15
"Canela, sé que te ponen muy mal las noches de tormenta...quiero que sepas que me podés llamar a la hora que quieras...te quiero mucho...Ruth"
Apretando el botón del contestador, obtendría el mensaje de su madrastra apenas llegada a su casa.
— ¿Canela? — ingresando tras de ella, Rodrigo dejaba su chaqueta húmeda sobre el respaldo de una de las sillas de la sala.
— De chica mi cabello tenía un tono más rojizo que el de ahora — explicó buscando una toalla en el armario contiguo al baño. Por fortuna, todo lo que fuera blanquería, era una de las pocas cosas que se acomodaban en el sitio correcto.
— ¿Ruth es tu madrastra?
— Sí.
La temperatura había descendido traicioneramente; el cielo, espeso, lloraba gotas gruesas de lluvia.
— Si no te molesta quisiera esperar a que pare un poco de llover — dijo él alimentándole las esperanzas de no transitar esa noche con un sedativo a cuestas.
— En absoluto — respondió veloz — ¿Querés un café? — rozando las 4 de la madrugada, el amanecer era gris.
— Dale.
Apenas encendida la cafetera, el olor inundó la cocina, donde Emma buscaba unas tazas y Rodrigo observaba a su alrededor.
— Puedo venir el lunes a ayudarte con la mudanza...si querés, claro está — apoyando el peso de su cuerpo en el marco de madera de acceso a la cocina, sus manos descansaban en los bolsillos de sus vaqueros ceñidos.
— ¡Por supuesto! ¡Me gustaría mucho! — animada, la idea era grandiosa. No sólo las cosas encontrarían un lugar definitivo sino que además, podrían compartir más tiempo juntos.
— Puedo pasar después de que salgas de tu trabajo.
— Quizás pueda pedir el día libre. Hice horas de más en estas últimas semanas; hubo un caso que me tuvo trabajando a destajo. — guiñó su ojo, divertida.
— No sé por qué lo dirás —dio una media sonrisa —pero es una buena idea.
Una enorme mueca de alegría se estampó en el rostro de Emma con la efusividad traspasando sus poros. Pero el contento de la propuesta se vería desfigurado cuando un trueno rompió en la atmósfera, dejándole su ruido en los oídos.
Sobresaltada, su corazón comenzó a latir fuerte. Pero para entonces, Rodrigo le atrapó su delgado y tembloroso cuerpo entre sus fauces.
— Es solo un ruido...fuerte, pero un ruido al fin. Ahora estás en tu casa, segura. — acunándole la cara, la miró fijo. — Estás conmigo. ¿Sí? — ella asintió con la cabeza sumergiéndose en el bosque de sus ojos verdes — Tomá asiento. ¿Querés un té en lugar de café? — preguntó Rorro adueñándose de la cocina.
— El té de tilo está en la segunda puerta a la derecha.
Siguiendo las indicaciones de la dueña de casa como un buen alumno, extrajo un saquito de la caja, para acomodarlo en una de las tazas.
— Gracias por no dejarme sola.
— Nada me cuesta hacerte compañía y de paso, vos me hacés compañía a mí también. — poniendo agua en la pava, la colocó sobre la hornalla.
Caminando en busca del azúcar, paseaba por delante de la alacena. Sin embargo, Emma sospechaba que él algo se traía entre manos. Rascaba su barbilla, giraba mirando el vapor de la cafetera e inspiraba profundo.
— ¿Hubieron...otros después de Bautista...?— curioso, disimulaba quitando el florero con margaritas de colores ubicado en el centro de la mesa de madera desgastada. Deseó haberse mordido la lengua, pero la cercanía de ella lo desestabilizaba.
— No — contestó con firmeza. Rodrigo se alivió.
— O sea que hace dos años que estás sola... ¿sola.?..— él enarcó una ceja, asegurándose.
— Sí...célibe total...casi como vos pero de este lado de la reja — resignada, respondió con gracia.
