino. Temblando, sus dedos digitaban letras por inercia.

Dos vasos de vino blanco serían compañeros de sus lágrimas. A lo lejos, observó su vestido amarillo doblado sobre la cama, listo para ser guardado. A grandes zancadas desde la sala donde se encontraba, se arrojé sobre él, estampándole manchas de rimmel corrido por el llanto.

La angustia trepó por su garganta, voraz, entrometiéndose en cada partícula de su propio oxígeno.

¿Cómo enfrentarlo? ¿Cómo decirle que debía renunciar a todo sin decir nada?¿Quién creería su relato? Un secuestro a medias con una amenaza incomprobable.

Aunque bien ella sospechaba quién estaba detrás de esto, culparlo, presuponía un dolor de cabeza gigante y correr el riesgo de que algo malo le sucediese a Valentina.

Durante la altivez de la noche, cuando la oscuridad ya se habría apoderado de cada milímetro de la piel de Emma, esbozó una respuesta a Rodrigo, sin reparar que sería jueves por la madrugada y que habrían pasado dos días y un puñado de horas desde la última vez que habría tenido contacto con él.

Para entonces, no había leído los mensajes, y hacerlo, no causaría más que un desmembramiento de cada pedazo de su cuerpo.

Desde un simple "¿Cómo estás?" o un "Estoy preocupado porque no me respondés", hasta algunos más posesivos y extremistas como ser "¡Decime qué pasa que voy ya para tu casa!"

Emma misma habría creado un mundo paralelo, en el cual las esperanzas eran el motor de cada una de sus acciones diarias para derrumbarlo de un soplido. Pero debía enfrentarlo, de un modo u otro, haciendo desaparecer cualquier rastro de ilusión.

Entonces, ¿cómo hacerlo si él ya estaba anclado en su vida? Un día completo con él había sido suficiente para saber que lo deseaba para el resto de su vida.

Aunando coraje y cobardía en partes iguales, dedicó unas líneas a ese hombre preocupado que ya caminaba por las paredes de su casa y su trabajo.

"Perdón por no haber respondido. El trabajo me ha tenido ocupada y mi celular estuvo averiado. Necesito hablar con vos. Hoy por la noche, puedo pasar por Hunton House, si te parece. Beso."

Distante, frívola, tragó con dificultad para sentir nuevamente, el desplazamiento de las agujas del reloj haciendo eco, como disparos en sus sienes. Rodrigo no pudo dar crédito a sus palabras congeladas. Flavio estaba en la cocina, y haciendo montoncito con sus dedos, le preguntó que sucedía.

Rorro omitió responder, pero su semblante era adusto y compungido. Adolorido, guardó su teléfono y se dispuso a pensar. O a respirar...

Boca arriba, sumida en un agotamiento físico y mental, Emma pasó la noche y anunció su día: insomne y de mal genio, se preparó para ir a la oficina, no sin antes recibir un mensaje de Lila.

"Vení al estudio cuando puedas".

Un sencillo "ok" daría el puntapié que quizás le cambiaría los planes; conversar con Lila, mantenerla al tanto de la situación embarazosa en la que se encontraba, sería un buen inicio. O un final definitivo.

Como cada vez que arribaba al estudio de los abogados, el tema de reproche, era, de esperar, el aire acondicionado. Como un matrimonio con varios años de convivencia encima, Lila y Diego discutían sin cesar. Sin embargo, lograban hacer de esas diferencias, una buena maquinaria.

— ¡Tengo muy buenas noticias! — aplaudiendo mudamente, la abogada se sentó delante de Emma.

— ¿Sí?

— Se ha formalizado el pedido de custodia compartida de Rodrigo...¡Los suegros tienen plazo de una semana para traer a Valentina a Buenos Aires! — desbordante, Lila no dejaba de lado su sonrisa. Por parte de Emma, la emoción corrompió sus ojos; unas lágrimas cayeron fluidamente.

— ¡Es...increíble! — sollozando, frotó sus mejillas secando la humedad. — ¿Rodrigo está enterado?

— Quise que se lo comuniques vos, pude ver que se llevan muy bien. Y haber llegado hasta aquí, representa un gran mérito para tu carrera.

