19
Entre risas, lamentos y bromas, aquel lunes transcurrió entre cajas desarmadas, copas de agua fresca y ropa liviana. Harían el amor una vez más, bajo la ducha, en una interrupción deliberada de Emma mientras él tomaba un baño.
Por sorpresa, lo asalté apenas iniciada la rutina del shampoo, para caer en lo improvisado. Famélica de sus besos, bebió de ellos bajo el agua que caía dentro y fuera de la ducha.
Espumándose con ternura, turnándose, se entregaban al rapto descarnado de la lujuria. En un juego de equilibristas, arriesgando su propia integridad física, desafiaban los límites para concederse el fulgor de aquel instante.
Derrochando agua y pasión, eran vencidos por la necesidad de compartirse.
Gracias a su invaluable ayuda, la casa de Emma tendría forma de lo que realmente era: una casa. Los pasillos libres, la sala de estar acomodada, siendo tan solo unas revistas de diseño acumuladas en un rincón, lo último que debía ser guardado.
Todo el día junto a él resultaría un placer inexplicable y un deseo, próximo a convertirse en vicio. Sus cosquillas, sus palabras dulces, sus bromas medidas y sus anécdotas penitenciarias, hacían de Rorro, un ser único en su especie.
Pero llegaría el momento del adiós; difícil, emotivo y un tanto compungido. En el portón de entrada, la encontraría apoyada, jugueteando con los botones de esa camisa que tan bien le sentaba a Rodrigo. Bordeaban las 8 de la noche, los reflejos dorados se ponían tras los frondosos arboles, y el desapego, resultaba doloroso para los dos.
— Son sólo un par de horas. Mañana paso a buscarte para ir juntos al cementerio. ¿Te parece?
La dueña de casa asintió con un ligero movimiento de cabeza, decepcionada por la despedida. Rodrigo demostraba ser fuerte; pero si era un poco sincero consigo mismo, debía reconocer que la había pasado de maravillas.
— ¿Qué pasa con esos ojitos tristes? — levantándole la barbilla, buscó su esquiva mirada canela.
— Nada....— respondió sin convicción.
— Emma...ya aprendí a leer lo que pensás; sos demasiado transparente — susurrando como una hojarasca, dulcificaba su voz mientras enredaba su dedo en un mechón de su revuelta cabellera.
— Es que...es fácil hacerse adicta a vos — confesó obteniendo una risa graciosa de su parte.
— ¿Adicta a mí? ¡Estás loca, mujer! — sarcásticamente, alteró su volátil humor femenino.
— ¿Yo?¿Loca? ¿Por tener ganas de que este día sea más extenso para pasarla con vos? — frunciendo el ceño, sus sentimientos eran ratificados.
— No lo tomes a mal, pero es que no...no...— moviendo sus manos nerviosamente, giró hacia su moto, buscando las palabras.
— ¿No, qué?
— Todavía no puedo creer que haya pasado todo lo que sucedió entre nosotros.
— Creélo. Tenés que empezar a confiar en que también pueden pasarte cosas buenas.
— Supongo que será un tópico de conversación con la psicóloga.
— ¿Ya te asignaron terapeuta? — enredando sus dedos entre sí, disimuló su curiosidad.
— Diego me envió por texto su nombre y dirección. El jueves tengo la primera sesión.
— Ah...y...¿no pensabas decirme? — preguntó algo molesta, suponiendo que la haría parte de sus pequeñas cosas cotidianas.
— Sí, pero faltaba para el jueves.
— ¿Me lo ibas a decir el mismo jueves?
— ¿Por qué no?
Mil palabras se abarrotaron en la punta de su lengua; pero ninguna salía. Pudiendo haberle dicho que quería saberlo simplemente para adentrarse en su día a día, porque sentía que era otro modo de conectarse o simplemente porque eran parte de un equipo de trabajo,el mutismo ganaría la jugada.
— Emma... — acariciándole su tenso rostro, fue hacia ella — las cosas no iban a cambiar. Era mi primera sesión con ella y no creo confesarle más cosas de las que te dije yo hasta ahora — besando la punta de su pequeña nariz, concluyó.
— No es una cuestión de exclusividad en la información — exhaló junto a una extensa bocanada —, es que...quizás...— hizo puchero.
— ¿Qué sucede? — sosteniendo fuerte su mentón, Rodrigo la exponía ante sus miedos.
— No quiero que esto quede en una noche nada más — tragó con el peso de los nervios atorados en su garganta.