— Tendríamos que unirnos a la congregación de monjas y obispos de la Ciudad... ¿no te parece? — sin otra alternativa, ella largó una carcajada del fondo de sus costillas — ¿Te dije que sos muy linda cuando te reís con ese desparpajo?
Con el silbido de la pava detrás de él, Rorro acudió de inmediato a servir el té. Ubicando la taza delante de ella, haría lo propio con su café.
— En la semana tendrás tu primera sesión de terapia con una profesional que contactó Lila — dijo Emma sin mencionar la novedad de la nota por el pedido de custodia.
— Está bien...era de esperar.
— Es mujer...— liberó Emma, algo celosa aunque le costase admitirlo.
— ¿Y? — ¿era una escenita de celos? Rodrigo jamás pensó que aquello sucedería alguna vez.
— Que no sé si es bella...— suspiró rodeando la taza, sumergiendo aquel último comentario en el líquido frente a ella.
— ¿Y si fuera bella cuál es el problema?
— Ninguno, desde luego. — mintió descaradamente. Y Rodrigo, adivinó.
— ¿Pensás que ella me puede gustar?
— Tal vez — aun hablando al interior de la taza, su voz era profunda.
— ¿Tan volátil crees que soy? ¿Pensás que hoy me gustás vos y mañana, otra?— Rodrigo lució un poco molesto. Con gran dificultad admitía que ella le agradaba para algo más que una amiga, y ella, sin embargo, parecía dudar de su entrega. En 10 años, la especie femenina no habría cambiado mucho, reflexionó con justeza.
Emma enmudeció por su razonamiento infantil. Bajó la mirada, con gran vergüenza.
— El hombre es hombre y es un depredador nato. — se excusó embarrando el panorama.
— Pero yo no soy como el resto de los hombres — bufó — ¿No te lo he demostrado ya? — levantó sus cejas, susurrante — ¿A qué le tenés miedo? — Emma retrajo los labios, con el temor de exponerse en carne viva.
Aquella Emma superada, que tan clara tenía las cosas, parecía desvanecerse con el transcurso de las horas.
— No es miedo...— respondió ganando tiempo,
— ¿Y qué es entonces? — Rorro se mostraba confundido.
— No sé...— agitaba las manos, ante la atenta mirada color del bosque.
— ¿Es miedo a tener miedo?
— ...Tal vez...— removiéndose en la silla, se asemejaba a una nena que acababa por ser descubierta.
— Confiá en mí Emma, creo que es necesario que lo hagamos si pretendemos construir algo sólido... ¿vos misma no me pediste que lo intentemos?
— Creo es miedo al abandono... — exhaló pesadamente — es algo que trato constantemente en terapia, pero hace años que no le encuentro la solución. Quizás por eso es que no quiero comprometerme con ningún hombre. Por el temor a que me dejen. — finalizó en un volumen apenas detectable.
— Comprendo — bebió Rodrigo lentamente de su café, fuerte.
Sin embargo, sostendrían sus miradas; él pensativo y ella, vacilante.
— ¿No saliste corriendo? — preguntó Emma para desconcierto de Rodrigo.
— ¿Por qué debería de hacerlo?
— ¡Porque estoy mal de la cabeza! ¡Soy inconstante e inmadura, temerosa y contradictoria! — bajó la mirada, sangrando por sus heridas internas.
— No soy quien para juzgarte — sincerándose, le rodeó la mano curvada por la taza. — De hecho no creo que estemos aquí para juzgarnos. Somos dos almas con cicatrices y que deseamos sanar.
Ella asintió en silencio, agradeciendo la simpleza del mensaje de Rodrigo.
— No existió tarde de mi vida en que no le haya escrito unas líneas a Valentina — él finalmente rompería las barreras del silencio. — Lo hacía con la esperanza de entregárselas en mano algún día.
— Ya llegará el momento en que puedas hacerlo.
— Eso espero — levantó los hombros, con el deseo vigente.
— Yo hice lo mismo con mi mamá — entre sollozos, Emma develó otro secreto. Uno de los mejores guardados.