Apocada,sonrió, era momento de hablar y decirle que su informe podría estar en jaque y que había que actuar de inmediato si no querían perder la posibilidad de que Rodrigo viese a Valentina.

— Lila, hay algo que quiero decirte — solemne, con la queja plantada en el tono de su voz, la intranquilizó.

— Empalideciste de golpe. ¿Qué sucede?

Bebiendo un sorbo del agua fresca que se acababa de servir, resonó sus dedos al encogerlos y se dispuso a relatar sin entrar en detalles, pero siendo clara y concisa. No podía mencionar su breve estadía en aquel cuarto sucio y horrendo. Cualquier psicoanalista la tildaría de loca paranoica o que quizás las pastillas que tomaba, serían causantes de aquellas (falsas) alucinaciones

— ¡Me estás asustando!¡Habla ya, mujer!

— A principio de esta semana mantuve una conversación un tanto desagradable con Rita, mi jefa, la cual me recomendó para este trabajo. — Lila fruncía el ceño, dilucidando sin muchas pistas, cuál era el meollo de la cuestión. — Ella me dio un sobre con unas fotografías que no me dejan muy bien parada ante el pedido de custodia de Rodrigo —jugueteó con sus uñas y con la cobardía por la decisión tomada.

— A ver, explicame bien porque no entiendo nada ¾ agitaba sus manos impecables.

— Es que no es... fácil — rebuscó palabras, queriendo simplificar algo demasiado complejo.

— Hablás de fotos comprometedoras...¿por qué lo son?

— Estoy acá sin que Rodrigo tenga idea de lo que estoy por decir...

— Sigo sin comprender...

— Rodrigo y yo...nos...estamos viendo — haciendo extraños ademanes con sus manos, Emma rascó su nuca, dando vueltas en círculos.

Lila la observó fijamente intentando socavar en las profundidades de sus ojos canela, intentando quitar más información de la precisada. Persuasiva en su conducta, finalmente, abrió la boca dejando su mente en blanco y sus gestos, congelados.

— Sí, nos estamos viendo de ese modo— dijo convenciéndola de sus pensamientos.

— Es un gran problema...¿lo sabes? —lejos de enfurecerse o quizás digiriendo el mal trago, reformuló con otra pregunta.

— Fue mi culpa

— ¿Culpa? ¡Esto no es una cuestión de culpas, Emma! Es una cuestión de responsabilidades. Más bien, de irresponsabilidades— levantándose de la silla, Lila puso los brazos en jarra para perder su vista en los edificios cercanos que parecían avanzar contra la ventana abierta.

— Ya lo sé. Pero asumo que la irresponsabilidad fue unilateral. Yo lo provoqué. Yo soy la que tendría que haber previsto que esto no podía suceder bajo ningún concepto.

— ¿Es que son dos adolescentes?¡Mierda! — rompiendo la parsimonia reinante hasta entonces, Lila giró como un remolino — ¡Esto es atroz! Si a manos del juez llegan esas fotos o a oídos de él el rumor de su romance, no solo perderemos meses en tener la oportunidad de hacer una nueva solicitud, sino que además, pensará que le estamos tomando el pelo.

— Te repito Lila, fue mi culpa. ¾ parpadeé, con un nudo en el estómago.

— ¿Y cómo pensás resolverlo? — acusadora, la increpó.

— Rita me sugirió seguir en el caso pero no oficialmente. Delegó a otra colega la firma y la elaboración de los informes restantes. No confía para dejarme sola nuevamente.

— ¿Seguir adelante?¿Bajo qué pretexto? ¡Lo que te propuso no tiene ni pies ni cabeza! —sacando lo peor de sí, Lila desfilaba haciendo un surco en el piso.

— Mi compañera firmará los reportes definitivos. Se puede dar de baja mi nombramiento y ser ella quien asuma interinamente. Las cosas para Rodrigo no se alterarían y no demoraríamos mucho tiempo.

— ¡Igual estarías con él como pareja o como corno sea que estén!

— No. —Emma afirmó con determinación y un volumen alto —Yo no voy a tener nada que ver con él. Solo mantendré una relación laboral hasta que sea útil alejarme.

