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18


Tomando la iniciativa, ella dejó caer como un gran charco a sus pies, el batallador vestido amarillo para quedar no solo desnuda en cuerpo, sino también, en alma.

Era la primera vez que no habría tela de por medio, estaba ella ante él, vestida solo con su piel.

Rodrigo comprendió el mensaje, y lejos de tocarla siquiera, se apartó dando dos pasos hacia atrás. Su boca estaba seca, y sus ojos, extasiados. Quitóse las zapatillas y luego, desabrochó el cinturón con gran hebilla metálica que cercaba la cintura de su jean.

Cuando llegó el turno de sus boxers, su miembro delataba lo mucho que deseaba estar desnudo como ella. Un tanto tpimido, la observaba. Aun no creía en su buena suerte.

Emma no estaba dispuesta a esperar: avanzó dejándose llevar por el remolino de sensaciones que se agolpaban en su vientre; como una pantera, atrapó sus labios presurosamente, proponiendo un cambio de ritmo.

Pretendió que notara lo mucho que deseaba estar a otro nivel con él y que ya no había escapatoria. Intimidado pero gustoso, Rodrigo absorbió el calor de esa muchacha jovial que desestabilizaba cualquier estrategia de su parte.

Abrazando sus labios con los suyos saboreando la frescura de sus sorbos de agua, Emma adhirió su desnudez a la Rorro quien presionó su miembro grande y preso contra ella.

Sin dejar de besarlo, transpasó ell límite de lo imaginario para transformar en realidad sus fantasías más húmedas. Pasaría por debajo de su tela de algodón los dedos, violando la barera hacia su masculinidad.

Un sonido quejumbroso, mezclado con deseo se perpetró en el fondo de la garganta de Rodrigo; sus parpados se cerraron con fuerza, al sentir que el puño de Emma se cerraban en torno a la parte más recóndita de su cuerpo.

Girando la muñeca en torno a su vara gruesa y excitada, aceptó gustosa cada exhalación densa y turbada que salía de su boca de guerrero.

Oyó su lucha interna con admiración; él necesitaba explotar, necesitaba arder en las misma hoguera que ella. Pero se lo negaba; a él mismo.

Encendida por el vino, le sujetó la nuca, presionando su cuello hacia abajo, obligándolo a mirarla: sus ojos desprendían llamas, llamas de pasión. Sus pulmones buscaban oxigeno, pero solo encontrarían aroma a sexo.

La mano femenina subía y bajaba, en una danza coordinada y gentil; pero ella deseaba más. Deteniéndose, salió del escondite secreto para cambiar de estrategia: arrodillarse frente a él, obteniendo a cambio una mirada estupefacta, épica.

Aprovechando la inacción de su mente y cuerpo, Rodrigo tragó con la indecencia comiéndolo por dentro, siento el deslizamiento de su boxer ajustado cuidadosamente, para quedar abandonado en torno a sus tobillos.

Ante la primera caricia de Emma, Rorro creyó morir. Estremeciéndolo por completo, permaneciendo receptivo un ciento por ciento. Siendo asaltado por ella, por esa pequeña infame, se sentía llegar a sitios olvidados. Sus manos se vieron sujetadas por las de Emma en un acto abrupto e inesperado; ella deseaba fervorosamente que le desordenara el cabello mientras lamía su virilidad deshonestamente.

Gozando a pleno aquel momento, las rodillas de Rorro comenzaron a flaquear; su miembro palpitante anunciaba el final tan ansiado. El leve chirrido de sus dientes, sus párpados cerrados férreamente, y su nuca volcada hacia atrás, eran el preludio del acabose.

— No podré aguantar mucho...más — agitado, con una capa tenue de sudor platinando su cuerpo, forjó una expresión.

Con un grito potente, seco y desgarrado, Rodrigo se dejó llevar, con las consecuencias del caso. Sin medirlo y sin control. Los movimientos espasmódicos de la parte baja de su cintura eran latigazos. Tomando distancia de ese escenario. Emma se incorporó limpiándose la comisura de los labios, con la gloria recorriendo su propio cuerpo, las manos y la boca.