— ¿Sí?
— Sí, pero la diferencia es que sonaban a reproche e indignación.
— Es lógico.
— Además, yo ya no tendré la oportunidad de que las lea.
— Lo ha hecho mientras las escribías, Emma.
Como un poema, las palabras salían armoniosas de su boca. Con la paz de aquel que ha transitado gran parte de su vida en pie guerra, Rodrigo se manifestaba y Emma agradecía que la hiciera partícipe de su sapiencia.
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La tormenta cedería con el correr de los minutos, al igual que sus defensas. Cansados, ambos necesitaban dormir. Bajo los efectos de sedación del té de tilo, ella esbozó un fuerte bostezo mientras lavaba las tazas.
— ¿Me estás echando? — risueño, le corrió un mechón de pelo que caía por delante del hombro y así, colocarlo por detrás.
— Jamás.
— Es tarde ya, para no decir que casi está amaneciendo. Los dos tenemos que descansar.
— No quiero que termine esta noche... —agitando sus pestañas de reojo por sobre su hombro, Emma deslizó aquel deseo instintivo.
— Ni yo.
Resiguiendo el andar de Rodrigo, vio que tomó un repasador dispuesto a secarle las manos mojadas por el lavado. Con paciencia, las acunó para no dejar ni una gota en ellas.
— Vamos a dormir.
El reflejo de un potente relámpago aquietó el andar de ella, quien deteniéndose, intentó dominar la intranquilidad de sus propias pulsaciones. Inspiró profundo, afectada.
— Tranquila — animó Rorro por enésima vez.
Inhalando una gran bocada, con la necesidad de asumir a la calma como consejera, entró a su habitación tres pasos por detrás de Rodrigo; un cuarto con cajas por doquier pero con dos cuadros perfectamente alineados en la pared: uno, con la foto de de su madre y Emma y el segundo, con el matrimonio Valente y la pequeña niña sonriente.
Sosteniéndole la mano, él la guió hasta la cama.
— Tomá asiento — indicó y ella, obedeció.
Emma observó la lentitud de sus movimientos. Asombrada, fue testigo de su candidez. Rodrigo se contuvo de tomarla allí mismo; en cuclillas, posó sus palmas en los muslos fríos del jean de ella.
— Te deseo de una forma animal y voraz. — confesó sin intimidarse — No he hecho otra cosa que pensar en vos desde que te conocí. Pero no quiero que nuestra primera vez sea el resultado de años de abstinencia, Emma. — honestidad brutal mediante, Rodrigo era claro — Vos y yo queremos descubrirnos en el completo sentido de la palabra y te mereces más que una noche de lujuria.
Sus palabras golpearon fuerte en el pecho de Emma reconociéndose en ellas, en cada una de sus letras.
— Cuando te sugerí que durmamos, era en el sentido literal de la acción.
Emma estaba entredormida, pero con los sentidos aun alerta. Sin hablar, sólo escuchaba.
— Dormir...¿dormir? — desconcertada, repitió.
— Exacto. Dormir, dormir.
Sin reacción de parte de ella, Rodrigo se encargaría de tomar el timón de aquella nave llamada optimismo.
Con lentitud bajó el cierre de sus botas femeninas, para dejarla sólo con las medias puestas. Unas sutiles cosquillas al quitar el calzado le causaría una risa exagerada. Pero ese sería sólo el comienzo: Rorro continuaría con la agitación de ambas respiraciones al desabrochar los 4 botones de la parte superior de la camisa de Emma.
Con una puntada en la entrepierna, él sabía que deseaba mucho más. Una pizca de su perfume le era suficiente para disparar su testosterona al techo. Para él también significaba un volver a empezar: habiendo confesado que la única mujer en su vida habría sido Ornella, cualquier experiencia previa, resultaba obsoleta después de tanto tiempo de austeridad sexual.
— No creas que no estoy nervioso — susurró con su aliento vistiéndole el cuello pálido y cremoso. — Ahora, levantá los brazos — acatando sus órdenes, Emma se entregaba al momento.