— Linda, para mí no fue una noche cualquiera, si es eso lo que te preocupa — dijo serenando su constante ansiedad —. Ha sido una velada encantadora...y pretendo repetirla — guiñando su ojo, sonrió de lado, reconociendo abiertamente sus deseos masculinos subyacentes —. Esto es nuevo para mí. Necesito... tiempo.
Emma se sintió extremadamente impaciente. Con Bautista, las horas resultaban eternas y aburridas. Nunca había temido por el abandono, jamas había notado siquiera la angustia extrema del adiós.
Sin embargo, con Rodrigo, todo parecía ser apocalíptico.
— Debo volver a casa. No puedo estar con esta ropa también el día de mañana — con criterio, aportó.
— Supongo que tenés razón.
— Ahora comé algo rico y te vas a dormir. Cuando sea hora de levantarse, faltará menos para reunirte conmigo.
— Supongo que otra vez estás en lo cierto...para variar — refunfuñando, clavó la cima de su cabeza en su pecho ancho. Deseando entrar a la fuerza a su corazón, refregaba su mejilla en la camisa.
— Mañana nos espera un día extenso, ir al cementerio requiere de una fuerza particular. Y en lo que a mí respecta, hasta tarde no saldré de Hunton House.
—¡Camila te explota! — sonrió, bromista.
— Camila me dio el trabajo. Le debo mucho a ella y a su hermano.
Abrazándola con fuerza, Rorro inspiró el perfume de ese cabello que tanto le gustaba enredar entre sus dedos.
— Mañana a las 8:30 paso por acá. Desayuná bien...estás muy flaca. — regañó, paternal.
— ¿No te gusto así? — levantó las cejas, quejumbrosa.
— Sos hermosa de cualquier modo. Pero temo que un día de estos vueles de mi motocicleta cuando acelere — una gran carcajada salió de su pequeño cuerpo. Y fue suficiente para que Rodrigo quisiese regresar.
____
Extenuada por la actividad sexual a la que no estaba acostumbrada y cansada por finalizar la mudanza, Emma cayó rendida sobre la cama a menos de las 10 de la noche.
Caminando entre nubes, una sonrisa idiota adornaría su cara durante los momentos previos a verlo al día siguiente y aunque el sitio al que la acompañaría, distaba de ser grato, sentía que nada la entristecería.
Correteando por el pasillo al escuchar el mensaje de texto sonar, se unió a él y a su motocicleta. Muy atento, desde aquel "préstamo" de casco por parte de Hunton House, Rodrigo le habría comprando uno especialmente para ella: cual Penélope Glamour, este era rosa estridente.
Aferrándose al abdomen rígido de su chofer y a sus propias esperanzas, sortearon el tránsito matinal con gran prestancia en dirección a zona Oeste, más precisamente a un cementerio Privado próximo a la zona de Morón, donde descansaban los restos de Pedro Valente.
— ¿Estás bien? — gentil, la tomó de la mano al bajar de su motocicleta. Toda aquella expectación, ese buen humor y alegría previa, se verían desvanecidos al caer en que la realidad no era color de rosa como por la mañana.
— Ahora recuerdo por qué no vengo a menudo — resignada, se aferró al ramo de rosas rojas recién compradas en un puesto de venta de la puerta.
— Pensá que al menos existe un lugar más allá de tu corazón adonde podés dejarle flores — anudándole la garganta como con una soga, la pena cubrió su mirada al notar el pesar en la suya. La imaginaria aparición de Ornella, diría presente entre ellos.
— Supongo que ese es consuelo — avergonzada bajó la vista, tapada gracias a sus gafas ahumadas.
— No lo hice con ese propósito, Emma. No creas que todo lo que digo es para hacerte sentir culpable o equivocada — tierno, como siempre, murmuraba a su oído —. Es que a veces caigo yo también en el prejuicio, en pensar que la gente siempre tiene algo malo que objetar sin rescatar lo bueno que realmente tiene a su alcance.
— Sé que soy injusta, pero no ha sido mi idea que sus restos descansen aquí.
— Emma, linda, la decisión habrá sido sumamente difícil y batallada, pero sea como fuese, hoy estás acá. Como hace un año, y como quizás sigas haciendo cuando tengas ganas o lo sientas necesario. — poniéndose frente a ella, sujetó sus manos sin importar que una sostenía el bouquet floral — Lo realmente importante es que él siempre estará apoyándote, cuidándote desde donde esté. Si lograste comprender que su alma está más allá de su cuerpo, entonces, dormirás en paz — unas lágrimas díscolas rodaron por su compungido rostro, atravesando el límite de la montura de sus anteojos oscuros.