— Perdón que me meta, pero ¿tenés idea de lo mucho que le habrá costado a Rodrigo confiar en alguien? Lo conozco hace diez años ¡diez años! y puedo jurarte que el brillo que desprenden sus ojos cuando está cerca tuyo, es único. —clavándole la daga, Lila profundizaba la herida de la trabajadora social.

Dolorida, en carne viva, su alma se caía a pedazos. No sólo estaba echando por la borda su esfuerzo profesional, sino también, el de mucha gente a su alrededor.

Emma debía silenciar y abandonar el barco lo antes posible.

— Daré un paso al costado y no tendré ningún tipo de vínculo con él. — endureciendo sus facciones, su mirada permaneció pétrea.

— Entonces,¿esto quiere decir que lo de Rodrigo no significó nada para vos? — Lila evidenció el cariño hacia su cliente al hacer esa pregunta íntima y voraz.

— Solo digo que debemos asegurarnos que estas fotos no perjudiquen a Rodrigo y que lo más importante es su bienestar. — "y el de Valentina"

— ¿Qué tan comprometida son las fotografías? — sentándose nuevamente frente a Emma, bebió agua.

— Lo cierto es que estamos abrazados. En otra se lo ve de espaldas, cubriéndome con todo su cuerpo; en ese instante estábamos...dándonos un beso — suave, caliente y necesitado.

Lila respiró profundo; rascándose la barbilla, su mente algo tramaba. Emma imploró a Dios que se apiadara de ella y que la abogada pudiera planear algo que los salvara a todos del gran desastre.

— Haremos una cosa: — comenzó a decir más tranquila — por un lado, identificar de dónde provienen esas imágenes, saber con qué fin fueron tomadas y qué es lo que se quiere obtener. — Emma asintió, en silencio. — Por otro, hacer hincapié en tu curriculum intachable, tu experiencia y el compromiso que asumiste al tomar este caso. Tras la citación, te apartarás de la causa y ya. — segura enumeraba, mientras a ella, el corazón le estallaba por dentro — Rodrigo tiene sesión de terapia, ¿verdad?

— Si. Hoy por la tarde.

— Él debe mantenerse al margen de esto; si sabe que estás inmolándote por él, nos mataría a todos...de modo figurado claro está — aclarando innecesariamente, brotó un inesperado sarcasmo. —Tu compañera de trabajo, ¿es confiable?

— Lo mismo que tiene de confiable lo tiene de inconstante — siendo sutil jugueteó con sus anillos.

— No importa. Ella pondrá la firma que necesitamos para que te abras definitivamente. — respondiendo con una mueca de disgusto, la trabajadora social admitió que no tenía alternativa — Ya mismo voy a llamar a mi contacto en el correo para que apresure la citación. — caminado hacia su despacho, a pocos metros de la sala, Lila se dispuso a hablar por teléfono.

Aguardando por ella, sin haber dado por terminado el dilema, Diego pasó a saludar a Emma.

— ¡Emma! ¿Cómo estás? ¿Supiste lo de la citación de los Krauss?

— Sí, Lila me lo acaba de notificar; es una gran noticia — replicó con medida efusividad.

— Ella insistió para que vos se lo dijeses, por eso tuviste la primicia.

— Quizás es mejor que se entere por vos; sos su abogado después de todo ¾ evadió la responsabilidad, sintiéndose una cobarde por completo.

— Pero vos nos has dado una mano enorme con esto. Esta en gran parte, es tu victoria — y será mi derrota.

— Está bien. Esta tarde se lo diré en persona.

— ¡Me encantaría verle la cara! — meneando su cabeza, visiblemente emocionado, Diego era un personaje en sí mismo — ¿Sabés lo contento que lo vas a poner? ¡Está cerca del sueño de su vida! No hubo ni un solo día en que no nombrara a Valentina, ni que no le escribiera una carta...

— ¿Vos sabías lo de las cartas?

— Me pidió que las guardase.

— ¿Por qué?

Diego hizo silencio por un instante. Situándose en la silla que minutos atrás habría sido ocupada por su socia, formularía su reflexión.