Expuesta ante él, en ropa interior, fue testigo de su mirada lujuriosa. Solo esperaba otra directiva más de su parte. Como una marioneta, ella sentía el manejo de sus hilos con extenuada precisión.
Tembloroso, le deslizó la camisa tomándola desde su cintura, hasta dejarla expuesta: sus pechos eran pequeños y turgentes, flanqueados por el encaje del corpiño. Con el propósito de facilitarle las cosas, ella se arrojó sobre el colchón, extendiendo el torso sobre el edredón.
Un sonido gutural quedó atrapado en la garganta de Rodrigo, que agradecía al cielo por haberlo topado con una persona tan sensible y bella como Emma.
"Como Canela"
Ella se tapó el rostro con ambos brazos, retorcida de ardor, conteniendo el fervor del contacto lejano. En ningún momento, era tocada por sus dedos; ellos, simplemente, eran las herramientas para desproveerla de ropa.
Seducida por la provocativa idea de dormir junto a él, pero sin relaciones de por medio, disfrutó la heroica maniobra por quitarle los pantalones. Delicado, arrastraba la tela por sus largas piernas.
— Así está mejor — a merced de sus ojos verdes cautivantes, ella sintió brillar como nunca — Sos hermosa....por dentro y por fuera — su voz potente, intimidante, sonaba como el trueno al que tanto le temía.
Reacomodándose, apoyando el peso de su torso sobre los codos, Emma lo vio agazapado como un animal frente a su presa.
— Sos una obra de arte, linda. — siempre galante, le endulzaba los sentidos.
Con sus ojos devorándola de a poco, comenzó con la indescriptible danza de desabrochar, de a uno, los botones de su propia camisa a cuadros.
Comenzando por sus puños y después, con la línea media de su prenda, hacía de esa acción, un ritual. Quizás ganando tiempo, Rodrigo necesitaba bajar su llama interior. Demostrarle y demostrarse que era algo más que un hombre que no había tenido sexo en mucho tiempo. Ella no era un objeto de descarga: a ella quería hacerle el amor. Con Emma, él quería sentirse un hombre pleno.
Para cuando las márgenes de su camisa dejaron entrever el surco medio de su piel, un escalofrío paradójicamente ardiente quemó las terminaciones nerviosas de Emma.
Pura fibra, sus abdominales, sus pectorales y bíceps, lucían tallados; bien se asemejaba a una escultura de Miguel Angel, en tanto que ella, era uno de los relojes de "La persistencia de la memoria" de Dalí.
Focalizándose en cada curva de sus músculos, sus ojos canela se deshacían ante semejante deleite. El silencio entre ambos era espeso; un poco de chispa y todo estallaría a su alrededor.
Rodrigo arrojó la camisa en el piso, dejando al descubierto un tatuaje intrigante sobre su pecho. Su nariz sólo tenía lugar para sentir el aroma dulce y esclavizante de la grandiosa mujer que tanto le gustaba; tenía frente a él a una mujer cautivante. Parado, con la punta de sus pies, se quitó su calzado, para hacer lo propio con el cinto de cuero y los jeans.
Inclinándose hacia adelante, se despojó de los pantalones, quedando expuesto con un sexy bóxer negro y una erección prometedora bajo él.
— Acomodáte en la cama y ponéte por debajo de las sábanas— ordenó, para después aclarar — Si te toco, exploto. — una carcajada impensada salió de la boca de Emma.
Aceptando aquel desafío para ambos, ella reptó hasta llegar a su lado de la cama y cubrirse según las directivas impartidas por Rodrigo. En posición fetal, se acomodó sobre el lado izquierdo de la cama.
Segundos después, el peso del cuerpo de Rorro dijo presente sobre el colchón. Por sobre la sábana, se adaptó (en la medida de lo posible) a la curvatura de la columna y las piernas de Emma.