— Decís cosas muy bonitas. Siempre tenés una enseñanza que aportar — reconoció ella con la voz quebrada.
— Digo cosas desde el corazón. Y no siempre son bonitas; tendrías que haberme conocido dentro del penal. — sonriendo y secándole con sus pulgares la tristeza en forma de gotas, Rodrigo también luchaba contra sus propias emociones.
Inspirando profundo, aligerando la pesada carga de ambos, caminaron por la andenería de cemento, rumbo a la tumba de Pedro.
___
— Mi mamá no deseaba ser enterrada. Mi papá la cremó y arrojó sus cenizas en Tandil, donde ella nació — de cuclillas, arreglando las flores en el cantero próximo a la lápida, hablaba con Rodrigo con total naturalidad.
— ¿Viajaste con él para hacerlo?
— No me lo permitió. Me quedé ese fin de semana con mi tía Elsa, su hermana.
— ¿Te hubiera gustado participar de ese momento?
— Aun hoy no lo sé...siempre la sueño en un ataúd. Quizás es mi forma de resolver su partida. Una que nunca llegué a ver por completo.
— Yo nunca soñé a Ornella — sorprendiéndola por su confesión, Emma desplegó su cuerpo para ponerse de pie.
— ¿No?
— No. Quizás no hacerlo es mi forma de resolver su partida — emulando las mismas frases que ella, era inteligente y rápido para responder.
— ¿Tampoco soñaste al hijo de puta que te la arrebató?
— No.
— ¿Y con qué soñás?
— Nunca recuerdo con claridad; aunque las pocas veces que sí, generalmente, Valentina está en ellos.
— ¡Eso es bonito! — parpadeó ella, dulcificando su expresión.
— Ella está en su cuna, llorando y de repente, no está más...— frunciendo su ceño, miraba con los brazos cruzados sobre su pecho hacia el extenso cementerio parque.
— Eso no es bonito... — concluyó cambiando el rumbo de mis palabras
— Supongo que esa también es una forma de resolver su partida.
Ambos de pie, con sus miradas perdidas, comulgaban con sus propias penurias; divagando en silencio por unos minutos más, decidirían irse.
— Gracias por haberme acompañado — rompiendo sus pensamientos, Emma le entregó un beso casto en los labios.
— No hace falta que lo agradezcas; he venido hasta acá por mi también.
— ¿Por vos?
— Sé que puede sonar ingenuo, hasta naif, pero me ha servido para comunicarme espiritualmente con Ornella. Yo no tengo idea dónde la han dado cristiana sepultura sus padres.
— ¿Te gustaría ir?
— Si supiera, sí.
— Me agradaría acompañarte...si me lo permitís, claro.
— Trato hecho — extendiendo su mano, fingieron acordar un pacto.
Fundiéndose en sus brazos, se sintió cómoda y protegida. Era su escalera al cielo; el ángel guardián que había vuelto del infierno con la misión de cuidarla.
— No pensé que estarías acá — la insospechada voz de Ruth, aparecía por detrás de la pareja.
Saliendo de su refugio, Emma giró para confirmar su presencia.
— Hola Ruth, ¿cómo estás? — dijo nerviosa su hijastra, saludándola con un beso atropellado.
— Hola querida. Me alegra que hayas venido. — sonriente, se quitaba los anteojos. — Él...¿es?— curiosa y perceptiva, se dirigió con un ademán a Rodrigo.
— Rodrigo, mucho gusto señora — caballero, ofreció su mano.
— El gusto es mío — aceptando el gesto, Ruth clavó sus enormes ojos en Emma.
Sin etiquetas, rótulos ni menciones, simplemente Rodrigo era Rodrigo. Aunque Ruth intuyera que existía algo más, sobre todo después del relato en la cafetería y el abrazo afectuoso que se brindaban recientemente.
— Nos estábamos yendo — instó a Rodrigo a que se apartara de la escena y huyeran.
— Me gustaría que vengan a cenar...esta noche...si lo desean — sin perder las esperanzas de establecer un contacto más profundo y hacer las averiguaciones pertinentes, Ruth era amable.