— Rodrigo era consciente que morir era un opción dentro de prisión, Emma. La vida carcelaria es difícil y cualquier reyerta puede ser suficiente para sumar bajas. — sincerándose, disparaba con franqueza, la cual la joven agradeció con una mirada angustiada — Dándomelas, se garantizaba que si algo le sucedía, al menos Valentina podría leerlas en algún momento.

— Fue muy noble de su parte hacer eso.

— Nunca he oído hablar a alguien de su hija como Rorro lo hace. Valentina es su vida.

Emma contuvo el llanto, con la tensión golpeteando su pecho. Tan cerca, pero tan lejos, en sus manos descansaba la posibilidad de hacer de esto un verdadero desastre.

— Bueno, ya hablé con Quiñones — en voz alta, Lila se frenó en seco al ver a su colega, junto a Emma.

— ¿Para qué? — preguntó Diego.

— Para acelerar el envío oficial de la citación.

— Pero a más tardar tendrían que estar en diez días...no entiendo el apuro.

— Queremos que sean menos — lacónica, Lila lo hizo enmudecer. Milagrosamente.

— Bueno...sí...— sin muchas palabras que agregar, Diego se incorporó, dejándonos en soledad.

____

— ¡Amiga! Hace mucho que no venís por acá. — Camila le entregó una Heineken bien helada. De un trago, Emma bebió casi la mitad — ¡Epa! ¿Viniste con sed?

— Necesitaba algo de alcohol. Estoy trabajando mucho y quiero relajarme — mintió miserablemente.

— Emma — la figura de Bautista apareció tras su hermana. — ¿Como estás?

— Bien...gracias — entregando una sonrisa fingida, respondió.

— Estás...muy bonita — galante, susurró posando un beso un tanto prolongado en su mejilla femenina.

— Gracias otra vez

Bautista guiñó su ojo, para luego disolverse entre las mesas que como en los últimos tiempos, estaban repletas de gente.

— Mi hermano nunca va a poder olvidarte, sabelo — dictaminó Camila, juguetando con otra botella de cerveza.

— Lo nuestro terminó. Sabelo — parafraseándola, arqueó las cejas y abrió los ojos exageradamente.

— Donde hubo fuego — persistente, no se convencía.

— Hablando de fuegos...hornallas...y esas cosas. ¿Vino Rodrigo a trabajar? — distraídamente, Canela abordó el tema.

— En efecto, como siempre.

— Lo notaste... ¿extraño?

— No lo conozco demasiado, lamentablemente — dijo desfachatada — pero lo único que sé es que estuvo más callado que de costumbre y un poco disperso estos días, según Ramón. ¿Raro no?

— Es que esta semana le confirmaban si el juez daba lugar a su petición de custodia compartida — salvándole el pellejo, dijo con su culpa a resguardo.

— ¿En serio? ¡Eso es fabuloso!

— Precisamente, vine a decirle que en menos de diez días, sus suegros están obligados a traer a su hija de Entre Ríos.

Camila armó un O generosamente con su boca. Estaba contenta. Aunque no tanto como la propia Emma.

— ¡Uy! ¡Se me pone la piel de gallina! — exhibiendo sus brazos, señalaba.

— Tengo que agradecerles que lo hayan tomado en el restaurante...tenerlos como referencia laboral, fue una gran ayuda.

— Emma, vos sabes que de no ser por tu insistencia y su capacidad, Bautista no hubiera dejado que se probase siquiera.

— Lo sé. Por eso creo honesto agradecerlo.

Camila sortearía la barra, para ir en dirección a su amiga y darle un fuerte abrazo.

— Me gusta mucho que por fin puedas destacarte en tu trabajo. Sé lo importante que era para vos tomar un caso semejante — agarrándola de las manos, festejaba. — Sin embargo, hay un dejo de tristeza en tu mirada que acusa que algo raro te está pasando por esa cabecita — frunciendo la boca, su amiga era adivina. O Emma, demasiado evidente.

— Estoy cansada...es sólo eso — se excusó, fracasando por completo.

— Estás cansada, pero estoy segura que no es simplemente eso. Soy tu amiga, Emma, podés confiar en mí.

Cada palabra era cierta. Camila era su mejor amiga. La única y real amiga que alguna vez habría tenido. Eran confidentes y hermanas. Quizás la juzgaría por lo hecho, pero a estas alturas, ¿quién no lo haría?