Su miembro como piedra rozaba la línea media de los glúteos de ella, quien mordió su propio labio, pensando en las mil cosas que deseaba hacer en ese momento.
— Contenerme será una de las pruebas más difíciles de superar. — él reconoció impertinente con la nariz en el cabello canela de su compañera de noche.
— Lo mismo digo— admitió, con el calor de su pecho musculoso en la espalda.
— Buenas noches Canela...espero descanses bien — acaramelándole los oídos, Rodrigo se involucraba con su insomnio, dispuesto a darle batalla.
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"Mamá...mamá"
Su grito desesperado se desvanecía en la bruma nocturna. La puerta de madera de la entrada principal, se cerraba frente a sus narices. La misma historia. El mismo pedido. La misma sensación de abandono.
La puerta era quizás la barrera más férrea a su intento por perseguir a Perla en su escape. Pero a diferencia de las millones de veces en que su ataúd forjaba el horizonte, su cuerpo giraba para encaminarse rumbo a una escalera, también de madera.
Subiendo por un eterno instante, los escalones se multiplicaban sistemáticamente y unas paredes blancas a su alrededor, no marcaban un límite preciso. Emma sentía calor. Hasta que de pronto comenzó a parpadear con insistencia y caer en la realidad.
En ropa interior, cubierta con el acolchado liviano hasta el cuello, las hebras de luz se colaban entre la separación de cada tabla de la persiana en la ventana, creando un efecto de líneas que elegían caminos distintos contra los muros del dormitorio.
Sosteniendo la manta contra su pecho, se sentó en la cama notando la ausencia a su lado.
El frío del abandono daba cuenta que Rodrigo se habría levantado mucho rato antes y fue cuando los peores presagios volvieron a su mente como dardos paralizantes.
Ya de pie, constató que ninguna prenda masculina permanecía en el piso. No había notas, no había mensajes...no había más que el recuerdo de haber pasado la noche durmiendo con alguien sin siquiera tocarse.
Con un vestido liviano y descalza, abrió la puerta de la habitación con el surco del desamparo dejando una incipiente cicatriz.
De repente, un ruido atrapó su atención. Provenía del baño. Sus palmas rencontraron refugio en su pecho aquietando su corazón.
Apoyando la oreja en la puerta, oyó el agua correr. Probablemente, se estaba dando una ducha. Mordió su labio, imaginando lo que habría del otro lado de esa placa; sin dudas, un cuerpo esculpido por los dioses estaría siendo tallado, en ese preciso instante, por un inocente chorro de agua.
Derritiéndose por dentro, ladeó la cabeza, dejando de lado sus pensamientos ardientes. Sin dudas, la abstinencia sexual profundizaba sus ansias.
Rodrigo llevaba más de media hora bajo el agua. Necesitaba pensar en frío y descender su propia temperatura. No había podido pegar un ojo, pensando en que si despertaba, confirmaría que lo sucedido en la madrugada era un sueño.
Con el objetivo claro de distraerse y no pensar acaloradamente, Emma abrió un par de cajas apostadas en la sala. Adornos, fotografías y quizás lo más importante: un cuadro con su diploma de egresada, le quitó una sonrisa que encontró su reflejo en el cristal del portarretratos. Uno de sus mayores logros académicos, dormía dentro de una caja de embalar.
— Yo lo colgaría en la mitad del living y dibujaría unas flechas alrededor para que todos lo leyesen. — la voz ronca y audaz de Rorro aparecía de entre las tinieblas.
— ¡Madre Santa! ¡Me asustaste! — respondió volteándose hacia él.
— Perdoná mi atrevimiento. —moviendo las manos, señalando la puerta del baño, titubeaba— Necesitaba una ducha...sobre todo después de...lo de anoche. — ambos se sonrojaron.
— Pensé que te habías ido — poniéndose de pie, confesó.
— ¿Por qué? ¿Temías que me convirtiese en calabaza? — su buen humor característico la llenaba por completo.
— No... —trazándole círculos inconexos sobre la camisa a cuadros, Emma hundía sus ojos en los botones.