— Rodrigo trabaja hasta tarde — recalcó ella anticipándolo; un poco distante, recapitularía sobre la marcha. Su madrastra siempre la había tratado como una hija, y aunque algo de rencor guardaba por ciertas decisiones sobre el destino de su padre, ella se merecía un trato más que cordial de su parte. — Quizás el lunes próximo — dando por sentado que Rodrigo aceptaría, se aferró a su codo. Impasivo, miraba la situación sin acotar nada. Aunque se sintiera más que nervioso por la decisión tomada unilateralmente.
— ¡Me encantaría! — feliz, Ruth arrojaría un beso al viento para arrodillarse frente a la lápida de su esposo y hundirse en un rezo silencioso.
Avanzando a paso lento, el cuerpo de Rodrigo la guiaba. Asida a su brazo, caminaban rumbo a la moto; mientras tanto, Emma se preguntaría si debía haber considerado consultar a Rorro sobre la cena.
— ¿Qué pasa por allí dentro? — leyó su rostro de preocupación.
— Ni siquiera te consulté si querías ir a lo de Ruth. Me tomó por sorpresa y simplemente respondí por inercia.
— ¿Qué es lo que te preocupa de la situación?
— Que te sientas incómodo.
— ¿Tendría que sentirme así?- ganaba tiempo repreguntando.
— Ella es un poco....metiche.
— Sabré cómo defenderme de sus preguntas. Además supongo que lo hace porque te quiere y desea lo mejor para vos.
— Siempre se esforzó por obtener mi cariño.
— Estoy seguro que lo obtuvo...simplemente es que no se lo debes decir muy seguido. — adivinando el razonamiento de su mente, el grado de percepción de las cosas era asombroso.
— ¿Te gustaría tener más hijos? — soltó Emma sin pensar, descolocándolo. Rodrigo detuvo su marcha, como si un balde de agua helada lo hubiera congelado.
— De momento, no. —respondió con sinceridad —Lo cierto es que quiero recuperar el tiempo perdido con Valentina; si tuviese otro, no podría ocuparme de ella y ser el padre que quiero ser.
Emma asintió a medias, pero inexplicablemente, una extraña sensación de malestar le comprimió el estómago. Como un golpe, aquel razonamiento lógico, le resultaba doloroso.
Borrando pensamientos impropios, meneó la cabeza y concluyó colocándose el casco y así regresar, nuevamente, a la jungla de cemento.
___
— ¿Podés venir a mi oficina? Por favor — Rita, desde la puerta de su despacho, la llamaba. Lucía seria, con una expresión de enfado poco disimulable.
De un respingo, se puso de pie, sintiendo que todas las miradas de la oficina se posaban sobre ella. ¡Malditos chismosos!¿No tendrían trabajo que terminar?
— Cerrá la puerta — mandona, sentada desde su escritorio, terminaba de teclear un escrito mientras yo me ubicaba en la silla frente a ella — Tomá asiento — indicó con autoridad.
Algo malo estaba sucediendo.
Rita era una mujer de riendas tomar; evidentemente, un reproche o un regaño, provendrían de su parte. Clavando los codos sobre su mueble, raspaba las yemas de sus dedos unos con otros.
— No sé cómo decírtelo....porque esta situación es delicada por cierto — intrigante, instalaba la duda en la cabeza de su empleada.
— Decímelo y ya — suplicó sin más rodeos.
Abriendo uno de los cajones de su escritorio, sacó un sobre de manila, con un papel blanco pegado a mano, el cual tendría escrito el nombre de ella y la dirección de la oficina, en letras de computadora.
— Abrílo — recibiéndolo, la joven miró desconcertada.
Despacio e intentando no perder la calma, introdujo la mano en el sobre para encontrarse con cinco fotografías tomadas a la distancia, pero lo suficientemente nítidas como para detectar que eran imágenes que los comprometían a ella y a Rodrigo.
— ¿Qué...significa esto? — preguntó Emma desencajada, tragando duro.
— Esperaba que seas vos quién me lo explique—Rita entrecruzó sus manos, con la mandíbula tensa.
Pasando una tras una, las fotografías documentaban un abrazo a la salida de su casa la cual databa del fin de semana anterior.
— Bueno...lo cierto es que no sabría qué decirte.
— ¿Vos te das cuenta que esto no es profesional, Emma? ¡Yo te di este caso porque pensé que podrías manejarlo al dedillo!
— Rita, ¡yo hice todo desde mi lado profesional! — exigió.
— ¿Ese beso es hacer las cosas de modo profesional? — señalando la imagen más reveladora, su jefa mantenía la voz en tono neutral.— ¿En qué mierda estabas pensando? —azotó sin inmutarse.