— La cosa es que...estoy enganchada con el hombre equivocado— el alcohol, los nervios y la hora, quitarían el filtro boca-cabeza de Emma.

Camila tomó distancia. Confundiéndose, parecía examinarla.

— ¿A vos te gusta Rodrigo? — ceñuda, con completa seriedad disparó a quemarropa.

— Shhh, no quiero hacer de esto un chisme de colegio.

Continuando con gesto adusto, la blonda cruzó sus brazos sobre su pecho.

— ¡Decime algo, boluda! — ansiosa, Emma se removió en la banqueta alta.

— Era obvio que algún día ibas a caer en sus garras.

Emma frunció la cara, estridentemente.

— ¡Cada vez que hablabas de él se te caía la baba como a una tonta! — aligerando la presión, Camila gestualizaba exageradamente con los brazos.

— ¡Eso no es cierto!— refunfuñó la invitada como una nena enojona.

— ¡Por que no tenías un espejo en frente!

— Bueno...no viene al caso que discutamos por esto — agregó tranquila por haberse liberado de parte de esa pesada carga — La cuestión acá es que esta todo bastante...mal.

— ¿Mal?¿Con qué?

— Voy a tener que abrirme de la causa.

— ¿Por qué? — dio un grito alterado.

— Por que no es ético estar involucrada con él. — sintetizó inteligentemente sin mayor detalle.

— Pero...¿involucrada?...a ver...pará...— irguiendo su espalda, con su mirada acusadora anhelaba saber más. — Una cosa es que te estés enganchando con él, con lo cual no me preocuparía...pero ¿pasó algo más? — levantando sus cejas, exigía respuestas a su amiga.

— Sí...mucho más — exhalé con resignación y nostalgia.

Camila quedaría estupefacta. Otra vez.

— ¡Está todo patas para arriba! — sosteniéndose la cara entre sus manos, todo era un gran desastre para Emma.

— ¿Te acostaste con él? — bajando el tono de voz la exclamación sería indescriptible.

— Sí...— siseando, afirmó.

— ¡Hija de mil! ¿Y me lo contás así de pancha? — Canela la miró desconcertada — ¡El flaco está que se parte al medio y vos así como así me decís que te acostaste con él!

— Camila, ese no es el problema ahora.

— ¡Obvio que no! pero...bueh...después me contás...— bajando sus decibeles, aprovechó que Ramón pasó a su lado para pedirle otra ronda de cervezas.

Gran desacierto.

— ¿Rodrigo sabe que te vas a apartar del caso?

— No.

— ¿Por qué?

— Porque no lo permitiría.

— ¿Y por qué tomaste esa decisión...tan de golpe?

— No fue de golpe. Fue a la fuerza — ante su cara de incertidumbre  se dispuso a seguir, no sin antes beber un poco más de alcohol— Alguien envió fotografías de nosotros en situaciones comprometedoras. Además...han estado enviándome mensajes de texto bastante sugerentes...y una tarde, saliendo del trabajo, me adormecieron para llevarme a un sitio oscuro y decirme que debía salir del medio...si no quería que hirieran a la nena de Rodrigo

— ¿Recibiste amenazas?¿Rodrigo lo sabe?¿Sus abogados están al tanto? — aguda, preguntaba sistemáticamente. Camila resguardaría el secreto, Emma estaba segura de ello.

— No, no y no — dijo Emma un tanto molesta y con el alcohol haciendo mella. La cabeza le dolía mucho, y los ojos le pesaban.

— ¿Por qué no dijiste nada a nadie?¡Te secuestraron!¡Eso es terrible!

— Con Rodrigo hablaré en cuando termine su día acá y con el resto...quizás más adelante. — súbitamente, Camila se levantó de la silla. — ¿Adónde vas? ¡No me dejes sola! — soltó la castaña ante la frenética reacción de la rubia.

— ¡Voy a terminar con la jornada laboral de Rodrigo ahora mismo!

Incapaz de detenerla, Camila "Vendaval" Hunton, se perdía tras la puerta de la cocina.

____

*Pancha: tranquila.

*Parte al medio: expresión que denota atractivo físico.

*Heineken: marca de cerveza

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