— ...pero...
— Pero por ahí te resultaba muy duro acostarte conmigo sin que pase nada.
— Fue...muy duro...en todo sentido. — sarcástico, la temperatura volvía a subir.
— Tengo que reconocer que dormí mejor de lo esperado a tu lado.
— ¿Sí?
— Mis pesadillas no eran las mismas. Cambiaron su final.
— ¿Cómo es eso?
— El sueño comienza como siempre, con mi madre yéndose, dándome la espalda — suspiró resignada, aquella historia llevaba incontadas veces repitiéndose en su cabeza y en su boca — pero en este caso yo no veía su ataúd, sino que subía una escalera interminable.
— ¿Significará un progreso? — curioso, enredaba sus dedos entre los de ella.
— No lo sé. El martes tengo sesión con mi terapeuta. Supongo que iré después de pasar por el cementerio.
— ¿Por el cementerio?
— El martes se cumple un año del fallecimiento de papá.
Rodrigo enmudeció y era lógico. Pero lejos de intimidarse, le acarició su largo cabellera y posó un beso suave en los labios de miel de su confidente. Tierno, le brindaba su apoyo en silencio, adivinando el dolor por el que estaría atravesando.
— ¿Querés que te acompañe?
— No es un lugar muy lindo para una cita — farfulló a desgano.
— Pero es un lugar en donde hay un pedacito de vos.
"Creo que es más que un pedacito" pensó sin dejar de agradecer lo bien que Rodrigo la hacía sentir.
— No quiero deprimirte. Los cementerios son horrendos...de hecho no quise siquiera que lo sepultasen cuando murió. — enojada por aquel recuerdo que aun permanecía en carne viva, tomó asiento en el amplio sofá, el único sin plástico protector.
— ¿No querías enterrarlo? — colocándose a su lado, la tomó de su mano depositando un beso casto en su mejilla.
— Hubiera preferido cremarlo.— contribuyó atentando a sus creencias cristianas.
— ¿Por qué no lo hiciste?
— Porque su esposa, Ruth, quería que estuviese en un lugar físico para poder llevarle una flor. —musitó con pesar.
— ¿No te llevás bien con ella? Te dejó un mensaje muy lindo ayer por la noche...
— Ruth es macanuda, me adora como una hija, pero...
— ...pero no lo sos.
— No le fue fácil casarse con mi papá y menos aun teniendo una hija adolescente que no pretendía que reemplacen a su madre.
— Ella nunca la reemplazaría ni en mil años.
— Lo sé...es tópico recurrente de mi terapia — reconoció revoleando los ojos exageradamente.
— Si yo algún día yo me casara, quisiera que Valentina le tenga aprecio a la mujer que yo haya elegido.
Sus palabras presuponían un avance. Y ambos lo consideraron de ese modo.
— ¿Acaso dijiste casarte?¿El hombre que unas semanas atrás decía que no quería estar con nadie del sexo femenino? — pegándole amistosamente con un almohadón, comenzarían una guerra sin cuartel.
Atacándola con sus manos, él le impartía cosquillas por todo el cuerpo. Agazapado, se arrojaba sobre Emma, extendida a lo largo del sillón y riendo sin parar.
Divertido al principio, sus ojos se teñirían de fervor adolescente para detener la marcha de sus manos en las costillas de su víctima. Con ambas rodillas clavadas a sendos lados del pequeño cuerpo de Emma, Rodrigo irguió su espalda para contemplarla desde las alturas. Agitado, la miraba con un perverso deseo.
Provocativa, llamando a su lado salvaje, ella mordisqueó su uña, mirándolo por sobre las pestañas. Sus jeans masculinos vislumbraban una rígida tirantez en su entrepierna, delatando sus pensamientos. Finalmente, sus manos varoniles volverían a la acción, pero no al mismo lugar donde comenzarían su aventura.
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*Pava: de similares características que una tetera, pero más grande-
*Macanuda: agradable.
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