— Hay cosas...que pasan — justificó Emma elevando los hombros, como una nena de preescolar sin excusas potables.
— ¡A ese hombre le puede costar la custodia de su hija estar de romance veraniego con vos! ¿Entendés la magnitud del problema? — presionando sus sienes con determinación, la regañaba arrojándole puras verdades.
Avergonzada, con las mejillas cubiertas de pudor, no cabía explicación posible. Rita era clara; su empleada acababa de poner en riesgo el pedido de potestad compartida de Rodrigo.
— Cómo te llegaron las fotos?¿Quién las mandó? —agitó el sobre, sin poder siquiera mirar los ojos oscuros de su superior.
— No sé, pero es alguien que evidentemente está tras los pasos de Montero Viedma. Y de los tuyos.
Emma peleó con el hecho de meter las fotografías en el sobre de papel manila.
— Esto no es un jueguito — Rita recalcó con la impasividad de alguien con mucha experiencia dentro de la justicia.
— Jamás pensé que lo fuera...no creí que alguien...— Emma balbuceó con el labio temblando.
— ¿Que alguien los encontraría in fraganti?
— S...sí...
— Emma, ¿qué pasó?¿Cómo es que llegó esta situación a este punto? ¿Tan manipulador terminó siendo Montero que pudo convencerte para que dictamines a su favor?— su tono maternal la irritó.
— ¡De ningún modo!¡Ni él me manipulo ni yo deje que lo hiciera! — frunciendo el ceño, elevó la voz —Simplemente...me enamoré — desafiando sus propios límites, confesó desnudándose por completo.
— ¿Enamorarte?¿De un tipo que salió de estar diez años a la sombra por matar a una mujer?
— Él no la mató, Rita. Estoy segura de eso.
— ¿Él te lo dijo?
— Sí.
— ¿Y le creíste?
— Por supuesto.
Rita exhaló fuerte y tomó su propia cabeza con ambas manos, preocupada por lo que se avecinaba.
— Emma, sos una empleada brillante, sobrecalificada para estar acá...no creí que...estoy...— dudando, sin encontrar las palabras correctas, su jefa vagaba entre sus conclusiones erráticas. — Creo que lo mejor va a ser apartarte de su caso.
— ¿Ahora?
— ¿Y cuándo, si no? ¿Cuándo presenten estas fotos en la corte y anulen el pedido de custodia de Montero? Para entonces, necesitamos que otra persona se ocupe de esto y ponga el gancho ya mismo.
Sin tiempo para quejas, Rita levantaría el teléfono sin dudar.
— Andrea, vení por favor. — Emma volteó los ojos.
— ¿Andrea se va a hacer cargo de esto? No creo que sea la adecuada — replicó Emma molesta y bufando.
— ¿Y quién entonces?¿O tenés miedo de que ella también se enamore de Montero? — sarcástica, sangraba por la herida, dándole donde más le dolería a su empleada mejor calificada. Emma entonces, sintió que lo tenía ganado por inmadura.
— No era necesario que uses tu ironía. Bastante culpable ya me siento.
— Tenés razón...no tengo derecho a hablarte así — levantó sus palmas; en señal de rendición, se disculpaba.
Un golpe suave, anticipó el aterrizaje de Andrea al despacho.
— ¿Me llamaste, Rita?
— Sí, vení, sentáte. Hay algo de lo que te quiero hablar.
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Mascullando bronca, Emma debía arrastrar a su casa, su malhumor.
¿Cómo había sido tan estúpida?¿Cómo había sido capaz de liarse con Rodrigo sabiendo cuánto tendría él que perder?¿Tan necesitada de afecto estaba que no medía las consecuencias?
Con una terrible migraña a cuestas, el castillo de naipes se derrumbaba a su alrededor y no era capaz de sostener ni una baraja.
¿En qué momento perdería los estribos?
Desconociéndose por completo se dijo que era brillante, con una carrera impecable, libre de enmiendas y con un curriculum altamente calificado...de nada serviría si terminaba cayendo a los pies de un capricho.
Pero...¿era un capricho?
Ante Rita reconocería su enamoramiento; puertas adentro, su cuerpo haciendo el amor con el de Rodrigo sentiría que no podría tener otro dueño...sin embargo, este error básico, una equivocación de novata inexperta les podría costar demasiado caro: a él, la pérdida de la de recuperar a Valentina, su hija, el motor de su vida, en tanto que ella, apostaba la matrícula profesional, su propia reputación...y al amor de Rodrigo.
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