Inquebrantable, él continuaba de pie, sudado y con las mejillas ardiendo ante semejante situación.

— Me embrujaste...— respondió cuando Emma posó un beso en sus labios gruesos.

— Tratarme de bruja no es muy elegante, que digamos — bromeó.

Acunándole el rostro entre sus mano fuertes, sus ojos verdes miraron fijamente los de ella, perdiéndose en cada pizca color canela de ellos.

— Sos...especial — con la convivencia dentro de él esa dupla de Rodrigo sensual con Rodrigo tierno, susurró.

— Vos también — habilitando a la posibilidad de un beso, se puso en puntitas de pie para imitar un beso esquimal.

— Eso me hace cosquillas — siseó entre dientes. — así que creo que me vengaré — como dos chiquilines, pero desnudos y sin pudor alguno, comenzaron a jugar de manos como aquella tarde en el sofá del living.

Retorciéndose entre risas, él insistía con sus dedos por las costillas de Emma, en tanto que ella, bogaba por esquivar su contacto. En la cama, con algunos alaridos exagerados, la contienda se daba por comenzada.

Clavando las rodillas en el colchón, desde lo alto, Rorro forcejeaba con ella, mientras el cuerpo sumiso de su ninfa permanecía esclavizado por el carisma del ex convicto. Aquel juego juvenil e inocente, sin embargo, daría comienzo a otro tipo de contacto, uno íntimo, privado, que tendría como protagonista a sus propias pieles.

Rodrigo, con la fuerza de un león recién liberado la tomó de las manos para sujetarlas por sobre la cabeza. Extendido, el delgado cuerpo de su compañera descansaba bajo su enorme cuerpo de mármol.

La respiración agitada de Emma calaba en el pecho de ese gran hombre, dejándole las costillas a sus expensas. Extraviando su cordura en sus labios carnosos y sedientos, ella se entregaba una vez más.

Agazapado y con fuerza, con una mano él le sostendría las muñecas, en tanto que con el pulgar de la otra, arrastraría sus labios. Emma lo chupó en un movimiento deliberado y rebelde, provocándole una sonrisa de chico malo que la devastó en un instante.

— Quiero hacerte el amor...pero primero necesitamos esto — incorporándose nuevamente sobre sus rodillas, Rorro se agachó por un instante recogiendo sus pantalones. De uno de sus bolsillos, el tan ansiado sobre plateado decía presente.

Rasgándolo, envolvió su miembro rápidamente ante los ojos brillantes y canela de Emma. Fingiendo tranquilidad, ubicándole las manos en su nuca, Rorro se abalanzó sobre ella, pero sin presionarle el cuerpo; sosteniendo el suyo con sus antebrazos, el contacto era glorioso y eficaz.

Como dos viejos conocidos, su miembro resbaladizo encontraría su camino en soledad, para encontrar el refugio perfecto. De a poco, con la confianza entregada en sus palabras y acciones, él la penetraba.

Enredándole las piernas en torno a su cintura, al cuerpo le sería fácil y agradable. Laxa, sin huesos ni músculos, liviana como una pluma, ella se entregaba a los embates de su amante, golpes serenos, calmos, minuciosamente cuidados.

— ¿Estás bien? — preguntó Rodrigo con la preocupación instalada en su entrecejo.

— Por supuesto —jadeante, dio una respuesta —No existe otra manera de estarlo — masculló para finalizar con una sonrisa abierta y franca.

Siendo un concierto de gemidos, sonrisas perversas y miradas encontradas, ambos se sentían flotar como un arco iris. Sus cuerpos, calientes y lustrosos, se mecían a la par, en simétrica composición. Los talones, se clavaban en los hoyuelos de la cadera robusta de Rorro, esos deliciosos que tanto ansiaba degustar.

Atrapando sus exhalaciones en las hebras largas de su cabello canela, Emma tomó cada letra de sus suspiros en sus oídos. Gimiente, delicioso, con su aliento a café, era simplemente embriagador. Perdidos en la realidad, traspasando el límite de la conciencia, en este mundo de prejuicios se encontraban sumergidos solo ellos; dos almas nobles con el corazón roto que necesitaban encontrar el amor para ser sanados.

De a poco, acrecentando el ritmo de la penetración, Rodrigo entraba en confianza; más seguro de sí mismo, las estocadas cortas y certeras se convertían en fogonazos de un arma letal.

Jadeantes, sus respiraciones eran breves y traicioneras; sus cuerpos eran incapaces de soportar tantos sentimientos juntos. Acunándose sus rostros mutuamente, se dedican un silencio ensordecedor. Con la mirada, hablarían su propio idioma; escribiendo su propio abecedario.

Emma sintió que lo amaba. Rodrigo, sintió que era posible volver a amar.

Con la extraña sensación de ignorar a su pasado, éste no sería más que otro motivo para incrementar eso: él había matado por amor.

Aberrante para algunos, siniestro para otros, él había pagado su condena de este lado de la reja. Merecía una oportunidad, la de ser feliz, la de ser amado nuevamente. Y el corazón de ella, estaba dispuesto a dársela.

Sucumbiendo al terror del enamoramiento, no dudó ni un segundo.

Rodrigo la deseaba de un modo carnal y también sentimental: en una montaña rusa de emociones, Emma le daba todo de ella y él deseaba corresponderle en alma y cuerpo.

Hundiendo su perfil en el hueco del cuello femenino, Rodrigo encorvó su torso, entrando más a fondo, haciendo de la embestida algo extremadamente placentero y voraz. Sus cuerpos se fundían de la cintura hacia abajo, formando acaso una sola pieza de rompecabezas.

Un mordisco en el hombro de Emma, no haría más que causar un gemido agudo y unas tremendas ganas de llevarlo todo al próximo nivel. Rorro era inagotable, continuaba una y otra vez rompiendo sus defensas. Propias y ajenas. Hondo, intenso, la sensación del orgasmo se propagaba como reguero de pólvora con cada embate recibido.

Ahogando palabras sucias de extrema satisfacción, en las puertas de una explosión, Emma se encontró disfrutando cada milisegundo de esa pasión desenfrenada a la que se sometían con toda coherencia y respeto. Eligiendo desatar sus cadenas mentales, liberaban a la suerte lo que el destino tuviese planeado para ambos.

Corcoveando, recibió su última estocada, llenándose de ella, de principio a fin. La voz pesada de Rorro le rasparía los hombros con su llegada. Al unísono, cantaban la misma melodía.

Desplomándose sobre su pecho, él perdió dimensión del espacio y del tiempo. Agitado, transpirado y con la agitación instalada en sus costillas, cedió ante un instante de lucidez, para mordisquear un pezón alerta de Emma.

— Ya había perdido el ritmo — sonrió, arrastrando sus palabras por el cansancio y el sofocamiento. Boca arriba, Rodrigo parpadeaba hacia el techo.

Emma rotó sobre sí misma, sostenida por sus antebrazos. Mirándolo perversamente, sin perder detalle de su quijada dura y sus ojos volátiles entregados a una reflexión sensata.

— No lo hiciste nada mal para ser tu primera vez...fuera — dijo ella llevando rubor a sus mejillas. — ¿Cómo....lo hacías...? — con un ademán extraño de manos, lanzó sin medir el impacto.

Algo más repuesto por la situación, Rodrigo giró recostándose sobre el lateral de su propio cuerpo. Tomando un mechón de cabello que caía sobre su brazo, lo acomodó detrás de la oreja de su dueña.

— ¿En prisión? No es ni más ni menos que como de este lado: auto satisfacción.

— Oh — esbozó una o pequeña, diminuta y vergonzosa.

— Me quitaste la virginidad — gracioso, una carcajada contagiosa salió del fondo de su ser.

— ¡Pues qué orgullo! — reconoció sentándose, cubriendo su cuerpo desnudo con la sábana.

— ¿Pudor? — adoptando una posición similar, Rorro jalo parte de la tela.

— ¿Menos desinhibida? — lo miró por sobre sus pestañas. Y Rodrigo creyó enloquecer.

— ¿Qué es lo que menos te gusta de vos? — preguntó, sorprendiéndola con vos sensible.

— Mmm — llevó el dedo índice a su barbilla, pensativa — ¿mis pecas?

— ¿Tus pecas? — él abrió sus ojos, desconcertado — A mí me parecen divertidas.

— Los chicos en el colegio se reían de mí; me decían chilindrina — avergonzada, buscó escondite tras las sabanas, dejando al descubierto solo sus ojos color canela.

— Los mismos chicos que se burlaron de vos deberían de verte ahora. No solo no se reirían, sino que harían fila por un beso tuyo.

— ¿Vos creés que convocaría multitudes?

— Sin dudas.

— ¿Y por qué tanta confianza?

— Porque sos...¿hermosa? — arrastrando el trasero por sobre el colchón, arrimándose a ella, posaría un delicado beso en su hombro — Porque sos ¿inteligente? — otro beso sería abandonado, más arriba que el anterior. — Porque sos ¿sexy? — sin inocencia, el calor subía a su entrepierna una vez más, al sentir la humedad de sus labios bajo su oreja adornada con una argolla pequeña — Por que sos ¿perfecta? — su nariz estaba a pocos centímetros de la de Emma. Ella mordió su dedo, expectante y a punto de morir derretida por el modo en que la miraba. El deseo era recíproco.

— Me decís todo eso porque me tenés estima — replicó corriendo su rostro de lado.

— Te digo eso porque es la verdad.

Acortando la mínima distancia entre los dos, la sorprendería con su arrebatada acción; por detrás la atraparía entre sus brazos, para finalizar con su pecho duro y forjado tras ella.

— No sé qué hubiera sido de mí de no ser por vos — susurró a su oído estando pegados uno atrás del otro, en posición fetal. Rodrigo tragó en seco, consternado por la intimidad.

— Hubieras encontrado otro trabajo y la lucha por recuperar a tu hija continuaría siendo prioridad. Yo soy solo un eslabón de esta cadena. — minimizó, algo melancólica.

— Eso no es cierto — desmintió con franqueza, dándole crédito a Emma — Tu tenacidad, tu honestidad y tu dulzura, me han cautivado.

— ¿Cautivado?

— Salí de la cárcel con el único y preciso objetivo de recuperar a Valentina. Sin embargo, la vida me sorprende con más de lo que merezco. — posó un beso en su espalda.

— Si no me hubieras conocido, quizás hoy estarías en la cama con otra — asomó un tinte de estúpidos celos. Él dio un resoplido divertido.

— ¡No digas pavadas! Ya te dije que lo que menos deseaba era estar con alguien. No quería..."distraerme".

— ¿Así que yo resulté ser una distracción? — sonó histérica contra su voluntad.

— Y de las más hermosas— ronroneó ignorando la chanza.

— ¿Te arrepentís?

— Para nada. ¿Vos?

— En absoluto.

Rodrigo se reacomodó detrás de ella; su miembro, en estado zen, descansaba a la altura de sus nalgas femeninas, en estado de alerta máxima.

— ¿El tatuaje es anterior o fue hecho en la cárcel? — con algo de peso en sus párpados, la voz de Emma ya era pastosa.

— En la cárcel no hacen tatuajes de tan buena calidad — la desasnó, pero consciente de su pregunta poco detallista, se apiadó — Me lo hice una semana antes de lo que pasó con Ornella.

— Es una estrella...pero no una simple estrella.

— Es un pentagrama, más conocido como una estrella de cinco puntas. Es un símbolo asociado con la civilización sumeria, que presume protección.

— Muy paradójico, por cierto.

— Nunca mejor dicho, Emma...de hecho creo que me ha protegido durante este tiempo.

— Te queda muy sexy — con los ojos cerrados, las últimas palabras le salían de la boca sin raciocinio mediante.

— Gracias. Muy bello cumplido.

— No soy muy buena dando cumplidos...así que tomálo como una certeza.

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